GUAYAQUIL : La sombra blanca

SUCEDIO EN GUAYAQUIL
LA SOMBRA BLANCA

El Fantasma que no quiso abandonar una mansión

Hasta hace pocos años existía en la cuadra de la calle Colon entre Pedro Carbo y Pichincha una vieja casona de madera y hermosos balcones de hierro donde era fama que se aparecía una misteriosa sombra blanca cada vez que un miembro de la familia que la habitaba iba a morir. 

La historia no tiene nada de extraordinario a no ser la presencia de la sombra blanca claro está y comenzó en 1.925 aproximadamente, cuando los dueños de casa decidieron radicarse algunos años en Europa, mitad en plan médico y mitad como turistas y alquilaron la casa a una señora vieja con hijos casados, que la habitaron cerca de ocho años. 

Hacia 1.927 una hermana de la señora le escribió desde Esmeraldas anunciando la visita de su hija soltera llamada Emilita, joven de casi veinte años y muy hermosa, que insistentemente quería conocer Guayaquil. El viaje de la chica fue acordado por motovelero porque aún no se había construido la carretera Guayaquil a Santo Domingo y casi dos semanas después arribó Emilita al puerto y fue llevada a la casona, donde le tenía preparada su tía una hermosa habitación para que la ocupara. 

Pasaron algunos días y Emilita hacía continuas salidas al comercio, visitando tiendas y recorriendo el cercano malecón, pero una tarde que regresó de hacer sus prácticas de tennis en el antiguo edificio de madera del Guayaquil Tennis Club se sintió bastante cansada y no quiso probar bocado. A la mañana siguiente se le había declarado una alta fiebre y por más que se llamó a los mejores médicos, el ataque de perniciosa fue tan fuerte que la llevó al sepulcro en menos de cuarenta y ocho horas ante la consternación de su tía y primos que no sabían cómo iban a comunicar la noticia a Esmeraldas. Desde entonces empezó a verse la famosa sombra blanca, primero tímidamente, como pasando de un cuarto a otro y luego con más insistencia. Era como si se deslizara por el suelo, sin tocarlo; como si volara más que caminara, en fin, intrigaba pero no asustaba, porque nunca se mostraba amenazadora y a tal punto se acostumbraron a su presencia que ya ni siquiera le hacían caso; más llegó la hora de entregar el caserón a sus dueños que habían regresado del viejo continente y los inquilinos se cuidaron de contar la existencia del incómodo huésped. Tampoco les hubieran creído se decían para sus adentros y cerraron la mansión 

Los dueños formaban una familia unida. Era un matrimonio compuesto de tres hijas señoritas porque aún no habían nacido los niños pequeñines. Todos se acomodaron muy contentos y nada pasó durante dos o tres meses, pero una tarde en que la señora se iba encaminando al comedor, vio la sombra blanca que se deslizaba de la cocina a un cuarto destinado a bodega de trastos viejos, desapareciendo tras la puerta. Muy intrigada quiso averiguar de qué se trataba pero no encontró nada extraño y así, sin dar mayor importancia, la señora siguió haciendo sus cosas de costumbre, cuando esa noche llamaron por teléfono para avisarle de la súbita gravedad de una tía que falleció a la mañana siguiente. 

El caso no dejó de intrigarla, era mucha coincidencia que todo hubiera sucedido en menos de veinticuatro horas, pero cuando realmente comenzó la señora a preocuparse fue cuando al mes siguiente, volvió a ver a la sombra en el servicio higiénico, mientras estaba lavando una ropa interior de seda que por fina y cara no había querido que se lave con el resto de las prendas. Entonces la señora se acordó de la aparición anterior y rezó un padre nuestro para que no se repita la enfermedad y muerte, pero de nada le sirvió tan buena precaución, pues a los dos días le anunciaron que el administrador del Ingenio de la familia había resbalado de una tarima fracturándose el cráneo y que lo traían de urgencia a operar en Guayaquil, pero no llegó porque murió en mitad del río Babahoyo. Para entonces la señora había comunicado el particular a su esposo e hijas mayores y a un sacerdote amigo que bendijo la casa, el padre les manifestó que si la sombra sólo anunciaba alguna desgracia, es por que se trata de un espíritu protector, interesado por la suerte de los miembros de la familia y que en esos casos nada se podía hacer. Pasaron veinte y cinco años de estas primeras apariciones y la sombra blanca siempre puntualmente se adelantaba en cada ocasión que la muerte rondaba a algún familiar. La última vez que se la vio fue con ocasión del fallecimiento de una cuñada de la señora, que vivía en Barcelona y de quien no se sabía que estuviera enferma. Al final la casa fue vendida y todos se cambiaron a diferentes direcciones. Los nuevos dueños arreglaron el primer piso y lo convirtieron en pensión, que por estar ubicada en un barrio tan céntrico pronto fue un sitio de mala reputación. No sabemos si la sombra seguiría anunciando o por si el contrario creyó terminada su misión, evaporándose tan sutilmente como se había presentado durante medio siglo.