GUAYAQUIL : El misterioso viajero que tocó la puerta

SUCEDIO EN GUAY AQUIL
EL MISTERIOSO VIAJERO QUE TOCO A LA PUERTA

Leyenda sobre el Judío errante

Era doña Isabel Victoria una hermosa dama de no más de veinte abriles, vivaracha y distinguida, quien vivía con su esposo y dos hijos pequeñines pero muy traviesos en su casa de Las Peñas. También moraba con ellos una vieja cocinera que había heredado de su madre y el muchacho que hacía las compras y mandados en la tienda de la esquina, limpiaba la casa y cuidaba el jardín de los bajos, donde había una hermosa alberca de piedra que se comunicaba con el río durante las altas mareas por una puertecita de hierro. 

En dicha alberca ocurrió un día que al quedar la puerta abierta se metió un enorme lagarto, animales que como todos saben no pueden nadar ni caminar para atrás y así entrampado permaneció algunas horas hasta que fue descubierto por la cocinera, quien del susto casi perdió el conocimiento. Muchos vecinos del sector empezaron a visitar al lagarto para darle de comer y otras piruetas, pero como de todas maneras era peligroso que se fuera a salir al jardín, hubo que contratar a varios hombres de la cervecería que acababa de fundarse, quienes lo amarraron de las fauces y con gran cuidado lo pusieron en sentido contrario, para permitirle que saliera al río de donde había venido, pues a pesar de que le dieron numerosos garrotazos en la cabeza, el saurio no demostraba sentirlos,  y por eso mejor fue liberarlo. 

En esa casa tan hermosa como acogedora y al rescoldo del tibio sol de Mayo, una mañana tocaron la puerta y fue el muchacho a abrir, encontrándose con la sorpresa de ver a un viejecito barbado, que muy cansado solo atinó a solicitar un vasito de agua. En eso salió la cocinera que era muy curiosa y metida en asuntos que no le concernían, y como era usual en ella, empezó a hacer la conversación al misterioso visitante, quien ni corto ni perezoso le contó que era el mismísimo “Melquisedec”. judío riquísimo en tiempos de Jesucristo, del que se cuenta que era tan avaro que en cierta ocasión le negó al señor un vaso de agua, que este muy educada y cariñosamente le pedía, por lo que fue condenado a vagar por el mundo sin descanso y hasta la consumación de los siglos y así lo hace el pobre rico avaro de Melquisedec desde entonces, caminando por el mundo sin poder parar mas que para pedir un vasito de agua, que a veces se lo niegan y en otras a duras penas tiene tiempo de beberlo, pues 1a piernas le comienzan andar. 

En esta tarde del cuento la cocinera que llamaba Mercedes de las Angustias, fiel a su consigna de desmayarse cada vez que se topaba con algo insólito como en la ocasión del lagarto, sintió que le comenzaba a faltar la respiración y que estaba a punto de perder el conocimiento y tomándose de la baranda de la escalera solo atinaba a decir: “Jesús”, “Jesús” pero en ese momento llegó el empleado y le proporcionó el vaso de agua a ella, que lo necesitaba mas que Melquiedec, pues el muy errante había desaparecido del lugar y se alejaba rápidamente por la calle Numa Pompilio Llona, como quien va hacia la planchada. 

Respuesta del susto Mercedes de las Angustias trató de seguirlo, pero fue inútil; Melquisedec, que sabe su oficio de errar y vagar por las calles del mundo, ya iba por San Vicente. Como a la altura de la boca del pozo  por más que el empleado lo persiguió para entablarle una conversación acorde con su importancia histórica, se hizo humo. Así como me leen, se esfumó sin dejar la menor huella de su paso. 

El asunto se hizo inmediatamente público porque la cocinera no se contuvo y empezó a regar la noticia de que había visto y conversado con el judío errante, que era así y asao, que hasta le había visto con detenimiento los ojos de arrepentido que tenía y en fin, que le tenía cariño y pena, todo al mismo tiempo; la dueña de casa fue visitada por las señoras de la vecindad y hasta por algunas que vivían en la Avenida Rocafuerte y habían oído lo del lagarto, haciéndose célebre la casa y los familiares por tantos sucesos raros que se producían y así las cosas, pasaron los meses y una tarde de invierno, que amenazaba lluvia en el cielo, volvieron a tocar la puerta de calle y salió a abrir doña Isabel Victoria, que  Mercedes de las Angustias ya no quería hacerlo por miedo de encontrarse con el judío Melquiseque (como ella lo llamaba) que nunca se sabe cuando puede regresar y cual no sería la sorpresa de la señora, al ver en la calle un hombre anciano y barbado, cubierto de un sombrero serrano, de paño negro, que le pedía una caridad por el amor de Dios y quien no pudo terminar la frase porque doña Isabel Victoria entró en pánico, gritó como loca y sufrió un violentísimo desmayo, del puro susto de encontrar a tan raro y peregrino personaje, nada menos que maldito por Cristo nuestro señor, mas es el caso que no se trataba de Melquisedec sino de un pobre hombre, vago de profesión, barbado y sucio, que acababa de llegar de la sierra y se dedicaba tocar las puertas del sector en espera de ayuda, quien al ver la impresión que había causado en tan hermosa matrona, pensó que mejor sería escapar de la escena y se largó por la calle con dirección a la planchada, siendo perseguido por el empleado y la propia cocinera Mercedes de las Angustias, que habían salido a ver quien estaba conversando con la patrona, al grito de “Cojanlo, cojanlo, que es el judío errante” y de tiendas y departamentos bajos también salió mucha gente y así fue que al llegar al malecón lo tomaron por el saco y lo llevaron casi a empujones al Cuerpo de Bomberos donde lo sentaron en un banco a confesar y el pobre dijo que se llamaba Serafín Llanes, de Huigra, que no tenía trabajo ni oficio y que pedía caridad, pero la cocinera Mercedes de las Angustias seguía gritando “No le crean”, “Es él”, “Es Melquisedeque” esta mintiendo y el público se arremolinaba cada vez más y hasta sacaban Crucifijos para exorcizarlo a Serafín, que no mostraba pavor ante tan significativa prenda religiosa sino que por el contrario, daba muestras de no entender bien que era lo que estaba pasando a su alrededor ni porqué tanto barullo. El asunto dio aún más que hablar y hasta muchos años después algunos tosudos vecinos seguían pensando que Melquisedec los había visitado dos veces, la una por agua y la otra por caridad. Eso sucedió en las Peñas.