GUAYAQUIL : El espectro amenazador y fiero

SUCEDIÓ EN GUAYAQUIL
EL ESPECTRO AMENAZADOR Y FIERO

Un perdón de última hora

En una de las hermosas y viejas casonas del antiguo barrio Villamil también llamado del Conchero, vivía hacia 1.890 don José Miguel Pareja (1) riquísimo hacendado de la zona de Vinces y Baba, con grandes huertas de cacao de arriba que producían incesantes cargas para el comercio con el exterior. La fortuna de don José era de las primeras de la ciudad como todos públicamente lo reconocían y si a esto se unía su noble linaje colonial arraigado en la sociedad ecuatoriana por múltiples matrimonios ventajosos, podría decirse que a dicho caballero no le hacía falta nada; sin embargo algo había en su persona que despertaba resquemores a los que le conocían. Siempre agrio y taciturno, mal encarado y de mal humor, don José paseaba su humanidad por las calles cosechando los respetuosos saludos de sus vecinos y conocidos sin darles nada a cambio, porque no era hombre que gustaba de confianzas ni zalamerías Era lo que se dice un tipo raro y hosco a más no poder. 

En su juventud había viajado por Europa y conocido mundos y países, hablaba muy bien el francés y leía libros en varios idiomas. De un primer matrimonio desgraciado, que terminó con la muerte de la esposa a causa de un sobreparto, tenía un hijo educando en el viejo continente y a quien no veía en años. Un segundo matrimonio realizado a través de los tíos de una señorita demasiado joven, huérfana y muy pobre para él, aunque admirable por su belleza y buenos sentimientos, le había ilusionado en un principio al punto que hasta pareció cambiar durante los primeros años de unión, pero después y siempre llevado por su mal fondo volvió a las andanzas y se rumoraba en la ciudad que la atormentaba diariamente con actos de refinado sadismo y  hasta con severos maltratos, pero que a nadie constaban porque todo era dentro de casa. 

Alguien había opinado  que la causa primordial de esta situación era que el caballero ya estaba entrado en años y quizá no podía cumplir a cabalidad con sus deberes de esposo, otros decían que el dicho don José desde pequeñín había demostrado ser un perverso y malvado sujeto, amigo de llevar la contraria y de perjudicar al prójimo y que hasta se regocijaba en ello. 

Su buena esposa vivía casi prisionera en la mansión, sin hijos que la alegraran y hasta sin poder salir a visitar ni a su madre ni hermanas, porque todo le estaba prohibido, hasta que subieran hombres a la casa, que la servidumbre era enteramente femenina. Las ventanas permanecían tapiadas y el interior no podía ser más oscuro y tenebroso y ya llevaban casi diez años de esta situación cuando un buen día don José tuvo la agradable ocurrencia de sufrir un violentísimo infarto que le llevó a la tumba de contado, en medio de la consternación de muy pocos, pues la gran mayoría de sus conocidos lo odiaban o simplemente le temían por su dinero y poder. 

La viuda lloró un poquito – lo que se dice lo suficiente en sociedad – solamente llevada por su bondadoso carácter y luego que el cadáver fue conducido al camposanto experimentó por primera vez en muchos años una tranquilidad y un sosiego grandes, dispuso la inmediata apertura de puertas y ventanas, se retiró a una de las hamacas situadas en el amplio corredor de la casa, mientras varias tías que la habían ido a acompañar,  descansaban en los cuartos vecinos. 
Era la hora de la siesta y un fuerte calor de invierno cubría  la ciudad cuando de pronto la viuda despertó como por encanto e inconscientemente volteo su rostro hacia un rincón, en donde presenció aterrorizada como una especie de humillo blanco iba tomando forma y convirtiéndose en la figura de su marido que comenzó a caminar hacia la hamaca donde ella estaba con la misma cara amenazadora que siempre ponía al comenzar a azotarla. La viuda primero se aterró porque imaginaba que las palizas se volverían a repetir, pero reaccionando y comprendida la razón de la aparición se incorporó y enfrentando al fantasma le dijo: ¡José, yo te perdono¡ y el fantasma se desvaneció quedando la habitación fuertemente impregnada con olor a azufre. Al año la joven viuda contrajo segundas nupcias con un joven igual a ella, que había sido su gran amor y que a fuerza de trabajar honestamente en el comercio de la plaza había logrado salir de su pobreza y contaba con cuatro realitos.  Fueron muy felices y tuvieron cuatro hijos que los alegraron hasta la muerte, cerrando sus ojos cuando los llamó Dios