GRANDMAISON DE GODÍN ISABEL

HEROINA.- Nació en Guayaquil el 16 de Enero de 1728. Hija legítima del General Pedro Manuel

Grandmaison Bruno, natural de Cádiz, España, y de Josefa Ricardo y Pérez, guayaquileña. Muy

niña fue llevada a Riobamba por sus progenitores y recibió con sus hermanos una esmerada

educación. Aprendió francés y quechua.

Era de suave carácter y de discernimiento superior, se distinguía en el vecindario y con sus

hermanos Antonio, Luisa y José solía pasar largas temporadas en la hacienda Guasman de

propiedad de su padre.

En 1737 y habiendo terminado las mediciones en Quito, los miembros de la Misión Geodésica

francesa visitaron Riobamba para observar el ^Chimborazo, fueron agasajados por

las principales familias y volvieron a Quito. El joven astrónomo Juan Godín des Odonnais visitó

la casa de su paisano Grandmaison y se enamoró de su hija Isabel, con quien casó el 29 de

Diciembre de 1741 cuando ella tenía casi catorce años.

En 1742 los Geodestas retornaron a Europa. Godín permaneció en la heredad de su esposa y

hacia finales del 43, enterado del fallecimiento de su padre en Francia, planeó volver por su

herencia, aunque a causa de la mala salud de su esposa solamente pudo hacerlo en Marzo del

49 por la vía del Amazonas, a Cayena, lo que significaba un largo rodeo en las selvas de Mainas, territorio casi desconocido, aunque existían varias Misiones. Allí pensaba acondicionar

un transporte para Isabel, quien quedó embarazada y a poco dio a luz una hermosa niña.

I transcurrieron dieciocho años sin noticias de él, su esposa cayó en un estado de total

abatimiento y pasaba largas horas sentada y meditando en una silla detrás de una ventana. En

esos largos años fallecieron su madre y su hija a los dieciséis años. Su hermano José, monje de

la Orden Agustina, cierta tarde le avisó que un jesuita traía cartas de su esposo. También

comprometieron a construir una canoa y llevar a los viajeros hasta la misión de Andoas a ciento

cincuenta leguas, pero a los tres días de navegación huyeron. Los viajeros siguieron dejándose

llevar por la corriente hasta que dos días después toparon a otro indio, que se ofreció a

conducirlos, aunque tres días después cayó al agua y se ahogó. De los ocho individuos que

componían la caravana uno se adelantó a Andoas y habiendo pasado veinte y cinco días sin

regresar, los restantes se internaron en la selva y se perdieron en medio de las montañas

pantanosas de las márgenes del río Bobonaza. Invadidos de la fiebre, sucumbieron uno tras otro.

Isabel cayó desfallecida junto a sus hermanos que acababan de expirar y dos días después,

habiéndose recobrado, con los zapatos del último fallecido continuó andando.

Una mañana encontró a dos indios que surcaban el río y les rogó que la llevaran a una de las

reducciones y tras nuevas fatigas pudo descansar en el poblado de la Laguna, donde por más que

hizo llamar al enviado de su esposo, éste no llegó de Cayena.

Entonces comenzó el larguísimo viaje de mil leguas que la separaban de Qyapok, para lo cual, el

bondadoso misionero que la había atendido con tanta deferencia, le consiguió una galera

portuguesa y así fue como pudo encontrar a su padre que estaba desolado por la muerte de sus

hijos y nieto. En Julio de 1770 finalmente se abrazó con Godín tras veinte años de ausencia y

separación.

Isabel pasó enferma algún tiempo más y su esposo tuvo que defenderse del pérfido Tristán que le

inició juicio, reclamando dieciocho meses de salario dizque adeudados. La Corte de Cayena falló

en su contra y Godín, para no tener que sostener a Tristán en prisión, abandonó la causa y éste

salió libre. En esos conflictos habían transcurrido tres años.

En 1773 los esposos Godín Grandmaison arribaron a Francia. Isabel fue recibida con mucha

ternura. Godín escribió a La Condamine, el Jefe de la Misión Geodésica.

“Por lo que a ella respecta, nadie puede alentar su espíritu. Está sujeta a una constante melancolía y sus horrendas

desgracias están siempre presentes en su imaginación. ¡Cuanto trabajo me costó obtener de ella la relación de los hechos,

cuya presentación ante los Jueces era un requisito indispensable en el juicio que sostuve! I aún queda

la evidencia, de que por delicadeza, se ha abstenido de entrar en muchos detalles cuyo recuerdo tiene la vehemencia de

olvidar y que si yo los conociera, no harían sino dar pábulo a mi pena.

Todavía más, me instó con grande ansiedad el que no persiguiera a Tristán, compadecida aun de aquel miserable, llevada

por el generoso impulso de su corazón que se inspira en la más pura benevolencia y en los principios genuinos de la

religión”.

La trágica odisea fue conocida en toda Francia tras haber publicado La Condamine la relación de su viaje.

Sus últimos años fueron penosos por sus extravíos mentales y debió morir en casa de la familia de su esposo pues no se

tiene más noticias de ella.

Científica Knapsack. El 68 se enteró que existían dos trabajos vacantes: uno en el corazón del Africa y otro en el Ecuador y

siendo más fácil y seguro comunicarse con el número telefónico en Hamburgo donde un señor Carlos Liebmann hacía el

contacto, se decidió por este último y vino a Quito con su esposa y la gata Mitzie, alquilando un pequeño departamento en

La Gasca. Ella, sinembargo, pronto abandonaría el país en compañía de un austriaco. El se quedó con la gata y compartió

por corto tiempo el departamento con Gert, un fotógrafo profesional que dictaba clases en el Colegio Alemán, quien

posiblemente le enseñó a tomar fotografías y en un Volkswagen alquilado y armado de una cámara Leika, Enrique recorría

el país aficionado como era a la ecología y las culturas andinas. Pronto se cambiaría a una buhardilla para ahorrar hasta el

último centavo y haría amistad con Moritz Thompsen, veterano voluntario del Cuerpo de Paz de los Estados Unidos y con

John Hay, de una familia adinerada de Connecticut, quienes un día decidieron por diversas causas permanecer para

siempre en el Ecuador. Los tres formarían un grupo solidario de trabajo pues eran jóvenes, cultos y amaban los buenos

libros.

Era un hombre sensible e intuitivo, cubierto a veces con actitudes bruscas, que quería amor pero lo rechazaba al mismo

tiempo; aplicado y correcto, siempre vestía terno, ayudaba a hacer los pedidos y atendía al público, en especial a los

extranjeros, declararía años después su compañera de trabajo Susana Muriel.

“Su Librería” de Liebmann funcionaba en los bajos del antiguo Palacio Arzobispal, pero desde 1970 que el presidente

Velasco Ibarra proclamó su dictadura civil, menudeaban las manifestaciones y cierra puertas y el centro urbano de Quito

se volvió insoportable. Quizás por eso, a fines del 71 Enrique decidió fundar su propia librería en un cuarto de empleada

doméstica, pero el mayor porcentaje de ventas lo realizaba él mismo, visitando por las mañanas a sus clientes. Fiel a su

slogan comercial de tener y vender todos los libros del mundo bautizo a su librería como “Librimundi”

Era un hombre de negocios con visión cultural”. y por eso Librimundi creció vertiginosamente durante la época del boom petrolero que se inició desde 1972 y duró hasta el 82, exactamente diez años. En ese lapso se cambió a una casita blanca,

el mismo local

que actualmente ocupa en la Juan León Mera No. 851 y Reina Victoria, muy cerca de la Avenida Amazonas, donde se podía

encontrar parqueo en cualquier hora.

Al principio Enrique vivía en el segundo piso para ahorrar, pero poco a poco fue llenándose de libros y finalmente tuvo que

dejar toda la casita para bodega y librería Allí, tras el mostrador, con o sin bigote, el cabello más largo, mostraba los

primeros esbozos de los que serían las Guías y Libros sobre las Galápagos para turistas y viajeros.

“Siempre estaba muy pendiente de la gente y era simpático porque se acercaba a ofrecer un cafecito; mas, cuando se

sentaba al frente de la chimenea a charlar, su objetivo no era vender libros sino motivar a que la gente leyere porque era

él mismo un gran lector en varios idiomas. Su amiga Carmen Rosa Ponce informa que por entonces comenzó el interés de

Enrique por la microfotografía con una cámara Blazer roja GMC, especialidad hasta entonces casi desconocida en el

Ecuador y se iba a las montañas, especialmente al Cotopaxi y a Papallacta, a fotografiar líquenes.

El 76 “Librimundi” empezó a ser también una Galería de Arte, su propietario asistió en compañía de Denise Greiner a la

feria del libro de Frankfurt y fue Comisario del puesto de libros del Ecuador. De regreso abrió la exposición de obras de

Adalberto Ortíz. El 77 empezó a importar la revista alemana “Der Spiegel”. El país vivía la ebriedad económica del boom

petrolero y “Librimundi” – habiéndose agrandado considerablemente – competía exitosamente con sus colegas. Enma

Chiriboga, de la Librería Científica, le recuerda: Trabajaba el libro nacional con tenacidad y tenía ideas precisas de cómo

llevar el negocio. La verdad es que se sentía un poco superior, a los otros libreros nos decía texteros, porque nos

respaldabamos vendiendo textos de Colegio.

Por esos días “Librimundi” recibió dos impulsos muy valiosos, pues Enrique heredó una cierta cantidad de marcos

alemanes que invirtió en libros del exterior e independientemente compró los saldos de la librería de Carlos Liebmann, a

precios casi irrisorios, pues el bueno de Don Carlos, siempre le vio como a su sucesor, le consideraba casi un hijo.

Constituida la Cámara Ecuatoriana del Libro, ocupó diversas posiciones, ayudando a realizar las ferias populares en la Alameda, disertando sobre la importación y exportación del libro, abriendo

en su local un nuevo espacio dedicado a los niños, coeditando obras de mucho interés y mejor venta.

El 82 fue electo Presidente de la Cámara y la modernizó en cuanto pudo y estuvo a su alcance, luchando por la aprobación

del proyectio de la Ley del Libro. En Mayo del 85 sufrió un desface cardiaco y estuvo asilado en una clínica, de la que salió

mejor aunque sin perder su costumbre de inveterado fumador de cigarrillos.

Poco después inauguró su Exposición Microfotográfica de las magueyes, resaltando el detalle pequeño pero que está

dentro del alcance del ojo humano, que causó la natural sensación de todo lo nuevo en el país. El 86 concurrió a la feria

de Barcelona. El 87 se aprobó finalmente la Ley del Libro, a destiempo por supuesto y con una serie de recortes y fallas.

Finalmente los ignorantísimo y hasta perversos miembros de la Junta Monetaria no hizo caso alguno de ella y la mutiló con

sus famosas disposiciones económicas, pasando por alto el clamor del país que pedía libros baratos. Por entonces inició la

serie de libros ecuatorianos “Ediciones Librimundi”, que a pesar de su muerte ha continuado hasta nuestros días,

ofreciendo útiles impresos para conocer mejor el amplio panorama artístico y cultural del país.

El 88 su esposa Marcela García lanzo su libro de fotografías titulado “Ecuador, entreluces la Sierra” El 89 Enrique adquirió

una casa al frente de “Librimundi” para instalar un Café Galería que llamó “Art Forum”, espacio adecuado para dar cabida

y albergue a todas las manifestaciones para adultos y niños, en uno de sus pisos instaló también las oficinas y un taller

fotográfico. Ya tenía una casita de campo en Mindo, a la que dedicaba los fines de semana adecuándola hasta en sus

menores detalles, pues gustaba realizar él mismo todo trabajo casero.

Nada anunciaba su rápido fin hasta que una mañana lluviosa, 4 de Mayo de 1990, habiendo iniciado sin contratiempo

alguno su diaria jornada de trabajo, cayó bruscamente sobre el escritorio y cuando le fueron a auxiliar para conducirlo a

la Clínica Pichincha falleció. Tenía casi 49 años de edad. Su sepelio se realizó al día siguiente en Art Forum y sirvió para

demostrar el cariño que había sabido ganar en Quito. Años después, la viuday Pablo Cuvi lanzaron su biografía en

“Ediciones Librimundi” con el sugestivo título de “Una aventura cultural en la mitad del mundo” en 147 págs. y varias

fotografías del recordado amigo librero, el único en el país que pagaba los libros nacionales cuando los recibía, y no los

tomaba simplemente a consignación como aún es costumbre en los demás.