GRANADO GUARNIZO MIGUEL ANGEL

ESCRITOR.- Nació en Guayaquil en 1895. Hijo legítimo de Tomás Rosendo Granado Castillo, agricultor, y de Ercilia Guarnizo Romano. Véase la biografía de su hermano Carlos F. Granado y Guarnizo.

El penúltimo de una familia compuesta de siete hermanos, quedó huérfano a temprana edad, cursó la primaria en el Colegio Mercantil y la secundaria en el Vicente Rocafuerte hasta graduarse de Bachiller en 1913. Un año antes había incursionado en la literatura pero recién entonces debutó principalmente como crítico en las páginas de “El Telégrafo Literario” bajo los seudónimos de “Carlos D’ Harbach” y “Diógenes de Apolonia” y según José Joaquín Pino de Ycaza, ya era Granado y Guarnizo un poeta formado, con influencia de Villaespesa, autor de “El Espejo Encantado” y “Lámparas Nativas”.

Dibujaba, pintaba, tocaba muy bien la mandolina, hacía hermosos retratos al carboncillo y pronto se vio incorporado al grupo de poetas y escritores modernistas, iniciando una agitada vida de bohemia y licor cuyos recuerdos ofreció alguna vez publicar pero no salió jamás por la prensa.

En “El Telégrafo Literario” que tuvo tanta importancia en la vida literaria del país, junto a sus amigos José Antonio Falconí Villagómez y Manuel Eduardo Castillo, editó el poemario “Lo triste es así”.

En 1914 recogió algunas de sus siluetas literarias de escritores nacionales aparecidas bajo el título de “Fisonomías”, obra biográfica y de crítica.

En 1915 escribió “La Eterna Lucha” para teatro y el 16 “La Mística”, también para teatro. Ese año publicó un pequeño libro “En el reino interior, leyendo a Maeterlinck” y unos cuentos de tinte modernista que tituló “Historias Breves”.

En 1917 editó “Horas de Luz” con impresiones críticas aparecidas en el diario El Telégrafo desde 1915 sobre libros y autores latinoamericanos, donde demostró tener criterio certero en asuntos literarios y haber superado el panorama estrecho de lo nacional, abarcando mayores espacios. También dio a la luz “Desfile de Horas” con prosa poética sobre temas filosóficos y colaboró en “La Mañana” bajo los seudónimos de “Carlos D´Arbach”, “Don Quixote”, “El Principe Harniet”, “Diógenes de Apolonía” y “Marcos España”.

En 1918 publicó la revista “Azul” a medias con Medardo Ángel Silva, su amigo y confidente, pero por falta de apoyo económico sólo apareció el primer número. La revista, como su nombre lo indica, era francamente modernista y de juventud.

Ese año escribió   una   colección de cuentos que jamás llegó a editar, colaboró en “El Comercio Internacional” y prosiguió su agitada vida de escritor bohemio. Era una de las más conocidas figuras de la nueva literatura y su nombre sonaba cada vez con más fuerza en los ambientes cultos de la República.

Desde 1919 hasta el 21 colaboró para “El Fuete”. A fines del 19 sacó un libro en cuarto con un curioso ex libris dibujado por él, donde aparece como niño, desnudo, meditabundo y triste. Allí publicó su farsa escénica “El Hermano Cándido”, cuento en un acto y ocho cuadros en 48 páginas, escrito entre la noche del 14 de Septiembre y la tarde del día siguiente, para ser presentado al Concurso de Teatro convocado por los universitarios, con motivo de la proximidad de los festejos del Centenario de la independencia de Guayaquil; pero el Concurso fue declarado desierto por un Jurado muy exigente, debido a que la única obra que llenaba los requisitos era justamente la de Granado, habiéndose presentado otras tres calificadas como adefesios y como los miembros no tuvieron con qué compararla, por eso no la premiaron. Después no faltó un crítico ramplón que declaró solemnemente que no había movilidad en la escena y otro más agregó que ni siquiera era comedía porque no hacía reír, ignorando que por tratarse de una obra modernista del teatro de ideas, mas bien incitaba al espectador a pensar y que después de la Comedia Humana de Honorato de Balzac ya no se estila calificar de comedia solamente a las obras cómicas, sino a todas aquellas que tratan de la vida en general.

En el mismo volumen y junto a “El Hermano Cándido” aparecieron sus cuentos “Cuando resucitemos” en 25 páginas. “La tiranía del recuerdo” en 9 páginas y “Bajo la luz de su belleza” en 9 páginas, tomados de sus Historias Breves. El ejemplar salió a la venta en dos sucres y la edición de mil se agotó casi enseguida.

En 1921 publicó su ensayo “Letras Contemporáneas” en el No. 2 de la Revista “Ariel”.

En 1926 dirigió la revista “Esfinge” que denunció “la bancarrota del espíritu nacional” refiriendose a los efectos de la revolución Juliana.

Para entonces el joven crítico, brillante conversador y periodista entusiasta, había comenzado a sufrir una metamorfosis. Algunos han querido ver en eso el hastío, otros simplemente un estado de depresión producto del suicidio de su amigo Silva, lo cierto es que se inyectaba morfina más como placer estético que por otra causa y quizá por esta condición empezaron a espaciarse sus trabajos; sin embargo, aún así, continúo sus estudios de jurisprudencia y en 1924, mientras preparaba el grado de abogado y debido al esfuerzo, súbitamente empezó a desvariar y su conversación se tornó ininteligible.

Llevado a la clínica Guayaquil por el Dr. Abel Gilbert Pontón, se dio aviso a su madre que estaba ausente en Quito viviendo en el hogar de una de sus hijas casadas. Ambas tomaron el ferrocarril a Guayaquil y se trasladaron a la clínica con la abuelita Romano, que aún vivía y había sido siempre la consentidora del joven literato, pero éste no las reconoció. Entonces, siguiendo los consejos de varios galenos amigos, lo trasladaron momentáneamente al Hospital Psiquiátrico, donde fue sometido a diversos tratamientos sin resultados favorables y como sus delirios no le abandonaban, la familia

decidió prolongar su permanencia en el Manicomio por tiempo indefinido, pasándole una pensión para sus necesidades más imperiosas y con el transcurso de los años, a pesar de que nunca recobró el uso normal de sus facultades, se volvió un enfermo tranquilo y hasta jovial, que causaba la admiración de los médicos y enfermeras por sus buenos modales, aristocráticas maneras y selección del lenguaje.

Y así, lentamente y sin gloria alguna, se apagó la esplendorosa carrera del único crítico de su generación, la más brillante de este siglo, verdadera eclosión de valores. La gente amiga fue espaciando sus visitas y al final, solo unos cuantos parientes íntimos, que Jamás le fallaron, velaron por él.

En 1946 murió su hermano Carlos Francisco con quien había sido siempre muy apegado. El 49 su madre bajó al sepulcro y quizá por esa causa le sobrevino una fuerte depresión y el otrora gentil enfermo se fue transformando en una sombra callada, mas bien, un espectro gris y cabizbajo aunque por las tardes solía aparecer en el jardín para conversar con las flores que quizá si le entendían.

Una madrugada, a eso de las tres aproximadamente, la enfermera de la sala escuchó un prolongado suspiro y al acercarse a su cama le encontró muerto, pero aún tibio, señal de que acababa de fallecer y posiblemente a consecuencia de un infarto masivo. Contaba solamente con sesenta años de edad, pero su aspecto era el de un ancianito curvado de espaldas y con la cabellera blanca.

Días atrás había sufrido un fuerte resfriado pero nada anunciaba su próximo fin tras una reclusión de treinta y un años de insania.

Los diarios dieron cuenta del suceso, el cadáver fue conducido al cementerio por sus sobrinos y aunque sus obras son difíciles de conseguir pues se han convertido en rarezas bibliográficas, queda su fama y su recuerdo pero cada día más difuminados.

En sus buenos tiempos había anunciado varios libros que jamás llegó a publicar: 1) “El Libro Inútil” con interrogaciones al enigma de la vida y de la muerte digresiones filosóficas, inédito en su mayor parte y que según Pino de Ycaza rebela una áspera y profunda melancolía, sobre cuyas estrofas, la duda y el dolor, la muerte y la desesperanza reposan en vuelos angustiosos. 2) “Años de risa y juventud”, quizá el más importante de todos porque contiene prosa autobiográfica de la generación literaria guayaquileña de 1913, y 3) ‘El Libro de los Aparecidos” en cuyas páginas, muy del siglo XX, surgían redivivas las grandes figuras literarias de algunos maestros de la prosa artística y del verso puro, entre otros Poe, Baudelaire, Huysmans, Verlaine, Lorrain, Wilde, Darío, Herrera y Reissig.