GRANADO Y GUARNIZO CARLOS F.

POETA. Nació en Guayaquil en 1890. Hijo legítimo de Tomás Rosendo Granado Castillo, dueño de las haciendas “Byron” y

“Caliburo” en el caserío Caliburo de la Provincia de El Oro, fallecido joven a causa de una cirrosis y de Ercilia Guarnizo

Romano, que al enviudar perdió las tierras y se ayudaba cosiendo y del trabajo de sus hijas mayores que eran profesoras.

Fue bautizado con los nombres de Carlos Francisco. Pasó su infancia en la vieja casa paterna de Chanduy y Sucre,bajo la

tutela de su hermano mayor Tomás Rosendo, quien era abogado y llegó a ocupar una de las Escribanías Públicas de

Guayaquil, después se cambiaron cerca de la Avda. Olmedo.

Realizó la primaria en el Colegio Mercantil del profesor Marco A. Reinoso y la secundaria en el Vicente Rocafuerte. En 1913

comenzó a colaborar tímidamente en “El Telégrafo Literario” como “Lohengrim”, motivado por su hermano Miguel Ángel,

que era menor con cuatro años. En 1914 lo hizo para el periódico “El Cascabel” bajo seudónimo de “Antonio de Tarfes”

Sus artículos eran buscados porque poseía un estilo agradable y trataba sobre temas variados, especialmente relacionados

con la literatura americana y europea.

Ese año ingresó de amanuense al Tribunal de Cuentas del Guayas donde hizo carrera administrativa. En 1915 se dio a

conocer como poeta en el diario “El Guante” y envió a obsequiar a la Sociedad Protectora de la Infancia, en bello gesto

modernista, sus poemas “La Rotativa” y “Jesús”, que dicha Sociedad editó por su cuenta en 13 páginas, con un afectuoso

prólogo para los nuevos poetas, escrito por Nicolás Augusto González. Cada folleto fue vendido a cincuenta centavos y el

producto total se dedicó al sostenimiento del Hospital León Becerra.

Ese año también editó sus poemas “La Guerra” y “A la Patria” en 19 páginas, con palabras de aliento del periodista José

de Lapierre. “La Guerra” conoció una segunda edición en 1941, de donde se desprende que fue bueno para anatemizar

ambos conflictos, el I y el II.

En 1916 fundó y dirigió la revista mensual “Helios”, que de modernista solo tenía el título y circuló hasta el sexto número

en 1918. Granado y Guarnizo siempre se mantendría dentro de los más estrictos cánones románticos sin jamás atreverse a

entrar al Parnasianismo y peor aún al Modernismo ni a la Vanguardia, etapas que le correspondió generacionalmente vivir.

La noche del 3 de Septiembre estrenó en el teatro Olmedo el drama en 3 actos y en prosa titulado “Justicia”, que editó el

17 en 76 páginas con prólogo de Modesto Chávez Franco, una segunda edición aparecería en 1939 en 87 páginas y el

producto de su venta fue donado por el autor a la masonería del Guayas, a la que admiraba por razones familiares, pues

su hermano mayor era masón y uno de sus más activos miembros.

“Justicia”, al decir de Ricardo Descalzi, es una de las primeras obras del teatro social ecuatoriano que a veces se

confundía con el costumbrismo y luego logró desligarse de la mera estampa expositiva, para adquirir consistencia

dramática, con orientación al planteamiento mismo del problema social.

Esta es la primera revelación escénica de una literatura que vendrá posteriormente buscando un sentido de nuevo orden

social. La tesis planteada logra su cometido, impactando con su carácter expreso de justicia en dos personajes: el patrón

y el humillado. Así mismo, por la primera vez en nuestra dramática y quizá en nuestra literatura en general, surge el

concepto de socialismo, lo cual tomará fuerza posteriormente en el relato y en la conciencia nacional. Los diálogos son

firmes, inteligentes, llevan la tesis sin exageración ni romanticismo. Esto nos conduce a dos clases de justicia: una

intelectual pregonada por Miguel y otra material ejecutada por Genaro. La tragedia llega a su cima, guardando

consecuencia con el desarrollo de la obra. Carlos Francisco Granado para su tiempo hizo buen teatro, lamentando se que

no haya seguido este camino con nuevas obras que hubieran enriquecido estas tendencias sociales de nuestro arte

escénico.

Ese mismo año su hermano Miguel Angel, con quien compartía el gusto literario, dio a la luz pública la obra “El Hermano

Cándido,” que parece que no llegó a representarse.

En enero de 1918 publicó en un pequeño formato de cuarto su poemario “Prismas” en 96 páginas con sonetos descriptivos,

filosóficos, epigramáticos y eróticos. Los últimos, fueron de esta laya: “Incónica” // Tu carne tiene palidez de asirio /

pureza de hostia y esplendor de luna / Inmaculada castidad de cuna / y la dulzura mística del cirio. // Tiene la dócil

languidez del lirio / muerto sobre el cristal de una laguna / y en su impecable perfección aduna / el pecho donde fraguas

mi martirio. // y para qué seguir con los dos tercetos, que tampoco dicen nada, por pueriles.

En 1919 finalmente ingresó a la Masonería, manteniéndose fiel a esas ideas hasta su muerte pero ya era considerado un

bebedor fuerte. Ese año publicó “Ónix”, poemario en 93 páginas que prologó su amigo el poeta Pablo Haníbal Vela,

recogiendo parte de su producción aparecida en “El Diario Ilustrado”.

Entre el 19 y el 21 escribió para “El Fuete” con el seudónimo de “K. Listo”. En 1920 colaboró en la revista “Los Hermes.”

El 22 fue copropietario de “El Intransigente” con su hermano Tomás Rosendo y con Juan Bautista Rolando Coello.

A principios de 1925 fue designado Ministro del Tribunal de Cuentas y le tocó presidir tan alto organismo, pero perdió el

empleo al poco tiempo, cuando estalló la revolución Juliana.

El 31 ocupó la secretaría del Consejo Provincial del Guayas. Vivía sólo, en un departamento de la calle Bolívar entre

Malecón y Panamá, donde a la par de los beneficios que proporciona una bien provista biblioteca, coleccionaba mas de un

centenar de bastones de todo tipo, desde los vulgares de cañita, tan útiles para salir a una visita de confianza, hasta los

importados de Francia con puño de oro y monograma, usados solamente para las ocasiones de alta etiqueta.

El 33 sacó “Nuevos Prismas” poemario en 146 páginas con prólogo del Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río. En Agosto del 35

apareció “Luciérnagas” en 87 páginas donde el Dr. Alfredo Baquerizo Moreno le escribió: “No ha llegado Ud. al

vanguardismo y en lo que veo de esta colección, ni al modernismo ni en la idea o en la forma: modernismo que cito y no

condeno. No es Ud. tampoco de los que fantasean y sueñan, de los que coquetean con maneras extrañas de expresión y

novedades y caprichos aceptables o no, de una nueva y sutil versificación. Al contrario, sigue Ud. fiel al endecasílabo que

se aproxima a la flexibilidad del exámetro latino y aún a la del senario griego. No hay un alejandrino, preferido hoy a

modo de insignia modernísima, cuando lo es también de remota antigüedad en la métrica castellana”; sin embargo,

parece que el poeta no entendió el mensaje de vida que le estaba proporcionando en forma tan natural como delicada, un

poeta de tan amplia experiencia y siguió por los caminos manidos de una poesía romántica y decimonónica, cursi por

parlera y para colmos tan alejada de la temática del realismo social de los años 30 al 40 que estaba viviendo. Por eso se

explica su soledad, tanto como autor, como solterón empedernido y hasta posiblemente neurótico, al punto que un buen

día, para no beber más, terminó por asilarse en la clínica psiquiátrica de su amigo el Dr. Carlos Ayala Cabanilla, ubicada al

sur de la ciudad, donde ya no salió sino en contadas ocasiones. Ayala fue su confidente, protector y mecenas.

Empero no estaba enfermo ni sano enteramente pero su sistema nervioso requería de un continuo tratamiento, de una

atención permanente para mantener su estabilidad; mientras su mente limpia, clara y profunda, disfrutaba de libros y

lecturas.

En 1937 abandonó su encierro voluntario para recitar “Huancavilca”, poema largo y especialmente compuesto para la

sesión solemne con que el Centro de Investigaciones Históricas conmemoró el IV Centenario de la Fundación de la Ciudad.

El 38 publicó “Ánfora de Alabastro”, poemario en solo 42 páginas. El 40 su amigo el periodista Efraín Camacho Santos,

desde su columna en “El Telégrafo” escribió así: Acostumbraba el poeta en horas nocherniegas, a la luz de un candilejo de

apagosa y enrojecida llama, sobre húmeda mesa de recóndito tenducho, acompañar de la más cruda democracia no pocas

veces, a la par de estancias frecuentadas, vivir horas de bohemia. Ha escanciado también en no inmaculadas por lo

improvisadas cuartillas…. Y cuando el poeta se acogió a la clínica y encontró en ella asilo para su cuerpo enflaquecido por

las privaciones y mansión para sus idealidades, descansando allí, en regazo amigo, de las heridas batallas de la vida, entonces, el dueño de la clínica es otro poeta¡

En 1944 publicó “La Rueca de los días”, poemario en 133 páginas con prólogo de Enrique Bolaños Jurgens, que dedicó a su

amigo y protector el generoso Dr. Ayala Cabanilla. Allí se dijo: Granado y Guarnizo no pertenece a ningún grupo. Hace vida

de aislamiento. Va por la vida solo, terriblemente sólo.

Nicolás Aguirre Bretón, su amigo periodista de “El Universo” y compañero masónico, agregó una afectuosa advertencia al

lector, que complementó lo anterior. I como ya había abrevado todos los venenos de la vida el 46 un repentino y traidor paro cardíaco enmudeció su lira. Tenía sólo

cincuenta y seis años pero aparentaba más.

Para entonces era solo una sombra del pasado, desdibujada cada vez más en el arcaísmo de su poesía, que fue una línea

aberrante en pleno siglo XX.

Su estatura mediana, aire reposado, grandes ojos negros, rostro blanco y pelo partido por una raya impecable en la mitad

a la moda de los años veinte de Rodolfo Valentino, porque siempre fue muy enamorador y coqueto y hasta publicaba su

foto en cada poemario y en su juventud fue fama que vistió con cierto dandismo baudeleriano.

En su sepelio Jacinto Jouvin Arce reunió a varios amigos del poeta para que lo acompañaran en el último viaje y José Ayala

Cabanilla dijo las frases del adiós.

En 1914 recogió algunas de sus siluetas literarias de escritores nacionales aparecidas bajo el título de “Fisonomías”, obra

biográfica y de crítica.

En 1915 escribió “La Eterna Lucha” para teatro y el 16 “La Mística”, también para teatro. Ese año publicó un pequeño

libro “En el reino interior, leyendo a Maeterlinck” y unos cuentos de tinte modernista que tituló “Historias Breves”.

En 1917 editó “Horas de Luz” con impresiones críticas aparecidas en el diario El Telégrafo desde 1915 sobre libros y

autores latinoamericanos, donde demostró tener criterio certero en asuntos literarios y haber superado el panorama

estrecho de lo nacional, abarcando mayores espacios. También dio a la luz “Desfile de Horas” con prosa poética sobre

temas filosóficos y colaboró en “La Mañana” bajo los seudónimos de “Carlos DArbach”, “Don Quixote”, “El Principe

Harniet”, “Diógenes de Apolonía” y “Marcos España”.

En 1918 publicó la revista “Azul” a medias con Medardo Ángel Silva, su amigo y confidente, pero por falta de apoyo

económico sólo apareció el primer número. La revista, como su nombre lo indica, era francamente modernista y de

juventud.

Ese año escribió una colección de cuentos que jamás llegó a editar, colaboró en “El Comercio Internacional” y prosiguió su

agitada vida de escritor bohemio. Era una de las más conocidas figuras de la nueva literatura y su nombre sonaba cada vez

con más fuerza en los ambientes cultos de la República.

Desde 1919 hasta el 21 colaboró para “El Fuete”. A fines del 19 sacó un libro en cuarto con un curioso ex libris dibujado

por él, donde aparece como niño, desnudo, meditabundo y triste. Allí publicó su farsa escénica “El Hermano Cándido”,

cuento en un acto y ocho cuadros en 48 páginas, escrito entre la noche del 14 de Septiembre y la tarde del día siguiente,

para ser presentado al Concurso de Teatro convocado por los universitarios, con motivo de la proximidad de los festejos

del Centenario de la independencia de Guayaquil; pero el Concurso fue declarado desierto por un Jurado muy exigente,

debido a que la única obra que llenaba los requisitos era justamente la de Granado, habiéndose presentado otras tres

calificadas como adefesios y como los miembrosno tuvieron con qué compararla, por eso no la premiaron. Después no

faltó un crítico ramplón que declaró solemnemente que no había movilidad en la escena y otro más agregó que ni siquiera

era comedía porque no hacía reír, ignorando que por tratarse de una obra modernista del teatro de ideas, mas bien

incitaba al espectador a pensar y que después de la Comedia Humana de Honorato de Balzac ya no se estila calificar de

comedia solamente a las obras cómicas, sino a todas aquellas que tratan de la vida en general.

En el mismo volumen y junto a “El Hermano Cándido” aparecieron sus cuentos “Cuando resucitemos” en 25 páginas. “La

tiranía del recuerdo” en

9 páginas y “Bajo la luz de su belleza” en 9 páginas, tomados de sus Historias Breves. El ejemplar salió a la venta en dos

sucres y la edición de mil se agotó casi enseguida.

En 1921 publicó su ensayo “Letras Contemporáneas” en el No. 2 de la Revista “Ariel”.

En 1926 dirigió la revista “Esfinge” que denunció “la bancarrota del espíritu nacional” refiriendose a los efectos de la

revolución Juliana.

Para entonces el joven crítico, brillante conversador y periodista entusiasta, había comenzado a sufrir una metamorfosis.

Algunos han querido ver en eso el hastío, otros simplemente un estado de depresión producto del suicidio de su amigo

Silva, lo cierto es que se inyectaba morfina más como placer estético que por otra causa y quizá por esta condición

empezaron a espaciarse sus trabajos; sin embargo, aún así, continúo sus estudios de jurisprudencia y en 1924, mientras

preparaba el grado de abogado y debido al esfuerzo, súbitamente empezó a desvariar y su conversación se tornó

ininteligible.

Llevado a la clínica Guayaquil por el Dr. Abel Gilbert Pontón, se dio aviso a su madre que estaba ausente en Quito viviendo

en el hogar de una de sus hijas casadas. Ambas tomaron el ferrocarril a Guayaquil y se trasladaron a la clínica con la

abuelita Romano, que aún vivía y había sido siempre la consentidora del joven literato, pero éste no las reconoció.

Entonces, siguiendo los consejos de varios galenos amigos,

10 trasladaron momentáneamente al Hospital Psiquiátrico, donde fue sometido a diversos tratamientos sin resultados

favorables y como sus delirios no le abandonaban, la familiadecidió prolongar su permanencia en el Manicomio por tiempo

indefinido, pasándole una pensión para sus necesidades más imperiosas y con el transcurso de los años, a pesar de que

nunca recobró el uso normal de sus facultades, se volvió un enfermo tranquilo y hasta jovial, que causaba la admiración

de los médicos y enfermeras por sus buenos modales, aristocráticas maneras y selección del lenguaje.

Y así, lentamente y sin gloria alguna, se apagó la esplendorosa carrera del único crítico de su generación, la más brillante de este siglo, verdadera eclosión de valores. La gente amiga fue espaciando sus visitas y al final, solo unos cuantos

parientes íntimos, que Jamás le fallaron, velaron por él.

En 1946 murió su hermano Carlos Francisco con quien había sido siempre muy apegado. El 49 su madre bajó al sepulcro y

quizá por esa causa le sobrevino una fuerte depresión y el otrora gentil enfermo se fue transformando en una sombra

callada, mas bien, un espectro gris y cabizbajo aunque por las tardes solía aparecer en el jardín para conversar con las

flores que quizá si le entendían.

Una madrugada, a eso de las tres aproximadamente, la enfermera de la sala escuchó un prolongado suspiro y al acercarse

a su cama le encontró muerto, pero aún tibio, señal de que acababa de fallecer y posiblemente a consecuencia de un

infarto masivo. Contaba solamente con sesenta años de edad, pero su aspecto era el de un ancianito curvado de espaldas

y con la cabellera blanca.

Días atrás había sufrido un fuerte resfriado pero nada anunciaba su próximo fin tras una reclusión de treinta y un años de

insania.

Los diarios dieron cuenta del suceso, el cadáver fue conducido al cementerio por sus sobrinos y aunque sus obras son

difíciles de conseguir pues se han convertido en rarezas bibliográficas, queda su fama y su recuerdo pero cada día más

difuminados.

En sus buenos tiempos había anunciado varios libros que jamás llegó a publicar: 1) “El Libro inútil” con interrogaciones al

enigma dela vida y de la muerte digresiones filosóficas, inédito en su mayor parte y que según Pino de Ycaza rebela una

áspera y profunda melancolía, sobre cuyas estrofas, la duda y el dolor, la muerte y la desesperanza reposan en vuelos

angustiosos. 2) “Años de risa y juventud”, quizá el más importante de todos porque contiene prosa autobiográfica de la

generación literaria guayaquileña de 1913, y 3) ‘El Libro de los Aparecidos” en cuyas páginas, muy del siglo XX, surgían

redivivas las grandes figuras literarias de algunos maestros de la prosa artística y del verso puro, entre otros Poe,

Baudelaire, Huysmans, Verlaine, Lorrain, Wilde, Darío, Herrera y Reissig.