POLITICO. Los González son gente vieja en Ambato. De esos era el general Francisco González,
realista que derrotó dos veces a Sucre entre 1821 y 22. Su primo hermano llamado Nicolás
Augusto González casó con una pariente Navarrete y tuvo ocho hijos de apellidos González
Navarrete (4 varones y 4 mujeres)
El mayor de los varones llamó Pío, que obligado a ingresar al sacerdocio llegó a ser Cura de
Ambato y tuvo dos hijos que recogió y cuidó amorosamente. Francisco fue agricultor. José
María, escritor y pintor notable que hacia 1836 fue llamado por su paisano el Dr. Luis Fernando
Vivero para que viniera a pintar el interior de la catedral de Guayaquil, que quedó bellísima.
Después fue secretario de Rocafuerte y regresó a su tierra, donde casó y tuvo descendencia. El
último de esos hermanos fue Nicolás Augusto González Navarrete, nacido hacia 1820 en Ambato
y mandado a educar a Quito como pupilo del padre Betancur, donde se conoció con García
Moreno y graduó de Bachiller en Filosofía. En 1838, estaba nuevamente en Ambato, su padre
quiso dedicarlo a la Iglesia y ^ cuando regresaba monseñor Francisco X. de Garaycoa de
su consagración en Quito, le pidió que lo trajera a Guayaquil y tomara a cargo.
González era “de mediana estatura, ojos pardos, bigote y barba castaños claros, nariz larga y
recta”, a estos atributos se unía una inteligencia clara y un trato afable y cortés, por lo que
cayó en gracia del bondadosísimo Prelado, que lo recomendó a los profesores y le dio
habitación y mesa en su casa propia, donde vivió quince años al lado de sus sobrinas las
Viveros y Villamiles, que lo apodaron “Gonzalitos”.
En 1842 enfermó de fiebre amarilla y fue desahuciado por los médicos, pero sanó por los
cuidados de Josefa Vivero, jovencita de no más de 12 años que lo había idealizado, de suerte
que pudo acompañar al Obispo en sus visitas a las casas de los apestados. Poco después éste le
habló muy seriamente sobre su ordenación, pero “Gonzalitos” amaba a una hermosísima joven
llamada Dolores Flor y declaró que no tenía vocación. El inteligente Obispo convino en que
dejara la sotana y lo designó en 1844 Notario de la Curia, para que se ganara la vida, cargo
que desempeñó hasta 1859 con total Honorabilidad.
triunfó la de Robles. En 1859 fue designado Interventor de las Aduanas de Yaguachi, la única que
funcionaba por el bloqueo de Guayaquil y hasta allá se trasladó, alquilando una casita en el sitio
“El Palmar”, en las afueras de esa población. Entonces ayudó a numerosos parientes y amigos que
huían de los peruanos.
En 1860 varios agentes peruanos recogieron firmas solicitando la anexión, algunos guayaquileños
protestaron y entre ellos González Navarrete y Clemente Ballén, que fueron llamados a la Casa de
Gobierno y amenazados con fusilar.
Al subir García Moreno renunció a su empleo en la aduana, pero siguió en funciones por
recomendaciones de José Vivero, Ildefonso Coronel y Francisco E. Tamariz. En 1861 nació su hija
Mercedes y viajó a Ambato con los suyos, para que se reponga la parturienta. Allí vio por última
vez a su padre que pasaba de los 90 años y como era poeta dedicó unos hermosísimos versos a esa
ciudad. En 1862 estuvo de regreso y comenó a cartearse con el General José María Urbina que
permanecía en el exilio en Lima. Para la invasión de 1865 fue perseguido, se refugió en la nave
“Blanca” de nacionalidad española fondeada en la ría y en ella viajó a Lima disfrazado de
fogonero, con su cuñado Jorge Tola Dávalos, acusados de liberales revolucionarios. Poco después
se le unieron su mujer e hijos y con ellos compartió el destierro por cerca de diez años, hasta la
muerte en 1875 de Garcia Moreno.
González Navarrete fue siempre un cumplido caballero, bueno y tranquilo y muy democrático en
su trato con el pueblo llano. De él se cuenta que tenía de compadre a un ladrón conocido apodado
“CHACAYASA” que en el fondo era excelente sujeto aunque dado al vicio del licor y por eso robaba
chucherías, para seguir bebiendo.