GONZALEZ DEL REAL EDMUNDO

PINTOR. Nació en Tucumán en el norte de la República Argentina, el 10 de agosto de 1910. Hijo

único de Ángel González del Real, Ingeniero Civil natural de La Habana, que construyó puentes en

Colombia primero y luego en la Argentina, donde contrajo matrimonio con Benigna Lobo, oriunda

de Catamarca.

Su padre era muy severo y no aceptaba disculpas ni demoras pues todo lo quería rápido y bien. Si se retrasaba en llegar de

la escuela no le permitía salir a divertirse el fin de semana y así por el estilo, de suerte que fue tornándose un rebelde.

Tímido y nervioso, de catorce años le regalaron una caja de pinturas porque sacó buenas notas, se encerró en su cuarto,

arrancó el marco de madera de una ventana y lo utilizó

como bastidor, comenzando su carrera de pintor que no abandonaría jamás.

Su padre quería hacerlo arquitecto y su madre le consentía y preparaba dulces pues tenían una

buena situación económica, vivían en casa propia y hasta cierto punto elegante en 1927 falleció su

progenitor a consecuencia de un sincope cardíaco.

El joven Edmundo tenía diecisiete años, se sintió liberado y entró a la Academia de Bellas Artes de

Tucumán, donde solo permaneció un año porque no le agradaron las explicaciones ni el método

que utilizaban sus profesores. De allí en adelante sería un autodidacta y como su mayor anhelo era

viajar, reunió sus producciones y las vendió entre los amigos de sus padres, que lo ayudaron

comprándole todo.

El 29 se instaló en Buenos Aires dedicado a la bohemia y al licor, sobreviviendo de la venta de

paisajes de Catamarca, donde solía pasar sus vacaciones de verano. Era un joven alto, delgado,

canela, extrovertido, gracioso, conversador, que hacía amigos por donde pasaba. Lector

incansable, asistía a la radio El Mundo donde conoció a varios jóvenes comunistas y terminó por

afiliarse a u credo izquierdista. Con los pintores Antonio Berni, Juan Carlos Castañino y N.

Spillinberg compartía un taller

El 31 expuso en la Galería Muller de Buenos Aires y ganó un Premio para estudiar en Europa pero

su madre le escribió diciendo que estaba muy enferma. Obligado a volver a Tucumán encontró que

no era tan cierta la cosa y se sintió frustrado. Fue una época conflictiva, se desafilió del partido

Comunista argentino porque quisieron imponerle varias directrices artísticas y hasta ciertos

dogmatismos.

En Tucumán viajaba entre semanas para pintar paisajes semi tropicales de los ingenios azucareros,

avanzó a Catamarca, región muy pintoresca, bella y de clima templado // Paisajes de

Catamarca / con sus distintos colores verdes / un pueblito aquí, uno mas allá / un camino largo,

que baja y se pierde. //

En 1935 ganó el Primer premio del Salón de Pinturas y Esculturas de Tucumán. Ya era famoso, vivía

con su madre, tenía amigos, bebía largo pero nunca hasta caer. Creía que era feliz. I así pasó años

hasta que en 1943 decidió hacer obra valedera y creó la Escuela de Pintura Infantil para que

serie “Negritas” temática que le permitió adentrarse en el trópico lujurioso que había

avizorado en Cuba.

Como poseía un espíritu abierto a toda iniciativa, los artistas e intelectuales que se reunían en

el bar de la Casa de la Cultura y en los salones Rex y Costa del boulevard, empezaron a

agruparse en su torno. Viajado, con personalidad, era el mayor y hacía indiscutiblemente de

jefe. Primero fueron unos pocos solamente: Theo Constante, Luís Molinari, Diógenes

Fernández, Carlos Montero Ocampo, Hugo Salazar Tamariz, Alfredo Palacio, Luis Martínez

Moreno, a) Zalacaín, Humberto Moré, Fernando Cazón Vera, Alfredo Vera Arrata, luego se

sumaron Jorge Reyes Nieto, su cuñado Lorenzo Tous Febres Cordero, Thomy Thompson, Pablo

Marangoni, Arturo y Roberto Serrano Rolando, Hugo Galarza, Luís Chiriboga Parra, Francisco

Parra Gil, César Andrade Faini, Miguel Wagner Velasco, Jorge Weisson Egas. Finalmente

ingresaron los jóvenes Antonio del Campo Moreno, Walter Bellolio, Miguel Donoso Pareja, León

Ricaurte, Enrique Tábara, Carlos Béjar Portilla, Enrique Gil Calderón y entre las mujeres y

desde el principio: Hilda Thomas, Estela Álvarez, María Elena Rojas de Thompson, Nelly

Cereceda Sángster, Ana Moreno Franco, Leonor Vera Vera, Margarita Baum de Weisson,

Mercedes Tous de Reyes, su hermana Margarita Tous Febres Cordero, Julita Aguirre Reyna,

Esther Avilés Nugué que hacían – por turno – de anfitrionas, en sus casas.

De vez en cuando concurrían como invitados Miguel Roca Osorio, Luís Robles Plaza, Oswaldo

Guayasamín.

En las reuniones se hablaba de todo un poco y mucho de política y de arte, se

bebía con moderación vinos y cervezas y finalmente servían un plato de tallarines a la italiana.

Tan interesantes veladas se repetían semanalmente y duraron mucho tiempo.

El grupo pasó a ser conocido como “La Manga” porque González del Real decía que Manga en

el argot argentino significa reunión de amigos. La Manga comenzó con su llegada a Guayaquil

el 53 y terminó con su salida el 62, de suerte que puede decirse con toda justicia que existió

nueve años, tiempo en el cual pontificó en ella nuestro ilustre biografiado, aunque las mejores

y mayores actuaciones se sucedieron entre el 56 y el 61 inclusive.

En 1958 pinto el retrato de Martha Fernández de Robles esposa del Alcalde Luís Eduardo Robles Plaza, con quien hizo una

excelente amistad y una tarde, a principios de 1959, que éste empezó a quejarse de la mala situación económica

municipal debido a la soterrada oposición del gobierno central, que no enviaba a tiempo las partidas presupuestarias para

pago de obras, sueldos y salarios, Edmundo creyó conveniente aconsejarle la creación de un Salón Municipal de pintura,

que serviría para despertar el abatido ánimo de los guayaquileños y así surgió tan brillante iniciativa que aún continúa con

gran aliento; quizá por eso e indudablemente también por sus méritos personales, lo nombraron Profesor de la Escuela

Municipal de Bellas Artes, en reemplazo del recientemente fallecido pintor Rafael Martínez Serrano.

El llamado Salón de Julio fue desde un principio exitoso, a la convocatoria por la prensa se presentaron veinte pintores

con sus cuadros. Los premios establecidos alcanzaron un total de treinta y cinco mil sucres. Fuera de concurso se realizó

una exposición de las obras de Manuel Rendón Seminario, quien había retornado al país tras varios años de ausencia.

Oswaldo Guayasamín también presentó lo suyo. Ambas exposiciones se exhibieron con cuatro pinturas del fallecido artista

alemán Hans Michaelson, ya fallecido. Varios intelectuales como Ezequiel González Mas y Manuel de J. Real Murillo

dictaron conferencias. Durante la ceremonia inaugural Joseph Gorelik fue condecorado por la Municipalidad por su ayuda

económica para la construcción de los edificios de la biblioteca y museo. Los ganadores del concurso fueron Lloyd Wulf

norteamericano residente en Quito que obtuvo el Primer Premio. Gilberto Almeida el Segundo. Las Menciones de Honor se

distribuyeron entre Edmundo González del Real, Aníbal Villacís, Segundo Espinel Verdesoto, César Andradfe Faini y Jorge

Swett Palomeque. Guayasamín concedió un Premio Estímulo a Humberto Moré. Dirigió la Muestra Alfredo Palacios y actuó

como Secretaria Mercedes Tous de Reyes. El Presidente Ponce Enríquez y el Vicepresidente Francisco lllingworth Icaza

solemnizaron la inauguración.

Durante esos años Jorge Reyes Nieto actuó de mecenas y amigo de mayor confianza de Edmundo, pues cada vez que se

enfermaba del hígado o tenía complicaciones sentimentales a causa del distanciamiento de sus hijos, corría en su ayuda

inmediatamente.

En 1961 Edmundo construyó un catamaran y vivió con Hilda un año pintado en el estero Salado. Fruto de ello fue su

exposición “El Hombre y el Mar” que presentó en el Núcleo del Guayas, pero su arte se había estancado en un

abstraccionismo sin salida.

Entonces decidió viajar a Lima y allí le ocurrió un fenómeno muy curioso pues comenzó a trabajar nuevamente en

antigüedades, sintiéndose libre de las presiones de su esposa que había quedado en Quito. Con su amigo el comerciante

italiano N. Personini, propietario de una Casa de Antigüedades y Galería de Arte, restauró numerosos cuadros antiguos y

volvió a la normalidad, viviendo con Hilda en el Hotel Richmont. Allí pintó su serie de treinta grandes óleos impresionistas

sobre la nueva figuración, que llevó a Buenos Aires el 64, vendió en la Galería Velásquez con gran éxito y expuso sus

alegorías coloristas originadas en la felicidad que sentía. La Galería le auspició dos años y pasó a un chalet en la Isla Tigre, a una hora del centro de Buenos Aires. Leía, trabajaba escuchando música clásica y Jazz. Viajaba con Hilda por el país.

El 65 presentó su nueva serie “Los Mutantes” en la Biblioteca Alberdi de Tucumán con personajes históricos o de otras

épocas a los que rescató en sus telas. Un cristo de colores azules y negros sobre fondo magenta que he visto en poder de

su compañera es realmente magnífico. La serie duró dos o tres años y por ser semi figurativa puede decirse que constituyó

eí primer paso hacia nuevos planos de creación. Afines del 65 decidió trasladarse a las orillas del río Pilcomayo en el

noroeste argentino y cerca de la frontera con Bolivia, para enseñar a la comunidad indígena “Los Matacos” diversas

técnicas de rescate de su alfarería y artesanía.

Allí estuvo con Hilda casi un año viviendo en una camioneta y una ramada por el clima templado y cuando se despidieron

le hicieron fiesta y cantaron a capela pues ya era hermano de sangre.

A fines de ese año se presentó en el Museo de Bellas Artes de Tucumán.

El 67 realizó tres grandes murales al fresco para el edificio del Banco de la Nación en Tucumán y quedaron tan bien que el

Subdirector de la Biblioteca Universitaria UNT, lo llevó a pintar cuatro grandes murales para ese edificio y el Director de!

Instituto Cinematográfico le contrató dos murales igualmente de grandes proporciones, para ese otro edificio. El 67 fue un

año excelente pero como era generoso y acostumbraba regalar casi todo lo suyo no ahorró

Su desprendimiento por los bienes materiales era proverbial y no había amigo que se le acercara a solicitar ayuda que no

fuera auxiliado con plata y persona. Por eso todos lo querían y hasta le veneraban.

El 68 viajaron a Buenos Aires, hizo esculturas en bronce y madera y las presentó en la Galería Velásquez. El 69 regresó a

Quito llamado por su yerno Wilson Hallo Granda a trabajar en cuestiones de arte. El 70 pasó a Guayaquil y se presentó en

el Núcleo del Guayas y en el Centro Ecuatoriano Norteamericano.

El 71 se fue a Europa con Hilda en un barco bananero. El asunto tuvo ribetes anecdóticos, pues una tarde que estaban en

el salón del Chagra Ramos en la esquina del Boulevard y Boyacá tomando un café, se apareció un Capitán de un buque

Mercante holandés que acababa de arribar al puerto por dos o tres días, a fin de cargas banano y tan buenas migas

hicieron que Edmundo e Hilda decidieron embarcarse invitados por el Capitán, así de simple.

Primero llegaron a Trípoli, el barco recibió orden de pasar a España y luego a las islas Canarias, que le gustaron tanto que

se quedó allí y expuso en el instituto Hispanico de Santa Cruz de Tenerife. El paisaje, la gente y el entorno le sorprendió favorablemente.

Hilda adquirió algunas telas africanas y desde entonces vistió batones y usaba turbantes de colores pues a Edmundo

también le encantaron por su exotismo y así se lo hizo saber. Al mes siguiente viajaron a Austria y el 72 presentó una

muestra en la Galería Doblin. Hilda consiguió trabajo como modelo con muy buen sueldo y él realizó un mural para un

Colegio Politécnico (Gymnasium) mientras vivían en retiro idílico en un bungaló de los bosques de Viena.

El 74 conocieron en Venecia al pintor belga Bert Kruise que los llevó a su casa en Gante, ciudad antigua, universitaria y

hermosa, donde Edmundo expuso en la Galería Kaleidoscopio, recorriendo ese país varios meses. Regresó a las Canarias y

organizó otra Muestra en Santa Cruz. El 75 vivieron en Venecia junto al puente Rialto, presentándose en la Galería

Espacio. Su pintura había cambiado, era colorista y cubista.

El 76, por medio de su amigo el Embajador argentino Abel Parentini Posse, pasaron al Instituto ítalo – Latinoamericano y

presentó una Muestra en la Casa Argentina de Roma y a través de nuevos contactos se presentó en la Galería La Faretra de

Ferrara, en la Espacio de Folgaría y regresó al Ecuador, pero ya estaba separado de Hilda que se quedó en Europa cedida

gentilmente a un pintor holandés muy amigo, que se encantó con ella, pues realmente era muy hermosa y tan exótica en

sus vestuarios que cuando caminaba en las calles todos se la quedaban admirando.

En nuestro puerto comenzó otra vez a beber, expuso en el Centro Ecuatoriano Norteamericano y en el Tennis Club, alquiló

una casa en la ensenada de Chipipe (Salinas) donde se instaló a pintar. A fines del 79 retornó Hilda de Europa y volvieron a

unirse como si nada, pasaron a una casa esquinera en Hurtado y Lizardo García, donde ella instaló un almacén de

antigüedades y artesanías y desde el 82 el restaurant “La Tertulia de Hilda”, sitio acogedor donde preparaba platos típicos

ecuatorianos y otros de la cocina internacional, mientras Edmundo vivía en Montañita al pie del mar, pero se veían cada

cierto tiempo, es decir, cuando a Edmundo se le ocurría volver a la civilización en Guayaquil, pues Montañita era por

entonces un sitio paradisíaco pero casi desierto.

El 83 el Núcleo de la CCE. le honró con un Salón Especial en la Exposición de Octubre. A fines de año dejó de fumar, viajó

a la Argentina, le fue mal, engordó, se enfermó y decidió volver definitivamente al Ecuador.

El 84 fue llamado por su hija a Limoncocha como profesor coordinador de las artesanías del lugar, el gobierno le pagó los

dos primeros meses pero se quedó un año cumpliendo ad-honorem sus tareas.

El 85 expuso para el Servicio Cultural de Francia una serie abstracta sobre el oriente ecuatoriano titulada “La selva”. Las

veinticinco telas causaron senssción pero tuvieron poca salida. El Catálogo fue confeccionado por el Banco Central.

Zalacaín opinó que era una pintura sobria, meditada, escrupulosamente elaborada, donde la selva se muestra controlada y

ordenada por la mano del pintor. Pero detrás de ella se nota lo estático y desolado a base de cierta severidad

rigurosamente modelada. En síntesis, cuadros sólidos, condensados, sorprendentemente macizos y al mismo tiempo

reveladores de la fina sensibilidad de su autor, de su pathos. Yo tuve la oportunidad de contemplar algunos en la casa de

Hilda, una tarde que ella gentilmente me invitó a verlos, una selva vertical en grandes dimensiones, colores verde y café,

me sobrecogió, al punto que a pesar de los años transcurridos aún me parece estarla viendo.

De allí en adelante vivió en varias partes. En el pequeño balneario de Ayangue estuvo dos años pintando la segunda parte

de su serie “La Selva” y unas nuevas muestras de su talento que denominó “El Mar”. Un enorme cuadro sobre tela de esa

época, enseña la profundidad del mar a través de figuras, tonalidades y colores perfectamente distribuidos.

El 87 volvió enfermo a la casa de Hilda. Tenía setenta y siete años y sufría de continuos mareos por su presión alta, una

vieja tos de fumador no le dejaba y se agravaba la situación por el molestoso enfisema, pero lo que más le perturbaba era

la falta de sus amigos.

Sus hijos le visitaban esporádicamente porque vivían en Quito. Pintaba en casa de Hilda con las ventanas abiertas y cada

cierto tiempo debía visitar la clínica Guayaquil para que le recete el Dr. Alfredo Palacio González, su medico cardiólogo.

En Julio del 89 estuvo muy mal, una tarde salió a medicarse porque amaba la vida y quería vivir. Su fortaleza era

envidiable, sufrió una caída, tuvo hemorragias y pérdidas del conocimiento hasta que sumamente debilitado murió a las

seis de la tarde del martes 4 de septiembre de 1990, de ochenta años de edad. Su velatorio se llevó a cabo con familiares

íntimos y pocos amigos, llevado a Montañita fue enterrado por allá, según sus deseos.

Bohemio, carismático, generoso, jefe del mundillo artístico e intelectual guayaquileño por muchos años, se le recuerda

con afectuosa nostalgia. En nuestra ciudad fundó La Manga y el Salón de Julio. Fue un gran dibujante, serio y exigente

porque nunca comerció con su arte ni realizó concesiones, siempre fue considerado un ser raro, puro, fraternal, que jamás

amó el dinero ni le interesaba vender. Fue pintor, sabía dibujar y realizó murales pero sobretodo vivió, vivió mucho pero a

su manera. El era así…