POETA. Fue la poetisa mayor del segundo romanticismo ecuatoriano, surgió al rescoldo de la primera generación de los
años 1840 al 70 y sus composiciones fueron serias y sentimentales, llenas de un goce interior y misterioso por el hogar, su hija y la memoria de sus seres más íntimos, que guardaba
en lo profundo de su corazón.
Había nacido en Guayaquil el 12 de octubre de 1860 en el hogar de Nicolás Augusto González
Navarrete, natural de Ambato cuya biografía puede verse en este Diccionario y de Guadalupe
Tola y Dávalos, guayaquileña.
Su padre, agente secreto de Rocafuerte en Guayaquil hacia 1844, se dedicó al comercio y
contrajo matrimonio. “Cuando ocurrió el degüelle de Jambelí en 1865, era amigo del General
Urbina y en unión del abogado argentino Dr. Santiago Viola, le escribía al campamento… la
niña Mercedes oyó los disparos cuando fusilaron a Viola, vio lágrimas en todo el vecindario,
presenció la angustia de su madre a causa del gran riesgo de su padre, quien se refugió en la
fragata de guerra española Blanca y fugó al destierro, a poco siguióle la familia y en Lima
permanecieron diez años. Este acontecimiento determinó, en cierto modo, el carácter
profundamente melancólico que había de revestir su numen”. /Fue mi primer dolor dejar mi
suelo, / mi estrella se nubló desde esa hora/ y no hubo para mi juegos ni risas,/ brillante sol ni
sonrosada aurora.//
De su padre heredó el gusto por las letras que compartió desde los primeros años con su único
hermano el también poeta Nicolás Augusto González Tola y sólo en 1875, al ocurrir el asesinato
de García Moreno, pudieron regresar a Guayaquil, habitando en la casa de su abuela materna
en la esquina del Malecón y Víctor Manuel Rendón. Meses después quedó huérfana y casó con su pariente lejano Aurelio Moscoso, con quien se trasladó a vivir a Ambato.
En breve tuvieron un hijo que falleció de meses y una niña, María, “la alegría de su corazón, el
encanto de aquel hogar y la fuente purísima e inexhausta de inspiración en que abrevó su alma
de artista soñadora y delicada y de madre virtuosa, amorosa y tiernamente abnegada.
En 1890 de regreso a Quito editó el folleto “Reminiscencias” y el país comprendió que había
surgido la heredera del grandioso lirismo de Dolores Veintemilla de Galindo, “modestamente
contenido dentro de una subjetividad recatada, melancolía discreta, intimismo sano”.
nimbado de confidenciales tristezas y angustias y de recuerdos de ternezas para sus seres
queridos”, enriquecido con afectuosa introducción de su hermano Nicolás Augusto en 6 páginas
titulada “Leyendo tus versos”.
El 18 de septiembre publicó “El Grito del Pueblo” su poema “Gloria al Obrero”, en homenaje al
pueblo chileno que celebraba el Centenario de su Independencia.
En 1911 reincidió con “Hojas de Otoño”, en 193 págs. con poesías, cantos y poemas y falleció poco
después, el 23 de septiembre, en Quito, dejando sus “Memorias” en prosa que aún permanecen
inéditas y un vacío en las letras femeninas de la patria. En Guayaquil se conformó en Comité que
costeó la erección de su mausoleo en el cementerio general.
De regular estatura y más bien blanca, pelo que el tiempo de negro hizo cano llenando su cabeza
de hilos de plata como ella solía decir, fue madre, esposa y abuela con un romanticismo añorante
y doloroso, sutilmente humano, que nada tenía que envidiar al del autor de las “Rimas”. Su vida
fue un gran dolor dignificado por el arte y la poesía y su obra se caracterizó por reflejar las
limitaciones de la sociedad de su época; sólo cantó al hogar, los mitos y las intimidades familiares.
Fragmento. //Es el llanto mi armonía;// cual vierte perlas la aurora/ Mi alma, cuando canta,
llora, / Yo soy toda sentimiento,/ y lloro si gime el viento,/ si una nube se evapora.//.