GONZALEZ DE LA ROSA MANUEL

HISTORIADOR. Nació en Lima el 5 de junio de 1841 y fueron sus padres Manuel González y

Carmen de la Rosa, miembro del estado llano. Le bautizaron con los nombres de Manuel

Trinidad.

Muy joven comenzó a estudiar en el Seminario de Santo Toribio y el 60 recibió las Ordenes

Menores. Sus profesores quisieron que complete la formación religiosa pues vislumbraban en él

un claro talento, lo enviaron a Italia y estudió teología en la Universidad de Roma pero los

tiempos no eran propicios pues dicha capital fue sitiada, de manera que graduado de Doctor al

apuro en 1 861 , volvió a Lima y fue ordenado. El 65 colaboró en el periódico “El Bien Público”

que dirigía monseñor José Antonio Roca y Boloña y era propiedad de Manuel Tobar. El 66 fue

Regente de Estudios en el Seminario, dictó una cátedra en la Universidad de San Marcos y al

poco tiempo le designaron Inspector de Instrucción Pública, realizando numerosas

exploraciones científicas y arqueológicas en diferentes departamentos del Perú que le fueron

muy útiles para ampliar sus conocimientos sobre la época precolombina.

Para entonces había iniciado su labor como anticuario editando viejos infolios y reeditando

impresos que por su rareza así lo ameritaba. En 1869 reimprimió la vida de la guayaquileña

Antonia Lucía Maldonado Verdugo y Gaitán, conocida en religión como Antonia Lucía del

Espíritu Santo, fundadora del monasterio de las Nazarenas en Lima, escrita por su íntima

amiga y sucesora en dicho convento, la monja Josefa de la Providencia e impresa en 1793 en

Lima y de la que solo se conocían unos cuantos ejemplares.

Durante el Gobierno de Manuel Pardo (1872 al 76) realizó estudios de educación en Europa, conoció las modernas técnicas

de pedagogía y se aficionó por la Historia antigua del Perú, que examinó en detalle y con recto criterio hasta formarse una

sólida cultura andina, especialmentefundamentada en las obras de los Cronistas de Indias.

En la Biblioteca del Monasterio del Escorial identificó varios manuscritos de enorme interés y copió “El Señorío de los

Incas” de Pedro Cieza de León, segunda parte de su Historia General, que mandó a imprimir en 1872 en Londres, pero

como no le alcanzaron los medios para esa edición, que finalmente se truncó y no llegó a circular, sacó copias y una de

ellas fue a dar a la Biblioteca General de Madrid. Igualmente encontró la llamada Relación de Diego Ti tu Cusi Yupanqui (1)

que era Apurimac, es decir, heredero, vivía con algunos partidarios en una especie de corte situada en el poblado de

Vilcabamba y se dedicaba a asaltar a los españoles que iban por la ruta del Cusco a Lima.

El Virrey García de Castro, deseoso de remediar tal situación, designó al Licenciado Matienzo, Oidor de la Audiencia de

Charcas, para que se entreviste con Titu Cusi Yupanqui en el puente de Chuquichaga. Este se presentó con su apoderado

en el Cusco Juan de Betanzos y se mostró habilísimo diplomático, derramando abundantes lágrimas y pidiendo hacerse

cristiano, por lo cual se selló la paz, fue cristianizado bajo el nombre de Diego de Castro y se le reconocieron ciertas

prebendas. Entonces comenzó a dictar a un misionero español una Instrucción dirigida al Gobernador

Lope de Castro, para que dijera al Rey de España “sobre quien soy y la necesidad que en estos momentos padezco”.

Dicha Relación cuenta los hechos incásicos con alguna gracia literaria y sin perder el tono y la altura dignas de un monarca

en desgracia, pero al poco tiempo de haberla terminado murió Titu Cusi Yupanqui a causa de una violenta enfermedad que

contrajo visitando la tumba de su padre y como su deceso coincidió con la llegada a la región de un catequista, los indios

creyeron equivocadamente que se trataba de un conjuro y martirizaron al sacerdote hasta ocasionarle la muerte. Le

sucedió su hermano Túpac Amaru contra quien el Virrey Toledo organizó una expedición que acabó con su vida y su

reinado, pero no con su descendencia que siguió gobernando en varios cacicazgos y reclamando para si el título de

parientes mayores de los Incas en el Perú.

El 76 regresó González de la Rosa al Perú, fue designado Subdirector de la Biblioteca Nacional de Lima, colaboró con el

insigne Director Francisco de Paula Vigil y desentrañó documentación inédita y válida para sus futuros trabajos. Entre lo

encontrado en España y difundido en América está la Suma y Narración de los Incas de Juan de Betanzos (2) y Los Ritos y

Fábulas de los Incas del cuzqueño Cristóbal de Molina (3)

En 1879 comenzó a colaborar en la “Revista Peruana” de Mariano Felipe Paz Soldán (4) y casi enseguida editó con

Sebastián Lorente (5) algunas memorias de los Virreyes.

Durante la ocupación chilena de Lima en 1881 editó el periódico “El Orden” órgano oficial del presidente interino

Francisco García Calderón. El 82 y para no caer en manos de los invasores que iniciaron una tenaz persecución en su

contra, emigró a Europa.

De paso por Guayaquil pudo observar en la puerta de una tienda de comercio dos hermosísimos ejemplares de las sillas de

piedra de Manabí que servían de altares en la cultura manteña, y estaban a la venta por un centenar de francos sin que

nadie se interesara por ellas. Un personaje le aseguró haber visto en l862 doce sillas en círculo sobre el cerro de Hojas, es

decir, un verdadero templo adoratorio, perdido por el descuido y la ignorancia de las autoridades de entonces.

En Paris se ganó la vida ejerciendo cátedras libres y cátedras privadas, así como también con escritos y colaboraciones,

pero casi siempre en situación de apremio económico, teniendo en algunas ocasiones que vender sus apuntaciones

históricas, lo que se ha considerado una grave pérdida para el conocimiento de la historia de Sudamérica.

Su vida se deslizaba en viajes y en largos períodos de meditación en Francia, por eso se han dicho que

fueron años de continuo estudiar y terminó por secularizarse, pues jamás había sentido una verdadera vocación religiosa;

mas, bien estaba ansioso de cultura y sufría inextinguible curiosidad por el pasado americano que vislumbraba noble,

clásico y feliz.

Fue el primero en su tiempo en creer que el mundo precolombino – es decir

– la sociedad andina sudamericana

– encontrada en el siglo XVI por los conquistadores españoles, tenía varios milenios de antigüedad. En este tipo de

anticipaciones geniales fue pródigo a través de su vida, que lamentablemente fue la de un viajero incansable, siempre

alejado de su Patria, a la que se unía por lecturas y estudios solamente.

En 1882 publicó la “Historia de la Fundación de Lima” del padre Cobo. En 1889 dio a la luz el manuscrito titulado “El arte

de la lengua Yunga” de Fernando de la Carrera y en “La Historia del antiguo Perú” del jesuita Annelo de Oliva halló la

existencia de numerosos mitos y leyendas pre incásicas tomadas del canónigo Racionero de la Catedral de Cochabamba Dr.

Bartolomé Cervantes, que a su vez los había escuchado de Catarí, uno de los últimos lectores de quipus (quipu camayoc)

de la zona.

Como publicista tuvo un papel protagónico en Francia, alcanzó a editar los primeros capítulos de la Crónica incompleta

del padre Murúa y con motivo del IV Centenario del descubrimiento de América en 1892 realizó varios estudios sobre la

cuna de Cristóbal Colón y las circunstancias en que se produjo su viaje. Ya era un connotado miembro del Instituto

Histórico del Perú y gozaba de toda la confianza de los más destacados americanistas de Madrid y París.

En 1907 editó “El Padre Valera, primer historiador peruano”, tratando de probar que dicho historiador jesuita, a pesar de

su condición de Cronista casi anónimo, era el fundador de

la historiografía sudamericana.

El 8 insistió en el tema con “Los Comentarios Reales son la réplica de Valera a Sarmiento de Gamboa” y como arqueólogo

dio en el Jornal de la Sociedad de Americanistas un trabajo relacionado con el Ecuador bajo el título de “Les Caras

del’Equateur et les premier resultats de 1’ expedittion G. Heye sous la directtion de M. Saville” dando cuenta de la edición del primer tomo de la obra de Marshall H. Saville (6)

En 1909 volvió a sus estudios de la antigüedad andina con “’ Ensayos de Cronología Incásica”, el 10 trató sobre “Ledeux

Tiahuanaco, leurs problémes et leur solution” en la Revista Histórica de Lima. Ese año se resintió gravemente su salud

pues aparte de que había ido perdiendo paulatinamente la vista hasta quedar casi ciego, le sobrevino un ataque cerebral a

consecuencia del cual resultó parapléjico del lado derecho, todo esto mientras habitaba en su domicilio en París, mas

logró reponerse con tesón y disciplina, ejercitando el brazo y la pierna continuamente, hasta que pudo recuperar buena

parte del movimiento perdido.

Desilusionado y enfermo decidió volver a Lima tras veinte y ocho años de ausencia y dedicó sus últimos tiempos a

conversar, a formar discípulos con sus puntos de vista heterodoxos y a poner en orden sus apuntamientos.

A principios de 1912 sacó “El carácter legendario de Manco Cápac”, trabajo que llegó a colmar la paciencia de sus colegas

peruanos, pocos acostumbrados a que se pusiera en tela de duda las afirmaciones de Garcilaso de la Vega acerca del Inca

y le salió a paso el joven investigador José de la Riva Agüero y Osma, trabando una dura y ardua polémica que asombró a

la conciencia nacional del Perú y trascendió a los medios cultos del mundo, especialmente el sudamericano.

Sus acusaciones contra el Inca Garcilaso, por haber usado los manuscritos de Valera para componer su obra mayor, en

parte es perfectamente válida, aunque no por ello hay que considerar a dichos Comentarios como enteramente de Valera,

quien fue un Cronista serio pero desafortunado porque su obra casi ha desaparecido. Tampoco es dable creer todo cuanto

ha afirmado Garcilaso sobre la bondad del gobierno paternal de los Incas, pues se sabe que fueron conquistadores sádicos

que desarraigaban a los pueblos vencidos y los trasladaban de un confín a otro del imperio andino a fin de debilitar

cualquier foco de insurrección. De todas maneras queda como legado imperecedero de Garcilaso su sabor eglógico y los

suaves colores poéticos conque ambientó las fiestas y costumbres del Incario, acariciados desde lejos con intenso amor

patriótico por su calidad de casi exilado.

I mientras se encontraba polemizando, se produjo su deceso en dicha capital el 5 de junio de 1912, a los setenta y un años

de edad. Se le calificó entonces de erudito investigador a través de la corriente historiográfica positivista de su siglo, por

haber dado preeminencia a toda novedad científica, uniendo las Crónicas históricas con los descubrimientos

arqueológicos, nueva manera de mirar el problema precolombino y colonial.

Su mayor aporte radicó en su insistencia en la serie de reyes andinos anteriores a Manco Cápac – más de un centenar – que

trae la Crónica del Licenciado Fernando de Montesinos, que para su tiempo resultaba fabulosa por falta de conocimientos

arqueológicos pero que hoy parece natural, justificándose plenamente en una cultura barroca con formas de escritura

como los quipus y una antigüedad de por lo menos cinco mil años.

(1) Diego Titu Cusi Yupanqui (1529-1.570) Hijo de Manco Cápac II y heredero por lo tanto del trono del Tahuantinsuyo, vivió en exilado y escondido tuvo

partidarios que incursionaban en el valle de Tambo asaltando a los viajeros españoles.

(2) Juan de Betanzos nació en Galicia en 1510 y falleció en el Cusco en 1576. Vino al Perú entre los primeros conquistadores y peleó como soldado de

Hernando Pizarro. Más tarde casó con una de las hijas de Atahualpa llamada Añas Ñustas, manceba de Francisco Pizarro, de quien tuvo una hija con el nombre

de doña Angelina. Betanzos aprendió el idioma quechua y por orden del Virrey Antonio de Mendoza escribió en 1551 una “Suma y Narración de los Incas que los

indios llamaron Capaccuna, que fueron señores de la ciudad del Cusco y de todo lo que a ella sujetó”, que se descubrió en la biblioteca de El Escorial en copia

solamente, pues su original se quemó en poder del Licenciado Castro. La copia fue publicada en 1879 en Madrid por el americanista Marcos Jiménez de la

Espada. Parece que la obra completa se componía de dos partes, pues la que se conoce comienza con la leyenda del origen de los Incas y termina con el reinado

de Pachacútec. Contiene numerosas leyendas contadas con aire solemne y al mismo tiempo pueril, tal como las había escuchado de los indios en el Cusco. Por

su conocimiento del quechua el Virrey Marqués de Cañete le designó negociador de las conversaciones para obtener la salida de los Andes del Inca Titu Cusi

Yupanqui. Se sabe que Betanzos era de jovial carácter, modesto, sincero y vivía con lucimiento en uno de los mejores barrios del Cusco pues su esposa era

dueña de vastas tierras. Su obra es más bien un Cantar de relatos heroicos en prosa transmitidos oralmente, más que una Crónica histórica propiamente dicha.

(3) Cristóbal Molina, a) El Cusqueño. Nació en Baeza, España, en 1529 y murió en 1585. Presbítero en 1550, luego Sacerdote e incansable misionero por el

altiplano peruano boliviano, Cura del hospital de naturales del Cusco en 1565 y Visitador eclesiástico pues como sabía quechua, predicaba en dicho idioma.

Estuvo en la captura y suplicio del Inca Túpac Amaru. En 1568 fue designado Visitador de las villas y territorios del Cusco por el Virrey Mendoza. Se le conocen

tres obras tituladas “Fábulas y ritos de los Incas” única que se ha salvado y “La Historia de los Incas” y la “Relación de Huáscar y Adoratorios en el Cusco”. Su

convivencia con los naturales confirió a sus relatos un sabor indigenista, pues tuvo un particular interés en relatar todo lo fabuloso, especialmente los mitos

sobre los orígenes de los pueblos, las fiestas rituales, sus oraciones, etc. Es una obra de vital importancia para comprender el pensamiento religioso andino al

tiempo de la conquista española.

(4) Mariano Felipe Paz – Soldán y Ureta.- Nació de Arequipa en 1821, murió en Lima de 1886. Historiador eruditísimo que se educó en el Seminario de San

Felipe con su hermano José Gregorio quien también figuró en las letras. Fue Ministro de Relaciones Exteriores y presidente de la Comisión de demarcación

territorial del Perú, pero puso mayor empeño en formar una biblioteca peruana, para la cual consultó manuscritos, folletos, periódicos y libros que tuvo a su

alcance y empezó a sacar en la “Revista Peruana” que fundó en 1879 y solo duró un año debido a la crisis militar de la ocupación de Lima por las tropas

chilenas, las cuatro primeras secciones que llegan hasta la letra I, quedando las diez y seis restantes inéditas a su muerte. También fueron obras suyas una

“Historia del Perú independiente de 1821 al 39” y una “Narración heroica de la guerra de Chile contra Perú y Bolivia”.

(5) Sebastián Lorente. Nació en Murcia, España, en 1803 y falleció en Lima en 1884. Bachiller en Teología en su ciudad natal. Doctor en Medicina en la

Universidad de Valencia, dictó la cátedra de Filosofía en el Real Colegio de San Isidro en Madrid y fue recomendado como profesor de los hijos de Marqués de

Santa Cruz. En 1842, de treinta y nueve años de edad, viajó al Perú invitado por Domingo Elias, para escapar de las persecuciones políticas que su liberalismo

le había acarreado del elemento absolutista imperante en su patria. Fue profesor y luego Director del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe en Lima donde

renovó el pensum. En la Escuela de Medicina también mantuvo varias cátedras y ejerció saludable influencia pues era un espíritu dinámico y progresista. En

1850 dirigió el colegio de Santa Isabel de Huancayo, redactó el primer Reglamento General de instrucción Pública, viajó por América y Europa y de regreso fue

incorporado a la facultad de Letras de la U. de San Marcos de Lima. En 1865 publicó “Pensamientos sobre el Perú” con observaciones sociológicas y varias

obrad históricas, estimulando la existencia del Curso de Literatura peruana. De estilo ameno, compendioso, crítico y sintético. En 1870 fue enviado a Europa a

publicar sus obras y allí hizo amistad con González de la Rosa. De regreso practicó la doctrina liberal, retomó sus cátedras y murió rodeado de discípulos que

veneraban su memoria.

(6) Marshall H. Saville. Arqueólogo de origen francés, dirigió una de las primeras expediciones a Sudamérica, cuyas conclusiones arrojaron luz sobre el

pasado precolombino de nuestro país, uniendo la historia con la arqueología, ciencia novísima por entonces, que a la postre ha servido para confirmar las

aseveraciones del padre Juan de Velasco expuestas en su Historia del Reino de Quito. Saville recorrió la costa ecuatoriana y especialmente la región de Manabí

entre 1906 y el 7, emprendiendo muchas excavaciones importantes, entre otras, en el famoso Cerro de Hojas al este de Manta, donde halló numerosas

esculturas de piedra, especialmente las llamadas Sillas, que hizo transportar al Museo del Indio Americano en New York, fundado por el notable mecenas

norteamericano George G. Heye. Saville describió prolijamente cada uno de sus ejemplares, señalando las dimensiones y características especiales. Estudió

también la distribución geográfica de los asientos destinados a los Caciques o jefes indígenas en diversas partes de América, comparativamente con los

asientos usados en su tiempo por los Cayapas en Esmeraldas, procurando establecer la evolución de las formas y la probable conexión entre ellas. También es

autor de “Archeological Researchs on the Coast of Esmeraldas, Ecuador” presentado para el Congreso Internacional de Americanistas celebrado en 1909 en

Viena, dos Reportes, el Preliminar y el Final, con numerosos dibujos y un Mapa, impresos en 1907 y en el 10 en New York, bajo el título de “Contribution to

South American ethonology, the antiquies of Manabí, Ecuador” estos trabajos fueron traducidos y arreglados por Leopoldo Robles y Wilfrido Loor y editados en

“El Horizonte” de Portoviejo ese mismo año de 1.910. Posteriormente siguió escribiendo sobre otros temas ecuatorianos tales como la decoración de los

dientes, antiguas pipas para fumar, una Carta desconocida de Pedro de Alvarado sobre su expedición al Ecuador en 1534 etc. Está considerado un sabio en

ecuatorianidades.