SACERDOTE EN CAMINO A LOS ALTARES. Nació en Guayaquil el 14 de Marzo de 1925 y fueron sus
padres legítimos Juan Gómez Rendón, ingeniero de caminos y Rector del Colegio Nacional Vicente
Rocafuerte, cuya biografía puede verse en este Diccionario, y Alais Izquierdo Borja, mujer de
exquisita sensibilidad, religiosa practicante, miembro de la Acción Católica, que supo modelar el
espíritu de sus hijos hacia el bien; ambos guayaquileños.
El último de cinco hermanos y el mimado de su madre, estudió la preparatoria en el Colegio
Salesiano Cristóbal Colón y la primaria en el San José de los Hermanos Cristianos. Vivía en la casa
familiar de malecón y Sucre y preparó la primera comunión con el Padre Benigno Chiriboga Vela.
El feliz día escucho con atención el sermón de Monseñor Félix B. Rousilhe y al regresar a su casa,
subido en una silla lo repitió con mucha gracia y de memoria a sus parientes, hazaña que causó la
consiguiente hilaridad y sorpresa. Era un niño inteligente y soñador que deseaba emprender
viajes, en las mañanas solía leer los periódicos
a su padre mientras este se afeitaba y por las tardes se asomaba a ver el majestuoso Chimborazo
en lontananza del río, aunque en las noches debía que recitar las lecciones a su padre, que como
profesor severo y victoriano no permitía yerros y que le enseñó inglés y francés hasta que el 36 fue
atacado de encefalitis y falleció enseguida.
La orfandad le tornó un joven serio y pensieroso, el 37 ingresó al Vicente Rocafuerte y al año
siguiente al internado del San Gabriel en Quito, donde el padre español Eduardo Vásquez Dodero,
S.J. le dijo en cierta ocasión una frase que resultaría profética “Tu tienes vocación sacerdotal”,
aunque los trajines propios de esos años como jugar al basket y otras distracciones le hacían
aparecer más bien mundano; pues con un grupo de amigos entre los cuales recuerda a Hernán
Correa Arroyo, María Arroyo, Fabiola Rosales, bailaba los domingos en el Hotel Metropolitano. I a
la par que sobresalía como buen alumno, el padre Francisco Miranda Rivadeneira S. J. formaba su
fe con sanos y valederos consejos.
Durante el sexto curso salió externado y vivió con su madre en la pensión Dapsilia de la Venezuela,
cercana
le habían llevado a la gerencia de la botica “El Droguista”, que funcionaba en los bajos de la
clínica Julián Coronel.
El 47 se presentó con otros compañeros al batallón Quinto Guayas para luchar por la
democracia y contra la dictadura del Coronel Carlos Mancheno Cajas. Fueron escuchados con
simpatía, pero como los grupos armados que iban a combatir y a matar – antes de darse de
balas – se abrazaron sorpresivamente en el puente de Socavón cerca de Ambato, ya no fue
necesario el alistamiento pues quedó demostrado una vez más que los militares ecuatorianos
son de buena índole, sencillos y pacíficos por excelencia.
Entre el 50 y el 52 trabajó en el estudio jurídico del Dr. Leonidas Ortega Moreira, abogado
famoso por su disciplina, orden, prudencia y ahorro, situado en Illingworth y Pichincha. Ese
último año fue designado Secretario privado del Canciller Teodoro Alvarado Garaycoa, su
profesor de Derecho Internacional y durante la gira que realizó a Chile, Argentina y Brasil, tuvo
a honra acompañarle.
El 52 concurrió al Congreso Nacional de la CEDOC en Quito. Los delegados fueron recibidos por
el Presidente Velasco Ibarra en su despacho. Ese fue su primer contacto político y la primera
de sus experiencias con los trabajadores del país. Motivado por ello intensificó su labor en las
fábricas y sindicatos con varios compañeros generacionales,
miembros de Acción revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana ARNE tales como Nicolás Valdano
Raffo, Santiago Castillo Barredo, Víctor Hugo Correa Bustamante, etc. El 53 falleció su madre a
consecuencia de un cáncer muy cruel y se acompañó desde entonces con su tía Rosita
Izquierdo Borja que era soltera.
Entre el 53 y el 54 fue becado por el Instituto de Cultura Hispánica para seguir un Curso de Derecho Laboral en el Instituto
León XIII con el afamado Profesor Pérez Botija de la U. de Madrid y cuando estaba en la residencia universitaria tenía que
pasar frente a una capillita para ir al comedor. “Entré un día a orar y sentí de pronto el inequívoco llamado del señor”,
después siguió los cursos de idioma y cultura francesa en la Alianza Francesa en París. A su regreso el 54 tuvo un periodo
de continuas fiestas cada fin de semana con Gustavo Vallarino Márquez de la Plata, Mercedes Marcos Pino, Antonio Aguirre
Avilés, Cesar D. Arcentales y se enamoró de Elsie
Monge Yoder, recién graduada en un Colegio norteamericano de las monjas de Mary Knoll. “Nos amábamos intensamente
pero en cierto momento ambos coincidimos en dedicar la vida al servicio de los demás como religiosos. Tanto en ella como en mi era una aspiración que había venido madurando”.
Su director espiritual en la JUC padre Roger Beauger le aconsejaba paciencia, pues la vocación es algo serio y el
sacerdocio requiere de una total entrega, finalmente le manifestó la conveniencia de que avisara a sus parientes ¿Pero
cuando hacerlo? la ocasión se presentó después de la ceremonia de grado doctoral y el brindis en su casa (1) al finalizar la
reunión estaban solamente sus hermanos y tías, y a ellos manifestó su decisión de entrar al Seminario. Sus buenas tías
Rosita y María Izquierdo le abrazaron llorando a mares pero después terminaron bromeando de la escena, mientras sus
hermanos que estaban mudos, hacían subir al padre Beauger que esperaba nerviosamente en los bajos, porque las
vocaciones sacerdotales son escasísimas en Guayaquil y generan reacciones negativas y hasta violentas pues aquí, en este
puerto comercial, nadie entre los jóvenes de clase media y alta tiene la paciencia ni el carácter necesarios para
entregarse al servicio al prójimo y dedicarse a realizar los labores de los Cura.
“En Octubre ingresé al Seminario Mayor de Quito. Mis parientes decían que les resultaba más comprensible si me hiciera
jesuíta.” El 55, por amistad con el Obispo rojo de Talca, así conocido por su lucha social, Manuel Larrain Errazuris, a quien
había tratado en la J.U.C. pasó al Seminario pontificio de Santiago de Chile para vocaciones maduras, que resultó un
centro de formación excepcional donde permaneció tres años hasta que volvió a Guayaquil a recibir el diaconado en el
estadio Capwell durante una celebración nacional eucarística. El paternal Arzobispo César Antonio Mosquera Corral le
pidió que viaje a Roma a concluir los estudios de Filosofía y en la capital italiana entro en contacto con la corriente de
renovación de la iglesia que estaba imponiendo Juan XXIII, cuyo pontificado recién se iniciaba.
El 24 de Octubre del 59, día de lafiesta de Cristo Rey, a los treinta y cuatro años de edad, fue ordenado en el Colegio Pío
Latinoamericano junto a otros compañeros. “Oficié mi primera misa teniendo como asistente al padre Pablo Muñoz Vega,
Rector de la Universidad Gregoriana, en donde culminaría mis estudios después de otros tres años, con una licenciatura en
Teología”.
Tenía una elegante figura, una apuesta y sorprendente personalidad y vistió la sotana siempre blanca, que abandonaría en
los años setenta por una camisa y un pantalón modestos para igualarse a los más pobres.
Regresó a Guayaquil el 62 cuando recién se acababa de instalar el Concilio Vaticano II y tomó contacto con una realidad
lacerante de pobreza extrema, casi miseria, en que vivían las clases marginales. El impacto fue beneficioso para la
formación de una conciencia social acorde con los tiempos cambiantes que le tocaría vivir. Mientras tanto ponía en marcha
el Movimiento Familiar Cristiano, tomó un curso de Comunicación en la CIESPAL, dictó clases en el Colegio San José de los
Hermanos Cristianos y escribió artículos sobre la modernidad religiosa para “El Universo”, “El Telégrafo” y la revísta
“Vistazo”. Su columna en el primero de dichos medios de comunicación se mantuvo inalterable bajo el título de “Vida y
Palabra”, siendo una de las preferidas del público lector, aunque – según pensaba – decía cosas que no siempre caían bien
a todos. También hablaba una vez por semana en Radio Atalaya y en Radio Cristal.
Durante el Curso de la CIESPAL aprovechó para llevar a cabo una encuesta entre los demás becarios, periodistas de
América Latina, sobre lo que opinaban de la iglesia Católica y cuando publicó inocentemente los resultados en “Vistazo”,
se ganó la inmediata réplica del padre Jorge Chacón, S. J. que llegó a acusarle de Judas, porque a su juicio, estaba
traicionando a la iglesia. Así fue como empezó a ganarse la fama de rojo, que a pesar de los años transcurridos, de la
santidad de vida y de su total entrega hacia los débiles y desposeídos, subsistió en mentalidades retrógradas del país que
no pueden olvidar sus hermosas campañas en favor de los debiles y.
Como asesor de la J.U.C. reinició con el Padre Beaguer y con Jorge León Gálvez el programa radial y semanal de una hora
de duración “Antena Católica” que pasaban los sábados en Atalaya, también tenía “Charlemos”, que como su nombre lo
indica, recogía lo mejor de una conversación sabrosa y al mismo tiempo sabia y valedera, en las ondas de Radio Cristal.
El 63 asumió la cátedra de Antropología Teológica en la escuela de Trabajo Social de la U. Católica. Al retirarse de ella en
1995, tras un período de treinta y dos años de continuas motivaciones, fue declarado Profesor honorario.
El 65 había finalizado sus labores el Concilio y el Papa ordenó difundir las disposiciones; pues, con toda razón estimaba
que la iglesia se había separado del mundo. En cada país se integró una comisión y en Quito se inauguró el Instituto
Latinoamericano de Pastoral para concientizar a las masas sobre esta realidad
Junto a Muñoz Vega, Leonidas Proaño y Mario Ruiz formó una comisión. “Parte del clero y algunos obispos se resistían,
estremecidos por las nuevas ideas conciliares; nos cuestionaban creyendo que estábamos diciendo herejías y algunos
pensaban que íbamos a perder su fe; pues cuando se tocan los ritos, se está tocando la fe misma. Decir la Misa de frente a
los feligreses, celebrarla en castellano, introducir instrumentos como la guitarra en la iglesia, contravenían la idea de que
había un idioma sagrado, el latín, y que a la iglesia no podían entrar instrumentos profanos. De esa época fue el comienzo
de mi amistad con Monseñor Proaño, con quien estuve muy de cerca recibiendo su benéfica influencia”.
El 68 fue enviado a poner en marcha una parroquia en la llamada zona ferroviaria por haber sido desde 1922 el sitio de
partida del ferrocarril a la costa, que ya no existía. El sitio era agreste, triste, abandonado y casi solitario, medio
selvático. “Cuando llegué me encontré con las misioneras lauritas y un sacerdote que venía de cuando en cuando a
celebrar misa”, pero el asunto era aún peor, hasta se presentaba en extremo conflictivo porque la Junta de Beneficencia,
alegando poseer títulos de propiedad sobre los terrenos de la antigua hacienda Mapasingue, adquirida en su mitad inferior con el nombre de Hacienda Atarazana, se había propuesto desalojar de la sabana grande de
Guayaquil a los llamados cholos sampedrinos, cuyos antepasados habían arribado en 1785 desde Colonche tras siete años
de continua sequía en esa zona, y estaban asentados pacíficamente por orden del Gobernador de esos tiempos coloniales,
el Coronel Ramón García de León y Pizarro; por tal motivo, habiendo ocupado pacíficamente la sabana por casi dos siglos,
se resistían a ser cambiados a la Ciudadela ferroviaria, propiedad también de la Junta, aunque era una tierra olvidada y
por ende de mucho menor valor.
El Padre Gómez se hizo cargo del problema y con gran paciencia logró convencer a los cholos sampedrinos de las ventajas
que obtendrían con el cambio, pues según sus cálculos sería un buen negocio a futuro y todos saldrían ganando si la Junta
cedía algunos materiales para reemplazar las antiguas viviendas de caña con otras nuevas y así fue como se inició la
parroquia “Cristo Liberador” que hoy tiene cerca de setecientas familias de escasos recursos que viven en paz con Dios y
consigo mismo, ejemplo de cuanto se puede lograr a través de la estrecha relación de los pobladores con su párroco, a
quien empezaron queriendo y luego adoraban, porque desde los inicios el padre Gómez Izquierdo les rescató de ciertas
inocentes “perversiones” en que habían caído como sobar el santo y forrarlo de billetes para que obre milagros, a esto
llamaba él cristianizarlos con dignidad. Al mismo tiempo los fue agrupando espiritualmente con el apoyo de los miembros
de la escuela de Trabajo Social de la U. Católica en una Casa Comunal; también estableció la guardería, el comedor
popular, un asilo para ancianos llamado Jardín de los mayores, etc. este último a cargo de un grupo de laicos que
asesoraba. Incluso sacó un boletín semanal para mantener el sentido de comunidad.
Sus misas se hicieron famosas pues acostumbraba hablar al final, en muchos casos solemne, a veces jocoso, siempre
profundo e inesperado por la novedad de un Evangelio que con los sonidos de ayer se hacía palabra viva hoy.
El 28 de mayo del 71 se reunió en Alajuela, Costa Rica, con algunos líderes de las iglesias cristianas del continente. Junto
a Monseñor Helder Cámara estaba el pastor metodista Earl Smith, con Leonidas Proaño, Gerardo Valencia y Don Gragoso se
encontraron los apóstoles europeos de la no violencia activa, los esposos Jean e Hildegard Gross – Mayr.
El Padre Gómez se preguntaba si era posible aplicar la Nova en una América Latina donde se generalizaba la insurgencia
revolucionaria como única respuesta a la violencia estructural reinante ¿Si las enseñanzas del mahatma Gandhi y Martin
Luther King en primer término, y por supuesto de Jesús, podían ser una alternativa válida para este apremiante desafío?
Entonces nació el Servicio de Paz y Justicia SER PAZ que hoy funciona a través de once países de América Latina, al igual
que en el viejo continente grupos “abrahamicos” como dijera Helder Cámara, que predican y tratan de vivir en amor
radical hasta con el enemigo. Valores absolutos como los de la vida, la verdad, la justicia y la dignidad de la persona
humana. Hombres y mujeres de distintas denominaciones religiosas e inclusive no creyentes, que admiten sin embargo la
pauta de los principios evangélicos, exigen coherencia entre los medios y los fines en la lucha por el cambio de las
estructuras injustas y consideran insustituible la participación tanto del pueblo como de cada persona, como artífices del
proceso histórico, pues se sienten arquitectos no ladrillos.
A principios de Agosto del 76 monseñor Proaño le designó secretario del Encuentro pastoral que tendría lugar desde el día
nueve en la casa comunal de Santa Cruz cerca de Riobamba, al que concurrirían diecisiete obispos, incluyendo el
Arzobispo Zaspe de la Argentina, así como sacerdotes y laicos comprometidos con el trabajo de la iglesia; pero al caer la
tarde del día doce una fuerte dotación militar armada hasta los dientes apresó a los asistentes y en buses los llevaron a
Quito por disposición del Subsecretario de Gobierno, Dr. Javier Manrique Trujillo, quien les acusó por los medios de prensa
de ser peligrosísimos agitadores comunistas, casi unos terroristas. “Dificilmente olvidaré la noche pasada en el salón de
oficiales en donde fuimos alojados. La visita en la madrugada del Nuncio Apostólico, que luego de hablar con los Jefes de
gobierno nos dio a conocer que no estábamos detenidos si no invitados a un diálogo. La eucaristía celebrada con profunda
emoción, uniéndonos a todos los encarcelados sin culpa y en el momento de la paz dándosela a quienes nos había
detenido y nos vigilaban discretamente El anuncio de la orden de deportación inmediata de todos los extranjeros que
habían participado en el encuentro, orden que en último término fue suspendida.”
Entre los cincuenta y cinco detenidos se encontraban diez y siete Obispos provenientes de diversos países, uno de los
cuales era el guayaquileño Juan Arzube Jaramillo en ese entonces Obispo auxiliar de Los Angeles. Entre los laicos Adolfo
Pérez Esquivel que más tarde la dictadura militar argentina mantendría encarcelado un año, en el transcurso del cual fue
distinguido con el Premio Nóbel de la Paz.
Dentro del Ecuador y de parte de la Iglesia uno de los primeros en manifestar su protesta fue el clero de Latacunga
encabezado por su Obispo Mario Ruíz Navas. El comunicado terminaba con estas palabras: Si la ligereza fuera deporte, la
medida que denunciamos habría ganado la Medalla de Oro en las Olimpiadas. Digan lo que digan los que detentan el poder,
los presos verán agigantada su figura. I así ocurrió.”
El escándalo internacional no se hizo esperar y como los detenidos guardaban estricta prisión en el cuartel de San
Gregorio, se presentó el Embajador de Alemania Federal a fin de precautelar la seguridad de varios delegados de la iglesia
de ese país. El asunto solo sirvió de desprestigio y vergüenza a la dictadura militar de los Triunviros, absurda, intonsa y
corrupta, demostró una vez más que todo intento para cambiar la realidad de los pueblos de América Latina, aunque solo
se trate de una tranquila reunión de trabajo pastoral, despierta suspicacias, sospechas y hasta las iras de los detentadores
del poder económico, religioso y social, que inmediatamente lo tachan. Antes era con el sambenito del comunismo, ahora
es el terrorismo, con grave peligro para la integridad física de los ciudadanos, con más razón entonces porque el país vivía
un régimen de facto (3) aunque luego se han sucedido en la presidencia dos tiranuelos que aspiran a detentar el poder
total en desmedro de las libertades ciudadanas
“Conferencias episcopales, partidos políticos, centrales obreras, movimientos campesinos y estudiantiles rechazaron la
acción gubernamental. Monseñor Proaño fue invitado a toda clase de foros. Tuve la suerte de acompañarlo en todos estos.
Quienes lo escucharon sin prejuicios comprendieron que el Obispo de los pobres, los más pobres de todos, no era sino un cristiano, testigo fiel de lo que con su palabra y con su vida enseñó
Jesús.”
En 1977 dentro del libro “El Evangelio subversivo,” Salamanca, España, aparece un capítulo relacionado con la historia y
documentos del Encuentro de Riobamba.
El 27 de mayo de ese año participó con Proaño en la Conferencia continental sobre la no violencia celebrada en Majuela,
Costa Rica, cuyo secretario fue Adolfo Pérez Esquivel.
El 79 escribió el prólogo del opúsculo de monseñor Proaño titulado “Creo en el hombre y en la Comunidad”, le acompañó
al III Congreso del CELAM en Puebla y cuando fue pedido por Proaño para Obispo auxiliar de su diócesis, la Conferencia
episcopal ecuatoriana hizo oídos sordos y monseñor Bernardino Echeverría Ruiz se opuso terminantemente, más bien por
temor a las nuevas tendencias que por desafecto al padre Gómez, persona tan buena y bondadosa que solo tenía amigos
que le querían y respetaban en alto grado.
En los años 80 siguió trabajando en su parroquia, postergado por la Conferencia episcopal formada hasta por sacerdotes
españoles del Opus Dei Obispos en el Ecuador (4) aberración que no se daba desde la revolución liberal de 1895 cuando los
extranjeros Schumacher y Masiá, Obispos de Portoviejo y Loja respectivamente, abandonaron el país.
El 16 de noviembre de 1986 siguió muy de cerca el drama de la niña Omayra Sánchez, sepultada en medio del lodo en
Armero, debido a la erupción del volcán Nevado del Ruiz al sur de Colombia. La TV trasmitió el dramaen vivo, esperaba un
milagro, se indignaba al ver tanto sufrimiento ¿Dónde estaba Dios? Su silencio se hizo más profundo, más denso, más
doloroso. Le costaba hablar de Dios en esas circunstancias, predicar en las misas, llevar una palabra de consuelo.
Por entonces otro hecho también le impactó enormemente. Vio una imagen publicada en la revista Paris Match,
compuesta de una treintena de fotografías que demostraban nuestro lugar en el infinito. Por primera vez a través de una
computadora se lograba tener una imagen parcial del universo. La tierra era apenas un punto minúsculo ¿Qué decir de
cada uno de nosotros en esa esfera azul casi invisible? Polvo pensante y amante, capaces de lo mejor y de lo peos, que
muchas veces nos tomamos por el centro del universo y somos tan absolutamente insignificantes si no fuera por el amor
que todo lo trasciende, por eso colgó la imagen al lado de la Cruz en su pequeña oficina, que era su refugio para meditar y
orar este tipo de reacciones fortalmcian su Fe.
El 89 apoyó abiertamente la huelga de los empleados y obreros de la Cemento Nacional. A principios de los años 90 se
opuso a ciertas manifestaciones de pretendido misticismo como las de la vidente cuencana Pachi Talbot, que dizque
hablaba en español antiguo con la Virgen en el jardín del Cajas situado a tres mil metros de altura en la vía a Cuenca y tan
burdo diálogo solo transmitia unos mensajes baladíes que ni siquiera vale la pena mencionar. Después se descubrió que
tenía un trasmisor escondido entre los vestidos para engañar a los crédulos periodistas.
Pensaba en retirarse, para leer, escribir y preparar una síntesisde lo que se había hecho. Quería reflexionar y acercarse
más a Dios, a quien buscaba en el prójimo, especialmente en los pobres, que siempre fueron los consentidos de su
corazón. Vivía modestamente en una villita confortable de la Ciudadela Ferroviaria que llegué a conocer en mis visitas y
tal como lo anotó Rodrigo Villacís en una entrevista realizada en 1996 para la revista Diners. Ciudadela de gente de clase
media ubicada con frente al Estero Salado y muy cercana al carretero a la costa y al puente Cinco de Junio. En ella todo
era pulcro pero sin lujos ni exageraciones pues solo existía un ventilador de aspas y algunos muebles imprescindibles por
necesarios.
En 1997, frente a varias demostraciones de futbolistas adoradores de una imagen del Divino Niño venida de Colombia,
donde es usada como amuleto por los narcotraficantes dizque para protegerse de la policía, aclaró que “el divino niño no
existe” y que cada vez que se reúnen dos o más personas en nombre de Jesús, él está presente, según lo dice la Biblia.
De estatura mediana, pelo cano y lentes. Usaba invariablemente una guayabera blanca y gustaba del trato sincero y
cordial con los demás. Las calles le veían transitar diariamente en busca de ayuda para sus parroquianos. Era delgadísimo
pues tenía por costumbre ayunar.
Prototipo del guayaquileño por sencillo y digno pues no había transigido por un obispado como sucede tan a menudo
cuando los principios dan paso a las ambiciones
El 2000 se puso muy enfermo del corazón, solicitó su jubilación al IESS pero le fue negada, una nueva solicitud se aprobó
finalmente. La Universidad Católica le confirió el doctorado Honoris Causa, ya no podía seguir dictando clases porque le faltaba la respiración. El 2001 estuvo a punto de morir, era necesario que lo operen
pero al mismo tiempo peligroso. Sus amigos, parroquianos y familiares esperaban lo peor. Su sobrino Eduardo Ortega
Gómez tomó la resolución y pagó los gastos pues el padre Pepe siempre – desde su ordenación sacerdotal – fue pobre de
solemnidad, nunca tuvo fondos propios y los ajenos hacia que lo manejen los parroquianos.
Salió bien, pero se fue volviendo casi ciego por su diabetes y con la humildad de siempre pidió que recen para volver a
ver. El gobierno presidido por el Presidente Gustavo Noboa Bejarano le entregó la Orden Nacional al Mérito en el salón de
honor de la gobernación de la provincia, pero él ni siquiera se inmutó, recibiendo la medalla y el diploma con la calma y
humildad de siempre y solo por venir de un amigo dilecto, a quien apreciaba desde hacía muchos años.
El 2003 apareció una recopilación de sus artículos publicados en Vistazo y El Universo bajo el título de “Palabra y Vida”, su
amigo personal el ex Arzobispo de Cuenca, Luís Alberto Luna Tobar, los seleccionó y lanzó con palabras vibrantes de fe;
aunque el Arzobispo de Guayaquil, Juan Larrea Holguín, jefe del Opus Dei en el Ecuador, le había prohibido que siguiera
escribiendo en periódicos o por lo menos que le haga conocer los textos antes de publicarlos, lo cual no fue aceptado, y
entonces le enviaba cartas diciendo que lo iba a excomulgar, ante lo cual el padre Pepe volvía los ojos hacia arriba y
sonreía levemente, al tiempo que se hacía más silencioso y su mirada más profunda.
El 2005 la revista Vistazo le declaró uno de los cien ecuatorianos más destacados de todos los tiempos, el columnista
Simón Espinosa Cordero que los escogió, aclaró que el caso del padre Pepe era el de un ser especial y por ende escapaba a
cualquier definición, pues pasaba entre sus semejantes por un santón criollo, que estaba por encima de las contingencias
de este mundo.
No tenía nada propio, la villita enque vivía era ajena y solo disponía de una jubilación mensual de treinta dólares pero se
sentía feliz con el amor del prójimo que lo consideraba en altísimo grado. La ciudad le tenía por santo, el primer
guayaquileño santo, por su sacrificio permanente, su servicio sin límites en favor de los pobres y su bondad infinita, pues
había construido caminos que nunca se borrarían en los corazones de sectores tan pobres como San Pedro, Las Lomas y
Nueva Esperanza y lo mejor de su personalidad era la serenidad, la capacidad de silencio y de comprender y sufrir por la
injusticia, a más de su profunda espiritualidad porque era un ser humano que vivía en Dios.
“Hacía años que estaba apagándose lentamente. No ver era su gran sufrimiento, para él, que leía tanto. Le inquietaba el
trabajo que podía dar a los demás, que tenían que cuidarlo y ayudarlo. Luchó, quería mejorarse, se angustiaba, luego
todo eso se puso en orden, vivía cada día profundamente, a veces una lágrima recorría su rostro, pero seguía dueño de
una profunda paz. Su rostro se iba haciendo más luminoso. Irradiaba paz, por su cuarto pasaba mucha gente para pedirle
su bendición. Algunas figuras de la política nacional, periodistas importantes, pero también llegaban padres con sus hijos
enfermos, otras personas que solo querían orar en un ambiente de profundidad. El continuaba presente desde la gran
ausencia que da el ver y vivir con otra dimensión. Un mes antes de fallecer pidió permiso para partir a quienes lo
cuidaban. Mi cuerpo ya está muy desgastado dijo y agregó ¡Que maravilloso es poder despedirse!”
Un cúmulo de enfermedades le fueron debilitando al punto que perdió casi todas sus facultades y apenas podía escuchar
las palabras de cariño de quienes le rodeaban y cuidaban devotamente. Nunca una queja, apenas un agradecimiento.
Murió santamente – siempre tratando de no molestar – sencillamente, a las dos de la tarde del 10 de agosto del 2006 a los
ochenta y un años de edad, en una villa de la Ciudadela Buena Vista a donde le habían trasladado. La partida de defunción
dice que a consecuencia de un paro respiratorio,y sin dejar de ofrecer muestras de amor al prójimo.
Por eso el pueblo, siempre intuitivo, le acompañó masivamente al Cementerio General donde reposa en una sencilla
tumba y casi todos los sacerdotes de la diócesis asistieron al velorio. Su amigo monseñor Luna Tobar escribió en El
Mercurio de Cuenca: Pepe, mucho significado tiene tu muerte como lo tuvo tu vida, como tu palabra y tus silencios, como
tus rebeldías y tus obediencias, como tu intimidad insondable y tu entrega abierta al más necesitado. Hubo siempre en ti y
queda en tu recuerdo una sorprendente pasión por lo verídico y sencilla, como por el sueño y el empeño de hacer el bien,
con olvido total de tu interés personal. Pepe ¿Qué eras y qué no eras para el que se acercaba a ti? Dios lo sabe y basta. Esa
fue tu respuesta frente a cuanto llegaba a tu pobreza y se iba lleno de esperanza y sobre todo de que tú no fallabas a
nadie.
La hermana religiosa Nelsa Curbelo, amiga uruguaya y colaboradora en SER PAZ escribió: Pobrecito el olvido, querer
borrarlo. La memoria de su gente no ha de olvidarlo. I el pueblo esperará confiado que pase esta hora de vergüenza para
la Iglesia sudamericana y vengan nuevos tiempos esperanzados, donde el padre José Gómez Izquierdo sea merecidamente
encumbrado a los altares por su permanente ejemplo y entrega hacia los pobres de su ciudad