GOMEZ DE LA TORRE PAEZ LUISA

POLITICA.- Nació en el barrio del Tejar, Quito, el 28 de Mayo de 1887. Hija de Joaquín Gómez de la Torre Alvarez, quiteño

educado en Europa, terrateniente que tuvo problemas con Juan Montalvo en 1876 cuando éste atacó a su tío Manuel

Gómez de la Torre, que era Ministro General del presidente Borrero. En Quito hacía vida de clubmantuvo tuvo varias

familias y falleció reconociendo únicamente a las Gómez de la Torre Paz que le heredaron. El Dr. Fernando Jurado Noboa

en el tomo ii de Los Descendientes de Sebastián de Benalcázar en la formación social ecuatoriana, trae los datos

siguientes (1)

María Luisa tuvo una niñez pobre por su condición de hija natural y encima desprotegida aunque después su padre le dio

algunos medios económicos para su sustentación. De cinco años concurrió a la escuelita de las monjas de San Carlos cerca

de la plaza de San Francisco y se crió “inquieta, juguetona, a veces rebelde pero siempre tierna, en compañía de las

demás niñitas de su barrio, con cielo en sus ojos y cielo en su corazón” pero sin padre como ya se ha visto.

Su madre fue doña Francisca Paez Rodríguez, mujer honorable y -preocupada de su única hijita, que la llevó por el buen

camino con sanos consejos y prudentes palabras. Así llegó María Luisa a su mayor edad, sabiendo lo indispensable y no

más, porque esa era la costumbre de entonces para las “señoritas bien” de la capital.

En 1912, ya de 25 años, decidió ser alguien en la vida y aprovechó que acababa de abrirse la escuela normal “Manuela

Cañizares” para matricularse en ella aunque ya era mayorcita y tuvo por compañeras a Dolores J. Torres recién llegada de

Cuenca, Maria Angélica idrovo, Otilia Jaramillo, Eudofilia Arboleda, Eleonor Becerra, Lucila Gómez, Teresa Cepeda,

Lastenia Córdova y otras muchachas que figurarían con honor en las filas del naciente laicismo ecuatoriano.

Graduada de normalista con excelentes calificaciones y eximida por sus profesoras de rendir las pruebas finales debido a

la importancia de varios trabajos presentados: “El

funcionamiento del Congreso”, “Sensaciones en el niño” y “Paseo al Panecillo”, ingresó como maestra en la escuela “Diez

de Agosto”, que funcionaba en 1916 en un vetusto caserón de la calle Ambato, donde halló a numerosas niñitas pobres “a

las que comenzó a proteger generosa pero enérgicamente, abrigándolas con amorosas miradas, bondadosas caricias y

hasta con una canción”. Ya frisaba en los veinte y nueve años de edad.

Tenía por costumbre recitarles las tablas de multiplicación y luego las soltaba para que corrieran por el patio soleado,

sabiendo que educar es liberar a la mente y al cuerpo como sostenían los modernos métodos pedagógicos aprendidos en el

Normal.

Pero no todo era color de rosa, soportaba serios ataques a su persona, esquivando pedradas y haciendo oídos sordos a los

gritos destemplados de “Masonalaica” que recibía, puesto que la lucha era tenaz entre lo antiguo clerical y lo nuevo laico,

al punto que las autoridades habían tenido que emitir unos carnets para los padres que matriculaban a sus hijos en las

escuelas. Los carnets les evitaban las multas, que muchos preferían pagar y esconder a sus hijos en sus casas, antes de

enviarlos a las nuevas escuelas. El miedo a la excomunión o a las acechanzas de los señores paralizaban los deseos de

superación. (2)

En el Ecuador de esos años las valientes muchachas normalistas servían de blanco preferido al furor de los conservadores y

sus agentes de difamación las beatas, seguidoras inconscientes de todo cuento que se decía en los pulpitos. Por ello María

Luisa y otras maestras laicas radicalizaron su postura y tras los luctuosos acontecimientos del 15 de Noviembre de 1922 se

dio a leer periódicos de izquierda como “La Antorcha”, que propagaban las nuevas ideas nacidas al rescoldo de la

revolución rusa e iluminaban de esperanza a los humildes.

En 1925 obtuvo la cátedra de gimnasia para las alumnas del instituto Mejía, que fue mixto hasta el 35 que la dictadura de

Páez le quitó esa condición, creándose el Normal Manuela Cañizares; pero María Luisa decidió continuar como simple

inspectora en el Mejía, donde tenía amigos y coidearios fraternos y rompía la tradición machista.

En 1926 asistió a la sesión inaugural del Partido Socialista Ecuatoriano celebrada en el palacio Municipal de Quito y

empezó a ayudar al Dr. Ricardo Paredes en sus correrías proselitistas ufanándose de practicar el lema “Vivir en renuncia

permanente y morir con alegría acariciando el futuro construido a causa de la revolución proletaria” y cuando meses

después se produjo la ruptura entre los miembros del Comité Central que rechazaban los dogmas rojos de la iii

internacional -tan opresivos como los negros del papado- permaneció fiel a Paredes, quien acababa de regresar tras siete

meses de estadía en la lejana Rusia.

En 1930 formó el Club de Profesores del Mejía que prontamente ganó prestigio por su intensa labor cultural. María Luisa

fue una activista entre sus miembros y el 37 fundó con sus compañeros Emilio Uzcátegui, Elisa Ortiz Garcés, Luis Felipe

Castro, Lelia Carrera, Reinaldo Espinosa, Manuel Utreras, Leopoldo Chávez, el Sindicato de Profesores del Mejía, transformado en 1946 en la “Unión Nacional de Educadores”.

Por entonces había establecido el desayuno escolar para los alumnos más pobres del Mejía, vivía

con su madre y ayudaba a su amiga Nela Martínez Espinosa en la crianza de su pequeño hijo

Leonardo Paredes Espinoza, volcando sobre él todo el cariño de su corazón de maestra. Y cuando

arribó a Quito la conferencista española Belén de Zárraga, como socialista y atea, le organizo una

presentación que fue piedra de escándalo porque las iglesias tocaron sus campanas a muerto entre

las 2 y 3 de la tarde, hora en que la Zárraga hablaba. Después hubo conatos de golpes y piedras y

el asunto hubiera pasado a mayores de no haber intervenido la fuerza pública, ya que grupos de

alumnos del Colegio San Gabriel de los padres jesuitas hostilizaban el ambiente festivo de la

famosa charla.

En 1939 asumió la cátedra de Geografía en el Mejía. Ya era conocida por su labor silenciosa en las

organizaciones campesinas de maestros y de mujeres, aparte de que nunca faltaba a mítines ni a

reuniones políticas. Acostumbraba aceptar con satisfacción o tomaba ella misma las mayores

responsabilidades, aunque rehuía siempre que le era posible estar en sitios de dirección o de

asomo. Hablaba con fluidez y tenía conceptos clarísimos sobre la política y la vida, prefiriendo la

explicación sencilla y hasta apasionada a la discusión ardorosa o a la pieza elocuente.

En 1940 vivía en un departamento alquilado en la calle Riofrío pero ese año su madre adquirió en

diez mil sucres una casita ubicada en la lotización de la vecina quinta de Modesto Larrea Jijón

frente a la plaza 24 de Mayo, compra que las llenó de alegría, convirtiéndose la nueva casita en

centro de reuniones políticas y hasta en mesón de la amistad, como ellas decían, para los más

necesitados. Quizás por eso comenzaron a llamarle “La Casa Amable” a pesar que sólo era de dos

dormitorios, un comedor y cocina, pero muchos libros alegraban los ambientes, pues María Luisa

acostumbraba hacer conocer la literatura nacional en el exterior y estaba siempre al día en sus

lecturas.

Desde 1943 formó parte del buró nacional de Acción Democrática Ecuatoriana ADE en lucha contra

el despotismo arroyista y al estallar la revolución del 28 de Mayo de 1944

poco tiempo ya no quiso ayudar por denuncia de los terratenientes, que no deseaban indígenas

alfabetos sino peones conciertos para la producción.

Visitaba las escuelitas cada quince días, supervisando las labores pedagógicas, tratando de

mejorar los métodos y todo ello sin contar con un solo centavo. Fruto de su esfuerzo fue una

exposición de artesanías populares realizada a medias con su amiga Olga Fish en los salones de

la Casa de la Cultura en Quito (tejidos, bordados, cestería, fajas, alpargatas, blusas) con

música y canciones inéditas andinas y que llamó poderosamente la atención del país y aún del

exterior.

Por los años 50 quiso obtener de los ministros de Educación el reconocimiento de las escuelas

en quechua, pero se le cerraron todos los caminos y finalmente un ministro ordenó que los

bienes de las escuelas fueran transferidos a la asistencia pública, subsistiendo únicamente la

de Yanahuayco que era sindical.

Sus últimos tiempos fueron dolorosos. Su madre había muerto, se visitaba esporádicamente

con sus medias hermanas. Sus amigos sufrían persecuciones de la dictadura de la Junta Militar

de Gobierno instaurada en el Ecuador en 1963 y se mantenían a la sombra o en la

clandestinidad. Otros llenaban las cárceles del país periódicamente, acusados del crimen de

ser comunistas subversivos y peligrosos. La prensa permanecía ciega y sorda ante el abuso,

cuidando sus intereses.

En 1964 realizó varios trabajos con su amiga Laura Almeida Cabrera, figura visible del comunismo que no caía en la cárcel

por su condición de mujer. La acompañó en varios viajes a provincias, hablaron con dirigentes de la oposición y con una

nueva generación de mujeres ecuatorianas que más que políticas eran feministas y miembros de la Asociación Femenina

Universitaria AFU, aspirantes a liberar a la mujer de su tristísima condición de seres minusválidos. Al final de su vida

conversaba largamente con el Dr. Ricardo Paredes, con su esposa Zoila Flor y sus hijas, jugaba con sus nietas y como tenía

la costumbre de llevar algo en las manos, simplezas de poca monta, caramelitos o algo así, los niños la adoraban, y en

medio de una vida diaria de rutina y privación empezó a declinar ostensiblemente y falleció en Quito el de de 197 no sin

antes hacer testamento para que sus escasos bienes se repartieran en obras de interés social.Fue una mujer fuerte y de

buen ver. Blanquísima rosada, de contextura carnuda que finalmente se hizo gruesa. Ojos azules, pelo rubio y luego

dorado y partido en trenzas. Hermosa de alma y de cuerpo, practicó el bien en la política y el trabajo comunitario en

sociedad. Ayudó a amigos en desgracia, sobre todo a los indios, bravamente, en medio de peligros e incomodidades y por

muchos años. Respetada y querida por todos, fue siempre buena porque aspiraba al bien general desprendida de todo

personalismo. Su falta de reconocimiento y abandono paterno le hicieron ver claramente las injusticias del sistema, pero

ni se entristeció ni fue presa de la amargura allí su mérito y aunque pasaba por subversiva no lo era, mas bien fue siempre

una santa laica. Le gritaban masona primero y luego comunista y otras lindezas cuando era un inri que causaban vergüenza a nuestro pueblo sencillo que no comprendía el alcance de ciertos adjetivos. Fue, pues, una abanderada del progreso y de

la lucha social.

(1) JOAQUÍN GÓMEZ DE LA TORRE Y ALVAREZ. – Bautizado en Quito d 13 de Octubre de 1848. Quinto hijo legítimo del Dr. Manuel Gómez de la Torre

Gangotena y de Josefa Alvarez Villasis. Bachiller en el San Gabriel en 1864. Por rencillas familiares y políticas buscó al Cosmopolita en 1876, durante sus pasos

por la Alameda, blandiendo y disparando su revólver a lo que Montalvo le contestó “Dispara mejor y en el cuerpo” porque ninguna bala le alcanzó. En 1887

heredó varias haciendas con sus hermanas. El 95 aumentó sus posesiones. Como terrateniente en la provincia de Imbabura enjuició a la Municipalidad de Ibarra

por el uso de las aguas de la quebrada de Guaracsapa y a varias comunidades indígenas por otros motivos. Fue miembro activo de la tertulia del Dr. Luis Felipe

Borja padre, fundador de la Junta de Beneficencia en 1901, presidente del Club Pichincha, miembro de la Junta Patriótica Nacional durante la movilización

armada contra el Perú en 1910, miembro del Consejo de Estado en 1911. Murió en Quito el 14 de Mayo de 1914, a los 66 años de edad. Fue muy aficionado al

juego de dados y una noche ganó la casa de Miguel Camacho Bolívar en la esquina norte de la plaza del teatro. Fue dueño de la hacienda Clemencia al norte de

la dudad de Quito con 80 hectáreas de extensión y cuya entrada era por las calles Mañozca y 10 de Agosto. Formó familia, entre otras, con Rosa Paz y Gabiño,

natural de Ibarra.

(2) “La escuela catequística y tradicional había endurecido el pensamiento en vez de despertarlo y volvía a los jóvenes fanáticos, hipócrita y débiles,

en suma, seres mutilados. Se había deprimido el alma nacional y por obligar a los hombres a mirar al cielo, les hacían andar a ciegas por la tierra”.