GIL GILBERT ENRIQUE

ESCRITOR.- Nació en Guayaquil el 8 de julio de 1912 en la antigua casa de madera propiedad de sus padres ubicada en la

calle Villamil entre los callejones Gutiérrez y Calderón. Hijo legítimo de Enrique Gil Quezada, próspero contratista

municipal y agricultor, propietario en las islas Galápagos, que en 1917 formó la “Albemarle developmen Corporation

Galapagos Island” con el empresario norteamericano Washington Henry Oschner. Fallecido en 1921 a causa de un derrame

cerebral que le sobrevino en el barco que le llevaba a las islas y cuando herraba a un grupo de burros y vacas jóvenes que

pensaba reproducir en aquellas lejanías, entonces le sucedió en el manejo de sus negocios su hermano Carlos, pero

fracasó por no tener su capacidad, luego se intentó tres veces vender la hacienda sin éxito y finalmente ésta se fue

desintegrando hasta perderse totalmente.

Fue su madre Alejandrina Gilbert Pontón, condueña de la hacienda Chojampe en junta con sus hermanos, llamada por los

amigos de su hijo Enrique como la Mamaleja, ambos guayaquileños.

El padre de los Gil Quezada Antonio Gil, fue muy amigo del presidente Eloy Alfaro y su Intendente de Policía en Guayaquil,

donde se hizo famoso por dar de bastonazos al prójimo cuando éste se ponía revoltoso debido a su habitual mal carácter.

En 1897 intentó colonizar la abandonada isla Floreana pero a pesar de sus esfuerzos no lo consiguió. En 1900 se trasladó a

la isla Isabela y con la ayuda de su hijo Antonio logró establecer la hacienda Santo Tomás formada por varios lotes

llamados Santo Tomás, Cerros Verdes, La Pretoria y Merceditas a los que añadieron los comprados a otros colonos. Con

esfuerzo y visión llegó a prosperar y tuvo cultivos y ganado vacuno y caballar, cuyos cueros se vendían a buen precio en

Guayaquil.

I ganó fama de ser más humano que el otro gran colonizador, Manuel J. Cobos.

Enrique, el futuro escritor quedó huérfano de sólo siete años, aún niño escribió el libro de versos “Iris” al que dio su dulce

aprobación la poetisa María Piedad Castillo de Leví. “Enseguida se tropezó con la tierra que es siempre más áspera que la

poesía y en la heredad materna (Chojampe) montado a pelo y totalmente desnudo, bejuco en mano arreaba en las

vacaciones de invierno al ganado; más, ese muchacho bárbaro, ese arreador, era un poeta”.

Buen hijo, responsable desde pequeño, sirvió de padre a su único hermano llamado Antonio, menor a él en seis años,

quien a pesar de su epilepsia llegaría a ser un afamado obstetra pero murió joven. Si viuda la popular Dra. Manuelita Yuen

Chong fundaría al poco tiempo la Clínica Antonio Gil.

Cursó la primaria en el Colegio “Cristóbal Colón” y la secundaria en el “Vicente Rocafuerte. “En 1928 destacó como

deportista ganando la carrera de cien metros planos y por su color canela, anchos labios y gran sentido del humor que le

hacía reír constantemente de todas las cosas de la vida, sus amigos le decían la mona Gil. Años más tarde Pablo Neruda

comentaba que en Guayaquil le había gustado dos cosas: El Cementerio que consideraba muy bello y la risa de Enrique por

estridente y contagiosa.

Hizo más versos y dedicó uno a la Madrina Criolla de ese año que publicó en la Revista “Ocaña Film” bajo el seudónimo de

“Max Bert”. En 1929 pergeñó su primer cuento que no llegó a publicar porque habiéndolo entregado con algunos poemas a

Próspero Salcedo Mac Dowall, quien tenía su imprenta en el barrio del Conchero, éste los traspapeló involuntariamente.

Uno de esos poemas era autobiográfico y relataba como es de suponer la historia de un huerfanito. Él mismo.

A mediados de ese año, cuando estudiaba el quinto curso de secundaria hubo una huelga contra su venerado tío el rector Abel Gilbert Pontón a quien los alumnos habían apodado “Tirano masca freno” por su mal carácter. El día de la anunciada

huelga el Rector se puso delante de la puerta en actitud valiente, decidida y hasta cierto punto temeraria, para controlar

la entrada del alumnado y evitar que se tomen el Colegio. Atlético, parado con las piernas abiertas y los brazos cruzados,

fiera la actitud del rostro, realmente despertaba respeto, pero los

huelguistas se mostraron inteligentes, pues cuando todo hacía suponer un enfrentamiento con la autoridad, con gran

docilidad y muy ordenadamente dieron la media vuelta y entraron por la parte de atrás de las instalaciones, dejando

chasqueado al señor Rector y a los profesores que le acompañaban. Finalmente, tras varios días de huelga, el rector tuvo

que renunciar y su sobrino Enrique salió del Colegio en actitud solidaria. Por eso viajó a Riobamba con su madre, su

hermano Antonio y sus primos hermanos los Gilbert Elizalde hijos del rector, cursando el sexto y último año en el Colegio

“Pedro Vicente Maldonado” donde obtuvo el título de Bachiller.

I como también simpatizaba con las ideas comunistas desde que su amigo de confianza Demetrio Aguilera Malta lo había

llevado a presentar a Joaquín Gallegos Lara, más por solidaridad con los trabajadores que por convicción ideológica – pues

aun no tenía muy arraigadas sus ideas – contribuyó a organizar en Riobamba una célula del partido comunista junto a

Arsenio Veloz, Luís Alvaro y otros, siendo elegido Secretario de Actas pero al graduarse volvió inmediatamente al puerto

donde repitió sus visitas a la buhardilla de Gallegos Lara y a sus interminables conversaciones literarias con Demetrio y

con el dueño de casa.

Los tres amigos vivían relativamente cerca y pronto se volvieron inseparables, algo así como hermanos del alma, porque

siempre andaban juntos debido a que Gil Gilbert cargaba sobre sus espaldas a Gallegos Lara y lo siguió cargando durante

mucho tiempo hasta 1935 posiblemente, que dejó de hacerlo cuando ambos contrajeron matrimonio y Alba Calderón –

esposa de Enrique – empezó a quejarse con mucha razón que los cuellos de las camisas apestaban porque Joaquín sufría de

incontinencia urinaria.

En Noviembre de 1930 apareció en Guayaquil “Los que se van” en coautoría con Gallegos Lara y Aguilera Malta, siendo

Enrique el más joven de los tres, bajo el siguiente subtítulo “Cuentos del cholo y del montubio”, con veinticuatro relatos

cortos (ocho por cada uno)

“Los que se van” fue aplaudida en primer término por el crítico español Francisco Ferrandis Albors que escribía bajo el

seudónimo de “Feafa” en El Telégrafo. Posteriormente saludó su aparición Adolfo H. Simmonds y desde el exterior

Benjamín Carrión que vivía en Europa, pero sólo fue después de la “gloriosa” en 1944 primero y del nacimiento del

Populismo el 47, que el país aceptó el realismo social como una moda, mientras tanto no se lo enseñaba en los Colegios ni

era tenido por buena literatura debido a las situaciones escabrosas de sexo y violencia que se relatan y al insistente uso de

“malas palabras”.

Su cuento “El Malo” constituyó su mejor aporte al libro, que en general contiene cuentos magníficos, solamente que

diferentes al gusto de entonces. Sin embargo, el libro sirvió para que el grupo de Guayaquil, formado por tres escritores

de clase social más bien media, se hiciera conocido y pronto se sumaron a él dos escritores de clase alta aunque de

familias empobrecidas: José de la Cuadra Vargas y Alfredo Pareja Diez – Canseco.

En 1932 publicó en la Página literaria de “El Telégrafo” su poema épico “Leticia” sobre la guerra entre Colombia y Perú,

fue designado profesor de Castellano y Literatura en el Rocafuerte y un día, mientras transitaba por los bajos del palacio

Municipal de Guayaquil, se encontró casualmente con Pedro Saad a quien apenas había visto unas pocas veces y

sencillamente – como era todo en él – le solicitó ingresar al Partido Comunista, “incorporándose activamente a su

militancia”, que no abandonaría jamás.

Por entonces también quiso fundar con Gallegos Lara la revista “Pacífico” y hasta se cartearon con Benjamín Carrión, pero

como no tuvieron el dinero necesario, el asunto no pasó de proyecto. También estudió dos años de Derecho y uno de

Contabilidad en la Universidad de Guayaquil.

En Septiembre del 1933 editó una colección de cuentos titulada “Yunga” – nombre que se le da a la tierra caliente en

lengua quichua, en 116 págs. con relatos naturalistas del litoral ecuatoriano entre los que destaca una novela corta

titulada “El Negro Santander”, que narra diversos pasajes de la vida de un trabajador jamaiquino contratado para la

construcción del ferrocarril, junto a “Los hijos”, “La Deuda”, “El Niño” y “El puro de Ño Juan” entre otros. “Yunga” ha

conocido numerosas ediciones dentro y fuera del país y en una Exposición del Poema Mural conoció y comenzó a enamorar

a la joven pintora esmeraldeña Alba Calderón Zatizábal, que siempre fue muy bella, incluso de anciana, con quien

contrajo matrimonio el 23 de Agosto de 1934 y fueron a vivir en un departamentito mínimo en Baquerizo Moreno y

mendigaron, casa de Federico Groepel.

Su amigo Ferrandis Albors ocupaba un departamento más amplio y confortable en Clemente Ballén casi al llegar a Boyacá y

generosamente invitó a Gallegos Lara y a Gil Gilbert -ambos recién casados – el primero con Nela Martínez Espinosa – a

que se mudaran con sus esposas. Ya vivían con “Feafa” los jóvenes pintores Galo Galecio y Alfredo Palacio que trabajaban

en El Telégrafo donde le habían conocido. Fueron meses de excelente compañerismo y sana confraternidad. Dividían

equitativamente el escaso presupuesto y hasta sobraba para

comprar libros que leían por turno y luego comentaban en común, pero a los pocos meses se

deshizo la unión cuando Alba pilló a Nela coqueteando con Enrique. Se armó el escándalo, Nela

viajó a Quito, Joaquín se distanció de Enrique, aunque por poco tiempo pues el problema había

sido entre las damas. La inteligente Mamaleja aprovechó el momento y visitó a Alba y a Enrique y

terminó convenciéndoles de que era mejor para todos vivir en la antigua casa de la calle Villamil y

como era en extremo bondadosa, ya jamás se separaron. En dicha casona vivió también Alfredo

Palacio durante cinco años hasta su matrimonio y se realizaron las reuniones de la “Sociedad de

Escritores y Artistas independientes”.

Enrique era un joven fuerte, de piel trigueña, grandes ojos negros, cejas alborotadas y pelo encrespado y cuando su esposa esperaba a su primogénito le hizo un poema titulado “Canción de Nuestro Hijo” que es

antológico y se publicó el 35. Nela Martínez anotó que era una poesía hermosa, esfumada, difusa, con un torrente de dolor

y de esperanza. En Noviembre de ese año apareció en el periódico “Bandera Roja” del partido Comunista del Ecuador su

poema “Quince de ^ Noviembre” dedicado a las víctimas

de esa matanza. Ya era profesor en el colegio Vicente Rocafuerte.

El 36 integró el Comité Regional del Partido Comunista Ecuatoriano y fue miembro del Comité “Pro

España Leal”, mientras cobraba los arriendos de las casas de la sucesión paterna y administraba la

hacienda Chojampe. Entonces escribió el poema “Buenos días Madrid” con motivo de la Guerra

Civil española. Su poesía siempre fue hermosa y de gran contenido ideológico.

En noviembre la dictadura del ing. Federico Páez desató una persecución contra las izquierdas a

nivel nacional. Enrique fue cancelado de su empleo en el Colegio Rocafuerte a pesar de ser uno de

los profesores más populares del plantel y pasó momentos de amarga pobreza. Para subsistir con

los suyos empezó a dictar clase a los alumnos atrasados y su tío el Dr. Abel Gilbert lo empleó como

cobrador de arriendos en la quinta Medina.

El 39 editó una novela corta a manera de diario íntimo de un muchacho de clase media, hijo

ilegítimo de un magnate, titulada “Relatos de Enmanuel” más cinco cuentos cortos, todos de

índole subjetiva, en 69 págs. de cuya prosa se ha dicho “que llega

y en un viaje a los Estados Unidos y recorrido por numerosas Universidades y centros culturales

de ese país.

En el vapor Santa Lucía de la Grace, el 7 de Abril de 1941 arribó a New York. Se hospedó en el

hotel Waldorf Asteria, su esposa Alba llegó a finales de mes. La Gran Velada de Gala celebrada

en el Salón de los Espejos de dicho hotel se efectuó el 14 de Abril, día del Panamericanismo. Al

siguiente día La Universidad de Columbia, desde la Casa Hispánica que dirigía Federico de

Onís, presentó a los triunfadores y a sus obras. A fines de mes visitaron Washington y sus

lugares históricos, Henry A. Wallace, Vicepresidente de los Estados Unidos les recibió en

audiencia, la Fundación Hispánica y la Biblioteca del Congreso les ofrecieron almuerzos y

fueron entrevistados por la prensa en la sede de la Unión Panamericana. El 5 de Mayo el

Prosecretario de Estado Adolf Berle y su esposa les dieron un cocktail con asistencia del Cuerpo

Diplomático, contándose con el Embajador ecuatoriano Colón Eloy Alfaro. En Junio dictó una

conferencia sobre el tema “De lo exótico a lo visceral en la literatura hispanoamericana.”

“Nuestro Pan” es una novela realista, intensa, humana y testimonial en la más pura

concepción del género. Canto estremecido a los hombres que hicieron del cultivo de la

gramínea desde el desmonte, sustancias de su vida, su emoción y sus sueños, piso decisivo de

la rica prosa modernista a la incisiva actual. La Editorial “Vera y Cía “ la publicó en Guayaquil

en 1942.

La editorial londinense Nicholson & Watson encargó su traducción al catedrático universitario

Dudley Poore y se editó en 1943, siendo considerada una maravilla de recreación poética, y

desde entonces ha visto ediciones en ruso, checo, alemán, sueco, chino, etc. En lo formal

“Nuestro Pan” tiene 295 págs.” y es la pintura acabada del proceso de la siembra, cultivo y

recolección del arroz, uno de los alimentos básicos del pueblo ecuatoriano, contiene

incomparables descripciones de los campos y costumbres de la costa en una sobria trama

novelesca pero dramática y apasionante. La naturaleza vibra en sus relatos como un poema

con acentos terrígenos de belleza cautivante y sin ser un tratado técnico o un documento

político, es simple y llanamente una gran novela”

Entre mayo y octubre del 41 dictó numerosas conferencias en varias universidades norteamericanas pueshablaba el inglés

perfectamente participando en dicho país de la lucha antifascista, finalmente volvió con su esposa a principios de 1942 a

Guayaquil no sin antes declarar para la revista Panorama, de la Unión Panamericana, que se encontraba trabajando dos

novelas: Rio sin desembocadura,

sobre una generación de hombres que no encontraron su camino y “Sangre de Tortuga” sobre la gente del manglar cercano

a Guayaquil, urbe que con su crecimiento les iba asimilando. “Estos detalles indican una activa voluntad de escritor,

probablemente renovada por el éxito de Nuestro Pan”.

Se ha comentado que en los Estados Unidos sostuvo Enrique un breve romance, fruto del cual fue un bellísimo cuento

titulado “Miriam, la bruma y yo” donde abría caminos hacia una nueva forma de narrativa pero que Alba habría destruido

el original en un arrebato de celos.

El 42 fue un año crucial en su existencia pues debió escoger entre la política y las bellas letras para las cuales estaba tan

bien dotado, pero cometió el gravísimo error que gravitaría sobre su existencia de allí en adelante, de seguir los caminos

de la política, que mató su natural sentido lírico para siempre.

Fruto de esta decisión fue su actuación en el Comité Antifascista en Guayaquil, asistió a reuniones, firmó acuerdos, dio

discursos, concurrió a los diarios llevando manifiestos a la par que junto a su esposa ayudaba a los miles de refugiados

orenses que aún permanecían en el puerto principal.

El 43 el asunto de los refugiados pasó a segundo plano pues fue electo delegado por el Comunismo al directorio de Acción

Democrática Ecuatoriana ADE agrupación política fundada para derrocar al gobierno dictatorial civil del presidente Carlos Alberto Arroyo del Río y en cumplimiento de dichas funciones efectuó una campaña periodística en “El Universo” de

explicación de los puntos programáticos de ADE. En respuesta, el presidente le hizo sacar de la cátedra vicentina que

había retomado después de la caída del dictador Federico Páez y su vida se complicó pues habiendo perdido el sueldo que

le permitía subsistir, tuvo que recurrir a la ayuda materna nuevamente.

En diciembre el escritor y político mexicano José Revueltas, de paso hacia Lima en unión de varios amigos, le conoció en

la Librería Vera y Compañía y le describió así: Tiene Gil Gilbert treinta y dos años, es recio, alegre, simpático. Su prosa es

simple y aguda, trazada con mano de buen escritor. Como todos los escritores ecuatorianos tiene la preocupación de su

pueblo, del sufrimiento de su pueblo, de sus alegrías y de sus esperanzas.

Para la revolución del 28 de mayo de 1944 participó activamente en el asalto al cuartel de los carabineros, con el arma al

brazo y junto a los soldados y al pueblo. Pedro Jorge Vera me refirió en Quito que Enrique era sencillo, cordial y tan

mitómano como Balzac. Después de la Gloriosa contaba que esa noche los pesquisas encañonaron en las nucas a los

revoltosos y de cómo se libraron, todo ello fruto de su imaginación, pero contado con lujo de detalles.

Tras la caída de Arroyo del Río fue electo Diputado por el Guayas “integrando la fracción parlamentaria comunista

compuesta de trece diputados”. Con posterioridad fue designado miembro del Tribunal de Garantías Constitucionales y

viajó a la Unión Soviética invitado como Secretario General del Comité Regional del litoral del Partido Comunista

Ecuatoriano. El 45 intervino en la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

El 30 de marzo de 1946 el nuevo presidente Velasco Ibarra proclamó su dictadura y comenzó una nueva represión de las

izquierdas. Pedro Saad y Enrique Gil Gilbert se salvaron de caer detenidos pero estuvieron varios meses escondidos. En

noviembre fue electo miembro del Comité Central durante el III Congreso del partido Comunista Ecuatoriano, empleo a

tiempo completo y con un módico sueldo que le permitió sobrevivir con decencia pero jamás con lujo y como la vida tiene

necesidades, sorpresas las llaman otros, poco a poco fue completando su presupuesto con sucesivas ventas de sus

propiedades hasta quedar totalmente arruinado. Ya veremos cómo.

Ese año publicó en la revista literaria “Letras” de la Casa de la Cultura Ecuatoriana sus romances “Tu voz”, “Guayaquil”,

“Canto a mi provincia”, “Cacao”, “El General Montero y Barranco alto”, “La canción del cuarteto y el tigre” y “La

armonía del tigre” pero nada de gran volumen pues el tráfago en que se había convertido su existencia como político a

tiempo completo, no se lo permitía.

En 1947 nuevamente fue electo Diputado y en Quito se enamoró de una cuñada muy guapa de Nicolás Kingman. Todo fue

saberlo y Alba- como de costumbre, se violenta pero luego reaccionó con mucha inteligencia y se embarazó para

detenerlo. El 49 nació su hijo Antonio y ocupó la Secretaría General del Comité Provincial del Partido Comunista

Ecuatoriano. Ese mismo año fue miembro del Consejo Mundial de la Paz y su esposa le insinuó dejar definitivamente la

literatura por la política. Por entonces se graduó de médico su hermano Antonio especializándose en la rama de

ginecología y obstetricia y contrajo matrimonio con su vecina y compañera de clases la también Dra. Manuelita Yuen

Chong, matrimonio felicísimo aunque sin hijos. Antonio era habilísimo para partear y sufría desde niño de una epilepsia

leve y controlada, que no interfería en sus actividades cotidianas pero que a la larga se le agravó ocasionándole su

temprana muerte.

El 50 fue constantemente insultado a través de la Revista Comentarios del Momento, órgano oficial del nuevo partido

populista llamado la Concentración de Fuerzas Populares, que lideraba el Dr. Carlos Guevara Moreno. Allí le dijeron de

todo y hasta criticaron su creación literaria. El 54 algunos de sus cuentos salieron publicados en la antología francesa

“Gens de L’ Equateur”. En Octubre del 57 ofreció una recepción con intelectuales de izquierda, en el departamento que

alquilaba en Las Peñas, a su amigo personal el poeta chileno Pablo Neruda, quien llegó de paso por la ciudad acompañado

de su compañera Matilde Urrutia, a quien había inmortalizado al dedicarle el libro Los Versos del Capitán.

En febrero del 59 fue apresado por orden del Ministro de Gobierno del presidente Camilo Ponce Enríquez bajo la acusación

de promover huelgas, especialmente la de los obreros de la Aduana de Guayaquil. El 60 se cambió con su esposa, la

Mamaleja que nunca dejó de acompañarlo y protegerle e hijo, a una villa de cemento que había hecho construir en la

esquina de Lorenzo de Garaycoa y Azuay con una hipoteca en el Banco de Descuento. El 61 fue nuevamente detenido por

haberse encontrado en el interior del Palacio Municipal de Guayaquil al momento del estallido de una mini bomba casera

que sólo destruyó un servicio higiénico secundario y hasta se dijo que era un atentado criminal contra la vida de su primo

el Alcalde Pedro Menéndez Gilbert. Acusación burda que nadie creyó.

Mientras tanto había viajado invitado a La Habana en varias ocasiones, se hospedaba en el Hotel

Habana Libre y dictaba cursos de literatura hispanoamericana a diversos grupos de estudiantes.

Al proclamarse la dictadura de la Junta Militar de Gobierno en julio del 63 fue apresado y

conducido al Panóptico donde permaneció varios meses incomunicado. Su esposa fue desterrada a Chile y sus hijos

estuvieron mucho tiempo escondidos. La villa fue saqueada hasta sus cimientos y la policía se robó la totalidad del

mobiliario, incluyendo las tasas higiénicas que fueron desempotradas. Lo más lamentable fue la quema de los libros y

documentos realizada a vista y paciencia del vecindario en mitad de la calle, como si fuera un auto inquisitorial. Allí se

perdió para siempre:

1) La novela “Historia de una inmensa piel de cocodrilo” que estaba concluida y hasta algunos de sus capítulos publicados en las revistas “Letras del Ecuador” y “Cuadernos de Guayas”.

2) La novela “Sangre de Tortuga”, a medio talle, novela urbana del suburbio guayaquileño.

3) El libro ^ de cuentos “Las casas que guardan los secretos”.

Estando en el penal falleció su hermano Antonio mientras se encontraba en casa de un familiar.

Era su único hermano, ni siquiera sabía que estuviera enfermo debido a la incomunicación total en que se hallaba y sólo merced a la intervención de personas amigas, pudo conocer la triste noticia y

asistir al sepelio con la condición de que se reintegraría al Panóptico, como efectivamente

ocurrió.

En diciembre de 1964, después de pasar quince meses tras las rejas, recobró su libertad tan

misteriosamente como la había perdido pues el General Mora Bowen le permitió salir para que

cuidara a la Mamaleja cuya salud había desmejorado mucho, pero en el momento en que

abandonaba el penal le fueron requisados los originales de una novela titulada “El triángulo azul”

que había escrito para distraerse, pues el triángulo azul era un agujerito ubicado en el techo, por

donde percibía el cielo de la capital. Gil Gilbert entregó su novela y jamás se ha vuelto a saber de

ella. ¿Qué habrán hecho los guardianes? Pregunta tonta por supuesto, pues debieron romperla en

pedacitos y tirarlos por allí.

domicilio de Las Peñas, vendado con esparadrapos y atadas las manos a la espalda con unas

sogas de grueso nylon y lo llevaron al batallón Taura donde le mantuvieron tres días en esas

condiciones. Luego fue trasladado al batallón Quinto Guayas hasta que a los pocos días lo

pusieron en libertad. Este maltrato absurdo y criminal desencadenó el proceso que lo llevaría

a la muerte, de manera que sin querer los militares de la dictadura civil velasquista fueron sus

asesinos pues desde entonces comenzó a sufrir de fatigas constantes y fuertes dolores al pecho

producidos por una insuficiencia a las arterias coronarias.

La Universidad de Guayaquil lo desagravió con la designación de Profesor titular de Literatura,

cátedra que dictó por dos años, renunciando en 1972 por imposibilidad física pues se cansaba

mucho. No podía respirar bien.

El 8 de julio de ese año recibió el homenaje nacional que el país le brindó con motivo de sus

sesenta años de edad. El 23 de Noviembre viajó a Ambato como orador invitado del programa

“Por la paz del mundo” en honor al pueblo de Viet Nam. Mientras asistía al acto sufrió un

infarto y atendido a tiempo permaneció casi tres meses en una clínica particular, acompañado

de su esposa, con quien siempre fue unidísimo.

A principios de febrero del 73, tras dos meses y medio de su enfermedad, regresó a Guayaquil y como se sintiera fatigado

le recetaron una inyección de anti coagulante, que le provocó una hemorragia interna detectada en la orina. Llevado a la

clínica Guayaquil propiedad de su primo Roberto Gilbert Elizalde, se agravó y por más que le sometieron a una operación

falleció de septicemia el día veinte y uno de ese mes. Horas antes su esposa no dejó que entraran los padres José Gómez

Izquierdo que había sido su compañero de escuela en el Cristóbal Colón y monseñor Néstor Astudillo amiguísimo por vecino

en el barrio del Centenario, quienes habían concurrido llevados por sentimientos de amistad y con toda la buena fe del

caso. En cambio dejó pasar a otro padre – también amigo de confianza – y cuando éste salió del cuarto, un primo hermano

médico le preguntó en sordina ¿Ya se confesó Enrique? Siendo respondido con mucho enfado: El no requiere de confesión

porque es un hombre íntegro, no como aquellos médicos que venden sus manos al mejor postor. El entierro fue costeado

por familiares y amigos, tal su pobreza.Su producción se encuentra dispersa en el periódico obrero “El Pueblo”, órgano del

partido Comunista de Guayaquil, donde aparecieron numerosísimos artículos suyos durante muchos años, sin firma ni

seudónimo.

De la quema de sus poemas en 1963 sólo quedaba un Álbum en poder de su viuda con poesías llenas de sonido y

musicalidad.

“Metafórico, impresionista, lírico y técnico’’ abandonó las bellas letras para seguir el alto ideal de su política, prefiriendo

la batalla sindical urbana al olor de la tierra húmeda del campo y por ello sufrió persecuciones y perdió buena parte de

sus obras. Personas que le trataron en la intimidad aseguran que era el hombre más bueno y solidario del mundo, algo así

como un muchacho grande. Le conocí solamente de lejos, siempre estaba alegre y rodeado de personas amigas pues todos

le estimaban y sin quererlo hubiera podido ser el líder del comunismo pero aceptaba por costumbre el liderazgo de Pedro

Saad, como antes habíase sometido al de Joaquín Gallegos Lara, que siempre fue un fanático intolerante, porque sí, ya

que jamás le atrajo el mando ni el poder. Sus nietos le recuerdan atildado y bien vestido, nunca se enojaba por nada

excepto cuando tenía puntos discordantes en política; sin embargo, esta falta de liderazgo, esta condescendencia, su

ingénita bondad, permitió que la política absurda del partido que le ordenaba escribir anónimo, le destruyera como

escritor.

Si en los años treinta y cuarenta se hubiera revelado contra la ingenua equivocación de Gallegos Lara en los años treinta al

pensar que la revolución bolchevique estaba a la vuelta de la esquina en Ecuador. En los años cuarenta al sesenta contra el

egocentrismo de Pedro Saad que exigía una obediencia ciega a los dictados de Stalin y finalmente contra su esposa Alba,

tan fanática como los dos primeramente nombrados, otra hubiera sido su historia porque nos habría dejado un cuantioso

legado cultural.

Cariñoso y juguetón con sus nietos – acostado en su hamaca y en el departamento que alquilaba en Las Peñas en casa de

sus primos los Hoeb Gilbert – les reunía a leer pasajes de su obra “El libro de la selva” donde los animales practican

costumbres humanas. “Pasábamos mucho tiempo en la hamaca y nos ponía a jugar – juegos de inteligencia – como

encontrar palabras que tengan masculino y femenino pero que no signifiquen lo mismo como puerto y puerta o banco y

banca por ejemplo.” En otras ocasiones avanzaba al comedor y se comía a escondidas y rapidito mi ceviche de concha que

no me gustaba para que pueda levantarme de la mesa (Beatriz Gil Parra) A su nieto Fernando que era gordito y muy blanco

le decía “Chancho blanco” y en alguna ocasión le aclaró sentenciosamente “Vienes cuando ya me voy” porque acababa de

sufrir un infarto meses antes.

Espíritu generoso, quijotesco, pues, como él mismo lo dijo en su “Canción de Nuestro Hijo” // No son de mi clase los de

mi sangre / las gentes de mi clase son aquellas / que con las manos cerradas sobre la hoz, la pica y el martillo / hacen

encima de la tierra lo que no hizo el Génesis. // Son gentes de mi clase los que llevan pecho adentro / la cicatriz madura

del amor hambriento y dolorido / los que no pudieron ensanchar su espíritu frente al firmamento / porque estaban llenos

de llanto desde antes de nacer…// Su vida fue siempre fiel a la militancia partidista y por allí se perdió esta gran figura

nacional para las bellas letras latinoamericanas.

La Mamaleja le sobrevivió algún tiempo más pues murió muy ancianita, viviendo acompañada y cuidada por su nuera la

bonísima Dra. Manuelita Yuen Chong y falleció de vejez dejando una gran esmeralda, lo último que quedaba de su fortuna,

para aquella persona que le cerrara los ojos, que fue Manuelita, quien por su costumbre inveterada de jamás usar joyas ni

adornos, me ha contado que por allí la tiene guardada para ver a quien se la obsequia al final de sus días, cuando le

cierren los ojos. Joya que vale más para ella por el recuerdo que envierra, que por su valor comercial, que no debe ser

poca cosa.

Como dato anecdótico mencionaré que al cumplirse el centenario del nacimiento de Enrique, el Club de la Unión y su

Curador Juan Castro y Velásquez organizaron una hermosa tenida literaria en su honor. El acto resultó sencillo, sobrio y

emotivo, se leyó esta biografía sin hacer mención a ciertos párrafos muy personales para no herir susceptibilidades; pero

no asistieron sus nietos por prejuicios y resquemores de tipo social, supongo, porque se me indicó que todos fueron

invitados, la oradora una joven cuentista tuvo la audacia de leer esta biografía como si fuera de su autoría y eso que yo

estaba sentado en primera fila, lo cual me ocasionó al principio un cuasi ataque de furia que felizmente logré controlar,

pero a medida que la lectura se iba desarrollando me empezó a dar risa que esto me estuviera pasando a mí y en mi

propia cara, después llegué a la conclusión que los escritores trabajamos para que nos aprovechen y eso es lo que estaba

justamente sucediendo. Al final hubo aplausos, felicité a la sencilla aprendiz de literata, Juan se disculpó conmigo en un

aparte indicándome que había entregado mi texto sin decirle a la joven lectora quien era el autor y esta lo paró como

suyo y terminamos muy contentos de que la memoria de Enrique hubiera tenido ese momento de agradable recuerdo. En

el brindis la Dra. Manuelita se explayó en sus anécdotas en presencia de numerosas personas y todos aprendimos un poco

más del querido maestro de las bellas letras poéticas y literarias guayaquileñas de los años treinta del siglo que ya pasó.

Así es la vida y es bueno que así sea¡ pues como dijera Dolores Cacuango: Somos como la paja del mundo, mil naciendo y

mil muriendo.