GASCA PEDRO

PACIFICADOR DEL PERU.- Nació en la villa de Navarregadilla, Avila, España, en 1485. Fue colegial de Alcalá de Henares y se licenció en Derecho, luego asistió al Colegio de San Bartolomé en Salamanca, obtuvo los grados de Artes y Teología y ocupó el rectorado. Tomó las órdenes eclesiásticas, obtuvo una Canonjía en la Catedral de Salamanca y más tarde en la de Toledo, finalmente fue designado miembro del Consejo de la Inquisición. En 1538 era Visitador de tribunales y de la Real Hacienda de Valencia. Como tal asumió las obras para fortificar las costas levantinas y las islas Baleares contra el pirata Barbarroja.

En 1542 la corona promulgó las Leyes nuevas acabando con las Encomiendas y solo se consiguió alzar en armas a todo el Perú. El Virrey Núñez de Vela, en su afán por hacerlas cumplir, acabó derrotado y muerto en la batalla de Iñaquito, donde triunfaron los encomenderos acaudillados por Gonzalo Pizarro quien pasó a Lima, ciudad en la que entró bajo palio y portando en las banderas sus iniciales con coronas reales.

En España el Príncipe Felipe, en nombre de su padre, convocó a una Junta para consultar qué debía de hacerse. Entre las soluciones que se presentaron triunfó la de emplear métodos suaves. El 16 de Agosto de 1545 la Corona escogió a La Gasca para que presida la Audiencia de Lima y le otorgó amplias facultades para lograr la pacificación del Perú.

En Madrid fue recibido por el Príncipe Felipe quien le otorgó un Poder General que le autorizaba a perdonar toda clase de delitos, repartir y encomendar tierras e indios, revocar leyes, nombrar Gobernadores, etc. y dos cartas para Pizarro, una del Rey y otra personal suya, La Gasca siguió a Sevilla en Abril de 1546 y partió el 26 de Mayo de San Lúcar de Barrameda. También traía cartas del Rey dirigidas a varias personas influyentes del Perú y algunas en blanco para hacer uso discrecional de ellas. Le acompañaba su secretario Alonso de Alvarado, los nuevos Oidores y otras personas de calidad.

En Julio de 1546 estaba en Nombre de Dios y enseñó los poderes que traía. En Santa Marta el Visitador Armendáriz le puso al corriente que el Virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, había sido vencido y muerto en la Batalla de Añaquito y que una escuadra hostil mandada por Pedro de Hinojosa merodeaba aquellos mares.

La Gasca arribó a Panamá en Noviembre y entró en pacíficos y amigables tratos con los rebeldes de la flota de Hinojosa, sumándoles a su grupo, de manera que abortó el plan de Gonzalo Pizarro de hacerle matar. Enseguida Incorporó a la suya a las veintidós naves que componían la flota pizarrista, escribió a Nicaragua y a Guatemala pidiendo ayuda a los leales servidores del Rey. Al obispo de Lima, fray Jerónimo de Loaiza, que había escapado a Panamá con el ánimo de pasar a España, le retuvo consigo y al obispo de Santa Marta le mandó que fuese de regreso a su Diócesis y en Junio del 47 despachó cuatro navíos con Lorenzo de Aldana, Hernán Mejía, Juan Alonso Palomino y trescientos hombres para que entreguen sus cartas entre los cabildantes y personas de viso en Lima. También se ganó a otros sujetos de prestigio como Sebastián de Benalcázar, Gobernador de Popayán; a Pedro de Valdivia, Gobernador de Chile; al Contador Juan de Cáceres. Frente a ellos puso de Mariscal a Alonso de Alvarado. Su fuerza moral radicaba en representar al Rey y por eso logró muchas deserciones, inclusive se atrevió a despachar a un fraile dominicano con cartas a Gonzalo Pizarro y su grupo.

Cuando arribó Aldana al Callao con las misivas de La Gasca se produjo una general conmoción en el campo rebelde. El capitán Francisco de Carvajal convocó a una Junta y solicitó que se tomen las Bulas o Perdones pero el capitán Cepeda fue de contrario parecer. Gonzalo Pizarro juntó entonces a mil hombres y abandonó Lima con destino a Arequipa.

En Abril de 1547 La Gasca abandonó Panamá con la flota compuesta de más de veinte barcos y tras superar una peligrosísima tormenta enfilando a la isla de la Gorgona, arribó a Manta ofreciendo el perdón a todos los que plegaran a su bando, inclusive al mismo Pizarro. Prosiguió por tierra a Tumbes, Trujillo y Jauja. Contaba con la obediencia de Guayaquil, Portoviejo y Piura. Sus fuerzas se componían de 400 soldados a caballo, 700 arcabuceros y 500 piqueros.

Las deserciones dentro del bando contrario eran enormes. Diego Centeno se había sublevado en el Cusco y mantenía su dominio sobre el Alto Perú restando a Pizarro una fuerza enorme, pero el 20 de Octubre Pizarro y su segundo Francisco de Carvajal, conocido como el demonio de los Andes, destruyeron a las fuerzas sublevadas en la batalla de Huarinas recobrando el Cusco y el Alto Perú.

Mientras tanto La Gasca se había hecho llevar artillería y el 29 de Diciembre salió de Jauja dispuesto a la guerra. Había transcurrido un año desde su llegada al Perú. La marcha fue lenta y por las sierras, el 18 de Marzo de 1548 se situó en Abancay y con precaución cruzó ese río, porque temía encontrar a los pizarristas en cualquier momento.

Gonzalo Pizarro estaba en la llanura de Jaquijaguana, vecina a la fortaleza de Sacsahuamán, muy cerca del Cusco. Los leales, entre los cuales se encontraba Pedro de Valdivia, Diego Centeno, Benito Suárez de Carvajal y otros muchos jefes, se ordenaron en plan de batalla sin intentarla, apoyándose en su artillería, era el 9 de Abril de 1548.

Apenas rotos los fuegos se pasaron al campo de La Gasca el segundo Jefe Cepeda, doblemente traidor porque había sido opuesto a recibir los perdones y el capitán Garcilaso de la Vega, padre del cronista de su nombre. El desbande se hizo contagioso, quebróse la línea de Pizarro y finalmente Francisco de Carvajal y Pizarro, cayeron prisioneros, mostrando el primero mucha gracia, serenidad y valentía. Solo hubo veinte muertos. Al día siguiente, 10 de Abril, fueron ejecutados. La Gasca mandó a ahorcar a Carvajal y que luego su cadáver fuere descuartizado, Pizarro fue tratado con más consideraciones por su condición de hidalgo y tener el carácter de Gobernador de Quito, enjuiciado sumariamente junto a los líderes de la rebelión y condenado a ser decapitado, cayendo su cabeza bajo el hacha del verdugo ese mismo día. Murieron muchos más, cuarenta y ocho en total, que la carnicería fue grande. Los restantes fueron enviados al destierro en España para servir en galeras.

El día 11 ingresó al Cusco acompañado del obispo Jerónimo de Loaiza. Entonces decidió dispersar a los militares para precaver futuras insurrecciones. Al capitán Diego Centeno envió al río de La Plata a ordenar esas provincias, remitió al Paraguay a Nutrio de Chávez que llegó a Charcas a fin de hacer nuevos descubrimientos; a Núñez de Prado a reducir y poblar Tucumán, a Diego Palomino a la conquista de Chuquimayo donde fundó la ciudad de Jaén, reorganizó la Audiencia de Lima con letrados traídos de España y algunos leales a toda prueba, igual hizo con los Cabildos, reguló el trato de negros.

El 24 de Agosto estudió en Guaynarima el asunto del reparto de tierras y lo dejó ordenado a Loaiza, pero no todos quedarían pagados pues de las 150 Encomiendas que existían, sacó 2l8 dividiendo las mayores, mas como los ofrecimientos que había hecho pasaban del millar, el número de descontentos fue grande. Por eso tuvo que repartir entre ellos el oro a manos llenas para ver si así quedaban satisfechos.

Había vuelto a Lima el 17 de septiembre de 1548, ingresando con grandes celebraciones y fiestas. La ciudad le nombró Padre restaurador y pacificador y como aún quedaban encomiendas por conceder y otras vacaban, preparó una nueva lista de mercedes que encerró en un pliego para que se abriera después de su salida a España.

El 29 de Abril de 1549 estableció una nueva Audiencia en Lima, así como el sistema de Corregimientos para administrar justicia en las ciudades, estableció los límites del Virreinato el cual comprendería las gobernaciones de Nueva Castilla, Nueva Toledo, Quito, Río de San Juan, Popayán y Río de la Plata.

Antes de partir recibió una orden suprimiendo el servicio personal de los indios, determinó discretamente dejar por entonces en suspenso su aplicación, por temor a nuevos desórdenes.

El 27 de Enero de 1550 salió de la rada del Callao con importantes caudales para la Corona – millón y medio de castellanos – rechazando los donativos que quisieron hacerle. La Audiencia de Lima quedó en espera de la llegada de un nuevo Virrey.

En el trayecto, de regreso de Panamá a Chagres, se libró de caer en manos del rebelde Hernando Contreras que junto a Juan Bermejo había tomado Panamá. En Chagres lograron apropiarse de los caudales de La Gasca, pero la reacción del vecindario los derrotó y se rescató dicho dinero de la corona. Embarcó el dinero, encargó el gobierno de la Audiencia al Oidor Cianca, partió a Panamá el 27 de Enero de 1550, arribó a Cádiz y solicitó a su amigo el Arzobispo de Sevilla, Fernando de Valdés, que le alojara en su casa porque iba desprovisto de fondos para si. Igualmente tuvo que solicitar al Emperador que mandara a pagar los cuarenta y seis mil pesos del

viaje. Tales muestras de desinterés indudablemente emocionaron al monarca, que vió en este súbdito el prototipo de la honestidad en sus reinos y no dudó en premiarle presentándolo para el obispado de Palencia, también le dió muchas comisiones diplomáticas en Alemania, que desempeñó a cabalidad, pues era detallista en extremo.

Años después su hijo el Rey Felipe II le elevó a Obispo de Siguenza, donde celebró un sínodo y falleció el 13 de Noviembre de 1567, de 74 años de edad, en opinión de docto y prudente, de costumbres morigeradas y estricto cumplidor del deber.

Recomendó para II Virrey del Perú a Antonio de Mendoza, Marqués de Mondejar, que había actuado con iguales funciones en Nueva España (México) El príncipe Felipe pagó las deudas contraídas en su viaje y comisión al Perú y le nombró Obispo de Palencia y luego de Siguenza en 1561, donde falleció seis años después, el 13 de Noviembre de 1567, de 76 de edad. En dicha catedral existe un suntuoso enterramiento.

Fue discretísimo y supo salir airoso de todo compromiso. Continuó la conquista de estos territorios dispersando a las tropas pizarristas y hasta parte de las leales por las provincias aún no exploradas, prosiguiendo con la idea de la colonización. Únicamente afeó su conducta las medidas fuertes que tomó después de la victoria, condenando a sufrir la pena capital a varios importantes conquistadores que pagaron con sus gloriosas vidas por una crisis política muy de la época.