PATRIOTA.- Nació en Guayaquil y fue bautizada el 8 de Junio de 1784 con los nombres de Manuela de Jesús. Hija legítima
de Francisco Ventura de Garaycoa y Romay, natural de La Coruña, en Galicia, España, Capitán de Maestranza del Astillero
de Guayaquil y Factor General de la Real Renta de Tabaco y de la guayaquileña María Eufemia de Llaguno y Lavayen.
Poco se conoce de su niñez y juventud aunque debió recibir las primeras letras de su madre. En Marzo de 1800 contrajo
matrimonio con Francisco García – Calderón y Díaz, natural de La Habana, bautizado en la Parroquia de San Cristóbal, de
tres días de nacido, el 17 de Diciembre de 1 770, venido como Ministro Contador de las Reales Cajas y Tesorero Oficial,
cargo en el que se relacionó con su futuro suegro.
Manuela pronto salió embarazada y en 1801 dio a luz en casa de sus padres a una niña que llamaron Mercedes, quien
casaría en 1824 con el Regidor Bartolomé Francisco de Ayluardo y Azpillueta, con sucesión.
Para 1802 vivía con su esposo y tierna hija en Cuenca, hospedada en unas piezas situadas en la casa de Margarita Torres,
mujer de Francisco Paulino Ordóñez, en la esquina suroeste de las calles Bolívar y Presidente Borrero, hoy Banco del
Azuay, ocupando una- excelente posición en el seno de la sociedad azuaya.
En 1804 nació su hijo Abdón, el futuro Héroe Niño. En 1806 Baltazara, quien casó en 1842 con su pariente el exPresidente
Vicente Rocafuerte, sin hijos. En 1807 Carmen, una de las“Tres Gracias” que coronaron a Bolívar a su retomo de la
campaña del Perú, las otras dos fueron Mariquita Plaza del Campo y Ángelita Rico Rocafuerte. El Libertador, amigo de su
familia, la mencionó en sus cartas con el sobrenombre de “La Gloriosita”, falleciendo soltera en 1868 en Lima. En 1809
Manuela, que también murió soltera (1)
Cuando iba a estallar la revolución del 10 de Agosto en Quito, la familia Calderón Garaycoa se componía de un hijo y
cuatro hijas. Entonces ocurrió que el Capitán Juan Salinas, comprometió secretamente en Quito al Sargento Mayor Mariano
Pozo, riobambeño de 36 años de edad, para que propagara las ideas independentistas en Cuenca, ciudad a la que tenía
que viajar con una escolta de catorce soldados a su mando, a relevar a los que estaban en esa urbe.
El 8 de Agosto arribaron a Cuenca y según parece. Pozo conversó con Calderón, noticiándole de los aprestos
revolucionarios, que solo se conocieron días después cuando el posta Blas Santos llevó la nueva al interventor de la Renta
de Correos Joaquín Tovar, regándose la novedad en toda la ciudad.
Una carta enviada a Pozo desde Quito, fue requisada por José Neyra y Vélez, que la entregó al Gobernador Melchor
Áymerich, quien pidió a García – Calderón que le cediera los caudales públicos a su cargo, con el pretexto de levantar
tropas e iniciar la marcha sobre Quito, pero como no presentó las respectivas libranzas legales, éste se negó.
Mientras tanto, había mandado a desarmar la escolta disponiendo la prisión de Pozo y de otros vecinos, a quienes acuso de
revolucionarios por simples chismes y delaciones. El 24 de Agosto, mientras el Alcalde de Cabildo Fernando Guerrero de
Salazar y Piedra almorzaba tranquilamente en casa de García Calderón, el Teniente de Milicias Manuel Rodríguez y
Villagómez les intimó prisión, conduciéndolos a un Cuartel, donde se les calzó grillos hasta que el 5 de Septiembre los
remitió a Guayaquil, pudiendo García-Calderón recobrar su libertad merced a las influencias de sus parientes políticos.
En Cuenca eran embargados y vendidos sus pocos bienes en pública subasta. (2) Su esposa e hijos siguieron a Guayaquil,
alojándose en casa de Doña María Eufemia Llaguno Vda. de Garaycoa, donde nació el 4 de Octubre de 1810 su hijo
Francisco. “De allí en adelante García-Calderón luchó por la independencia hasta ser fusilado el 3 de Diciembre de 1812
en Ibarra, quedando su familia en la mayor pobreza.
Años después su concuñado el General José María Villamil le retrató del siguiente modo “Hombre de cuerpo de hierro, de corazón de león, de cabeza volcánica y de alma indomable. Un verdadero republicano que no pretendía ser superior a
nadie, ni consentía ser inferior a ninguno”. “Herida en el alma, la tesonera viuda dedicó su tiempo a atender la educación
moral y científica de sus hijos, a que mas tarde lleven con honor y orgullo el glorioso apellido de su padre”.
En 1817, sin embargo, su tío el Obispo de Cuenca Dr. José Ignacio de Cortázar y Lavayen, hizo esfuerzos en la Corte de
Madrid y le consiguió el Montepío correspondiente al empleo de su marido, alegando que no había derecho a privarle de
ese haber que por contrato se había descontado de su sueldo.
Desde el fusilamiento de su esposa Manuela acostumbraba reunirse con sus hermanos y hermanas en casa de su cuñado
Villamil y en la habitación de Ana su esposa, culminaron el plan de la independencia de Guayaquil.
En la mañana del 9 de Octubre alistó a sus hijos Abdón y Francisco en las tropas de Infantería y en la Marina,
respectivamente, desplegando
imponderable entusiasmo. Ella misma cosió los uniformes que vestía su hijo Abdón como integrante del Batallón Yaguachi.
Le despidió personalmente cuando inició la marcha sobre Cuenca y Quito y en todo ese tiempo mostró un temple digno de
los tiempos heroicos de la Grecia, cuando las madres ofrendaban sus hijos a la Patria.
En Agosto de 1821, al conocer la traición del Coronel López de aparicio en Babahoyo, intervino en la redacción de una
memorable Carta de Honor y la firmó con sus hermanas, hijas, primas su colombianismo rayaba en frenesí patriótico sin
límites. Joaquín Mosquera, en carta escrita el 22 de Marzo de 1 822 al General Santander, decíale: “Encargo a Ud.
muy
particularmente, que remita muchas Constituciones y cuantos más impresos hagan honor a la República. De este modo se
aumentará opinión y se ganarán amigos. Los sujetos a quienes deben mandarse constantemente para que los divulguen
son: Don José Merino,don Ignacio Gorrichátegui y doña Manuela Garaycoa, que sola nos vale más que todo. Esta señora,
sus hijas y sus hermanas, y sus amigos y amigas, son el foco de nuestra opinión y cantan diariamente y hasta por las calles
algunas noches, las canciones colombianas, en honor del Libertador y de la República. Si Ud. quiere escribirle a esa
señora, recibirá su carta con el fanatismo que le caracteriza de Colombiana y hará mucho…!
El 24 de Mayo las armas guayaquileñas y colombianas triunfaron gloriosamente sobre los españoles en el Pichincha, pero la
noticia recién se conoció en el puerto principal el 2 de Junio, por una carta particular. Á la una de la tarde la Junta de
Gobierno compuesta por José Joaquín de Olmedo, Francisco María Roca y Rafael Jimena, la confirmó, publicando el Parte
Oficial enviado por Sucre, por conducto del Jefe Militar de Riobamba León Febres Cordero y al repique general de
campanas, siguieron los bailes y diversiones populares en honor de los Libertadores.
El mismo día, Manuela Garaycoa de Calderón se impuso del bizarro comportamiento de su hijo Ábdón que cuatro veces
herido se había resistido a abandonar el campo de batalla hasta que al fin había caído al lado de la bandera albiceleste
guayaquileña pero ignoraba su muerte, que ya había ocurrido a causa de las heridas; por eso el 11 escribió a su amigo
Antonio José de Sucre, correspondiéndole la singular atención de haberla felicitado con el Coronel Juan Illingworth, por el que me repito su reconocida y fiel amiga que besa su mano”.
Poco después sus hermanas le dieron la triste noticia de la muerte de Abdón y ella exclamó:
“Ha muerto el hijo de mis entrañas, más la Patria está libre y vengada la sangre de mi
esposo”.
En Junio averiguó con su amigo Antonio Soler por el paradero de sus bienes en Cuenca. Los
Jueces por comisión del Cabildo habían sido Juan López Tornaleo y Carlos Célleri que
remataron el hato de Saucay en 1.110 pesos a Manuel Sempértegui, muebles y vestidos,
cobrando deudas de algunos indios, mulas, yeguas y bueyes. Solo quedó en poder de Manuel
Villavicencio, sin haberse podido vender, un chupín azul y dos casacas encarnadas, que le
fueron remitidas.
El 11 de Julio arribó Bolívar a Guayaquil, visitó a Manuela que aún vivía en casa de su madre,
simpatizó con sus hermanas: Joaquina Garaycoa, mujer vehemente y fantasiosa que empezó a
llamarle “Mi Glorioso” y él en retribución “La Gloriosa”, coqueteó con Carmen Garaycoa, a
quien cariñosamente mencionará luego con el adjetivo de “La Loca”, Ana de Villamil, Francisca de Vivero, cuya
cargo a la mitra vacante de Cuenca los restantes.
El 2 de Septiembre recibió del gobierno de Quito un impreso con la gloriosa muerte de su hijo
Abdón y posiblemente la Gloriosa escribió una extensa carta que no nos ha llegado, pero sí la
respuesta del Libertador, que el 14 de Septiembre devolvió la atención a todas las Garaycoa, de la
siguiente forma: “La Gloriosa me ha proporcionado la dicha de ser saludado por Uds. Yo no
aspiraba a una satisfacción tan agradable para mi corazón, porque no las creía a Uds. tan buenas
con un ingrato como yo, que no escribo a nadie por indolente y también por ocupado. A la
Gloriosa, que las serranas me han gustado mucho, aunque todavía no les he visto; que no les tenga
envidia, como decía, porque no tiene causa con unas personas tan modestas que se esconden a la
presencia del primer militar. La iglesia se ha apoderado de mí, vivo en un oratorio, las monjas me
mandan la comida, los Canónigos me dan de refrescar. El Te Deum es mi canto y la oración mental
mi sueño, meditando en las bellezas de la Providencia dotadas a Guayaquil y en la modestia de las
serranas que no quieren ver a nadie por miedo del pecado. En fin, amigas, mi vida es toda
espiritual y cuando Uds. me vuelvan a ver ya estaré angelicado. No hay más tiempo, pero soy el
más humilde que besa los pies de las damas Garaycoas, Llagunos y Calderones. F) Bolívar. A la
Gloriosa, que soy el más ingrato de sus enamorados. El mismo. P. D. El amanuense saluda a Uds.
De Cuenca pasó a Quito y el 16 de Noviembre volvió a escribirles: “A la familia Garaycoa. Mis damas y señoras. Gloriosa,
Loca, etc. Con suma satisfacción he recibido la muy apreciable de Uds. no puedo negar que Uds. me harán ir al cabo del
mundo, solo por tener el gusto de rendirles mis cordiales agradecimientos. Son Uds. tan buenas conmigo que no es posible
más. La Gloriosa tiene razón de quererme porque yo la amo de amor y gratitud. Mi señora doña Manuela, con más juicio y
la misma amistad, tiene derecho a toda mi consideración y respeto ¡Que no se ofenda la primera! A la señora madre y
niñas que no tengo cuidado por los godos y que soy a sus pies el que más le adora y respeta. Se entiende a Carmencita y
las hermanitas (las Calderón) con las adoradas. Soy con toda la consideración y rendimiento, afectísimo, f) Bolívar”.
De allí en adelante el epistolario se volvió copioso. “Bolívar, premiador insigne del mérito y
maestro de gratitud, acudió al hogar de la familia Garaycoa y la exaltó en la persona de Abdón el
hijo del mártir y de su madre espartana”.
Manuela le cuenta episodios baladíes, pero decidores de esas relaciones casi familiares “La
Gloriosa tuvo un fuerte dolor de cabeza. Para éste no se encontraba remedio, pero Ud. es el
antídoto para todos los males. Ella tomó la carta de Ud. y se la aplicó a la frente y por influjo de
la imaginación está buena”.
El 1 de Junio de 1823 Bolívar les escribió desde la hacienda El Garzal propiedad de la familia
Garaycoa en Babahoyo, donde pasaba unas deliciosas vacaciones con Manuelita Sáenz. “A la señora Eufemia Llaguno de
Garaycoa. Cada día es Ud. mejor. Ayer tuve la complacencia de recibir la fineza que Ud. se sirvió de mandarme de dulces
hechos por esas manos virtuosas. Tanta bondad merece un agradecimiento infinito, como es delicado el obsequio. Estoy
lleno de satisfacción por los recuerdos que me hacen esas amables señoras, mas no me ganan en memoria; siempre ^
estoy pensando en mis bellas amigas.
Ellas solo faltaban a mi corazón para encantar en las riberas amenas del Garzal, aquel sitio
delicioso que me hace experimentar sensaciones muy vivas. Todo me dice: si aquí estuvieran las
Garaycoa, esto sería el hechizo de la hermosa naturaleza. Todo me dice. Aquí estuvieron, aquí
jugaron, aquí cantaron, este aire rezonó con la dulce voz de Carmen; este suelo ha recibido las
huellas de Baltarita; aquel grado sirvió de alfombra al baile de mis amigas, estas aguas han
razonado con las manos y los labios de la gracia; mas allá está un placer en que ha triscado la
amable loca, más acá un bosque umbrío donde reina la tristeza que ha exaltado una viuda tierna y
constante; este collado ha dado flores a las más bonitas e inocentes; esta cosa es el templo de la
virtud, el asilo de una madre venerable. Estas ilusiones, señora, me arrebatan y me entristecen.
Mientras tanto debe Ud. perdonar a la pintura de mis invenciones. Me tomo la libertad de
ponerme a los pies de esas señoras. Al señor Vicario ofrezco mis afectuosos respetos. A la Gloriosa,
que está en mi corazón. Reciba Ud. mi señora, la consideración con que soy de Ud. su afectísimo
servidor que besa su mano. Bolívar”. Después les obsequió una perrita que las Garaycoa
bautizaron con el nombre de Fineza,
imborrables en Manuela Garaycoa de Calderón, sus hijas y hermanas.
En 1834 falleció su yerno Ayluardo. En 1838, a la erección del Obispado de Guayaquil, fue
electo el Dr. Francisco Xavier de Garaycoa y mejoró la situación económica de Manuela y sus
hijas pues tuvieron una ayuda más significativa.
En 1842 el matrimonio de su hija Baltazara Calderón con su pariente el Gobernador del Guayas
Vicente Rocafuerte, dio a la familia poder político. El 14 de Abril de 1846 murió su madre
Eufemia Llaguno de Garaycoa.
En 1847 pasó con sus hijas Carmen y Mercedes que la acompañaban, a residir en casa de su
hija Baltazara en Lima, quien acababa de enviudar de su esposo Rocafuerte, donde vivió
rodeada de sus nietos Clemente y Manuela Calderón Froment y Benigno S. Calderón
Domínguez, hijos de Francisco Calderón Garaycoa, y de Simona, Atahualpa, Abdón y Francisco
Ayluardo Calderón hijos de Mercedes Calderón Garaycoa.
En 1852 regresaron a Guayaquil. En 1865, a raíz de la expulsión de Baltazara por orden del
presidente García Moreno, quien meses antes había hecho huir de la ciudad a Mercedes editora
de un pequeño periodiquito titulado “El Duende”, tuvo la familia que viajar nuevamente a
Lima, donde le sorprendió la muerte el 25 de Abril de 1867, de ochenta y dos años de edad, a
causa de unas fiebres malignas y fue enterrada en el soberbio Mausoleo construido por orden
de su hija Baltazara para guardar las cenizas de su esposo Vicente Rocafuerte.
En su epitafio reza lo siguiente: “Manuela Garaycoa vda, de Calderón. Sin su esposo que fue
uno de los primeros caudillos mártires de América y madre en temprana edad de seis hijos
huérfanos, concentró sus vehementes y elevados sentimientos en ellos. Se consagró a
inspirarles un profundo respeto a sus deberes. Practicó todas las virtudes y espera su familia
una venerada memoria desde el 25 de Abril de 1867”
Quienes la conocieron y trataron aseguraban que era bella y grave, que tenía un alma sin dobleces, orlada de
excepcionales méritos. El domingo 21 de Junio de 1951 sus restos fueron traídos de Lima y depositados en el Mausoleo de
su familia en Guayaquil.