CARVAJAL FRAY GASPAR

CRONISTA.- Nació en Trujillo de Extremadura hacia 1504 y muy joven ingresó a uno de los muchos conventos Dominicanos que existían en Castilla, posiblemente al de San Pablo de Valladolid, donde se encontraba en 1535 cuando fue seleccionado por el Superior, junto a siete frailes más, para acompañar a fray Vicente Valverde en su segundo viaje al Perú.

Carvajal hizo de Jefe del grupo y con ellos se trasladó a Sevilla donde fueron pagados sus pasajes por los Oficiales Reales, pero debido a la tardanza de la bulas de Obispo para Valverde tuvieron que permanecer allí desde septiembre hasta enero del 36, en que finalmente emprendieron el viaje a vela con dirección al puerto de Nombre de Dios y de allí a Tierra Firme en el istmo de Panamá.

Los frailes que le acompañaron llamaban: Toribio de Oropesa, Alonso Daza, Alonso de Sotomayor, Alonso de Castro, Pedro de Ulloa, Gerónimo Ponce y Francisco de Plasencia.

En Noviembre de 1538 Carvajal figuraba entre los fundadores de la orden dominicana en el Perú de la que fue Provincial por algunos años y Prior del Convento de Lima, todo lo cual consta en un pleito que sostuvo contra Hernando González y otros en defensa del derecho de asilo del citado convento.

Su paisano el Gobernador Gonzalo Pizarro le llevó de Vicario General de los dominicanos en Quito y Capellán personal suyo. En Quito se dice que Carvajal fue quien le persuadió para que fuese al descubrimiento de “los ricos territorios conocidos con el nombre de la Canela” y con él salió a fines de 1540, aguas abajo, por el río Coca, hacia el oriente, para descubrir ese fabuloso país donde creía que existía numerosos árboles de tan codiciaba especie en esas zonas desconocidas.

El viaje fue por demás accidentado desde sus comienzos. Los expedicionarios tuvieron que tomar descanso en Sumaco, donde se les unió Francisco de Orellana con veinte y tres hombres, pero tan desprovistos de todo, que hubo que auxiliarles. Pizarro era denodado y no quiso dar su brazo a torcer de suerte que por un valle que denominaron de la Coca tomaron hacia el oeste hasta encontrar un gran río que denominaron Napo. I como no había frutos en los alrededores se construyeron dos barcos para iniciar la travesía por el río, uno de ellos fue bautizado con el nombre de San Pedro. Orellana y cincuenta y siete hombres navegarías en busca de alimentos mientras Pizarro y el resto de la tropa se mantenían a base de yuca que Gonzalo Díaz de Pineda había conseguido.

De allí en adelante Orellana y su gente se internó por regiones desconocidas, llenas de sabandijas, árboles inmensos y terrenos casi infranqueables, donde los caballos no podían transitar y por eso dejaron de desembarcar para seguir únicamente por las aguas de un río que cada vez se hacía más grande y torrentoso, impidiendo cualquier retorno al sitio donde había quedado Pizarro. Todo se ofrecía difícil e inaccesible, los habitantes eran pobrísimos y de un salvajismo antes no visto pues andaban desnudos por los bosques y sin techo en que guarecerse, al punto que se temió en un momento dado por el éxito de la expedición.

El viaje se volvió una peligrosa aventura de conocimiento más que de conquista por lo exótico y agreste de la zona y por la inmensidad sin fin de la Amazonía que ya vislumbraban interminable. Carvajal estuvo entre ellos y le tocó vivir los trabajos sin cuento de una tan adversa aventura que no solo estuvo llena de novedades sino también de leyendas como la de las famosas Amazonas o mujeres guerreras del gran río, que Carvajal creyó con sus compañeros a pie juntillas… Catorce días más tarde – el día catorce de Junio – siempre navegando por el río misterioso, hallamos un poblado de casas bien construidas. Allí celebraría el día de san Juan, pero fue vana ilusión, pues “pronto una feroz carga de los flechadores indios nos obligó a un combate desigual. El grito de asombro acudió al verlas, eran desnudas y solo un trapo tapaban sus vergüenzas, eran unas mujeres altas y de color más claro. Las Amazonas residían como siete jornadas de las costas del río, tenían por jefe a una de ellas llamada Coñori y vivían solas sin hombres, pero en ciertas épocas del año los llevaban por fuerza a sus tierras y les tenían consigo el tiempo que se les antojaba y después de ser empreñadas los enviaban de vuelta sin hacerles daño. Que si nacían hombres los devolvían a sus padres. Que si nacían mujeres las cuidaban con gran esmero y criaban con solemnidad, imponiéndolas de las cosas de la guerra. Que dichas Amazonas, como las empezaron a llamar los españoles, vivían en poblados de grandísimas riquezas de oro y plata, sirviéndose en objetos de estos metales las principales, pues las demás lo hacían en utensilios de madera y si era de ponerlos al fuego, en vasijas de barro. Que el poblado principal de ellas contenía cinco casas muy grandes o adoratorios dedicados al sol, cuyos interiores estaban decorados con pinturas de diversos colores y con ídolos de oro y plata con figuras de mujeres. Sus vestidos eran de ropa de lana muy fina porque tenían ovejas del Perú. Mantas ceñidas desde los pechos hacia abajo, encima echadas y otras con manto abrochadas por delante con unos cordones. Traen los cabellos teñidos y puestas unas coronas de oro tan anchas como dos dedos. Que tenían a su servicio camellos de pata hendida (debieron ser llamas) y poseían dos lagos de agua salada de que ellas hacían sal. Que era obligación que al ponerse el sol no quedara indio alguno en el interior de esos poblados y que era tan poderosas que hacían tributarios en un gran confín de esas comarcas para que les sirvieran en todo”.

Orellana y entre ellos fray Gaspar sufrieron gravísimas penurias y pasaban de unas a otras riberas en donde los asaltaban indios desnudos altos y fieros, con el pelo cortado, pintadas las caras de negro, prácticamente eran como seres diabólicos, que gritaban, aullaban y disparaban certeras flechas. Unas veces desde la espesura de la selva y en otras ocasiones acercándose en canoas con gestos fieros. Si de vez en cuando divisaban algún poblado, éstos eran muy pobres y en su mayor parte habían sido abandonados. Al final las naves parecían hospitales pues no había persona que no estuviera enferma por desnutrición o a causa de algún mal propio del trópico.

El 12 de Febrero de 1542 día de santa Olalla arribaron finalmente al Marañón y en su honor designó a esta confluencia con el nombre de Juntas de Santa Olalla. Por allí prosiguieron hasta el Atlántico.

Durante tan accidentado como peligroso trayecto, siempre en medio de las selvas, con mosquitos y sabandijas, en medio de un calor y humedad al que estaban poco acostumbrados, salvándose en cada momento del peligro, recibió en cierta guazabara con dichos indios dos heridas de flecha – una en la quijada y otra en la cabeza – esta última le vació el ojo que le fue sacada terminada la lucha pero le quedó la cuenca vacía para el resto de su vida, de suerte que bien pudo escribir al salir de las bocas del río de las Amazonas, como lo hizo, que salían de las bocas del Dragón que les había mantenido como prisioneros en una cárcel.

I tras deambular por las costas marítimas sin saber dónde estaban arribaron el 11 de Septiembre de 1542 finalmente a la Isla de Cubagua y a la ciudad llamada de la Nueva Cádiz, descubriendo fray Gaspar y los suyos que el otro pequeño bergantín que había arribado dos días antes con Orellana. Grande fue la alegría de todos al encontrarse sanos y salvos, bien es verdad que numerosos expedicionarios habían fallecido en el transcurso de la travesía..

Allí se enteró de las muertes de sus amigos el Obispo Valverde a manos de los indios alzados de la isla Puná y de Francisco Pizarro por los almagristas llamados también el Bando de Chile. Y movido por el deseo de regresar al Perú, decidió no acompañar a Orellana en sus reclamaciones en la corte, sino volver a su Convento de Lima, para lo cuál tomó pasaje directo al puerto del Nombre de Dios, no sin antes dar término a su relación en 31 págs. documento que el Cronista Oviedo insertó en su “Historia General e las Indias” aunque permaneció inédito hasta 1.894 que lo dio a la luz en Sevilla el erudito historiador chileno José Toribio Medina, en doscientos ejemplares que dedicó a su amigo y mecenas el Duque de T’ Serclaes de Tilly que financió la edición.

Una vez en Lima mantuvo actuaciones de preeminencia y cuando se produjo el rompimiento político entre el virrey Núñez de Vela y el bando de Gonzalo Pizarro, poseedor al parecer de la confianza de ambos, fue en nombre de los Oidores alzados contra el virrey a solicitar a éste ultimo que se presente en las gradas de la Catedral, donde le esperaban con el pueblo, que en lugar de vitorearle lo prendió el 18 de Septiembre de 1544.

Carvajal debía conocer cual era la suerte que le deparaban los pizarristas a Núñez de Vela puesto que en la prisión le advirtió que prepare su conciencia ya que le darían pronta muerte, recibiendo el encargo de un anillo suyo, muy conocido por todos para que fuera a visitar a Diego Alvarez, Capitán de la flota real fondeada en el Callao, donde estaban de rehenes los hijos de Francisco Pizarro, a fin de que entregue las naves para salvarle la vida, lo cual jamás aceptó Alvarez.

A fines de ese año era Superior del Convento de Lima y cuando arribó el Presidente Pedro de la Gasca se puso de su parte, fueron amigos y el 26 de Octubre de 1.547 se halló en la batalla de Pucará con el Capitán Diego Centeno. Posteriormente La Gasca le envió a Tucumán con el cargo de Protector de Indios. En 1550 le fue dada una Real Cédula confirmatoria y el 53 el Capítulo Provincial dominicano del Perú le instituyó Vicario General de aquel Convento de Tucumán, de las casas ya edificadas y por edificar y Predicador General de Guamanga.

José Toribio Medina duda que viajara a tan distantes regiones porque a fines de Julio del 57 salió electo Provincial de su Orden en el Perú y conforme a los deberes del cargo se ocupó de visitar muchos de los Convenios de la Provincia.

Fray Reginaldo de Lizarraga manifiesta que Carvajal era excelentísimo varón, sucesor de fray Domingo de Santo Tomás en el Convento de Lima, religioso de “mucho pecho y no menor virtud, carretera y lana” y que al llegar a los conventos cuando los iba a visitar, en lo espiritual y temporal dejaba aumentados.

El 2 de Septiembre de 1559 asistió al Capítulo Intermedio de su Orden en Lima. En el Capítulo del 61 salió electo uno de los cuatro Padres Definidores de la Provincia del Perú y en el de 1565 le nombraron Procurador en España y Roma aunque parece que no quiso realizar tan dilatado viaje delegando sus poderes en fray Cristóbal Núñez, pues en el Capítulo del 69 recibió el grado de Presentado.

En 1575 se dirigió el Rey Felipe II pidiéndole intervenir en favor de los indios que eran alquilados para el laboreo de las minas desde el 71, especialmente en las de azogue, donde sufrían toda clase de enfermedades y trabajos que terminaban por arruinarles la salud y en la mayor parte de los casos hasta les costaba la vida. Indudablemente esta gestión humanitaria le debió indisponer con los encomenderos que veían en peligro sus pingues negocios.

Los últimos años transcurrieron en la tranquilidad de su retiro y en 1584 falleció en su Convento – llamado del Rosario – en Lima, cuando contaba con ochenta años de edad.

A su entierro en la Sala Capitular del Convento, asistieron los Cabildos, Tribunales, Prelados y religiosos. Dejó la Relación del Descubrimiento del río Amazonas escrita sin arte pero fiel reflejo de las impresiones de uno de los miembros de esa expedición y único documento que se conoce de tan maravilloso suceso, que dio al mundo europeo el conocimiento de la existencia del mayor río, tan grande, que todos los ríos de Europa juntos no lo superarían.

Fray Juan Meléndez en sus “Tesoros Verdaderos de las Indias” editado en Roma en 1861, dedica largas páginas a biografiar a fray Gaspar de Carvajal. También lo hacen otros autores como Toribio de Ortiguera en la “Jornada del río Marañón, con todo lo acaecido en ella y otras cosas notables dignas de ser sabidas acaecidas en las Indias Occidentales del Perú” que refiere el viaje de Orellana y Carvajal por el Amazonas, Pedro Cieza de León en su “Guerra de Chupas” trae informes sobre el viaje de Orellana de Guayaquil a Quito, su encuentro con Gonzalo Pizarro y finalmente el descubrimiento del gran río. Otros autores también han tratado el asunto aunque con menor detenimiento.

De Carvajal se ha escrito el siguiente elogio: “Fue un hombre sencillo y bueno, de ánimo constante, grande sufridor en la adversidad y muy ejemplar en sus costumbres”.