CARRION Y VALDIVIESO JOSE MIGUEL

POLITICO.- Nació en Loja el 17 de Diciembre de 1782 y fueron sus padres legítimos el Maestre de Campo Baltasar Carrión y Aguirre, nacido en Loja en 1751, que estudió becado latinidad y filosofía en el Colegio de San Luís en Quito, Regidor Perpetuo, Alcalde Ordinario y de la Santa Hermandad del Cabildo de Loja, manejó los bienes incautados a los jesuitas y se benefició con ellos, tuvo casa en Loja, una quinta en San Sebastián, e Ignacia Valdivieso de la Carrera, vecinos acaudalados de la nobleza de esa provincia.

Educado con profesores privados en su ciudad natal, viajó a Quito, ingresó de colegial al Seminario, estudió Filosofía con José Mejía, recibió las primeras órdenes de manos del Obispo José Camón y Marfil y en 1803 logró el título de Maestro en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, después prosiguió con los cursos de Jurisprudencia Civil y Canónica, recibió el subdiaconado de manos de Francisco Javier de la Fita y Carrión, recién llegado para consagrarse Obispo de Cuenca, quien le regaló la Sacristanía Mayor de la Iglesia Matriz de Loja.

En 1805 fue examinado por el célebre teólogo Joaquín Miguel de Araujo, quien le encontró “bien instruido y suficientemente impuesto en la lengua latina”. Su maestro el Dr. Ramón Yépes, Rector del Colegio de San Luís, certificó que en todos esos estudios me ha hecho notorios sus buenos talentos, y en el de Filosofía especialmente.

En 1806 recibió el sacerdocio de manos del Obispo de Quito, José Cuero y Caicedo, pasó a Cuenca, fue nombrado Canónigo Medio Racionero y después Racionero de esa Catedral y allí estaba cuando se produjo la revolución quiteña del 10 de Agosto de 1809.

El 23 de Enero de 1810 firmó la írrita Acta de adhesión y respaldo al Obispo Andrés Quintián Ponte de Andrade por la ayuda prestada a los realistas cuando se produjo la revolución patriótica del 10 de Agosto del año anterior. Muerto Quintián y Ponte en 1815 fue sucedido por Ignacio Cortázar y Requena. Entonces Carríon pidió permiso para volver a Quito.

Entre 1815 y el 18 prosiguió sus estudios de Jurisprudencia hasta graduarse de Bachiller, Licenciado y Doctor en Leyes y Cánones en la U. de Santo Tomás de Aquino. Enseguida viajó a Cuenca y gobernó la Diócesis como Provisor y Vicario Capitular por fallecimiento del Obispo Cortázar y Requena, y como Promotor Fiscal de la Diócesis y Racionero de esa Catedral.

Tras la independencia de Cuenca el 3 de Noviembre de 1820, el día 15 y estando ausente, fue electo uno de los cinco miembros de la Junta patriótica o Supremo Tribunal de Gobierno, pero se excusó para no herir susceptibilidades, pues no quería ser un sacerdote politizado ni deseaba malquistarse con los clérigos de ambos bandos; mas, de nada le sirvió, porque a los pocos días los realistas ocuparon la ciudad y sufrió persecuciones. El Supremo Tribunal quedó compuesto por fray Alejandro Rodríguez, José Cárdenas, Manuel Dávila, José María Borrero y Miguel Custodio Veintimilla, que subrogó a Carrión y cuando las tropas insurgentes del General Antonio José de Sucre subieron a la sierra en 1822, hizo amistad con él, decidiéndose solo desde entonces abiertamente por la causa de la independencia.

Su carrera política comenzó durante la Gran Colombia a los cuarenta y dos años de edad. A fines de 1824 fue designado Rector de la Universidad de Santo Tomás y Diputado por la provincia de Loja. Prefirió lo segundo, viajó a Bogotá, amistó con el Vicepresidente Santander quien le elevó a la categoría de Deán de la Catedral de Quito y tras casi tres años de ausencia regresó y ocupó por cortos meses el rectorado de la recién fundada Universidad Central, que reemplazó a la de Santo Tomás en Quito. Fue el primer Rector, actuó entre 1827 y el 28 que le reemplazó el Dr. Pedro José Arteta Calisto.

Ese año firmó una Acta de respaldo a la dictadura de Bolívar y se trasladó a Loja donde vivió casi un año, poniendo en orden sus propiedades agrícolas hasta que ocurrió la invasión peruana acaudillada por el Mariscal José Domingo de Lamar y Cortázar.

Nuevamente en Quito, fue premiado con el deanato de la Catedral, pero algunos émulos le salieron al paso con varios remitidos acusatorios contra su hermano Manuel, por haber aceptado la gobernación de Loja y prestado auxilios a las tropas peruanas. En Diciembre de 1829 estaba en Bogotá como Diputado Nacional, suscribió el Acta de Respaldo a la dictadura de Bolívar y retornó a Quito.

Proclamada la República en Mayo de 1830 asistió a la Constituyente de Riobamba, luchó con otros eclesiásticos para que no se acepte la Ley del Patronato eclesiástico expedida por el Congreso de 1824 y fue candidatizado a Consejero eclesiástico del Estado pero triunfó en reñida lucha Nicolás Joaquín de Arteta y Calisto. El nuevo Obispo José Lasso de la Vega le nombró Rector del Seminario de San Luis. Por sus vínculos de parentesco con la aristocracia era considerado una de las primeras figuras sociales de la capital.

En 1833 nuevamente fue electo Diputado por la provincia de Loja, asistió al Congreso y mereció algunos votos para ocupar la presidencia y la vice presidencia de esa institución. Laboró en las comisiones de Régimen Interior y Negocios Eclesiásticos, fue nominado Arcediano de la Catedral de Quito.

Ese año 33 y estando por concluir sus sesiones el Congreso Nacional los tres Ministros floreanos se apersonaron ante los Diputados y solicitaron la concesión de las Facultades Extraordinarias para el Ejecutivo y con los diputados Vicente Flor Eguez y Francisco Fernández – Madrid se opuso a la concesión de dichas facultades extraordinarias.

El Diputado Rocafuerte no había podido concurrir a esa sesión por enfermedad, pero al enterarse que el Congreso las había concedido presentó una renuncia que fue calificada de irrespetuosa, acusando a la corporación de inmoral y corrompida. Carrión se solidarizó y también renunció. Por eso Rocafuerte, al recordar el incidente, dijo: El benemérito Dr. Carrión, diputado por Loja, actual Obispo de Botrén, patriota enérgico, dotado de virtud y talento, siguió mi opinión; ambos protestamos ante la funesta concesión de facultades extraordinarias                                            que

iban a poner en conflagración a toda la república y a envolvernos en la espantosa revolución que tantos males ha causado, y que han sido promovidos todos por la ambición del General Flores y de sus partidarios.

De allí en adelante los sucesos violentos se multiplicaron.         Los

patriotas de “El Quiteño Libre” fueron asesinados, se apresó y envió fuera del país a Rocafuerte, pero al llegar a la costa le liberó el Coronel Pedro Mena y Rocafuerte se hizo fuerte en Guayaquil, iniciando la llamada revolución de los Chihuahuas y las guerrillas.

El Presidente Flores pasó a combatir a los insurrectos y aprovechando su ausencia en la capital, los nacionalistas al mando del Dr. José Félix Valdivieso tomaron el poder, mientras se sucedían varios combates en las cercanías a la isla Puná en el golfo de Guayaquil entre las fuerzas de Rocafuerte y Flores, que al final se unieron, formando un frente común contra los de Quito.

El 21 de Julio de 1834 el nuevo gobierno quiteño presidido por su primo el Dr. José Félix Valdivieso le comisionó con el Dr. Pablo Merino para dirigir a Flores una comunicación ofreciendo la paz. Los comisionados se reunieron en Babahoyo el 4 de Agosto con los Doctores José Joaquín de Olmedo y Luis Fernando Vivero quienes propusieronuna Convención, pero los delegados de Quito replicaron proponiendo un Congreso Extraordinario para que éste la acordase, entendiéndose que si no se llegaba a reunir el Congreso se procedería a instalar la Convención. Merino rechazó la conciliación y llamado Rocafuerte convino en la reunión del Congreso ofreciendo influir en Flores para que la acepte, pero este se negó y las conferencias cesaron. Entonces marcharon las fuerzas unidas de Flores y Rocafuerte a enfrentar a las nacionalistas de Valdivieso y tras la sangrienta batalla de Miñarica, lograron el control político de la República.

Por su condición sacerdotal Carrión se había declarado neutral en la guerra civil; mas, dado su cercano parentesco con Valdivieso, apareció como sujeto sospechoso a los ojos de los vencedores y Rocafuerte, procediendo injustamente le arrebató el arcedianato de la Catedral de Quito que entregó al Canónigo Pedro Antonio Torres.

A finales de 1836 nuevamente fue electo Diputado, esta vez por Pichincha, presidiendo la sesión preparatoria del Congreso que recién se instaló el 3 de Enero de 1837. Fue designado miembro de la Comisión de Infracciones eclesiásticas, se opuso a la desmembración de la Diócesis de Cuenca para crear la de Guayaquil por razones meramente económicas y tomó parte en numerosas deliberaciones, sobre todo en el juicio contra el Ministro de Hacienda, Francisco Antonio Tamariz, que a la postre fue censurado. Carrión fue uno de los artífices de esta medida pues se había acercado al grupo floreano. Igualmente se opuso a la intervención del estado en los asuntos eclesiásticos y contradijo a Rocafuerte cuando clausuró el Convictorio de San Fernando de los padres dominicanos, reabierto meses más tarde como Colegio Público del estado. (1)

En 1839 nuevamente concurrió al Congreso y el Arzobispo Arteta pidió un Obispo Auxiliar, designación que recayó por unanimidad de votos en Camón, quien también fue nombrado Consejero de Estado. En 1840, tras treinta y cinco años en los Coros de las catedrales de Quito y Cuenca,
solicitó la jubilación y recibió las bulas de Obispo de Botren y auxiliar de Quito. El 41 algunos diputados quisieron ascenderle a Obispo de Cuenca haciendo que el Provisor de dicha ciudad Dr. Mariano Veintimilla, reemplace a Camón como Obispo auxiliar de Quito El 42 siguió siendo solicitado para el obispado de Cuenca pero surgió la oposición de parte de varios eclesiásticos. Entonces recién le consagraron Obispo de Botren y se posesionó como auxiliar de Quito. En el agasajo que se ofreció con tal motivo el Presidente Flores le colmó de elogios y calificó de dilecto amigo.

En 1843, a petición del obispo Arteta que no había podido realizarla por su avanzada edad, comenzó la visita pastoral a la Diócesis, también la Visita correccional a conventos relajados, mantuvo pendencias con los franciscanos por asuntos domésticos y al discutirse la nueva Constitución argumentó por cuestiones puramente semánticas que hoy resultarían intrascendentes. En efecto, se había adoptado la siguiente fórmula: La religión de la República será la católica con exclusión de cualquier otro culto público. Y una declaración tan sencilla fue tomada como contraria a la religión católica, pues, según se dijo, la equiparaba con otros cultos públicos y tácitamente permitía la existencia de cultos privados, mas, la cuestión religiosa tomó fuerza cuando Rocafuerte logró que se prohibiese a los eclesiásticos ejercer funciones legislativas.

Se vivía los primeros conflictos de la Ley del Patronato que sujetaba a los religiosos y eclesiásticos a la autoridad del poder civil, derecho heredado por las nuevas repúblicas americanas; de suerte que el clero estaba reacio a tal sujeción. Carrión y otros eclesiásticos – solamente por causa de este artículo – se negaron a prestar el juramento a la Constitución, pero los Obispos Arteta de Quito y Garaycoa de Guayaquil la juraron, lo mismo que el Provisor Vintimilla de Cuenca.

En el convento quiteño de San Francisco la polémica cobró características alarmantes. El Provincial estuvo por el juramento y el Guardián se negó a prestarlo. Igual división se notaba en otros conventos y hasta llegaron a
circular numerosas publicaciones. Fray Vicente Solano escribió largo sobre el tema y llegó a afirmar la siguiente tontería: Tolerancia es la permisión y disimulo de lo que no se debiera sufrir sin castigo del que lo ejecuta; por consiguiente, el que jura sostener la tolerancia, jura sostener un mal… y aunque la legislatura les concedió a los renuentes un plazo para el juramento, éste no se prestó por excusas de unos y viajes de otros.

Mientras tanto Carrión lanzó el folleto “Cortas reflexiones sobre el juramento de obediencia a la Constitución dada en Quito en 1843” que le costó duras represalias pues el ejecutivo no aceptó la petición del clero de Cuenca para que se le asignase a Carrión dicha sede.

Tras su renuncia como diputado Carrión se ausentó a Loja a comienzos del 44 y en su ausencia el ejecutivo le destituyó de arcediano y obispo auxiliar, fundándose en la resolución legislativa del 15 de Mayo del anterior, que disponía que quienes dejasen de jurar la Constitución fuesen contados como los extranjeros que viven en el país sin poder gozar de los derechos políticos, ni conservar, ni obtener beneficios eclesiásticos, ni rentas de la República.

En Loja aceptó a varios sacerdotes dominicanos que no tenían el permiso del Obispo de Quito sino letras dimisoriales de su Provincial, lo cual permitió a sus enemigos políticos entrar en nuevos ataques contra su persona. De esto ha quedado el folleto “Defensa del Obispo titular de Botrén y auxiliar de Quito, José Miguel Carrión, tocante a las órdenes conferidas por él, a unos religiosos de Santo Domingo de la ciudad de Loja” hasta que con la revolución del 6 de Marzo de 1845 que produjo la caída de Flores, volvieron las cosas a la normalidad, vacó la sede cuencana y nuevamente estuvo entre los candidatos para ocuparla, pero se excusó. (2)

(1) El Presidente Rocafuerte acostumbraba asistir a los exámenes finales de los Colegios y Universidades del país. Cuando le tocó el turno al Convictorio de San Femando, se presentó, fue recibido y tomó asiento en el Tribunal. El profesor de Física, sacerdote dominicano como todos los demás, preguntó al alumno cual era el sistema planetario. El alumno respondió que la tierra era el centro del universo y que el sol, los planetas y las estrellas giraban a su alrededor. El Profesor le felicitó pues en el Quito de 1837 aún se enseñaba el sistema tolemaico. Rocafuerte se levantó airado y clausuró el Convictorio, que meses después fue reabierto con un programa de estudios remozado y profesores nombrados por concurso de oposición en la Universidad Central. Los dominicanos, por supuesto, perdieron hasta el edificio, pero no les importó mucho pues estaban en total decadencia intelectual, sumergidos en el pesado oscurantismo colonial, de la filosofpia aristotélica y la teología de santo y mías producto del Concilio de Trento de 1563.

Entonces tres provincias le designaron Diputado a la Asamblea Nacional Constituyente de Cuenca en Octubre del 45 y le correspondió oficiar la solemne Misa de instalación en la catedral. En la elección para presidirla obtuvo 15 votos frente a 19 de Pablo

Merino que salió electo. En cambio logró la Vicepresidencia con 24 votos y cuando se discutió la validez de los tratados de la Virginia suscritos por los revolucionarios con los delegados del Presidente Flores, votó porque se los desconociera por haber sido impuestos bajo la continuidad de una sangrienta guerra civil. Luego se mostró intransigente y pidió la modificatoria de los artículos constitucionales que trataban sobre la religión del estado y la vigencia del Patronato. Finalmente estuvo porque se borrara del escalafón a los militares floréanos y votó para la presidencia de la República por Modesto Larrea, pero le convenció fray Vicente Solano de hacerlo por el diputado Vicente Ramón Roca. La elección se empantanó cuatro días, hubo 75 escrutinios, hasta que finalmente el Coronel José Vallejo Mendoza, del grupo Olmedista, cambió su voto, dando el triunfo a Roca, que alcanzó las dos terceras partes de los votos y salió electo.

Malquistado con los diputados liberales, Gabriel García Moreno, que comenzaba a intervenir en política le insultó en su periodiquito “El Zurriago” calificándole soezmente. En unos “Aforismos Morales” haciéndole decir: El Juramento es en mi boca como la protesta de una coqueta. Los juramentos malos son aquellos que no reportan nada. Es preciso maldecirlos como a la higuera estéril.” Por supuesto que esta invención satírica carecía de todo fundamento. HRC.

Al votarse la elección del nuevo Vicario Capitular de Cuenca, puesto que había sido abandonado por el Dr. Mariano Vintimilla, empató con el Dr. Tomás Toral, quien finalmente resultó electo.

Poco después se discutió la designación del nuevo Obispo de Cuenca y Vicente Rocafuerte, como presidente del Senado, se desquitó por causa del voto cambiado y ensalzó los méritos de fray Manuel Plaza de la Tejera, misionero durante largos años en las zonas afluentes del río Ucayali, quien ocupó esa silla, postergándose nuevamente el ascenso de Camón a dicho Obispado.

Plaza era un excelente sacerdote, sincero, humilde, sencillo, pueblerino y hasta rústico – por esas razones pasaba por santo – pero sus afanes misioneros le habían llevado a vivir
la mayor parte de sus días entre los indígenas mal llamados jíbaros del sur oriente, haciéndole perder todo contacto con la civilización y las nuevas ideas imperantes en occidente. Su rusticidad se demostraba a simple vista pues vestía como campesino y de allí no pasaba, de manera que su gobierno en Cuenca fue de lo más insípido pues se entregó enteramente a la voluntad de fray Vicente Solano su hermano en la Orden franciscana.

Los continuos viajes a Loja y sus actuaciones políticas habían indispuesto a Carrión con el Arzobispo Arteta y Calisto, de quien era su Auxiliar. Arteta era un Obispo seco y fanatizado, que no poseía las dotes sociales e intelectuales de Camón, su fluida oratoria, su atractiva personalidad que ganaba tantos amigos y le distinguía sobremanera en los Congresos, sus elegantes modales. Por eso chocaban ambos eclesiásticos y Carrión salía continuamente de la capital para evitarlo.

En el Congreso de 1847 se suscitó la declaratoria de vacancia por el Congreso del Déan de la Catedral de Quito, Pedro Antonio Torres; quien había vuelto a su tierra en la Nueva Granada, lo que fue considerado una renuncia tácita de su adquirida nacionalidad ecuatoriana. Carrión fue designado para sucederle; mas, el Nuncio en Bogotá manifestó que no se requería tener la nacionalidad del país para ocupar un deanato. El asunto tomó vuelo pero como todo se reducía a la aplicación de las leyes del Patronato, aunque el escándalo fue grave y muy prolongado, terminó por ser olvidado.

En dicha Convención mantuvo criterios opuestos con el diputado Pedro Moncayo sobre si el Estado debía ser el guardián de la religión Católica en el Ecuador y sobre la vigencia del Patronato. En lo primero quedó claro que el Estado reconocía a la religión Católica como el único culto verdadero y se acordó que nada se dijere sobre el derecho de Patronato. Fue, pues, el choque de dos mentalidades, la de Moncayo abierta a las novedades que llegaban de Europa justamente ese año con la revolución de 1848 y la de Carrión, ortodoxa y por ende cerrada a los cambios, a todas las novedades, en materia religiosa. En esta polémica también intervinieron los Diputados

Pío Bravo Vallejo y Cobos, y Pedro Carbo Noboa.

Hernán Rodríguez Castelo ha manifestado que de la polémica de Moncayo y Carrión se concluye que fue una lucha entre dos grandes oradores autorizados con su solvencia moral y equipados con su brillante elocuencia. Dos pensamientos, dos sensibilidades, dos actitudes ante la modernidad.

A principios de ese año 48 realizó un viaje a la provincia del Imbabura y vuelto de ella le acometieron unas fiebres que lo llevaron al sepulcro el 16 de Febrero, de solo sesenta y cinco años de edad, posiblemente con paludismo. Sus exequias fueron celebradas por el Arzobispo Arteta y le enterraron en la Catedral con la pompa y solemnidad propia de esos tiempos.

Fue un celoso defensor de los fueros de la iglesia en una época en que se iniciaban los conflictos con el nuevo poder civil representado por el estado ecuatoriano. Brilló en los Congresos con fuego vivo por su palabra acertada y amena, por el nerviosismo que sabía imprimir a todos sus actos.

Su figura era altiva, poseía una cabeza bien formada, un cuerpo fuerte, más bien atlético, que descollaba en los cenáculos por su aspecto marcial. “Fogoso, aborrecedor de la blandura, cáustico y acerado en ocasiones, le faltó sin embargo el genio de la caridad y la simpatía para cautivar en pro de la doctrina a las almas de sus adversarios, tuvo uno terrible (Vicente Rocafuerte) que le cortó en dos ocasiones sus triunfales ascensos a los obispados”.

(2) Julio Tobar Donoso, que es quien más ha estudiado la vida de Camión, cuenta que a tal extremo se llevó la discusión sobre la declaración religiosa, que ciertos soldados al ser llamados a jurar la nueva Constitución en Cuenca lloraron de dolor temiendo manchar con un acto ilícito la pureza de su creencia sacrosanta, la virginidad de la fe, la exquisita delicadeza de los sentimientos (sic.) No podemos imaginar la escena pues no corresponde al carácter de los rudos soldados de esos tiempos llorar por conceptos abstractos, que ni entendían ni conocían por su compleja naturaleza, a menos que se les hubiere asustado previamente con las penas del fuego eterno al que indudablemente temían dada su ignorancia, ya que eran iletrados.