NATURALISTA Y ANTICUARIO.- Nadó en Guayaquil el 21 de marzo de 1711 y fue bautizado el 21 de Mayo siguiente con los nombres de Pedro Francisco, hijo legítimo del Capitán Fernando Franco – Dávila Salas y Cisneros, natural de la villa de Utreras en España, comerciante y exportador de cacao y de la guayaquileña Magdalena Ruiz de Eguiño y Solís hija del Capitán de Milicias arregladas Diego de Eguiño y del Portillo, Alcalde de Segundo Voto del Cabildo de Guayaquil en 1689 – 90, se posesionó de la Encomienda por dos vidas del reparto de indios del Real de Minas de San Francisco de Borja de Tombequí en Barbacoas por auto expedido en 1671, “descendientes de los primeros pobladores de estos reinos” y de María de Solís.
En 1735 y de no más de veinte y cuatro años de edad, se embarcó en Guayaquil con numerosas cargas de cacao de propiedad de su padre, para venderlas a buen precio en los mercados de España; pero al llegar a las costas del Chocó, en el sur de la actual República de Colombia, un temporal hizo zozobrar la nave y fue arrojado a las playas de Iscuandé, donde permaneció ocho meses viviendo de caridad en casa del cura párroco de la región, que le enseñó numerosas obras científicas de la época, iniciando en su protegido el gusto por las ciencias naturales, al comerciales se le irían los veinte años siguientes hasta que logró juntar una de las colecciones más completas del mundo en artrópodos, malacología, mamíferos, ictiología, geología, paleontología, flora y arqueología.
En 1745 visitó la colección de aves disecadas de todas las partes del mundo que tenía el Abate Neuille párroco de San Luís en París y escribió al sabio Carlos Linneo, natural de Upsala, en Suecia, a quién le envió un Catálogo confeccionado “con mi método propio”, de mis pertenencias; método que Linneo copió después para elaborar el suyo y que ha usado el mundo para la clasificación de animales y plantas. Cabe anotar que Franco Dávila sabía hacer sus cosas al más alto nivel, las hojas y flores de su Gabinete o Colección fueron disecadas para su preservación por el célebre cristalista francés Romé D’ Lisie. Ya era reconocido como coleccionista y hombre de ciencia, pues también poseía infinidad de libros antiguos y raros, de manera que pasaba por erudito anticuario y por ello era llamado a frecuentar las mejores residencias donde hacía excelentes relaciones y llegó a ser amigo de todas las confianzas (íntimo y confidente) de madame de Oriale, hija del Canciller del Reino, y como solía derrochar su dinero, sin darse cuenta ni quererlo, llegó a gastar casi toda la herencia paterna. Su colección era el asombro de Francia, estaba considerada una de las más ricas del mundo y queriendo salvarla después de su muerte, pensó que podría servir de base para la fundación de un museo de Ciencias Naturales.
El 60 había viajado a Madrid y a través del duque de Lozada propuso su venta en cincuenta mil pesos al Rey Carlos III de España, pero no se la aceptaron. Decepcionado más no vencido, regresó a Francia dejando varios cuadros y cajones depositados en la casa del conde de Villalcázar en Madrid, para que en caso de ocurrir su fallecimiento fueran remitidos a su madre y hermanos en Guayaquil.
Entre 1760 y el 67 pudo vender a “Casanbon, Behic y Co.” y al marqués de Gabriac, José Fransoif, partes de su Gabinete y empezó a escribir un catálogo de sus curiosidades. En 1767 terminado su Catálogo le hizo publicar en París bajo el título de “Catálogo Sistematique et raisonne des curiosité de la Natoure et de l Arte qui Composeut le Gabinet de M. Davila” en tres tomos. Cuando el Catálogo de Curiosidades llegó a manos del Rey Carlos III de España causó una magnífica impresión, al punto que Su Majestad comisionó al sabio fraile agustino Enrique Flores de Setién e Huidobro Ossa y a su Ministro Pablo Gerónimo Grimaldi y Pallavicini marqués de Grimaldi, para su tasación, pues Franco Dávila necesitaba el dinero ya que debía a diversas personas y del saldo enviaría una fuerte cantidad a su madre y hermanos como pago de la herencia que su padre había dejado en Sevilla y que había empleado sin el consentimiento de la familia; pero el Rey a pesar de los dictámenes favorables, pensó que le sería más conveniente mandar a recoger de sus dominios, todos los objetos naturales y de la industria humana que por sus peculiares características mereciesen ser estudiados, guardados y coleccionados; sin embargo, lo que aparentemente era algo fácil, en la práctica se tornó imposible, pues las distancias eran tan largas y tomaban tanto tiempo, que dificultaba el arribo de los especímenes en buenas condiciones a la corte.
En Octubre de 1771, cinco años después de iniciadas las negociaciones, contando con el informe favorable de Flores quien era su amigo desde años atrás, se llegó al acuerdo de designarle para las funciones de Director con mil doblones sencillos anuales de sueldo de por vida o lo que era lo mismo sesenta mil reales anuales. El 17 de Octubre de ese año se aceptó la entrega del Gabinete y en 1772 nuestro sabio guayaquileño se trasladó de París a Madrid y consiguió el Palacio de Goyeneche ubicado en la calle Alcalá No. 13, que había pertenecido al marqués de Saceda, para ser destinado al Real Gabinete de Historia Natural. El edificio fue adquirido en dieciocho mil doblones de oro, compartiendo el espacio con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1773. Tres años le tomó rehabilitar la parte del Palacio destinada a su Gabinete y en 1775 envió sus colecciones por tierra y mar en doscientos cincuenta y dos cajones grandes.
Fue el primer Museo de Historia Natural que hubo en Madrid y también el primero oficial que se inauguró en Europa, luego vendrían muchos más en diferentes capitales del viejo mundo y se abrió al público coincidiendo con el cumpleaños del Rey, el 4 de noviembre de 1776, en tres pisos.” En el primero funcionó la Academia de Bellas Artes, en el segundo el Gabinete de Historia y en el tercero varias bodegas y una recámara donde vivía nuestro compatriota, que a la presente fecha ha sido convertida en una bodega más del Museo. Lo suyo – su Gabinete o Colección – se abrió al público y especialmente a los cortesanos en un día lluvioso y se constituía en miles de piezas de minerales, algas, plantas, animales de toda clase, cálculos y piedras bezoares de origen fisiológico, piezas arqueológicas, utensilios y armas de diversas culturas y edades. Objetos artísticos de porcelana, cristal y minerales preciosos de todos los continentes, bronces antiguos, esculturas, medallas y lápidas. Cuadros de pintores célebres de varias escuelas y países, miniaturas, dibujos, acuarelas, esmaltes.
Aparte de una gran cantidad de petrificaciones óseas de animales extintos como los mastodontes, los tigres dientes de sable que entonces se confundían con los de seres humanos gigantes y monstruosos y un cuerno de unicornio, engastado en su base en rubíes y brillantes, que hoy se sabe que perteneció a un narval, mamífero que habita en las aguas del océano ártico. Ese mismo año 76 el Rey Carlos III dispuso que el legendario tesoro del Gran Delfín de Francia, abuelo suyo, heredado por su hijo segundo el Rey Felipe V de España, padre del susodicho Carlos III, formado por piezas raras y curiosas, todas ellas valiosísimas, de cristal de roca, jaspe, y otras piedras preciosas engastadas en oro y gemas, sea depositado en el Real Gabinete de Historia Natural, en la Sala de las Alhajas, con mobiliario propio para servir de material de estudio, siendo Franco Dávila su custodio.
Para ese año era miembro Supernumerario de la Academia de Ciencias de Madrid, de las de Buenas Letras de Madrid, Sevilla y Vizcaya, de la Real Academia de la Historia de Madrid, de la Real Sociedad de Londres desde 1775 y de la Imperial de Ciencias y Letras de Prusia a la que ingresaría poco después en 1777. Ostentaba otras muchas distinciones especiales y entonces publicó “Instrucción hecha de orden del Rey N. S. para que los Virreyes, Gobernadores, Corregidores, Alcaldes Mayores e Intendentes de provincia en todos los dominios de S.M. puedan hacer, escoger, preparar y enviar a Madrid todas las producciones curiosas de la naturaleza” Madrid, 1776. Esta Guía se distribuyó a todos los Oficiales Reales de la América española
En 1777 logró comunicarse con sus hermanos de Guayaquil y Lima mediante el concurso del Obispo de Quito, monseñor Blas Sobrino y Minayo, quien trasmitió las cartas del sabio. En 1778 aumentó la Colección con lavas del Vesubio, el meteorito de Sena hallado en Huesca, el primer tesoro arqueológico de Alcudia, maderas, mármoles y minerales de diversas regiones españolas, plantas, semillas, metales preciosos, conchas y objetos de las Américas y del extremo Oriente, ejemplares de animales disecados conforme a una Instrucción Regia dictada por el propio Dávila. El Real Gabinete comenzó su obra de divulgación científica con la publicación en 1784 de los tomos con láminas de Juan Bautista Bru de carácter más bien pre científico. Franco Dávila reseñaba a finales de 1785 los miles de dibujos, grabados, láminas y algunos libros comprados según su demanda y por orden del Ministro conde de Floridablanca, en la subasta del Gabinete de J. le Franc van Berkhey en Ámsterdam, a comienzos de ese año. A más de que el Museo alentó la investigación de la historia natural en diversas partes del mundo provocando nuevas expediciones españolas y extranjeras a finales del siglo XVIII.
Esta etapa de su vida, que fue felicísima, pues veía colmados sus anhelos de preservación y aumento de su Colección, pues empezó a recibir especímenes de todas las colonias que aumentaron su Colección. Desde la Patagonia le mandaron un esqueleto de megaterio, siendo el primer espécimen armado en el mundo, pero la dicha solo le duró ocho años porque murió el 6 de enero de 1786, a las 10 de la noche, en una de las habitaciones que ocupaba en el tercer piso del Palacio, sede del Museo, actual calle de Alcalá No. 16. Tenía setenta y cuatro años de edad y fue sepultado en la iglesia parroquial de San Luís de Madrid, donde reposaron sus restos hasta la guerra civil española de 1936 al 39 que todo lo trastocó, en que se perdieron. Franco Dávila es uno de los sabios que ha ofrecido el Ecuador al mundo y el más importante guayaquileño en Europa; pues, a pesar de los años transcurridos, su obra sigue en pie, al igual que un artístico busto en bronce vaciado de su mascarilla mortuoria.