FOLGUERAS Y DOIZTUA CIPRIANO

ESCULTOR.- Nació en Oviedo en 1860 y fue pensionado por la Diputación Provincial de su ciudad natal para continuar estudios de Escultura en la Escuela especial de Escultura, Pintura y Grabado de Madrid, donde se graduó en 1884, tras lograr numerosos premios y menciones por la proligidad y esmero de sus trabajos, lo cual sirvió para obtener un Beca en Roma. donde esculpió mucho y bien, sobre todo un conjunto que llamó “Celta o Astur” y que representa la figura del primitivo habitante de Oviedo, que fue adquirido para el Salón de Actos de la Diputación de esa ciudad.

Otras obras suyas de no menor

importancia son las esculturas para la fachada del teatro Campoamor de Oviedo, la estatua de Don Pelayo en Gijón, la de Manuel Pedregal, la que decora el monumento conmemorativo de la catástrofe de Machichaco en Santander, la magnífica sepultura del Cardenal Ceferino González para el convento dominicano de Ocaña.

Durante su vida artística frecuentó numerosas Salas de Exposición de su Patria y del extranjero y sobresalió en el ramo menor con escenas familiares o de gusto bucólico entre las que se destacan los siguientes grupos populares: “Las cosquillas”. “Los primeros pendientes”, “El sacamuelas”.

A la muerte de su amigo el escultor Querol le correspondió asumir la dirección de los trabajos en Barcelona, de la Columna del Centenario de la Independencia de Guayaquil; pero, habiendo retornado a Madrid en 1911, falleció intempestivamente y sin concluirla, siendo sucedido por José Monserrat Portella, en dicha obra.

PEDRO FRANCO DAVILA NATURALISTA Y ANTICUARIO.- Nació

en Guayaquil el 21 de marzo de 1711 y fue bautizado el 21 de Mayo siguiente con los nombres de Pedro Francisco, hijo legítimo del Capitán Fernando Franco – Dávila Salas y Cisneros, natural de la villa de Utreras en España, comerciante y exportador de cacao y de la guayaquileña Magdalena Ruiz de Eguiño y Solís hija del Capitán de Milicias arregladas Diego de Eguiño y del Portillo, Alcalde de Segundo Voto del Cabildo de Guayaquil en 1689 – 90, se posesionó de la Encomienda por dos vidas del reparto de indios del Real de Minas de San Francisco de Borja de Tombequí en Barbacoas por auto expedido en 1671, “descendientes de los primeros pobladores de estos reinos” y de María de Solís.

En 1735 y de no más de veinte y cuatro años de edad, se embarcó en Guayaquil con numerosas cargas de cacao de propiedad de su padre, para venderlas a buen precio en los mercados de España; pero al llegar a las costas del Chocó, en el sur de la actual República de Colombia, un temporal hizo zozobrar la nave y fue arrojado a las playas de Iscuandé, donde permaneció ocho meses viviendo de caridad en casa del cura párroco de la región, que le enseñó numerosas obras científicas de la época, iniciando en su protegido el gusto por las ciencias naturales, al

mismo tiempo que éste se desvivía por una hermosísima muchacha de esas regiones llamaba María Manuela Emerenciana de Reyes, sobrina del buen sacerdote, con quien terminó por casarse; sin embargo, al poco tiempo, fue localizado por agentes al servicio de su padre, quien le envió el dinero necesario para regresar a Guayaquil por la vía de Manta y de la montaña. Emerenciana debió quedar sola y triste en Iscuandé y nunca más se volvieron a ver ¡Así era la vida antes!

En 1736 acompañó al académico francés Jossieu herborizando en la costa ecuatoriana. En 1737 volvió a partir con su padre a España y lograron tocar en Panamá donde sufrió un agudo ataque de fiebre icteroide, muy parecida a la fiebre amarilla, que lo puso al borde de la muerte; más, habiendo logrado reponerse, siguieron viaje a Cádiz, y vendieron a buen precio el cacao que llevaban y mientras el padre tomó rumbo para la villa de Utreras con el fin de visitar a sus parientes a quienes no veía en muchísimos años, su hijo Pedro se dedicó a vagar por las calles comprando todo lo que veía pues era un comprador compulsivo, en especial de piezas de arqueología, libros antiguos y objetos de arte, con el fin de coleccionarlos; sin embargo, pronto cambió de parecer y empezó a efectuar trueques y ventas con buena fortuna, pues había heredado el talento comercial de su progenitor.

Meses después pasó a Holanda a comprar géneros y bisuterías para revenderlos en Guayaquil, al regreso supo que su padre había fallecido fulminado por un ataque cardiaco en su natal Utreras donde debe estar enterrado, y muy adolorido con la noticia vendió todo y tomó pasaje de regreso pero en mitad del camino cayó prisionero de los piratas ingleses y fue conducido a las costas de la isla de Jamaica, donde por un módico pago lo canjearon por otros prisioneros y habiendo recobrado la libertad regresó a Europa, tocando primeramente en El Havre para seguir a Paris y de allí a Italia por la vía de Burdeos, sin embargo cambió de idea y volvió a París.

Había podido salvar su fortuna debido a que la tenía en depósito en Holanda; así es que en 1740 se encontraba rico, joven de veinte y nueve años y creyó del caso dedicarse únicamente al estudio del inglés, francés y latín, idiomas que llegó a dominar y a adquirir objetos de arte, libros y especímenes de los tres reinos de la naturaleza. En estas andanzas científicas, artísticas y

comerciales se le irían los veinte años siguientes hasta que logró juntar una de las colecciones más completas del mundo en artrópodos, malacología, mamíferos, ictiología, geología, paleontología, flora y arqueología.

En 1745 visitó la colección de aves disecadas de todas las partes del mundo que tenía el Abate Neuille párroco de San Luís en París y escribió al sabio Carlos Linneo, natural de Upsala, en Suecia, a quién le envió un Catálogo confeccionado “con mi método propio”, de mis pertenencias; método que Linneo copió después para elaborar el suyo y que ha usado el mundo para la clasificación de animales y plantas. Cabe anotar que Franco Dávila sabía hacer sus cosas al más alto nivel, las hojas y flores de su Gabinete o Colección fueron disecadas para su preservación por el célebre cristalista francés Romé D’ Lisle.

Ya era reconocido como coleccionista y hombre de ciencia, pues también poseía infinidad de libros antiguos y raros, de manera que pasaba por erudito anticuario y por ello era llamado a frecuentar las mejores residencias donde hacía excelentes relaciones y llegó a ser amigo de todas las confianzas (íntimo y confidente) de madame de Oriale, hija del Canciller del Reino, y como solía derrochar su dinero, sin darse cuenta ni quererlo, llegó a gastar casi toda la herencia paterna.

Su colección era el asombro de Francia, estaba considerada una de las más ricas del mundo y queriendo salvarla después de su muerte, pensó que podría servir de base para la fundación de un museo de Ciencias Naturales.

El 60 había viajado a Madrid y a través del duque de Lozada propuso su venta en cincuenta mil pesos al Rey Carlos III de España, pero no se la aceptaron. Decepcionado más no vencido, regresó a Francia dejando varios cuadros y cajones depositados en la casa del conde de Villalcázar en Madrid, para que en caso de ocurrir su fallecimiento fueran remitidos a su madre y hermanos en Guayaquil. Entre 1760 y el 67 pudo vender a “Casanbon, Behic y Co.” y al marqués de Gabriac, José Fransoif, partes de su Gabinete y empezó a escribir un catálogo de sus curiosidades.

En 1767 terminado su Catálogo le hizo publicar en París bajo el título de “Catálogo Sistematique et raisonne des curiosité de la Natoure et de´l

Arte qui Composeut le Gabinet de M. Davila” en tres tomos.

Cuando el Catálogo de Curiosidades llegó a manos del Rey Carlos III de España causó una magnífica impresión, al punto que Su Majestad comisionó al sabio fraile agustino Enrique Flores de Setién e Huidobro Ossa y a su Ministro Pablo Gerónimo Grimaldi y Pallavicini marqués de Grimaldi, para su tasación, pues Franco Dávila necesitaba el dinero ya que debía a diversas personas y del saldo enviaría una fuerte cantidad a su madre y hermanos como pago de la herencia que su padre había dejado en Sevilla y que había empleado sin el consentimiento de la familia; pero el Rey a pesar de los dictámenes favorables, pensó que le sería más conveniente mandar a recoger de sus dominios, todos los objetos naturales y de la industria humana que por sus peculiares características mereciesen ser estudiados, guardados y coleccionados; sin embargo, lo que aparentemente era algo fácil, en la práctica se tornó imposible, pues las distancias eran tan largas y tomaban tanto tiempo, que dificultaba el arribo de los especímenes en buenas condiciones a la corte.

En Octubre de 1771, cinco años después de iniciadas las negociaciones, contando con el informe favorable de Flores quien era su amigo desde años atrás, se llegó al acuerdo de designarle para las funciones de Director con mil doblones sencillos anuales de sueldo de por vida o lo que era lo mismo sesenta mil reales anuales.

El 17 de Octubre de ese año se aceptó la entrega del Gabinete y en 1772 nuestro sabio guayaquileño se trasladó de París a Madrid y consiguió el Palacio de Goyeneche ubicado en la calle Alcalá No. 13, que había pertenecido al marqués de Saceda, para ser destinado al Real Gabinete de Historia Natural. El edificio fue adquirido en dieciocho mil doblones de oro, compartiendo el espacio con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1773.

Tres años le tomó rehabilitar la parte del Palacio destinada a su Gabinete y en 1775 envió sus colecciones por tierra y mar en doscientos cincuenta y dos cajones grandes.

Fue el primer Museo de Historia Natural que hubo en Madrid y también el primero oficial que se inauguró en Europa, luego vendrían muchos más en diferentes capitales del viejo mundo y se abrió al público coincidiendo con el cumpleaños del Rey, el 4 de noviembre de 1776, en tres pisos.” En el primero funcionó la Academia de Bellas Artes, en el segundo el Gabinete de Historia y en el tercero varias bodegas y una recámara donde vivía nuestro compatriota, que a la presente fecha ha sido convertida en una bodega más del Museo.

Lo suyo – su Gabinete o Colección – se abrió al público y especialmente a los cortesanos en un día lluvioso y se constituía en miles de piezas de minerales, algas, plantas, animales de toda clase, cálculos y piedras bezoares de origen fisiológico, piezas arqueológicas, utensilios y armas de diversas culturas y edades. Objetos artísticos de porcelana, cristal y minerales preciosos de todos los continentes, bronces antiguos, esculturas, medallas y lápidas. Cuadros de pintores célebres de varias escuelas y países, miniaturas, dibujos, acuarelas, esmaltes. Aparte de una gran cantidad de petrificaciones óseas de animales extintos como los mastodontes, los tigres dientes de sable que entonces se confundían con los de seres humanos gigantes y monstruosos y un cuerno de unicornio, engastado en su base en rubíes y brillantes, que hoy se sabe que perteneció a un narval, mamífero que habita en las aguas del océano ártico.

Ese mismo año 76 el Rey Carlos III dispuso que el legendario tesoro del Gran Delfín de Francia, abuelo suyo, heredado por su hijo segundo el Rey Felipe V de España, padre del susodicho Carlos III, formado por piezas raras y curiosas, todas ellas valiosísimas, de cristal de roca, jaspe, y otras piedras preciosas engastadas en oro y gemas, sea depositado en el Real Gabinete de Historia Natural, en la Sala de las Alhajas, con mobiliario propio para servir de material de estudio, siendo Franco Dávila su custodio.

Para ese año era miembro Supernumerario de la Academia de Ciencias de Madrid, de las de Buenas Letras de Madrid, Sevilla y Vizcaya, de la Real Academia de la Historia de Madrid, de la Real Sociedad de Londres desde 1775 y de la Imperial de Ciencias y Letras de Prusia a la que ingresaría poco después en 1777.

Ostentaba otras muchas distinciones especiales y entonces publicó “Instrucción hecha de orden del Rey N. S. para que los Virreyes, Gobernadores, Corregidores, Alcaldes Mayores e Intendentes de provincia en todos los dominios de S.M. puedan hacer, escoger, preparar y enviar a

Madrid todas las producciones curiosas de la naturaleza” Madrid, 1776. Esta Guía se distribuyó a todos los Oficiales Reales de la América española

En 1777 logró comunicarse   con sus hermanos de Guayaquil y Lima mediante el concurso del Obispo de Quito, monseñor Blas Sobrino y Minayo, quien trasmitió las cartas del sabio.

En 1778 aumentó la Colección con lavas del Vesubio, el meteorito de Sena hallado en Huesca, el primer tesoro arqueológico de Alcudia, maderas, mármoles y minerales de diversas regiones españolas, plantas, semillas, metales preciosos, conchas y objetos de las Américas y del extremo Oriente, ejemplares de animales disecados conforme a una Instrucción Regia dictada por el propio Dávila.

El Real Gabinete comenzó su obra de divulgación científica con la publicación en 1784 de los tomos con láminas de Juan Bautista Bru de carácter más bien pre científico. Franco Dávila reseñaba a finales de 1785 los miles de dibujos, grabados, láminas y algunos libros comprados según su demanda y por orden del Ministro conde de Floridablanca, en la subasta del Gabinete de J. le Franc van Berkhey en Ámsterdam, a comienzos de ese año. A más de que el Museo alentó la investigación de la historia natural en diversas partes del mundo provocando nuevas expediciones españolas y extranjeras a finales del siglo XVIII.

Esta etapa de su vida, que fue felicísima, pues veía colmados sus anhelos de preservación y aumento de su Colección, pues empezó a recibir especímenes de todas las colonias que aumentaron su Colección. Desde la Patagonia le mandaron un esqueleto de megaterio, siendo el primer espécimen armado en el mundo, pero la dicha solo le duró ocho años porque murió el 6 de enero de 1786, a las 10 de la noche, en una de las habitaciones que ocupaba en el tercer piso del Palacio, sede del Museo, actual calle de Alcalá No. l6. Tenía setenta y cuatro años de edad y fue sepultado en la iglesia parroquial de San Luís de Madrid, donde reposaron sus restos hasta la guerra civil española de 1936 al 39 que todo lo trastocó, en que se perdieron.

Franco Dávila es uno de los sabios que ha ofrecido el Ecuador al mundo y el más importante guayaquileño en Europa; pues, a pesar de los años transcurridos, su obra sigue en pie, al igual que un artístico busto en bronce vaciado de su mascarilla mortuoria y que se yergue a la entrada del edificio del Museo como permanente homenaje a su genio y a su ciencia. Fue también el promotor del primer museo Arqueológico de España.

I en el dintel de piedra de la entrada del Museo puede leerse la siguiente inscripción, redactada en latín por el célebre poeta Tomás de Iriarte “Carolus III Rex naturam et artem sub uno tecto in publicam utilitatem consociavit,” que traducido al castellano dice así: El Rey Carlos III unió a la naturaleza y al arte bajo un mismo techo para utilidad pública.

En 1935 Abel Romeo Castillo editó la biografía de Franco Dávila, cuya memoria estaba casi olvidada en su ciudad natal. De allí en adelante la Municipalidad colocó su nombre a una de las calles del sur de la ciudad.

El 2016 con motivo de conmemorarse los 240 años de fundación del Museo se realizó en Madrid una Exposición histórica con el título de “Una colección, un criollo erudito y un Rey: Un Gabinete para una monarquía ilustrada.” Al siguiente año 2017, Juan Castro y Velásquez realizó en Guayaquil una Exposición titulada “El sabio guayaquileño Pedro Franco Dávila, un criollo erudito en la Europa del siglo XVIII” bajo los auspicios de la Embajada española y en los salones del MAAC.