MUSICO.- Nació en 1553 en España, entró al sacerdocio, estudió canto y música y en 1584 arribó a Bogotá y fue designado por el Arzobispo Luís Zapata, maestro de canturrias en el recién fundado Seminario Conciliar de San Luís. Su labor consistía en disponer de cuatro a seis seminaristas para el Canto de los Oficios de la Catedral y como siempre fue un maestro exigente y disciplinado, desde el principio trató de imponer un nivel mínimo de calidad. El Seminario solo contaba con la primera promoción de seminaristas, seis en total, pertenecientes a conocidas familias bogotanas, pero éstos se irritaron con el trato y cuando conocieron que estaban obligados por el Arzobispo a cantar diariamente las horas canónigas en la Catedral, declararon una huelga el 20 de Enero del 86 y abandonaron el Seminario. Sin alumnos, se vio obligado a renunciar y poco después a abandonar la ciudad. En el interim había compuesto veinte obras polifónicas – grandes y difíciles – que se conservan en los fascículos del Libro de Cantos para el Coro de esa Catedral y revelan su singular talento para la música barroca del tiempo.
En 1587 figuraba de paso por Quito y a principio del 88 fue designado Profesor del nuevo Seminario Conciliar de esa ciudad y Maestro de Capilla de la Catedral. Debía dar dos lecciones diarias a todos los clérigos que quisieran aprender y a doce muchachos que habían de servir de cantores en el Coro. El Cabildo Eclesiástico le asignó un sueldo entero por cada una de esas funciones honrando su alta calidad de músico y compositor pero algunos Canónigos protestaron y a la postre Fernández Hidalgo salió de Quito a finales de ese año y fue sucedido por el clérigo mestizo Diego Lobato y Sosa.
En 1590 estaba de Maestro de Capilla de la Catedral del Cusco, el 97 pasó con iguales funciones a la de Chuquisaca donde trabajó por treinta años hasta su muerte ocurrida en 1620. La Música del culto se cantaba con siete personas, incluidos el Maestro de Capilla, el organista y el fuellero. Al final de su vida intentó hacer publicar sus obras en Europa pero al enviarlas con tal propósito se quedaron en Bogotá, donde aún se conservan como muestra de la labor desplegada en sus últimos treinta años por este extraordinario músico del siglo XVI y que junto a su producción de Quito ha sido calificada de exquisita, armoniosa y equilibrada. Últimamente la ha copiado e instrumentado la Academia Musical de Indias con sede en Paris y no desdice de lo mejor de los afamados maestros Palestrina y Vitoria reputados como los mejores del esplendor musical en Eurora. También componía música religiosa popular (Villancicos y Salves a la virgen) que podían bailarse en las festividades campesinas de los andes al son de chirimías, arpas y violas. Este tipo de expresión musical, mas bien campesina, era usual que se llevara a las tablas cuando se representaban obras de Calderón de la Barca o de Lope de Vega, que se acostumbraba matizar con danzas y canciones del género popular.