CRONISTA.- Nació en Palencia, España, de donde se originó su cognomento de “El Palentino” con el que ha pasado a la historia. Hacia 1545 viajó a las Indias como simple soldado, pero sabía leer, escribir y era bachiller en Ciencias. En 1553 desempeñaba el oficio de Escribano en Lima. El 27 de Noviembre de ese año se produjo en el Cusco la rebelión del Capitán Francisco Hernández Girón quien se alzó contra el Rey.
Fernández peleó entre los leales y a las órdenes del Corregidor Alonso de Alvarado, hasta que abandonado por los suyos Hernández Girón fue tomado prisionero en el valle del Jauja el 24 de Noviembre de 1554 y decapitado en Lima; sin embargo, la calma no se restableció en el Perú sino con la llegada del Virrey García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, quien se enteró que el Palentino estaba de Escribano y había empezado a escribir una Crónica de los últimos sucesos y lo convenció de que pasara a perfeccionarla en España, para su presentación ante el Consejo de Indias. Entonces vendió la Escribanía, se fue a Sevilla y la sometió al Presidente del Consejo Francisco Tello de Sandoval y cediendo a las insinuaciones de éste decidió agregarle una primera parte relacionada con la insurrección de Gonzalo Pizarro. Terminado su trabajo tuvo que pasar por la censura, confiada al Licenciado Hernando de Santillán, personaje conflictivo y extremadamente susceptible que realizó sesenta y ocho observaciones acusando al autor de omitir la verdad o alterarla.
Respondió el Palentino a todas ellas de modo satisfactorio y entonces el Consejo designó nuevo censor al Cronista Juan López de Velasco. Mientras tanto habían transcurrido algunos años y el Palentino, aprovechando que en 1568 había obtenido la Licencia, dio los originales a la imprenta de Fernando Díaz donde se imprimió en mil quinientos ejemplares en 1571, costeados por su autor.
La obra apareció bajo el siguiente epígrafe: “Primera y Segunda parte de la Historia del Perú que se mandó a escribir a Diego Fernández, vecino de la ciudad de Palencia. Contiene la primera lo sucedido en la Nueva España y en el Perú sobre la execución de las nuevas leyes y el alzamiento y castigo que hizo el Presidente Gasca a Gonzalo Pizarro y sus secuaces.
La segunda contiene la tiranía y el alzamiento de los Contreras y D. Sebastián de Castilla y de Francisco Hernández Girón, con otros muchos acontecimientos y sucesos. Dedicada al Rey”.
El 16 de Mayo de 1572 el envidioso y perverso Cronista designado censor de la obra don Juan López de Velasco pidió al Consejo de Indias que se recojan los ejemplares pues era inconveniente su lectura porque podría motivar nuevos levantamientos. Tan ridícula razón, quien lo creyera, fue aceptada por el Consejo, bien es verdad que el taimado censor había abundado en sofismas para reforzar su opinión, indicando que la obra “tiene necesidad de mayor averiguación y examen de verdad antes de publicarse, supuesto que muchos lugares de los reprendidos son en infamia y nota de deslealtad de algunos Cabildos, de ciudades, personas públicas y particulares.”
Por todo ello fue recogida la edición de las tiendas y comercio donde se exhibía y los pocos ejemplares que ya habíanse vendido pasaron a ser joyas bibliográficas, circulando secretamente entre eruditos historiadores. Garcilaso de la Vega logró consultarla en Córdoba, tachándola de apasionada. Una segunda edición vio la luz en Madrid, dentro de la colección Barcia, en 1731.
En el siglo pasado la comentaron William H. Prescott en su célebre Historia de la Conquista del Perú y Marco Jiménez de la Espada en su no menos célebre “Relaciones Geográficas de Indias”, éste último acusó al Palentino de haberse aprovechado de una Relación anónima escrita en vista de los papeles del Presidente La Gasca, pero reconociéndole méritos en la segunda parte. El Palentino se imprimió en España en 1853 y 1914 y en el Perú en 1939. Prescot indica que el Palentino halló tiempo en 1554 para recoger materiales para la historia de aquel período, para cuya composición fue instado además por el Virrey Mendoza, quien le nombró Cronista del Perú. El soldado Cronista regresó a España y allí completó su historia, estimulado por la promesa de una recompensa real según lo confiesa en la dedicatoria a Felipe II, promesa muy conveniente y política, pero que inevitablemente sugiere la idea de una influencias no enteramente favorable a la severa imparcialidad histórica, pues presentó la causa del Rey bajo el aspecto más favorable, haciendo muy escasa justicia al opuesto bando. Por la corona disculpase la rebelión, pero hay siempre circunstancias atenuantes que, aunque condenemos el crimen, pueden servir para mitigar nuestra indignación contra los criminales y estas circunstancias no se encuentran en las páginas de Fernández. La comisión dada le puso en disposición de adquirir los mejores datos, a lo menos por parte tocante al gobierno, pues, además de la comunicación personal que tuvo con los jefes realistas, pudo leer su correspondencia, diarios y comunicaciones oficiales, Aprovechóse bien de esta oportunidad y su narración, tomando la historia de la rebelión desde su origen, continúa hasta su extinción final y cubre el término de la administración de Gasca. Así la primera parte de su obra vino a terminar en el principio de la segunda y el todo con seis Capítulos cortos que el Palentino dedicó a los Incas, presenta un cuadro completo de los disturbios del país ^ hasta que se introdujo un nuevo orden de cosas, restableciéndose de un modo permanente la tranquilidad. En cuanto al estilo, es
bastante llano sin aspirar a belleza retórica fuera del alcance del autor, ni guardar el carácter sencillo de crónica. La corriente de los sucesos sigue su curso de una manera ordenada, bastante prolija es cierto, pero dejando una impresión clara e inteligible en el ánimo del lector, por eso han acudido a ella los historiadores modernos como fuente inagotable para llenar sus paginas, circunstancia que es por sí sola, bastante testimonio de la general fidelidad y de la copia de detalles de la narración.
No se conocen más sucesos de su vida ni la fecha de su muerte, pero queda su obra como testimonio fehaciente de su voluntad de cronista y de las trabas y molestias a veces insuperables que hallaban quienes se dedicaban en el siglo XVI en España, al duro arte de escribir acerca de los sucesos de las Indias Occidentales.