FALCONI VILLAGOMEZ JOSE ANTONIO

POETA. – Nació en Guayaquil el 26 de Mayo de 1894. Hijo legítimo del Dr. Antonio Falconí Lavergne, (Riobamba 1847 – Guayaquil 1931) cuya biografía puede verse en este Diccionario, que estudió en la Politécnica y se graduó de Farmacéutico, luego siguió la carrera de Medicina y obtuvo el título en la U. Central, su maestro Dominique Domecq le formó en cirugía ocular, profesor de Patología General en la Universidad el 80, Cirujano en el Hospital de la Caridad el 81, Concejal en Quito, Diputado por Pichincha el 82, Presidente de la Municipalidad de Quito el 83, Cirujano militar en la defensa veintemillista de Guayaquil, en 1890 radicó en Guayaquil con su familia, socio fundador de la Sociedad Protectora de la Infancia y de la Médico Quirúrgica, tras el Incendio Grande en Octubre del 96 radicó en Lima y rehabilitó su título pero volvió el 98, perdió su casa en el Incendio del Carmen de 1902, el 4 celebraba tertulias literarias, el 5 inauguró la primera cátedra de Oftalmología de la U. de Guayaquil y formó entre otros al joven doctor Juan Francisco Rubio, apoyó la revolución alfarista de 1906, se jubiló en su cátedra y fue homenajeado por la Facultad de Medicina, hijo a su vez del acreditado médico francés Dr. Juan Lavergne, Interno en los hospitales médicos de París quien pasó por el Ecuador y el Perú ejercitando su profesión. Fue su madre legítima Carmen Amelia Villagómez Andrade, quiteña.

Estudió la primaria en el Colegio San Luis Gonzaga y se colaba en las reuniones literarias que se celebraban en su casa, donde concurrían poetas y escritores amigos de su padre tales como José Gabriel y Rafael Pino Roca, Luis Felipe Borja hijo que vivía en Guayaquil, Darío Rogelio Astudillo, el colombiano Juan Ignacio Gálvez. “En aquellos tiempos éramos unos cachifos de calzón corto pero con temprana vocación lírica y feliz memoria que hemos conservado hasta ahora y asistía a esas reuniones de personas mayores”.

En 1906 inició la secundaria en el Colegio Vicente Rocafuerte. De catorce años viajó a Quito a estudiar en el Instituto Mejía y obtuvo un Primer Premio de parte del profesor de Literatura Alejandro Andrade Coello por una fábula escrita al estilo de Iriarte. Entonces “se dejaban oír aisladamente voces nuevas que traducían nuevos ritmos. Eran de corifeos independientes que desertaban de la batuta clásica. Generación que no tuvo órganos propios de expresión en Guayaquil, salvo algunos números de la revista Patria que circuló entre 1905 y el 7 y los famosos Lunes Literarios de El Guante fundado en 1910, donde colaboraban poetas de la calidad de Wenceslao Pareja, Miguel E. Neira, César Borja Cordero y Eleodoro Avilés Minuche”.

“En esa misma página de El Guante iniciamos nuestra producción poética con la composición “Veneciana” el 20 de Mayo de 1912 que agradó tanto a la gente que hasta se la aprendían de memoria. Se vivía la bell epoque, período anterior a la Gran Guerra, que daba ganas de vivir.” Casi enseguida salieron otras composiciones suyas “En el lago”, “Hacia ti”, “Flor de Blasón” que no constan en la selección antológica publicada en 1956, comenzó los estudios de Medicina en la Universidad de Guayaquil, figurando como Vicepresidente de la Federación ^     de Estudiantes que recién se había fundado También empezó a colaborar en la revista quiteña “Letras” de Isaac J. Barrera.

En 1913 escribió para los Jueves Literarios de El Telégrafo poemas como “Eponina” y “Amo las flores raras” que más que sorpresas causaban susto a los buenos burgueses que leían esas columnas y no esperaban encontrarse con tan atrevidas y absurdas composiciones, chocantes al “buen gusto imperante en el medio” Cuando publicó “El Poema de las Ranas”, dedicado a su buen amigo y maestro el poeta Francisco J Falques Ampuero y “que hizo sonreír a los cretinos”, recibió de éste una epístola encomiástica en que lo comparaba con el Conde de Lautremont porque “desde sus primeros poemas reveló una aguda sensibilidad, más allá de lo sardónico del tratamiento de los asuntos, sentíase en sus mejores poemas algo extraño, casi desasosegante”. También de esa época y de El Guante fue su poema La Agonía de la tarde”.

Los Jueves Literarios dejaron de aparecer pronto porque comercial mente hablando no eran rentables, sin embargo habíase dado a conocer como poeta y hasta dirigido por corto tiempo esa sección, reemplazando a su Director fundador Manuel Eduardo Castillo, que no siendo poeta, habíase cansado de ese trabajo.

Falconí participaba de una generación de valores nuevos entre los cuales sobresalían José María Egas y Miguel Ángel Granado y Guarnizo y se dijo de él que evocaba a los poetas de terror y alucinaciones por su Canto a las Ranas, a la misa negra de Eponina o los símiles extraordinarios donde las flores asumían posturas raras, eran carne de Hospital, y se hablaba de las orquídeas como orejas de elefanciacos etc. Ya usaba su pseudónimo anagramático “Nicol Fasejo” escondiéndose de posibles escándalos sociales.

En 1913 fue Vicepresidente del Club Universitario de la Facultad de Medicina y delegado al III Congreso de Estudiantes de la Gran Colombia. Durante la revolución de Concha y mientras cursaba el sexto año de Medicina se enroló en 1914 como Ayudante de la Cruz Roja Militar y fue enviado al frente de batalla en Esmeraldas con el grado de Comandante de Sanidad pero su estadía en el ejército fue relativamente corta y alejada del frente de batalla. Su amigo Falques le dijo – José Antonio, tú no has nacido para estas aventuras bélicas, te voy a dar una carta de recomendación para mi compadre Carlos Concha por si acaso caes prisionero. “Felizmente no llegó a dárnosla ni nosotros la hubiéramos llevado nunca.” El 15 estaba nuevamente en Guayaquil.

En 1916, ya depurado su afán de hacer novedades, fundó con José María Egas Miranda y Wenceslao Pareja y Pareja la revista “Renacimiento” que se publicó hasta el 17 para expresar el anhelo de los poetas de esa generación, donde reiteró su asimilación de la esencia poética de Francia con el poema de armónicos pareados “Ruth adora a los Cisnes”. Su joven amigo Medardo Ángel Silva, que acababa de integrarse al grupo, le solicitó un prólogo para “El árbol del bien y del mal” pero se excusó por su notoria cortedad. Silva, que le admiraba, escribió en su columna de El Telégrafo.

“Ruth adora a los cisnes.” // Ruth siente por los cisnes del estanque un afecto / singular.. ella goza con el mágico afecto / que dan sus albas túnicas en la líquida plata. // Acodada en el borde mira como retrata. / Nítidamente el agua sus gracias de infantina / Ruth ríe, y es su risa como una sonatina / que a los cisnes atrae de la orilla vecina. // Bogan lentos, lo mismo que góndolas de espuma / y hay en su pompa una aristocracia suma… / Bogan lentos… (el óleo de la tarde es naranja) / sobre el agua su estela tiende argéntica franja, / (hay perfumes sensuales que vienen de la fronda) / uno de ellos avanza majestuoso en una onda. / (La hora lángida pone laxitud en el alma) / ya se llega hasta el borde con hierática calma. // Ruh, tomando un nenúfar en la mano, la extiende / al cisne, éste su pico eucarístico hiende / entre la mano breve que se crispa en el acto / pues siente un cosquilleo con el suave contacto. / El cisne no se inmuta. Ha recordado el mito / fabuloso de Leda. Ruth, reteniendo un grito / deja que con el pico desflore la batista / de su blusa, que en medio al desmayo amatista / muestra un rubí encarnado sobre campo de nieve. // Ruth deja hacerlo y sueña con visiones felices / y es un príncipe exótico llegado de países / lejanos, que acariciala y acariciala leve. //

J. A. Falconí “como un iluminado que viniera de tenebrosa Scene Dans L’ enferme, sábelo aquel divino demoníaco que se llamara Arthur Rimbaud, inicióse Nicol Fasejo componiendo extraños versos de acre sabor de frutos, donde se perciben sabáticos rumores y resonancias de cabalísticas fórmulas. Era como si un monje malo, en ratos de emponzoñado humor diabólico, se hubiera puesto a recitar invirtiendo las advocaciones litúrgicas, secuencias, salmos y prosas al Bajísimo y su cohorte de brujas, íncubos, trasgos y toda la fauna horrenda del luciferino imperio. Como en las páginas saturadas de horrores y tinieblas del Conde de Lautremont, una pesada atmósfera de maleficio, exhalada de sulfurosos sahumerios, nos ahogaba; como hembras en celo se oían a la luna ceniza, el croar de las ranas que se lamentaban como viudas histéricas en las lagunas cubiertas por el peluche verde de la flora de los pantanos. Eponina, la virgen maldita, poseída por Nuestro Señor el Diablo, pasaba con su rostro de cera, exangüe, del color de los cirios, mascullando incomprensibles preces al maligno…”

Esto, dicho en el mayor periódico de la ciudad, conmovió a la gente lectora y empezaron a mirar al joven y tímido estudiante de medicina como si fuera un ser de peligrosos misterios. Meses después ocurrió el suicido de Silva y se cumplió el vaticinio de los buenos vecinos sobre los poetas diabólicos, sobre los morfinómanos, como también les decían porque algunos de ellos vivían entregados a esa droga. Falconí era considerado indiscutiblemente

como el Jefe de grupo por ser el más activo y cronológicamente el mayor, grupo generacional que también tenía de miembros en Quito a Gonzalo Zaldumbide y a Sergio Núñez Santamaría.

En 1919 colaboró en la revista “Juventud estudiosa” de Teodoro Alvarado Olea y José de la Cuadra y fue, como lo dijera José Joaquín Pino de Ycaza, sino el creador, el condicionar en nuestra tierra tropical y beocia, de la más auténtica y original literatura modernista.

En 1920 triunfó en los Juegos Florales Universitarios convocados para celebrar el Centenario de la Independencia de Guayaquil y ganó por merecimientos el Internado en el Hospital de Niños “Alejandro Mann”. Aficionado a las obras de teatro escribía reseñas de sugestivo color y acertada crítica, ilustrando los temas sin alardes de erudito y todo en estilo ameno y elegante bajo el pseudónimo de “Cyrano”.

En 1921 publicó versos dadaístas en El Telégrafo, para probarle a un poeta misterioso que escribía como Hugo Mayo, que también podía versificar así y por eso los firmó Julio Marzo y Victorio Abril. Hernán Rodríguez Castelo ha dicho que solo fueron un ensayo de adaptación, una muestra de posibilidades y Hugo Mayo, años después, calificó a Falconí de culto, inquieto a las solicitaciones que recorrían América, se entregó a las últimas novedades de la Vanguardia por los años 20, codo a codo con Hugo Mayo y colaboró con sentido del humor en el plano dadaista, publicó una composición titulada “Arte Poético No.2” que bien podría considerarse corno el Manifiesto de esa corriente literaria para los poetas del Ecuador, como la Biblia minúscula del tzaraismo ecuatoriano. (Tristan Tzara)

Su tesis doctoral tituló “Inyecciones de leche materna y su aplicación en pediatría, alergia y desensibilización” que llamó la atención en Francia y logró su doctorado en Medicina, retirándose a medias de la poesía por creerla incompatible con la ciencia y por darle gusto a sus padres y excelentes hermanas que temían por él (pensaban que se iba a suicidar como Silva o a intoxicarse de morfina como tantos otros de su generación) Por eso se ha dicho que bien “pudo
haber sido el mayor postmodernista ecuatoriano pero no lo quiso y renegó de sus audacias líricas de mocedad.”

A principios del 22 realizó una gira por diferentes ciudades y puertos de Sudamérica (Panamá, Perú y Chile) su amigo el poeta César Borja Cordero, designado Cónsul del Ecuador de Hamburgo, le consiguió el consulado adjunto en dicho puerto alemán. Allí perfeccionó sus conocimientos en ese idioma, que llegó a dominar, así como el inglés y francés que hablaba desde Guayaquil. Siguió varios cursos de especialización en las Universidades de Hamburgo y Berlín y en los Hospitales de Eppendorf y París, asistió a distintos seminarios de tuberculosis, sífilis, clínica infantil, parasitología tropical, etc.

Al mismo tiempo tentaba algunos poemas, artículos y ensayos que mostraban un talento de erudición poco común, pero la Ciencia había ganado la partida a la Poesía; sin embargo, en Amberes, escribió su poema “El Astado”, que quizá es la última producción de esa, su primera y mejor época, pues de allí en adelante se diluyó en juegos musicales, elegantes por exóticos. En 1924 viajó a París donde vivió año y medio haciendo prácticas en el Instituto Pasteur y en la Ecole de Medicina. El 25 trabajó en el hospital “Enfants Malades” y preparaba un libro de poesía que debía llamarse “El Polígono de Musagetes” que nunca salió pero en cambio en “El Surtidor Armónico” recogería años después todo lo dadaísta suyo.

En 1926 volvió a Guayaquil tras cuatro años de ausencia, entró de Médico auxiliar del Hospital General donde permaneció hasta 1931 que pasó a dirigir el Hospital Militar (después llamado Territorial) con el grado de Teniente Coronel de Sanidad Militar, donde trabajó hasta su renuncia en Diciembre de 1936. Meses más tarde se especializará en pediatría en el Hospital Alejandro Mann, desempeñando su profesión con notorio éxito. Durante doce años dirigió la Revista Ecuatoriana de Pediatría y fue uno de los fundadores de la Federación Médica Nacional.

En 1932 escribió unos deliciosos “Hai Kais” imitando a su amigo Jorge Carrera Andrade, quien fue el primero que los hizo conocer en el Ecuador.

En 1936 inició sus clases de literatura y castellano en el Colegio de señoritas Guayaquil y el 38 editó como texto sus apuntes de clases tomados en versión taquigráfica por una alumna y corregidos por él en 111 págs. Se puede considerar la aceptación de esta cátedra como un tímido reencuentro con las bellas letras, de las que siempre fue un apasionado cultor, aunque a veces se avergonzaba de ellas tratando de ocultarlas, pues prefería que sólo le creyeran médico. Ese año replico a Raúl Andrade Moscoso autor de un folleto crítico titulado “La Generación decapitada” entre los cuales mencionaba a Falconí, pero éste le contestó “Ud. es el único decapitado”.

Mientras tanto colaboraba asiduamente en las revistas “Gaceta Médica” y “Revista de Pediatría” con artículos científicos y humanísticos. En lo personal era un solterón que vivía con sus hermanas Carmela y Ana Luisa, que por las mañanas se distraían confeccionando tortas a pedido pues – junto a las señoritas Hoheb que vivían en Las Peñas y las Serrano Avilés en el Salado – eran las más famosas reposteras de la ciudad y se especializaban en tortas de hilos de caramelo para los cumpleaños de postín (1) Por las tardes jugaban bridge con otras damas de sociedad. Delgaditas, solteras, salían juntas a todas las visitas. Lo atendían con dedicación y cariño.

En sus ratos de ocio leía a sus amados poetas franceses que los traducía y jugaba al bridge sin apostar dinero. El 40 publicó “El perfil de Esculapio” crónicas y apuntes de la vida médica, con portada y ex libris de Mario Kirby en 504 págs. cuya segunda edición vería la luz en 1961.

El 41 pasó al oriente ecuatoriano en calidad de Comisionado Científico. Al iniciarse la II Guerra Mundial sus simpatías estaban con el eje por su estadía en Alemania y debido a que sus estructuras mentales siempre habían sido conservadoras y amaba el orden y la disciplina, sinónimos del régimen nacional socialista (Nazi) y por influencia de su amigo el Presidente Arroyo del Río se salvó de caer en las garras del consulado norteamericano en Guayaquil que ya lo tenía incluido entre los ecuatorianos afines al eje para ponerlo en la Lista Negra. En

IOS Anales de la Sociedad Médico Quirúrgica del Guayas apareció SU ensayo sobre “Psicología del infante”.

En 1944 editó en Cuenca sus “Semblanzas Biotipológicas” en 296 págs, Vivía con sus hermanas en la casa de un piso, construcción de madera, propiedad de Francesco Frugone Bavestrello, en Malecón y V. M, Rendón esquina, ocupando el departamento que daba para V. M. Rendón donde también funcionaba su consultorio al que concurría numerosa y selecta clientela infantil.

Tras la revolución del 28 de Mayo, por su condición de amigo personal del defenestrado presidente Arroyo del RÍO, sufrió persecuciones, perdió su cátedra en la U. de Guayaquil y hasta sufrió un peligroso atentado, a las once de la noche le colocaron en la puerta de ingreso a su departamento una enorme paila de hierro enlozado con trapos viejos a los que prendieron fuego con gasolina y cuando ya se comenzaba a contaminar la pared adyacente, sus vecinos por el lado del malecón, el matrimonio Durán Dyer y sus pequeños hijos, se dieron cuenta por el olor y el humo y dieron pronto aviso al Cuerpo de Bomberos que pudo sofocar a tiempo el flagelo, pues la ^  familia Falconí no se había apercibido,

ni siquiera su gato Merlín, que era blanco listado café y tenía muy mal carácter – acostumbraba aruñar sin motivo – que debió estar dormido como sus dueños.

El 46 salieron sus “Páginas Médicas” con estudios científicos en 453 págs. y como pasaba por germanófilo el 49 rehusó aceptar la presidencia del instituto de Cultura Hispánica en Guayaquil. Su vida se había transformado por el desempeño diario de la medicina, al punto que cuando se fundó el Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1945 no fue considerado su nombre pues su intensa labor como poeta de los años veinte estaba casi olvidada.

En 1952 dio al público un magnifico ensayo titulado “El Movimiento modernista en la poesía guayaquileña”, impreso en Quito en 26 págs. y “Tres grandes figuras del pasado: Pedro Franco Dávila, José Mascóte y César Borja” en 100 págs. y desde el 53, recién nombrado miembro del Núcleo del Guayas, colaboró con Carlos Zevallos Menéndez a través de la revista semanal titulada “Cuadernos del Guayas” con una hermosa columna de traducciones y crítica.

Ese año publicó el primer tomo de “El Jardín de Lutecia” con traducciones de poetas franceses en 75 págs. situándose al lado de los grandes traductores ecuatorianos de versos franceses de todos los tiempos: César Borja Lavayen y Francisco J. Falqués Ampuero y al ver el éxito alcanzado, en 1956 editó “El Surtidor Armónico” antología de su poesía aunque no completa como reconoció después. El libró salía con casi cuarenta años de atrasó “por pueriles temores a desvirtuar su condición de médico” y por eso le sucedió el siguiente chascó.

Había entregado a la secretaría del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura los originales de sus traducciones sin dejarse copia, pues, como era perfeccionista, las había corregido varias veces. A las pocas semanas, cuando ya estuvo todo listó para la impresión, por más diligencias que realizó el Presidente Carlos Zevallos Menéndez para dar con dichos originales, no aparecieron. informado Falconí del asuntó, fue como loco a la presidencia, a dar las quejas a Zevallos Menéndez, quien se puso nervioso y le acompañó a la secretaría, dónde hizo revolver todo el archivó y tras una hora de gran tensión emocional, en un raptó de inspiración, el poeta preguntó ¿No estarán bajó mi pseudónimo de Nicol Fasejo? – ¿Esos han sido? respondió extrañada una de las señoritas amanuenses, agregando: Haberlo dicho antes, aquí están y los sacó de una gaveta. El poeta respiró aliviado y al mismo tiempo comprendió una gran verdad, que ya nadie recordaba su otrora célebre pseudónimo pues no por gustó habían transcurrido cuarenta años. En cuanto a Carlitos Zevallos, decían quienes le vieron en esos momentos, que estaba como un tómate porque le subió la presión a causa del ridículo incidente.

De estos poemas se ha dicho que rutilan como el diamante azul del Transvaal y el mágico ópalo de Golconda y que si hubieran sido recogidos a tiempo habrían motivado, influido, pesado, sobre la opinión nacional y el gustó literario, pero nada de eso ocurrió; solo fueron un testimonio a destiempo.

En 1958 sostuvo una ruda polémica defendiendo la autoría de Ernesto Noboa y Caamaño sobre un soneto erróneamente atribuido al argentino Berisso. Al efecto, a medias con el Dr. Abel Romero Castillo compuso “Historia de un Soneto” en 63 págs.

En 1959 editó el ensayó “Sueño y Ensueño” en los Anales de la Sociedad

Médico Quirúrgica del Guayas. El 60, en la Biblioteca Mínima Ecuatoriana, “Precursores Modernista, crítica literaria” entre las págs. 137 y 238, que el Núcleo del Guayas republicó al año siguiente en folleto aparte. Este ensayó le había sido solicitado cuatro años antes por el padre Aurelio Espinosa Pólit para incluirlo en la colección Biblioteca Ecuatoriana Clásica que se editó con motivo de la fallida Conferencia Panamericana a celebrarse en Quitó en 1969.

En 1961 salió el segundó tomo de “El Jardín de Lutecia” en 123 págs. y “Asclepio y Cronos” con páginas de historia médica y paramédica en 556 págs. que constituye su mayor recopilación en prosa y al reorganizarse el Núcleo del Guayas por mandato expresó de la dictadura de la Junta Militar de Gobierno del 63 dejó de ser Miembro de Número de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

En 1964, quizá en desagravió, fue condecorado con la Orden Nacional al Mérito, el 65 recibió la Medalla al Mérito Literario de la Municipalidad de Guayaquil y editó en Quitó su ensayó “Los Precursores del Modernismo en el Ecuador: César Borja y Falques Ampuero” en 89 págs. eruditísimo trabajo con páginas autobiográficas y testimonio de los poetas de su generación, pero ya no produjo más.

Miope y atildado en su modo de ser, tímido y con aquella caballerosidad europea que él conoció y vivió, pasaba por la vida como científico y literato y por consiguiente Humanista. Era miembro del Grupo Cultural “Oasis” con cuya Directora la poetisa María Eugenia Puig Lince se le ligaba platónicamente y concurría los domingos de tarde a las veladas literarias de “Vida Porteña” que dirigía su amigó Sixto Vélez y Véliz en la radiodifusora Cénit de los hermanos Delgado Cepeda.

Ya no vivía en casa de Frugone frente al muelle de ferrocarril porque se había cambiado con sus hermanas a la casita de un piso de madera y tres chazas, propiedad de Carmen Noboa Cox, en 9 de Octubre entre Boyacá y Escobedo. Su numerosa clientela lo quería y respetaba. Amable y discreto por naturaleza, tratando de no resentirse con nadie, caminaba parsimoniosamente y hablaba bajito.

Sus últimos tiempos fueron atormentados por un cáncer al estómago que le mortificó casi dos años y falleció lúcido y hasta conversando, siempre asistido por sus solicitas hermanas, de setenta y tres años de edad, en 1967.

Blanco, grueso, ojos claros, pelo negro y peinado atrás que luego fue canoso Hernán Rodríguez Castelo ha dicho que fue un poeta que renegó de sus orígenes más hondos y mas originales por los caminos fáciles (música y color) nada más. Excelente traductor de Moreas, Regnier, Samain, etc. en “El Jardín de Lutecia”.