EVIA JACINTO

POETA.- Nació en Guayaquil en 1629. Hijo legítimo del Capitán Toribio de Evia y Bustos, natural de las montañas de Santander en los reinos de España, que pasó a Indias y fue Procurador General y Mayordomo de Propios del Cabildo de Guayaquil y de Catalina González de Vera y Bohórquez, descendiente de los conquistadores y primeros pobladores de la Cuenca del Guayas.

Estudió las primeras letras con su madre y a partir de 1645 viajó a Quito y en el Real Colegio de San Luis tuvo por Maestro de Retórica al padre Antonio Bastidas y Carranza, su paisano guayaquileño, “hecho decisivo para la vocación literaria del joven seminarista” pues fue inquietado hacia la poesía y escribió versos con varios compañeros como el santafereño Hernando Domínguez Camargo.

El 20 de Mayo de 1657 se doctoró en la Universidad de San Gregorio y tomó el estado sacerdotal. En 1662 fue designado en Guayaquil Patrono de varias Capellanías de misas por nombramiento ante el Escribano Lorenzo de Bances y León. En los años 70 cuidaba en Madrid la impresión de un libro que contenía ciento ochenta poesías, entre suyas, de su maestro Bastidas, de un jesuita innominado y de Domínguez Camargo, que recién logró editar en 1676, en la Imprenta de Nicolás Jamares, mercader de libros, bajo el título de “Ramillete de varias Flores poéticas, recogidas y cultivadas en los primeros abriles de sus años por el maestro Jacinto de Evia, natural de la ciudad de Guayaquil en el reino del Perú, dedicado al licenciado Pedro de Arboleda Salazar, con Licencia”.

La iniciativa de formar el Ramillete y editarlo es a no dudarlo de Evia que se encontraba en una capital donde florecían las imprentas, pero quien los recogió y ordenó posiblemente fue su maestro Bastidas y el de los demás autores, que además proporcionó el dinero para la impresión pero no firmó para evitar las molestias y engorros de la licencia, que debían obtener los jesuitas, cada vez que publicaban. El Ramillete marcó una época en la historia de las letras de este país.

En el Proemio, dedicado a la juventud estudiosa, Evia ofreció algunas Flores poéticas cultivadas de su ingenio, los versos que pudo recoger de su maestro Bastidas y otros pocos que adquirió después que salió de su escuela, por darle este breve honor y gloria y pagarle, siquiera esta vez reconocido, lo que debió tantas veces a su doctrina.

Emilio Carilla, en “El Gongorismo en América”, ha opinado que Evia fue el menos gongorista de los poetas del Ramillete, por su numen más bien calderoniano y en consecuencia lo cataloga más conceptista que sus compañeros(1) Hernán Rodríguez Castelo ha agregado que tuvo predilección por el verso menor y cuando dio de mano a todo lo engolado que tan mal iba con las unidades menores, se desnudó de artificios y logró estrofas bellas.

Se conoce que Evia tuvo otras obras, la novela “El sueño de Cielo”, los elogios “A la temprana muerte de Don Baltazar Carlos, Príncipe de España” y a la “Desaparición de la Reina Dña. Isabel de Borbón”, también compuso villancicos a la antigua usanza española, tales como // Dícese la buenaventura a Cristo // Niño bendito //. Dame una limosnita / dame las buenas pascuas / en que has nacido: / Niño de rosas, / dale a la gitanilla / pago de glorias //.

Gustó lo popular y fue tierno sin perder ingenio, su poesía es fresca y hasta coloquial, sus versos eróticos y burlescos – donde imitó a Francisco de Quevedo y Villegas – y llegó a glosar la Elegía Décima de Ovidio en octosílabos.

Su obra y su memoria ha sido rescatada del injusto olvido de una errada crítica.

Y nada más se conoce de este poeta, a no ser que debió morir en los últimos años del siglo XVII. Se ignora hasta su descripción física y psicológica, pues vivió uno de los períodos menos conocido de nuestro pasado y del que casi no tenemos memoria.

De su estro, va la siguiente Décima: // Con qué gusto entre los brazos / de Nice gocé un favor, / que eterno juzgó amor, / por ser de tan fuertes lazos: / mas ¡hay! que breve los plazos / llegó mi dicha a gozar, / pues sólo vino a estribar / del alma tan dulce empeño, / en breves sombras de un sueño / que se acabó al despertar. //

Flores amorosas // Estribillo // Cupido que rindes las almas / decidla a Belisa, decidla por mí, / Como vive mi amor todo en ella, / después que a sus ojos mi vida rendí. // Glosa // Entre esperanza y temor / vive dudosa mi suerte, / el desdén me da la muerte, / pero la vida el amor; / y aunque es grande mi dolor; / buscar alivio procura, / hallaralo mi ventura /si constante pido así! / Cupidillo que rindes las almas …. //Ansioso cual siervo herido / del arpón de una beldad, / de su fuerte a la piedad / amante me ha conducido: / mas, mi dolor ha crecido / con el cristal que he gustado, / y en voz amorosa al prado/ mis tristes quejas le di: / Cupidillo que rindes. . . . //