ESTEBAN MEGO ONOFRE

MISIONERO.- Nadó en 1556 en Chachapoyas, población ubicada en la región cercana al río Marañón que al engrosar se transforma en Amazonas.

De catorce años fue enviado a estudiar en el Colegio de la Compañía de Jesús de Lima, ganado por ella, a los veinte y tres años de edad se recibió de jesuita el 3 de Mayo de 1579 y pronto se hizo notorio por su facilidad para predicar y convertir a los indios pues conocía el quechua a la perfección y lo hacía tan bien que estos ponían grandísima atención, con la boca abierta y clavados los ojos sin disimular su efecto y “se decían los unos a los otros que nunca habían pensado ni oído que fuese tal la fe de Cristo”.

En 1586 sus Superiores decidieron mandarlo al recién fundado Colegio de Quito pues ya era apreciado por su regular observancia, penitencia, constante oración y silencio. Además por su amor a la Virgen en su advocación de Loreto.

Llegado en Enero del 87 con el Padre Frías, se hospedaron en la casita de Santa Bárbara cedida a los primeros jesuitas por el Cabildo. Frías fue pedido para la enseñanza de Teología Moral y Esteban empezó a recorrer las comarcas cercanas en útiles misiones ambulantes y circulares dirigidas a los españoles, pues creía que corrigiéndolos lograba que dieran un mejor trato a los naturales. El 3 de Septiembre erupcionó el Volcán Pichincha y hubo un terrible movimiento de tierra al que siguieron tres días de ceniza con obscuridad total. Muchas iglesias se cayeron pero la construcción de los jesuitas logró resistir y estos pudieron dedicarse a ayudar a los damnificados durante la reconstrucción de Quito que duró largos meses.

El 89 colocó en Santa Bárbara una imagen de la Virgen de Loreto inaugurando oficialmente su devoción. A fines de año se sintió la epidemia de viruela iniciada en Cartagena de Indias con la llegada de un navío de España cuya tripulación murió. De los 80.0 habitantes fallecieron cosa de 30.0 y en el resto de la Audiencia desaparecieron Gobiernos enteros como el de los Caras en Manabí que no volvió a ser mencionado en muchos años. En el de Quijos se desolaron las poblaciones de Baeza, Avila y Maspa. La enfermedad se presentaba de improviso con fiebre alta, después salían unas pústulas que pronto se extendían por todo el cuerpo y lo volvían cárdeno, despidiendo un hedor intolerable. Finalmente, si el sujeto sobrevivía, llenábase de costras duras y prominentes que se caían dejando marcas imborrables que afeaban el rostro. La muerte solía ocurrir por asfixia, otros quedaban ciegos de uno o de los dos ojos.

En tan difícil situación el Padre Esteban se dedicó a socorrer a los apestados llevándoles provisiones y medicinas pero en su fe vivísima creyó más oportuno “decirles un evangelio a cada uno aunque estuviesen moribundos y viendo luego que el medicamento era algo largo y que tenía tantos pueblos que ir socorriendo a la carrera, no hacía más que irlos tocando con sus manos”. Algunos dieron en propagar que con tal tratamiento se curaba la peste y nació su fama de taumaturgo, por lo que muchísimas tribus quisieron conocerle y participar de sus gracias y beneficios, entre ellas la de los Chonos o Colorados que habitaban la alta cuenca del río Guayas, y los Yumbos que los españoles denominaban de Angamarca y corresponde a las actuales zonas de Santo Domingo y el norte de Guayas y Manabí (Balzar, El Empalme, El Carmen)

Los crédulos naturales enviaron una delegación compuesta de seis indios adornados con hermosísimos plumajes y guiados de un indiano preguntaron por el Gobernador principal de los cristianos, que resultó ser el Presidente de la Audiencia, Licenciado Esteban Marañón, a quien dijeron por intérprete que habiendo sido mas de 30.0 personas entre chicos y grandes habían quedado en menos de la mitad con la general epidemia por no haber ido a su país el Padre Esteban a librarles de la muerte como había ocurrido en otras tribus y le proponían que si se los daba para siempre ofrecían a cambio sujetarse a la obediencia, tal el terror que les había inspirado la epidemia. Marañón se rió delante de ellos de tamaña bobería, haciéndoles mil agasajos avisó al Padre Rector del Colegio, y tras discutir la conveniencia de ganar esa importante provincia por las buenas, decidieron prestar por un tiempo al religioso, para que regrese con los diplomáticos a establecer una alianza bajo la palabra de visitarlos siempre que pudiese o hasta que les entregaran un Misionero estable, que lo fue en breve el Padre Luis Vásquez S. J. y “cargados de mil donecillos y herramientas se volvieron los delegados con el Padre Esteban, tan contentos como si llevaran a un Dios.” El resto del año la pasó el Padre Esteban recorriendo los campos y penetrando en las selvas para catequizar a esos indios.

El 90 organizó la Cofradía de la Virgen de Loreto en Quito que agrupó a los indios catequizados o ladinos en la iglesia de la Compañía de Jesús y les dio altar e imagen. Las fiestas mensuales de indígenas terminaban en lucidas procesiones en honor a la Virgen, acontecimientos esperados por la ciudad y la comarca. Salía la imagen del templo entre cantos y plegarias, recorría un buen trecho y regresaba. El Padre Esteban tenía preparada una fiesta para el final de la función con espléndida comida y en tal abundancia que llenaba varias mesas haciéndolas sombrías con ramas verdes, para que de ellas se sirvieran los pobres. También se representaban piezas Eucarísticas y Autos Sacramentales. Cada barrio tenía sus reglas de buena conducta, las imágenes eran traídas de Europa aunque ya se comenzaban a ejecutar en Quito utilizando las mismas técnicas: carnación para rostros, manos y pies, túnicas adornadas con vivos colores laminados en oro, volúmenes a base del estofado con papel engomado. Las letanías Lauretanas también se pusieron de moda por aquellos tiempos en que todo era novedad pues recién se estabilizaba la conquista para transformarse en colonia.

Anualmente viajaba entre cuatro y seis meses predicando a los indios que salían desde muy lejos a recibirle con repiques de campanas, tambores, atavales, flautas y chirimías y era tan grande el atractivo de sus amables prendas y tanta la eficacia de su palabra que todos se le rendían y besaban sus manos con gran reverencia, “destruyéndose a su paso los ídolos y adoratorios domésticos y hubo pueblo en que pudo llenar dos grandes mesas en la plaza pública, para convertir dichos ídolos de barro en cenizas”. Bonitos huacos arqueologicos han de haber sido. Lastima que no se conservaran.

De Lima había llevado un método de Predicar cantando. Hacía que los indios se pusieran en su derredor y cantaba la doctrina en cinco tonalidades. Los neófitos repetían a coro. En esto se hacía ayudar de algunos indios jóvenes y ciegos que de limosneros pasaron a catequistas y le acompañaban en estas Misiones. También tenía un Catecismo traducido al quechua y al aymará, aprobado por el Concilio limense de 1584 y editado un año después en esa capital, compuesto de tres partes: La Cartilla, Un Confesionario y Un Sermonario.

En 1598 pasó a la costa y estuvo trabajando en la región de las Esmeraldas con los indios Malabas, Yumbos y Cayapas. En 1600 fundó abajo del río Esmeraldas al pueblo de Nuestra Señora de Loreto que tuvo muchas vicisitudes y cambios y al final no subsistió. En dichas regiones fundó también seis misiones de las cuales subsistieron las de Canoa, Pichota y Chone en tierras de los indios Chonos.

En 1602, con el Padre Juan de Alba, S. J. acompañó al Obispo fray Luis López de Solís en su Visita Pastoral hasta Cuenca, Zaruma y Loja, sitio donde más se quedaron. Predicaba tarde y mañana en los idiomas más conocidos. López de Solís tenía tan buena opinión suya que en alguna ocasión expresó que con solo el Padre Esteban poseo lo suficiente para tener compuesto todo mi Obispado y con quien descargar mi conciencia…. El 5 fue Rector del Colegio de San Ignacio en Quito y gobernó más bien con sus ejemplos y obras que con sus preceptos.

En 1607 fue enviado con el Padre Juan de Arcos, S. J. en calidad de Visitadores a la reducción que los jesuitas tenían en la tribu de los Cofanes, para impedir que progresara la pugna con los Encomenderos y soldados de la Audiencia por el control administrativo de esas comarcas del oriente. El asunto había llegado a la Audiencia y los Oidores estimaban prudente la salida de los misioneros, que abandonaron sus trabajos y volvieron a Quito.

El 10 nuevamente fue Rector del Colegio Máximo de San Luis en Quito. El 13 distribuyó las poblaciones indígenas de Esmeraldas instituidas en Parroquias a diversos eclesiásticos seculares y regulares y pasó al norte
de Manabí donde halló a los Yungas o Chonos, comunmente llamados Colorados por la costumbre que tenían de pintarse el pelo con achiote, así como a los Mangaches que después de la epidemia de 1590 se habían mezclados con blancos y negros huidos de sus poblados para salvarse de la enfermedad. También predicó a los Caras, Apecigues, Caniloas, Pasaos, Chones, Tosaguas y Yaguas y como les repetía anualmente la visita, solo o acompañado, los fue ganando a todos a la cristiandad.

El 16 fue otra vez Rector del Colegio y Viceprovincial de los jesuitas. De allí en adelante dada su avanzada edad, se recluyó en el Convento en Quito. El 35 vivía postrado y hasta desahuciado de los médicos que le asistían, cuando tuvo una “visión de la Virgen” quien le informó que había resuelto concederle tres años más de vida. Y se cumplió lo ofrecido.

A finales de Octubre de 1638 salió sano y bueno del Colegio y fue despidiendose de todos sus amigos y conocidos, así como de las personas devotas que le habían ayudado en la Capilla, adorno y fiestas de la Virgen, agradeciéndoles mucho y encargando la continuación de esas obras y el último día del mes avisó al Padre Rector, Juan Pedro Severino, que solo le quedaban tres días de vida. El le mandó a guardar reposo en cama y tras una ligera fiebre y recibir el Viático falleció el 3 de Noviembre, de casi ochenta y dos años de edad, en horas de la mañana, tal como lo había predicho, después de cincuenta y seis años de continuos trabajos misionales. Su entierro fue apoteósico y duró tres día con gran concurso de gente que a veces se tornaba en tumulto pues todos querían tener un pedazo de su túnica y no faltaron algunos exagerados que le cortaban las uñas y el pelo como reliquias pues se le tenía como un santo. Le enterraron en una urna de cristal y pronto surgieron sus hagiógrafos, entre ellos el Padre Severino, que escribió una historia de su vida llena de consejas y exageraciones que más que bien le harían daño; pues, por su realismo mágico, impidieron que se iniciara el Proceso de Canonización previo a su declaratoria de Santidad, de las cuales se hizo eco el Padre Juan de Velasco en su “Historia Moderna del Reino de Quito”.