ESTARELLAS AVILES CARLOS

EDUCADOR. Nació en Guayaquil el 4 de Junio de 1900 en el hogar formado por el comerciante Francisco Estarellas Bolek, natural de Málaga pero de origen catalán, nacido en 1860, pasó a Guayaquil y casó en 1898 con la guayaquileña Carmen Avilés Coello, quienes habitaban la villa “María Rosa,” propiedad del Dr. Palemón Monroy y Cedillo, en la tradicional calle Numa Pompilio Llona del barrio de Las Peñas.

Fue un niño tímido, delgadito y estudioso que cursó con éxito la educación primaria en el colegio San Luís Gonzaga de los Hermanos Cristianos situado en la calle Chimborazo al pie de la Catedral, donde siempre obtuvo los primeros premios.

En 1914 ingresó al Vicente Rocafuerte. Admirador de sus maestros, sobre todo de Francisco Campos Rivadeneira en Ciencias Naturales, Alfredo Sáenz en Matemáticas, Gustavo Lemos en Lenguaje, José Vicente Trujillo en Filosofía y Pedro José Huerta en Historia.

y cuando cursaba el quinto año decidió alternar sus horas de estudio dictando clases particulares en el afamado colegio Tomás Martínez, cuyo director José Elías Altamirano le apreciaba y conocía y donde permaneció hasta 1955.

En 1919 colaboró en el Censo de la ciudad, correspondiéndole el Barrio de Las Peñas, especialmente las casas de la calle Numa Pompilio Llona.

Graduado de Bachiller en 1920 y hablando perfectamente inglés y francés, haciéndose notar por su contracción y amabilidad pues acostumbraba ayudar a sus compañeros con las lecciones y deberes que sus maestros mandaban y recordaba con satisfacción y placer que sus indicaciones eran útiles para que éstos aprendiesen. Le apodaban cariñosamente “caballito rubio”.

Matriculado en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Guayaquil le eligieron delegado al Consejo Directivo. En 1924 ocupó la presidencia de la Asociación Escuela de Derecho. El 25 falleció su padre, el 26 salió delegado al Consejo Universitario y obtuvo el codiciado premio “Julián Coronel”. Mientras tanto, desde el 21 era profesor del Colegio Vicente Rocafuerte, honor altísimo si se considera sus cortos años y escasa experiencia docente, pero explicable porque gozaba de la confianza de sus antiguos maestros, especialmente del Dr. Pedro José Huerta, que le llegó a apreciar como si fuera un hijo.

Egresado de Jurisprudencia y licenciado con honores, no quiso dar el grado doctoral ni tampoco ejercer la profesión, pues pensaba y no sin razón que las leyes no eran su meta y que el magisterio era su verdadera vocación, para lo que estaba llamado. Por eso toda su vida fue nada más y nada menos que un educador, un maestro, título el más excelso que puede poseer un hombre de bien en cualquier civilización del mundo. En 1927 contrajo matrimonio con Ernestina Merino González a quien conoció durante unas vacaciones en Riobamba. Tuvieron un matrimonio feliz y seis hijos.

Su vida como educador estuvo matizada de grandes triunfos del espíritu y fueron numerosas las generaciones de sus alumnos. Entre 1923 y el 1935 dio clases en el Cristóbal Colón y fue agraciado con la Condecoración de la Orden Salesiana. Entre el 32 y el 36 en el Instituto Nacional. Este último año se especializó en la materia de Historia Universal. En el 37 fue profesor del Colegio Nacional de señoritas Guayaquil donde trabajó hasta el 63.

I habiéndose graduado ese año 37 de profesor de segunda educación fundó el Liceo América que pronto se acreditó en toda la ciudad y al que llevó a trabajar como socio, amigo y maestro al Dr. Huerta. Pocos años más tarde fundó la sección nocturna y gratuita para la niñez necesitada y una señora del pueblo llegó diciendo que su hijo era muy enfermizo y quería que le cambie a la “nocturna de día”, recibiendo como contestación que estaba bien, que lo mande a la “nocturna de día” donde el chico estudió varios años hasta graduarse con honores.

En 1940 el presidente Arroyo del Río le ofreció el Ministerio de Educación que rechazó con una sonrisa en los labios; pues, a pesar de ser uno de los afiliados más disciplinados al Partido Liberal, jamás había ambicionado cargos ni honores, a no ser el permanente servicio a la niñez de su ciudad. Con todo, le designaron Concejal del Cantón, función que aceptó por ser gratuita y desde la cual fundó con la maestra Blanca Salvador el primer Jardín de Infantes que tuvo Guayaquil y que llamó con toda justicia “Pedro José Huerta”. Dicho jardín estuvo ubicado en la década del 40 en una cómoda y hermosa villa esquinera y de madera propiedad de la familia Lecaro Viggiani en la calle Eloy Alfaro al sur de la ciudad y era dirigido por experimentadas normalistas. Después funcionó en una casa de madera de un piso alto en la esquina de Boyacá y Vélez.

En 1942 el Liceo América tenía también un Internado donde se educaban tres chicos hijos de un ciudadano alemán, quien tuvo que salir inmediatamente del país para no ser llevado a prisión en el campo de concentración abierto en Cuenca. El maestro se hizo cargo de ellos tratandoles como a hijos, inclusive durante las vacaciones anuales a Riobamba se iba con sus seis propios y los tres internos. Varios años más tarde al regresar el padre de Alemania agradeció el gesto de rodillas y hasta le besó la mano pues encontró a sus hijos mejor que nunca, uno cursaba la Universidad y dos todavía el bachillerato.

En 1945 el entonces ministro de Educación Dr. Alfredo Vera le quiso entregar la Dirección de Educación del Guayas; pero Estarellas – fiel a su política de no buscar funciones – agradeció excusándose dos veces ante la generosa insistencia de su amigo el ministro.

En 1960 dictó clases en el Aguirre Abad, el 64 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guayaquil y desde el 65 hasta el 70 ejerció el rectorado del Colegio Experimental mixto Francisco Campos Coello, anexo a dicha Facultad, donde formó a los futuros maestros.

Para entonces su figura era proverbial. Menudo, delgadísimo, blanco y canoso habiendo sido rubio en sus mocedades, todo denotaba al caballero y al maestro venerable que se solazaba en compañía de sus pequeños discípulos, fuentes inagotables de embeleso, su eterna vocación, que sostenía la vigencia de una de las tesis arielistas expuestas por Rodó e Ingenieros, la del avance de los países a través de la educación generacional de los pueblos, que se sintetiza así: si se educa a los obreros, agricultores, artesanos, etc. sus hijos podrán terminar el bachillerato y los nietos irán a la universidad, por eso él siempre estaba educando a cuantos podía y hasta daba clases a los empleados de su casa, porque les enseñaba a leer, a escribir, las cuatro reglas de matemáticas, etc. pues tenía una capacidad enorme de ayudar a la gente.

También poseía una gran pasión y cariño por los animales, gustaba rodearse de ellos, especialmente de perros y gatos, a todos les ponía nombre y apellido, normalmente el apellido de la persona que se lo había obsequiado. En cierta ocasión y estando cercana la navidad, mientras se encontraba en su hamaca leyendo en el segundo piso de su villa, se oyó un glugluglu histérico pues la cocinera perseguía a la pava para matarla. El animalito logró escaparse del patio y corría por toda la casa, se subió a la biblioteca y escondió detrás de él, de manera que cuando la cocinera llegó con una hacha el maestro le dijo: ¿No¡ Derecho de asilo, de aquí no sale Rosario Freile (nombre que le había puesto a la pava y ya sabemos porque) pues se la había regalado una vecina de ese apellido y la pava murió de vieja pues jamás permitió que la maten. I así, entre clases en el Liceo y momentos de tranquilidad hogareña, transcurrieron sus últimos años en relativa pobreza pero con el público reconocimiento de sus virtudes ciudadanas, hasta el día sábado 1 de agosto de 1972 a las cinco y media de la tarde, en que al ser tropezado por un grupo de alumnos que salía alegremente de clases, cayó al suelo y sufrió varias fracturas y contusiones. Llevado a la clínica Guayaquil empeoró súbitamente y recibió la visita de un grupo de profesores compañeros suyos, quienes le dijeron que ya tenían los nombres de los imprudentes que lo habían accidentado y que los iban a castigar. “No, por favor, no vayan a sancionar a los alumnos, ellos no tienen la culpa”, expresó el maestro, sobreponiéndose a sus dolores, juntando sus manos y con voz temblorosa. Esa fue su última lección práctica de pedagogía pues murió el día 6 de Agosto a los cuatro días justos de haber ingresado a la clínica y de 72 años de edad.

Estaba jubilado como profesor del Vicente Rocafuerte, los diarios lamentaron su deceso y la ciudadanía acompañó masivamente el féretro al camposanto donde tomó la palabra el Dr. Manuel J. Real, su amigo, quien dijo: Comprendió a la juventud y para comprenderla tenía que amarla primero. Hasta el final alumbró su camino tratando de beneficiar la problemática del cosmos que cambia con fuerza inusitada, dándose cuenta cabal que nuevas promociones humanas se incorporan a la enseñanza trayendo a los colegios una insatisfacción social antes desconocida. Es seca toda teoría, lo único válido es el árbol de la vida….

En cierta ocasión un antiguo alumno suyo fue a visitarle al Liceo América pues tenía que presentarse en la Universidad para un puesto de trabajo como profesor y no tenía un atuendo adecuado. El maestro le envió a su casa para que le traigan un temo, camisa, corbata y zapatos. El joven concurrió a su cita bien presentado y le dieron el trabajo. Esa tarde la intrigada señora de Estarellas le preguntó: Carlos ¿Donde te fuiste? ¿Dónde está el terno? Y al enterarse de los detalles manifestó que de haberlo sabido no le hubiera enviado el mejor terno, a lo cual el maestro le respondió sencillamente que las cosas son de quien más las necesita.

En otra ocasión uno de sus profesores en el Liceo le presentó una lista de calificaciones trimestrales del tercer curso en la que 37 de las 52 eran deficientes. Estarellas preguntó al dómine a qué atribuía esto y fue contestado: Los alumnos son malos, no quieren estudiar. – Por favor, trate Ud. de ayudar a estos alumnos, a lo que éste le replicó – Yo no puedo hacer nada más. Entonces le dijo: Creo que el malo es Ud. Pensé que al darse cuenta del pésimo rendimiento de casi todos sus discípulos, buscaría afanosamente un nuevo método de enseñanza para favorecerlos y así poder ser comprendido. Pero como me manifiesta terminantemente que no puede hacer nada más, sírvase abandonar la cátedra.

En otra ocasión llegó el Director provincial de Estudios al Liceo con el fin de realizar una inspección. Estarellas salió a recibirlo y le condujo a una de las aulas para que pudiera hacer las preguntas propias de toda inspección. El Inspector se paró en la puerta y comenzó a tratar a los alumnos de la siguiente manera: Tu cholito, tu zambito, tu colorilla, tu gordito, hasta que el maestro le llamó fuera y le dijo con voz terminante: Ni a Ud. ni a nadie, por más autoridad que sea, le permito que trate así a mis discípulos. Me hace el favor de irse inmediatamente. Fue uno de los ultimos maestros victorianos en el Guayaquil del siglo XX.