ESTACIO MANUEL

MILITAR – Se ignora el lugar y fecha de su nacimiento en España.

En 1544, durante el alzamiento de Gonzalo Pizarro contra el Rey, se encontraba sirviendo en Lima con el cargo de Alférez en la Compañía al mando de Gonzalo Díaz de Pineda, cuando éste Capitán fue enviado por el Virrey Blasco Núñez de Vela al interior, a fin de impedir el paso de Pedro de Puelles, de Huánuco a Huamanga, para unirse a las tropas de Pizarro.

Díaz de Pineda era yerno de Puelles y se le unió con su gente, simulando que lo conducía contra su voluntad; pero el Virrey se dio cuenta del juego, disolvió la Compañía y Estacio arrastró la bandera a su cargo y la hizo pedazos diciendo: “Que la bandera de un traidor no merecía menos”.

El Virrey, en premio a su lealtad, le ofreció el mando en otra Compañía; pero cuando los Oidores de Lima le destituyeron, apropiándose del gobierno, apareció Estacio en la plaza pública con la misma bandera, que había cosido con prolijidad, vivando a Díaz de Pineda y a la revolución. El Oidor Cepeda, que presidía la Audiencia, le nombró Capitán de una de las Compañías de Infantería.

Poco después Gonzalo Pizarro le mandó de Teniente de Corregidor del asiento de Guayaquil para que le mantuviera sometido a la obediencia. Estacio era “astuto y atrabiliario, sediento de honores y fortuna” y no hubo abuso que no cometiera.

Habiéndole sido delatado el lugar donde se mantenía oculto en los montes el anterior Teniente, Capitán Rodrigo de Vargas Guzman, llevó a cabo varias batidas y le encontraron en estado lastimoso, porque se había alimentado de raíces y hierbas por mucho tiempo. No obtante ordenó que condujese a cuestas un tiro de artillerías recorriendo una considerable distancia, por disminuir su prestigio y el respeto en que todos le tenían y hacer que este mal trato sirva para que se redujese él, como otras personas, a la devoción de Gonzalo Pizarro.

Presidiendo el Cabildo se expresó cierto día “Queda, pues, convenido, que mañana, sin más averiguaciones, serán colgados del primer árbol los cuatro indios que fueron aprehendidos en la ría y de quienes se sospecha que trataban de pasar a Portoviejo en comisión de los conspiradores de aquí para los de ese lugar y discutamos casos serios, que el tiempo es oro y la vida de estos pícaros indios una nonada.

Mientras tanto el Rey de España había designado al Licenciado Pedro de La Gasca para que viniera a estas comarcas a fin de imponer nuevamente la obediencia al Rey. La Gasca ganó astutamente a Lorenzo de Aldana y se hizo cargo de la armada de Pizarro en Panamá. También despachó navíos que recorrieron los puertos incitando a alzarse por las banderas del Rey. El Capitán Francisco de Olmos, Gobernador de la Villa de Portoviejo, aceptó la invitación, reunió gente y el Domingo de Ramos de 1547, mientras los partidarios de Pizarro asistían a una misa en el Convento de La Merced, reunido ocultamente con el resto de Mercedarios y trece españoles, decidieron sorprenderlos. Al efecto, entraron de improviso y apresaron a los Oficiales Reales, quienes prestaron inmediatamente el Juramento al Rey.

Dos días después hallábase Estacio asomado al balcón de su casa en Guayaquil contemplado la ría, reconoció a uno de los indios de su servicio, que llegaba a carrera tendida. Pudo adivinar, por la dirección que traía, que venía de la balsa amarrada algunas cuadras aguas abajo de la población y que servía de vivienda a un español Obregón, hombre de toda su confianza.

Enterado de la llegada de muchos cristianos mandó a buscar a su segundo el Capitán Francisco Marmolejo y al Alcalde Alonso Gutiérrez, a que fueran a caballo y averiguaran qué ocurría en la balsa. Luego ordenó que se tocara a clarín llamando a las armas. Los vecinos parecen que no respondieron pues solo se apersonaron cuatro sujetos al llamado y reconociendo Estacio que se encontraba sin apoyo de ninguna clase, tomó la Vara de alta Justicia, insignia de su autoridad, salió a la plaza (actual Plaza Colón) a esperar lo que fuera.

En esos momentos un grupo de cuarenta personas llegadas de Portoviejo, con las espadas desenvainadas, entraban dando voces de “Viva el Rey, mueran los traidores”, presididos por un español apellido Aguirre Vizcaino, enemigo jurado suyo, que portaba una gran bandera y estaba escoltado por Francisco de Olmos y Rodrigo de Vargas Guzmán.

Estacio se entregó entonces a Francisco de Olmos poniendo la vida bajo su amparo y fue conducido a la Casa de Cabildo, donde quedó prisionero con centinela a la vista. Marmolejo y Gutiérrez fueron decapitados enseguida. Por haber sido sus cómplices.

Al día siguiente, Miércoles Santo, tras un sumario nocturno donde depusieron muchos vecinos, todos ellos perseguidos por Estacio, se decidió aplicarle la pena de garrote.

El Capitán Olmos subió a la casa del Cabildo con unos cuantos caballeros y el mismo fraile dominicano que había preparado a los dos ajusticiados del día anterior. Estacio, al verlos, se levantó apresuradamente del banco en que se hallaba sentado y recibió la sentencia, pero ante la sorpresa de todos dio un gran salto escalera abajo, para seguir por las calles a toda carrera. Los otros solo atinaban a gritar desde las ventanas “Fugó el traidor, denle muerte como puedan”.

Algunos sujetos que estaban cerca, viendo que Estacio venía a todo correr, se le interpusieron con sus espadas y le asesinaron sin misericordia y hubo dos castellanos que no cesaron en su saña hasta que no quebraron en el cuerpo sus espadas. Así tuvo fin el representante de Gonzalo Pizarro en Guayaquil.