ESPINOSA TAMAYO ALFREDO

SOCIÓLOGO. Nació en Guayaquil el 23 de Noviembre de 1880, hijo legítimo de Joaquín Espinosa Baquero, comerciante quiteño prematuramente fallecido y de Dolores Tamayo Terán, natural de Chanduy, Provincia del Guayas, hermana del Presidente Constitucional José Luís Tamayo (1920­1924)

Huérfano de padre a temprana edad, tuvo una niñez pobre y desvalida pero llena de cariño. En 1886 inició sus estudios en la escuela del profesor Tomás Martínez. Su compañero de banca Rafael Peña escribió después: “Vimos en sus miradas chispas de una asombrosa inteligencia y contemplamos en su digno porte todas las revelaciones de una hombría de bien”.

Hacia 1892 de solamente doce años, empezaron a manifestarse los primeros síntomas de la lepra (1) perdió la sensibilidad en algunas regiones de su cuerpo pero la enfermedad no le avanzó ni se hizo visible y pudo matricularse al siguiente año en el “San Vicente del Guayas” donde tuvo por maestros más queridos a los Dres. Gumensindo Yépes y Yépes en Filosofía, Teodosio Martínez Ramos en Historia y Juan Bautista Destruge en Física y Química y en Enero del 99 culminó sus estudios secundarios con brillantes calificaciones. Entonces falleció su madre y comenzó a trabajar para ayudarse y mantener a sus tres hermanos menores: Dolores, Ana y Luís.

Estudiante en la Facultad de Medicina de la Universidad de Guayaquil al mismo tiempo que miembro del “Círculo de Instrucción Libre”, publicó varios artículos en la revista de esa
institución donde en 1903 hizo los primeros estudios Histopatológicos del Beri  – Beri.

Entre 1905 y el 7 fue Vocal de la Asociación Escuela de Medicina y colaboró en la prensa nacional con trabajos de medicina e higiene preventiva bajo los seudónimos de “El Licenciado Vidrieras” y “Capitán Nemo”, que hizo famosos en el país. “El Guante”, “El Grito del Pueblo Ecuatoriano”, “El Telégrafo” y “La Reacción” de Guayaquil, así como “El Comercio” de Quito y “El Horizonte” de Portoviejo reproducían sus escritos al igual que las revistas “Siluetas”, “Sud América” y la “Revista de Educación”, era un lector incansable y como poseía una memoria que pasmaba, discutía con gran lucidez sobre cualquier tema que se tratare, como un hombre del Renacimiento. La Paleografía, la Numismática, la Heráldica le eran familiares, pero profesaba un verdadero fanatismo por la Química y Medicina y estudiaba con verdadera constancia.

En 1907 instaló un laboratorio bacteriológico, donde hizo la primera comprobación del Bacilo de Eberth en Guayaquil, en las deposiciones de un enfermo tífico.

En 1908 fue nombrado Químico Municipal, se interesó en precautelar la salud pública y mereció ser designado miembro de la “Sociedad Médico Quirúrgica del Guayas”, promoviendo la celebración del Primer Congreso Médico Ecuatoriano. Ese año examinó al microscopio los frotis de tejidos teñidos, tomados de la segunda víctima de bubónica registrada en Guayaquil, con los cuales inoculó varios cobayos, que fallecieron contagiados de esa enfermedad, probando que existía la peste en nuestra ciudad, provocada por el coco-bacilo de Yersin. Su antiguo maestro de Química Ramón Flores Ontaneda le felicitó cordialmente.

(1) Cuando nació, su madre no tuvo leche y contrató a una nodriza que parece que estaba enferma sin saberlo pues semanas más tarde se le descubrió que tenía una ulceración en la pierna y se prescindió de sus servicios. Este pudo ser el medio de contagio del mal que lo llevaría a la tumba.

En 1909 ascendió a Jefe del Laboratorio de Diagnósticos del Hospital General, fue el primero en usar en el Ecuador el ultramicroscopio para la investigación médica y logró encontrar y aislar un espirilo extraído de la sangre de un enfermo atacado de sífilis. Lamentablemente no pudo continuar sus investigaciones que había dirigido hacia la fiebre amarilla, porque empezó a perder la vista y quedó definitivamente ciego en 1912, a los treinta y dos años de edad, como consecuencia del avance de su cruel

enfermedad. En el mes de septiembre había aparecido en el primer número de la Revista de la Asociación Escuela de Derecho, que ayudó a fundar, una Introducción, muy valiosa por cierto, debida a su pluma.

Vivía con sus hermanos en una casa propia y de madera que daba a la segunda calle del cerro. Cabe aclarar que existían tres calles para ingresar al cerro. La primera llamada Diego Noboa constituye la prolongación de la Avenida Rocafuerte. La segunda o del medio, comenzaba en la plaza Colón y en la margen izquierda con el amplio chalet de Eduardo Game Balarezo, luego venía la casa de la familia Reinoso Viten, seguía la de los Morales Carlier, y finalmente una casita de caña muy pobre que habitaba la madre del poeta Silva desde 1919 dedicada a coser ropa por paga a los vecinos del barrio. En la margen derecha la calle comenzaba en la misma plaza Colón con la casa de Vicente Paz Carrión, seguía la de los Valenzuela Iler donde vivían los hermanos Espinosa Tamayo. La tercera calle correspondía a las escalinatas que aun existen para subir la cumbre.

A principio de los años veinte, la dolencia había progresado al punto que ya se hacía visible. El enfermo casi no podía caminar y pidió a sus seres queridos que le hicieran construir una casita igualmente de madera y con ventanas frontales para la casa grande y unas rejas altas para atrás, que le aseguraba una total privacidad, de manera que no pudiera inquietarse el vecindario por un posible contagio.

Allí todo era limpio, nítido y ordenado por sus hermanas Anita y Carmen de Valenzuela Iler, que jamás lo abandonaron. Ellas le servían en todo, lo acompañaban de continuo, hacían de secretarias cuando él dictaba y le leían libros, periódicos y revistas a determinadas horas, por eso fueron calificadas de “adorables e inteligentísimas” y de “ángeles seculares de su desgracia”, pero el enfermo no se quedaba atrás y a pesar de haber vivido una “juventud marchita y triste, llena de obligaciones” y de que “sus labios juveniles jamás probaron el aroma y el leve aleteo de un beso de amor”, todo lo soportaba con admirable resignación, sin jamás lanzar una queja sin renegar de la suerte.

En 1914 emprendió una campaña en pro de la buena crianza e higiene en la educación de los niños para tratar de bajar la alta cifra de mortalidad infantil en nuestro medio; con tal finalidad publicó “Consejos a las Madres”, cartilla higiénica de puericultura que dedicó a la “Sociedad Protectora de la Infancia”, en 32 páginas. En 1915 editó Guía para la enseñanza de la higiene sexual” para los maestros de escuela y padres de familia, en 31 páginas, folleto que lo situó entre los precursores de la enseñanza de esa especialidad en el Ecuador.

El 12 de Octubre de ese año 15 hizo leer su conferencia sobre el desarrollo de las universidades en el Ecuador, durante el I Congreso Médico Ecuatoriano celebrado en Guayaquil, pues como buen positivista sostuvo la tesis de que la enseñanza universitaria debía estar en relación con el estado del país y el número de profesionales a que puede dar ocupación, mostrándose favorable a la creación de facultades de Ciencias como la de Ingeniería industrial, la de agronomía, la dentística, etc. a fin de promover el crecimiento de una industria nacional y en contra de la posición de los humanistas, al tiempo que sostuvo la idea de una reforma educativa basada en las experiencias directas y contraria a las connotaciones teóricas de la pedagogía tradicional.

Como ensayista comenzó a escribir largos artículos. Ese año salió “El Caciquismo”, el 16 “El mecanismo vital de la Asociación de Ideas”, “El Panamericanismo y la nueva orientación de su doctrina” y dio a la luz su primer libro que tituló “El Problema de la Enseñanza en el Ecuador”, en octavo y en 198 págs. La Municipalidad de Guayaquil adquirió cien ejemplares para distribución gratuita entre los maestros primarios y secundarios de la ciudad.

El 16 también apareció impreso su discurso sobre las Universidades ecuatorianas, contribución – como ya se dijo – al I Congreso Médico Ecuatoriano celebrado un año antes, bajo el título “Las Universidades del Ecuador” demostrando ser un profundo conocedor de las grandes corrientes educativas. Este año formó parte de la revista “Renacimiento” y al siguiente de su comité de Redacción.

En 1917 fue llamado a colaborar en la “Sociedad Jurídico Literaria de Quito” y tradujo y arregló del francés el “Manual de Higiene Popular del Dr. Laurent, en 141 páginas.

No era un misántropo, amaba al prójimo y a su compañía. Diariamente era visitado por amigos y ex condiscípulos que iban a distraerlo. “Yo sé cuando son las cinco – decía – porque a esa hora suena el timbre y me vienen a conversar los que se acuerdan de mí”. Estaba ciego pero en la mejor etapa de su vida, ya no podía caminar, solo era cerebro y corazón. Había alcanzado la madurez literaria y científica era un sabio filósofo de la vida y como bien lo llamó Medardo Ángel Silva, “Vivía como Job, herido por un mal espantoso, el joven solitario. Su mejor amigo era el Dr. Ismael Carbo Cucalón: los domingos iba con su señora de visita” ella tocaba bellísimo el piano, almorzaba con los hermanos Espinosa Tamayo a las doce y a la una pasaba a casa del enfermo, quedándose hasta las cinco de la tarde en amenas pláticas y se despedía cuando anunciaban otras visitas Luego regresaba, tomaba un baño completo, se cambiaba de ropas y se iban a su casa.

El domingo l de septiembre de 1918 a eso de las cinco, estaba en su hamaca y Carbo en su silla, cuando de improviso comenzó a sufrir asfixia y trató de sentarse sin poder articular palabra. Carbo alcanzó a tomarlo en sus brazos y allí expiró a consecuencia de un fulminante paro cardiaco que lo llevó a la tumba de solo treinta y ocho años de edad, tras seis de completo aislamiento y crueles padecimientos psicológicos más que físicos, pues siempre fue un sujeto amable, tranquilo y sosegado, que aceptaba su mal con profunda serenidad.

La ciudad se conmovió y la prensa nacional hizo eco del suceso. La Municipalidad de Guayaquil ordenó la edición de sus obras y en diciembre apareció en la Imprenta Municipal “Psicología y Sociología del pueblo ecuatoriano”, obra póstuma y definitiva, en 200 páginas, que ha visto tres ediciones y es considerada su obra maestra y el primero y más importante tratado de Sociología ecuatoriana que se conoce. Se ha dicho que este es uno de los libros fundamentales del pensamiento sociológico ecuatoriano pues contiene un estudio de sociología aplicada, ciencia nueva todavía en nuestras Universidades aunque en Quito Agustín Cueva y en Loja Adolfo Balarezo enseñaban con extraordinario brillo la teoría sociológica en pleno auge, pero Espinosa Tamayo realizó una sorprendente interpretación de la idiosincrasia del pueblo ecuatoriano y por eso su obra, a pesar del tiempo transcurrido, se conserva lozana y actual.

En 1919 se publicó la “Corona Fúnebre” en el primer aniversario de su muerte, en 159 páginas, con pensamientos, discursos y oraciones, en su memoria y en la Colección Básica del Pensamiento Ecuatoriano que editó el Banco Central del Ecuador en la década de 1980, apareció en el No. 2, con prólogo de Arturo Andrés Roig, la tercera edición de su obra “Psicología y Sociología del pueblo ecuatoriano”.

Se conmovía ante la debilidad del niño y del anciano y sufría mucho al no poder estrechar las manos amigas por temor al contagio. Fue el mayor representante intelectual de la generación guayaquileña de los años diez al veinte, gloria y lustre del Ecuador porque aspiró con novísima teoría a la regeneración del país mediante la educación. Vivía soñando en una Patria grande, fuerte, culta, unida. Fue pensador, apóstol y mártir; la educación del carácter, la dignidad de la vida ciudadana y su palabra era escuchada con respeto y atendida con deferencia en la República.

Rígido en sus costumbres y modesto en sus maneras, todo revelaba su valor moral y tuvo la sobriedad propia de los hombres laboriosos pues como buen seguidor de las doctrinas Positivistas del francés Augusto Compte creyó que el pensamiento debía seguir a la observación de la realidad y como las únicas facultades universitarias que existían en nuestra ciudad por entonces, funcionaban en el mismo edificio llamado la Vieja Casona, influyó sobre sus compañeros de Derecho creando un ambiente propicio para el estudio de los temas netamente sociales.

“La Revista de la Asociación Escuela de Derecho, cuya periodicidad era mensual, fue creada con un carácter exclusivamente científico, a efecto de que venga a llenar la gran laguna que en punto a esta clase de publicaciones se observa en el país. No solo incluía disertaciones jurídicas, si no también estudios sociológicos y en la nómina de sus colaboradores destacaban figuras que con el tiempo demostrarían su cercanía a la filosofía, la sociología la antropología tales como Carlos Puig Vilazar, Carlos Alberto Arroyo del Río, Venancio S. Larrea, Carlos Nigón Ordóñez.”

Dejó varias obras inéditas y entre ellas dos ensayos titulados “El retablo de Maese Pedro” y “Los filósofos de la risa” cuyos originales se perdieron para siempre en el incendio de la parte posterior del gabinete de Química, que funcionaba en una casa de madera y era propiedad de su hermano Luís, allá por los años treinta.