ESPINOSA ALMEIDA JORGE

ORFEBRE. Nació en Quito el 18 de Agosto de 1913 en la casa de su abuela Rosa Hernández, en el tradicional barrio de La Tola, parroquia de San Blas. Fueron sus padres legítimos Manuel Espinosa y Rosa Almeida Hernández, miembros del estado llano y escasos recursos pues su madre y abuela se dedicaban a la venta de leche.

Cursó su instrucción primaria en la escuela de los Hermanos Cristianos de San Blas, fue un buen alumno, de ellos recuerda sus métodos de enseñanza y la gran disciplina que supieron inculcarle para la lectura y la autoformación y como debía ayudar a su madre se paró un día a admirar la vitrina de un alhajero donde exhibía sus joyas, sobre todo le llamó la
atención un prendedor de corbata, pues en aquellos tiempos los maestros trabajaban casi en la vereda.” Esto es lo mío, me dije, mientras soñaba en hacer aretes y anillos para mi madre”, tenía trece años. “Se lo dije a mi abuelita que tenía una tienda en La Tola y como justamente al frente estaba el taller de joyería de don Rafael Proaño, natural de Cotacachi, ella recogió unos agrados y fue a hablarle” (1)

“Fui aceptado con siete sucres de salario a la semana y hacía de todo, hasta el arroz de cebada. Un día, la señora, recién dada a luz, me llamó para que prendiera el fogón, pues tenía que parar las ollas para hacer el almuerzo. Recuerdo que todos los años yo era el encargado de manejar la victrola en las tremendas farras que daba por su santo desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana y así tuve que realizar muchos encargos caseros, mientras como aprendiz captaba los secretos del oficio y guardo para don Rafael mi gratitud y para su familia un gran cariño”.

Después de tres años de estar con él, conoció a Jorge Bedoya Sandoval, dueño de mejores técnicas, con quien aprendió un año el burilado, esmaltado, dorado y el templado de bandejas.

En 1931, de diecinueve años de edad, se fue a trabajar por cuenta propia en su cuarto. Fabricó para el efecto sus propias herramientas, “como hemos hecho todos, pues no existían en el mercado” y pronto sus vecinos le dieron obritas.

Por entonces desocuparon una tienda en la calle Don Bosco y Calisto, siempre en el barrio de La Tola, la alquiló por doce sucres al mes. En 1932 aumentó la clientela, blanco, delgado y hasta buen mozo, le llovían los trabajos del sector femenino joven y fue haciendo fama y conquistando renombre en Quito, como orfebre y como bohemio y enamorador empedernido. Un día de 1936 paró frente al taller un lujoso automóvil con la bandera de Bolivia. Era el Ministro Plenipotenciario que venía a encargarle unos marcos de plata para doce maravillosas obras en miniatura del pintor Moncayo y después de quince días de laborar incansablemente muchas horas, entregó el trabajo y recibió doscientos sucres.

(1) En el Quito de principios del siglo XX se decía “agrados” a un canasto de huevos, legumbres, carnes, frutas y hasta gallinas, con que se obsequiaba al maestro para que recibiera al aprendiz.

Lo mejor de todo fue que el diplomático quedó contentísimo y corrió la voz entre sus colegas, que pronto se hicieron sus clientes, cambiando su condición económica. De allí en adelante le llovieron los pedidos, concurrió a exposiciones dentro y fuera del país, sentó cabeza y contrajo matrimonio con la profesora Laura Chamorro Chacón, tuvieron una larga familia de seis hijos y mucha felicidad.

En la década de los 40 concurrió a la Universidad Popular, leyó numerosas obras sobre arte, estudió la vida y obra de Benvenuto Cellini y cuanto encontraba que lo pudiera ayudar, el Arq. Luís Aulestia y Manuel Ayala fueron sus maestros en dibujo y modelado.

Por esos años fundó la Sociedad de Orfebres del Pichincha, que presidió tres veces. Su taller, trasladado a la calle Iquique No. 339, se convirtió en centro de trabajo incansable con numerosos pedidos del sector religioso para elaborar custodias, copones y marcos que son obras maestras en su género, al punto que dos de sus custodias se conservan en el Vaticano. Igualmente asistió a Exposiciones de renombre en Washington, New York, Miami y Londres, también en ciudades de Alemania y Perú, pero siempre ha tratado de inculcar en sus aprendices el deseo de superación y la máxima ambición de un artista, es decir, dejar huella.

En la esfera artesanal fundó la Cooperativa de Orfebres y fue condecorado por el Ministerio del Trabajo.

De sus tres hijos, José, el mayor, ha llegado a Arquitecto y escrito a medias con su padre un Manual de Orfebrería bastante completo; los otros dos, Jorge y Juan, también son orfebres, al punto que en alguna ocasión se llevaron los tres primeros premios en una Exposición Nacional, llenando de orgullo a su padre.

En los años 90 fue designado Profesor de Orfebrería en el Taller Escuela Bernardo de Legarda, donde trasmitía sus conocimientos a las nuevas generaciones. Los 27 de agosto celebraba en familia cada aniversario de sus inicios artesanales, siendo un festejo sencillo, muy a su manera pues desde su matrimonio dejó la bebida y el cigarrillo, siendo una persona de costumbres morigeradas y hasta metódicas.