SUCEDIÓ EN ESMERALDAS
LOS MUERTOS DE LA PROPICIÁ

En 1.913 estalló la revolución del Coronel Carlos Concha en Esmeraldas, que fue moralista pues se luchaba por el triunfo de un ideal más que por obtener ventajas materiales, pero en tan duras condiciones, que los que no morían a consecuencia de las heridas caían bajo las pestes y epidemias, siendo las más mortíferas el terrible paludismo o malaria que adoptaba varias formas, desde la peor de todas que era la cerebral y se llamaba “Perniciosa”, hasta la benigna curada en tres días con algunas pastillas de sulfato de quinina; Pero no se piense que solo el paludismo diezmaba a los serranos llevados por el General Leonidas Plaza a morir en la manigua, también les atacaba la infección amebiana que los dejaba en hueso y pellejo en solo diez días y listos para el cementerio. A esta enfermedad llamaban “Disentería sanguinolenta” y era tan temida como la anterior.
El Coronel Andrade Lalama tenía de edecán al joven marino Gumersindo Sepúlveda, de los más bravos muchachos de Babahoyo y bueno como un pan, pero en Esmeraldas sólo aguantó lo justo para escribir dos o tres cartas a sus familiares y morir tendido en una cama del hospital, siendo ineficaces todos los auxilios de la ciencia médica del Dr. José Antonio Falconí Villagómez.
Otro marino inteligente y simpático que también falleció en esa durísima campaña fue Agustín Bermeo, de Zaruma, pero afincado en Santa Rosa del Oro muchos años, que al saber que había guerra salió de su casa y se alistó en la pomposamente llamada “Armada nacional” creyendo que todo era soplar y hacer botellas. A Bermeo lo mató un tiro salido de la espesura, cuando combatía en los terrenos de la bellísima hacienda La Propicia. Nunca se supo quien lo disparó ni por qué escogieron a Bermeo, cuando a su lado se encontraba el odiado Andrade Lalama.
“La Propicia” era una de las principales haciendas de la familia Concha, que había tocado en herencia a mi abuela Teresa Concha de Pérez Aspiazu muchos años antes de que estallara la revolución, Era de las más cercanas a la población pero no de las más extensas y justamente por esa razón le tocó a ella que vivía en Guayaquil. Para la revolución se convirtió en sitio obligado de disputas, fue ocupada por las tropas de Concha, que se fortificaron en la gran casa y desde allí vigilaban los movimientos de los placistas.
Días, semanas y meses de continuas guerrillas terminaron con el ganado y los aperos de labranza que se transformaron en armas blancas y contundentes. Los gobiernistas no trataban de tomar la casa pero tampoco abandonaban sus posiciones en Esmeraldas y en este tira y hala, anterior a la guerra de trincheras que meses después se declararía en Europa, morían cientos de ecuatorianos a causa de las epidemias. Los negros conchistas en cambio, acostumbrados desde niños a la manigua, se movilizaban en todas direcciones con seguridad y hasta con elegancia, casi sin ropa alguna, solo con ligeros pantalones que a duras penas los cubrían de la cintura hasta las rodillas. Era como un juego para ellos, hasta que comenzaron a contaminarse las aguas y las enfermedades fueron generalizadas en ambos bandos.
Sólo en los tres combates de La Propicia sumaron más de 600 muertos; 84 conchistas y 516 gobiernistas. Sin embargo los diarios de la República daban cuentas al revés, como siempre ha sucedido en casos en que la prensa se mantiene controlada y muchos cándidos creían que el gobierno iba ganando.
Cuando se terminaron los combates, la otrora Propicia era un amplio despampado, casi un cementerio y fue fama que por muchos años no se pudieron arar sus campos por respeto a los huesos de los muertos.
Cuando en 1.958 visité Esmeraldas, la histórica hacienda había pasado a ser propiedad de la tía Delfina Concha de Cucalón Pareja. Entonces las negras cocineras me enseñaron los sitios donde aún se sabía que existían combatientes enterrados. Fosas comunes con 20 o 30 ecuatorianos que no pudieron cumplir sus destinos por obra de la mala política. Después la hacienda fue del gringo Anderson y hoy es de Cepe, que ha construido el campamento de sus empleados y como allí no encuentran trabajos los esmeraldeños sino solamente los quiteños que llegan contratados por docenas desde la capital, las gentes han dado en filosofar diciendo: “Lo que no pudieron los placistas del 13 alcanzaron los burócratas del 74, tomar La Propicia “para los serranos.”