ELLACURIA IGNACIO

MARTIR.- Nació en la villa de Portugalete en Vizcaya, España, el9 de Noviembre de 1930, estudió la primaria allí y luego pasó al Colegio jesuita de Tudela donde terminó la secundaria en 1947. Novicio jesuita, fue enviado a la República de El Salvador donde el padre Elizondo, Rector del Noviciado de Santa Tecla, quien le tomó a cargo y queriendo

10 Mejor par él le dirigió en 1959 a Quito, como parte del primer grupo de novicios jesuitas que vino a estudiar en el ya famoso en toda América latina, Instituto Superior de Humanidades Clásicas de Cotocollao, dirigido magistralmente por el padre Aurelio Espinosa Pólit, tan brillante humanista como benévolo amigo y consejero de la juventud, donde permaneció por espacio de seis años, que fueron hermosos y vitales porque leyó a los clásicos y humanistas, construyéndose intelectual y espiritualmente.

En 1955 concurrió a las clases que se dictaban en la Facultad de Filosofía “San Gregorio” en Quito. Los tres años de maestro, que equivale al magisterio, los realizó en el Seminario Mayor de San José de la Montaña de San Salvador, donde los Jesuitas tenían la responsabilidad de formar a los futuros sacerdotes de esa Arquidiócesis y de las demás regiones de ese país.

Fue allí donde Ellacuría, participando del primer grupo jesuita de trabajo en Centroamérica, tomó contacto con la dura realidad, pues los restantes seminaristas provenían del pueblo llano y conocían en carne propia lo que era la violencia y la pobreza extrema.

A finales del 58 viajó a Innsbruck en Austria, estudió cuatro años de Teología y fue ordenado el 16 de Julio del 61. Al año siguiente realizó el doctorado en Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Su tesis doctoral fue dirigida por el sabio Xavier Zubiri y el doctorado en teología en la Universidad de Comillas, pero no llego a escribir la tesis.

Fundada en 1965 la Universidad Católica de San Salvador, también conocida como Universidad Centroamericana Simeón Cañas, o simplemente bajo las siglas de UCA surgió la necesidad de contar con un centro de instrucción superior no politizado como la Universidad Nacional de El Salvador, para satisfacer las necesidades de los sectores medios y altos que buscaban un sitio aséptico y profesionalizante para sus hijos. En realidad, la UCA nunca fue un centro de agitación, sino de análisis, investigación y discusión. Ello explica su tremenda potencia y su presencia a todo nivel en la sociedad salvadoreña.

I cuando en 1968 el padre Ellacuría regresó a San Salvador convertido en una de las más sobresalientes figuras de la filosofía en la especialización de Ciencias Sociales, tuvo un rápido acceso hacia lo real.

Joaquín Hernández Alvarado nos ha referido que habiendo tratado con Ellacuría sobre la realidad salvadoreña éste le dijo: “La primera obligación de la inteligencia es la realidad con la que tiene que habérselas”, por eso, inmediatamente de llegado advirtió la alta cuota de violencia existente en ese país y sus trágicas consecuencias para el futuro; y proyectó dirigir a la UCA como una institución de saber y de servicio de los salvadoreños, contando para el efecto con profesores seglares de la categoría humana de Italo López Vallecillos. Román Mayorga Quiroz y Jorge Siman.

La Iglesia, en un proceso coincidente, entendía que su misión liberadora de una realidad oprimente, violenta, inhumana, en síntesis, injusta, era lo más acertado y aunque no intervino en la guerra civil que iba para más de diez años; por encontrarse inmersa en la crisis, debió brindar ayuda, esperanza y mediación.

La labor de Ellacuría fue grandiosa aunque poco comprendida, pues difundió la cultura nacional a través de ediciones y reediciones de los principales escritores salvadoreños, publicitando diálogos como única alternativa viable.

Al mismo tiempo jamás trepidó en señalar el crimen, venga de donde viniere, manteniendo la revista ECA. Estudios Centroamericanos, como boletín de análisis económico – político, que en su sección Documentación siempre trataba documentos del gobierno, de los militares, empresarios y sindicatos.

En 1973 publicó su primer texto sobre Teología Política, traducido al inglés el 76, que causó una gran conmoción. Desde 1977, frente a las amenazas de los grupos paramilitares de derecha que escribían en las paredes de San Salvador y de casi todos los pueblos de ese país: “Haga Patria, mate un cura”, decidió separar a los Jesuitas de la UCA en dos casitas ubicadas en los jardines de Guadalupe al lado del carnpus universitario y a pesar de que algunas personas que le querían bien le aconsejaban tener un grupo de guardaespaldas, nunca aceptó la idea, por parecerle, simplemente, disparatada ¿Qué más podía hacer sino seguir en su misión de mediación y de análisis?

De allí que junto al grupo de jesuitas españoles sirvió de puente luminoso para cruzar el abismo de los odios y las rencillas sociales que alimentaban en ese país en crisis. Ellacuría, Martín- Baró, Montes y Armando López también desde la UCA iniciaron diálogos a nivel internacional para hallar la mediación de las superpotencias. En ese sentido la UCA abrió un nuevo cauce a la sangrienta crisis de violencia, una verdadera guerra civil, que azotaba a esa República de El Salvador, y que cobró una primera víctima en el padre Rutilio Grande el 12 de Marzo del 77 pues la agrupación “Unión Guerrera

Grande” había dispuesto que todos los jesuitas salieran del país, de lo contrario los asesinarían a todos. Ninguno salió.

En Marzo del 86 cayó monseñor Romero y estallaron bombas en las residencias universitarias de la UCA. Al año siguiente empezó a diseñar una nueva solución de los problemas sociales y políticos, pues la vía militar no resultaba la adecuada, basada en el diálogo y las negociaciones, pero no fue comprendido y hasta pensaron que estaba traicionando al país.

En Octubre del 85 sirvió de mediador con motivo del secuestro de la hija del presidente Duarte y fundó la cátedra imoversitaria de Realidad Nacional como un foro abierto de discusión política para resolver los problemas más graves del país. Ya era una personalidad, tenía múltiples invitaciones internacionales, se le entrevistaba y no faltaban numerosos visitantes que le admiraban, pero el 88 tuvo que salir del país bajo la protección de la Embajada de España pues se había dispuesto su asesinato.

De regreso a El Salvador tomó en serio la propuesta del presidente Cristiani de reanudar los diálogos sin condiciones y cuando ya estaba consiguiendo sus primeros triunfos para obtener un consenso nacional, recibió una orden de cateo el lunes 13 de Noviembre de 1989 pero no lo tomó a mal.

Después se conocería que esta orden fue dictada para reconocer la residencia por dentro pues ya estaba dispuesto su asesinato y el de sus compañeros, por militares salvadoreños adiestrados en la tristemente célebre Escuela de las Américas, tenebroso centro formador de los principales criminales y torturadores en la América Latina, a la que habían asistido los miembros del escuadrón de la muerte, que le asesinaron.

Días más tarde a finales de ese mes, uno de esos escuadrones que se mantenían activos en el país, en una siniestra madrugada, entró a bala a la residencia jesuita de San Salvador y asesinó a seis de los principales, entre ellos, Ellacuría, aumentado así el glorioso martirologio universal. En dicha madrugada también murieron dos inocentes personas, la mujer que servía de doméstica y su hija de quince años.

El pluralismo ideológico de Ellacuría fue total y hay que reconocer que entre los jesuitas de El Salvador, tan adelantados a su tiempo y tan coherentes con las doctrinas de la Iglesia Católica postconciliares y los jesuitas antiguos del Ecuador, existía un mundo de diferencias.

Murió por señalar los abusos de la violencia y de los militares y la complicidad de los políticos de Washington y por eso fue asesinado en una madrugada cualquiera. En un país tan pequeñito, donde su dictador Duarte besó en público la bandera extranjera que mantenía en su Patria la violencia sin fin. ¿Qué más se puede esperar?

No cree, opinó mi amigo Joaquín Hernández, que aquella madrugada Ignacio Ellacuría tuviese miedo. El amor, ese padecer con Cristo, le vinculaba a ese pueblo, con el que compartía definitivamente su destino. Su nombre ha quedado unido al de sus cinco compañeros, al de Monseñor Oscar Romero, salesiano Obispo de San Salvador, y al de tantos y tantos mártires en ese país y la Casa jesuita de Cotocollao ya tiene un mártir salido de su seno.