EL CHOTA : Los amigos bohemios

SUCEDIO EN EL CHOTA
LOS AMIGOS BOHEMIOS

Que los pactos de ultratumba a veces se cumplen religiosamente es cosa que por sabida no vale la pena repetir. En El Chota, valle del norte ecuatoriano donde habita una numerosa población negras desde la época de la colonia, vivían por 1.882 dos amigos de siempre, pues juntos pasaban la vida enamorando, tocando guitarra, dando serenos y bebiendo licor. Por eso nadie los veía con buena cara pues eran unos sinvergüenzas simpáticos, amigos de pedir prestado y no devolver. En eso se levantó en armas cerca de Ibarra el general Landázuri y empezó a recoger a todos los vagos para enlistarlos en el ejército de los Restauradores que saldría a luchas contra la dictadura del General Ignacio de Veintemilla, y allí terminaron Cayetano y Jesús, los dos tarambanas de nuestro cuento, una noche que estaban más borrachos que de costumbre y se descuidaron. 

A la mañana siguiente ya eran militares y empezó el avance a Quito, ciudad a la que llegaron después de algunos encuentros furtivos, creyendo que la tomarían sin mayores problemas, pero la verdad fue otra, porque la Generalita Marietta de Veintemilla los esperaba bien apertrechaba de balas y hubo plomo a discreción.

Al final, en enero de 1.883, los Restauradores se hicieron de la ciudad luchando a brazo partido, barrio por barrio. Mientras tanto Cayetano y Jesús habían pactado, que si uno moría se le aparecería al otro para avisarle. 
Meses después el grueso de los Restauradores bajó a la costa y nuestros amigos tomaron rumbos diferentes, Cayetano se quedó de guardia en Quito y Jesús se vino con el general José Maria Sarasti, a quien le había caído en simpatía por lo pillo y mujeriego que era. 

En julio se realizó el ataque general a Guayaquil, Jesús fue herido de muerte y en medio de los estertores propios de la agonía pensó en el pacto que tenía con Cayetano; mientras, éste se encontraba tranquilamente comiendo en su casa de Quito, cuando oyó que lo llamaban por la ventana. Se asomó y no vio a nadie, pero había reconocido la voz de su amigo y enseguida pensó que había fallecido. Desde ese momento se entristeció a ojos vista y como a las dos semanas, por carta del propio Sarasti, se enteró de la muerte, supo que su presentimiento era una realidad. 

Meses después contrajo nupcias y se quedó definitivamente en la capital donde compró con el dinero de su mujer una casita y se dedicó a la talabartería, que era lo único que había aprendido en El Chota. Demás está que explique que Cayetano y Jesús eran negros finos, de esos que no son bembones ni hablan como si estuvieran tascando. 

Pero las cosas no le fueron muy bien y tuvo que regresar al Chota a negociar las tierras de su madre y estando entre los suyos oyó decir que su amigo tenía la mala costumbre de penar en la casa, pues desde su muerte se oían ruidos y otros sonidos ininteligibles. Por eso quiso que lo lleven a dormir solo, para ver si podía ponerse en contacto con el alma. 
Esa noche se acomodó en el suelo de la cocina por ser la pieza que más cercana estaba a la puerta de salida al patio y esperó, pero no se cansó mucho porque a eso de las once, empezaron los ruidos. Primero cautelosamente, luego más sonoros y alucinantes, hasta convertirse en un tableteo infernal, aunque nada veía. Era como si algo de la casa se estuviera destruyendo, como si las paredes se movieran de sus sitios y crujieran al desaparecerse. 

No conocía el miedo pero viendo que el fenómeno iba creciendo y que no tenia otra explicación que su propia naturaleza sobrenatural, pensó que lo mejor seria tomar las de Villadiego y al tratar de abrir la puertecita salvadora, vio que esta no cedía y que se había cerrado en forma hermética. Nada podía hacer a menos que la destruyera a patadas y dicho y echo, le dio dos puntapiés y cedieron los maderos, abriéndola de golpe y viendo que la figura de su amigo, lo miraban desde el patio sonreída, como lo hacía en otros tiempos. La sorpresa y el susto fueron tales que perdió la conciencia y así lo encontraron  al día siguiente. Desde entonces no volvió a sonreír, se hizo de costumbres religiosas y hombre de su casa. Los tiempos de bohemia habían pasado.