ARZOBISPO DE GUAYAQUIL.- Nació en Cotacachi, Provincia de Imbabura, el 12 de Noviembre de 1912 y fue bautizado dos días después con los nombres de Carlos Guillermo Honorato, que cambió por el de Bernardino cuando ingresó a la orden franciscana. Hijo legítimo de Carlos Echeverría Proaño y de Carmen Ruiz Solórzano, ciudadanos pobres, naturales de Cotacachi.
Séptimo entre trece hermanos, admiraba a los sacerdotes y a la Iglesia por lo que hacia altarcitos para oficiar misas. De cinco años, al ser preguntado qué es lo que quería ser de grande, respondía en su lengua mocha “Obispo Capintero”, estudió la primaria en su pueblo y estando de monaguillo en Cotacachi, a los doce años, un franciscano se aficionó de él y lo llevó a Quito, pues ya demostraba dotes excepcionales de inteligencia.
En 1918 estuvo gravísimo con gastroenteritis, su abuelo le había mandado a fabricar un ataúd, pero salvó comiendo chochos. En 1924 viajó a Quito, ingresó al Colegio franciscano donde vistió el hábito de la Orden el 11 de Septiembre y empezó el Noviciado con fray Francisco Alberdi.
El 4 de Julio de 1937 fue ordenado sacerdote por el Arzobispo de Quito, Carlos María de la Torre Nieto, viajó a Roma, estudió en el Pontificio Ateneo Antoniano donde trabajó junto a Pablo Muñoz Vega y obtuvo el doctorado en Filosofía el 20 de Mayo de 1939 con una tesis sobre “El problema del alma humana en la Edad Media” que escrita en latín y traducida al español fue editada en 1941 en Buenos Aires. Hablaba inglés, italiano, francés y alemán, pues siempre había tenido especial facilidad para el aprendizaje de los idiomas, pero la Segunda Guerra Mundial lo alejó de Europa. En Quito descolló por su tacto y actividad, enseñó Filosofía, Ciencias y Lenguas en el Colegio franciscano y fue electo Comisario Provincial y Rector de la tercera Orden.
En 1941, con motivo de la invasión peruana, se interesó por los problemas del oriente ecuatoriano y publicó “Los Franciscanos en la región Amazónica”, relatando los esfuerzos realizados durante el siglo XIX por evangelizar dichas regiones, pero nunca fue brillante como historiador, siempre prefirió la acción al estudio.
En 1942 obtuvo el Primer Premio en el Concurso Poético de la coronación de la Virgen del Quinche con un poemita de compromiso. El 43 editó “Devocionario de los Terciarios franciscanos en el Ecuador”, trabajó en programas radiales y llevó la catequesis por Imbabura y Pichincha.
En 1944 fundó y dirigió la editorial “Fray Jodoko Ricke” la más grande de sus obras, fruto de tales afanes fue la revista franciscana “Paz y Bien” y el poemario “El Heraldo del rey”. También colaboró en diferentes publicaciones religiosas e hizo fama como sacerdote incansable en toda labor pastoral.
En 1945 inició las obras de restauración de la Capilla de Cantuña, organizó el II Congreso de terciarios franciscanos y publicó las Memorias, logrando el Primer Premio en el Concurso poético para la letra del Himno a Mariana de Jesús, considerado otro de sus poemita de compromiso.
En 1946 editó las Memoria de las Fiestas Antonianas”, obtuvo el Segundo Premio en el Concurso para el Himno de los terciarios franciscanos de Lima, fue designado Miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y correspondiente de la Academia Internacional de historia franciscana de Washington.
En 1947 fue Prefecto de Estudios, Secretario de fray Serafín Lunther, le sucedió como Procurador de la Provincia franciscana del Ecuador y publicó un pequeño drama titulado “Venganza franciscana”. El 48 fundó la Obra de la Comunión de Enfermos y la Primera sala de Cine Católico del país. El 49 alcanzó la máxima dignidad franciscana al ser electo por sus hermanos Ministro Provincial de la Orden. Entonces dio a la luz el Anuario “La Iglesia en el Ecuador” y refundó la escuela de San Andrés en Quito. Se le consideraba un intelectual, su figura era respetada en la iglesia.
La Diócesis de Ambato, creada en Febrero de 1948 permanecía sin Obispo y al ocurrir el terremoto de Agosto del 49 en la provincia de Tungurahua, Pío XII pensó que sería muy oportuno dotarla de un pastor incansable, para que asuma la gigantesca tarea de la reconstrucción material y espiritual, recayendo tan difícil misión en Echeverría, quien fue consagrado el 4 de Diciembre en la Catedral de Quito por el Nuncio Apostólico Efrén Forni. Las iglesias de Ambato estaban reducidas a escombros. Su misión comenzó entre las ruinas.
El día 10 tomó posesión canónica y asumió la presidencia de la Junta de Reconstrucción del Tungurahua. Enseguida comenzó la nueva Catedral, de estilo moderno y más adecuado al culto que la anterior, dando trabajo a numerosos desocupados. Recorrió y organizó la provincia, estructuró los sistemas de ayuda, planificó para un futuro mejor y en corto tiempo contagió su entusiasmo y dinamismo a los demás sectores que se levantaron de la postración en que se hallaban.
En 1952, superados los problemas que ocasionara el sismo, pudo dedicarse por entero a la iglesia. Creó la imprenta de la Curia, una Emisora radial y desde 1953 comenzó a editar un Boletín.
En Julio del 55 concurrió al Congreso Eucarístico Internacional realizado en Río de Janeiro y aprovechó la oportunidad para obtener del Cardenal Adeodato Piazza, Presidente de la Congregación Consistorial, hoy de los Obispos, la creación de la Arquidiócesis de Guayaquil, ciudad que había crecido enormemente.
Entre 1956 y el 61 practicó las Visitas Pastorales por el territorio de su Diócesis. El 17 de Febrero de 1957, cuando los moradores de Samanga le pidieron a su madre que sea madrina de la estatua de Santa Mariana de Jesús se dirigió hacia allí en un automóvil de dos puertas con sus padres, dos sobrinos y su amigo Miguel Díaz – Granados Sáenz; el chofer equivocó el camino y al pasar sobre las rieles del tren se detuvo el carro y fue embestido por una locomotora que estaba cerca y en marcha. Fallecieron sus padres, quedó gravemente herido y permaneció diez meses con sus piernas inmóviles.
En Enero del 58 asistió en Esmeraldas a la solemne consagración episcopal de monseñor Angel Barbissotti, designado primer Obispo de esa provincia por el Papa Pio XII. Entre 1963 y el 66 concurrió a las reuniones del Concilio Ecuménico en Roma, hizo amistad con el Arzobispo de Munich quien le contrató como predicador en idioma alemán en las Iglesias de esa ciudad. Era el Misionero que relataba con claridad sus experiencias. Desde entonces logró la ayuda económica de la iglesia alemana.
El 1 de Abril de 1969 fue elevado a la categoría de Arzobispo de Guayaquil en reemplazo de César Antonio Mosquera Corral, que había renunciado por enfermedad.
El 7 de Junio hizo su solemne entrada en el puerto principal y declaró “Vengo a promover el progreso material y a solucionar los problemas sociales en que vive el pueblo. Lucharé por la verdad, la justicia y el amor” y esto dicho en Guayaquil resultaba un grito de combate, un enfrentamiento con la miseria en que se debatía la población.
De inmediato hizo frente a la gravísima crisis económica de la curia guayaquileña que no contaba con rentas, terminando la construcción de un edificio iniciado por Mosquera y que Echeverría adecuó para Hotel, atrás de la Catedral (Grand Hotel Guayaquil) cuya administración confió a expertos del grupo suizo del inversionista Peter Jacobson y que el 2006 fue vendido en seis y medio millones de dólares a plazos a dicho grupo, por el Arzobispo Antonio Arregui Yarza del Opus Dei, quedando la Curia guayaquileña en soletas, es decir, sin rentas.
En lo interno renovó el Coro catedralicio con sacerdotes muy ancianos, prácticamente acabados, a quienes elevó a Canónigos, medida que sirvió para frenar a los jóvenes, a quienes mantuvo postergados para que no le hicieran sombra, especialmente después del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962) en donde surgieron las nuevas directrices sociales, precursoras de la Iglesia de la Liberación. Igualmente, influyó en la Conferencia Episcopal Ecuatoriana para que se elija Obispos ortodoxos en su mayoría mediocres, lo cual, a la postre, terminó por contribuir a la gravísima crisis en que cayó la jerarquía eclesial del país.
Con tino y paciencia solucionó diversas controversias con las Universidades. En 1970 cedió a la Universidad de Guayaquil el impuesto del dos por mil sobre los capitales en giro para la construcción de la Catedral. Posteriormente se retiró de la dirección de la U. Católica donde era Gran Canciller, renunciando a dirigir su administración.
Pero la crisis más peligrosa se le presentó cuando tuvo que enfrentar al ala liberal de la Iglesia Católica ecuatoriana que lideraba el Obispo de Riobamba, Leonidas Proaño. En esa lucha Echeverría se alzó incluso sobre el Cardenal Pablo Muñoz Vega, convirtiéndose en el portavoz de la Conferencia Episcopal ecuatoriana para apaciguar las voces de protesta que se alzaban en los sectores más empobrecidos de la iglesia, las comunidades indígenas, que clamaban por reformas, que solo se producían naturalmente en Riobamba pues en el resto del país fueron negadas de plano o dadas de mala gana y por gotas.
Su labor aún no ha sido bien comprendida pues sin renunciar a sus principios tradicionalistas, supo capear las crisis de los grupos post conciliares y a los de las nuevas tendencias (carismáticos, yogas, orientalistas, etc.) preparando el campo, sin querer, a los falangistas: el Opus Dei, pues los ultraderechistas de “Tradición Familia y Propiedad” nunca lograron infiltrarse en las filas católicas del país, justamente por sus excesos.
Por su tesón para obtener imposibles y ansias desmedidas de trabajo y progreso supo ganarse la simpatía y el afecto de los guayaquileños. Asistía a toda clase de reuniones desde las protocolarias, eclesiásticas, cívicas y culturales hasta los mítines de acción y apostolado. Se decía que solo descansaba entre 4 y 5 horas pues diariamente mantenía desde la 5 y 45 de la mañana un programa radial de 1/4 de hora de duración. En toda reunión su presencia se convertía en la figura central por su intenso carisma y personalidad. En un viaje a New York, invitado para exponer sus ideas por una congregación católica, tras cumplir con los múltiples compromisos pastorales, se le ocurrió ir a un cine en vías de descanso. Aquí nadie me conoce pensó para sus adentros y escogió un espectáculo musical en Radio City, pero en el intermedio se le acercaron a saludar varias damas ecuatorianas, unas de Ambato y otras de Guayaquil, de paso por esa ciudad y pronto se vio asediado de numerosas amigas y admiradoras, al punto que comenzó a arremolinarse el público para saber quien era la persona tan popular y famosa.
También tenía por costumbre no aceptar bebidas ni comidas en festejos y acontecimientos públicos, de manera que jamás se le vio con un plato, una copa, ni siquiera con un vaso en la mano, pero a la hora del almuerzo en Palacio se servía con mucho agrado una cervecita aunque no siempre, solo de vez en cuando y por las noches se preparaba un wisky puro y sin hielo, bebida que apreciaba en alto grado pero de la que jamás abusó.
Siempre fue un sujeto humano, muy humano, que poseía una colección de más de cien discos de tangos, música que lo apasionaba en extremo, que oía con la ayuda de orejeras para no molestar a los demás “pues no a todos le debe gustar los tangos”.
Sus buenas relaciones con el episcopado alemán le permitieron obtener una estrecha colaboración, y varios donativos del Cardenal Joans Doepner, de Munich y desde 1972 creó la fundación “Bruderhilfe fur ekuador” y la ayuda generosa de la Diócesis de Munich para numerosas obras sociales en el puerto, programa millonario de ayuda que le permitió aumentar constantemente el número de Parroquias, iglesias, obras sociales y de beneficencia de la Arquidiócesis, así como la Editorial y la Radio San Francisco.
Nuevos colegios, escuelas, iglesias, centros sociales y de servicio proclamaban por doquier su inmensa actividad. Pablo VI y Juan Pablo II le demostraron especiales consideraciones, recibiéndole en el Vaticano con efusión. En 1975 ocurrió la prisión de los Obispos extranjeros en Riobamba a quienes se confundió con terroristas en plena dictadura militar. Ese escándalo marcó el momento más agudo de la crisis interna de la iglesia ecuatoriana. Echeverría tuvo que intervenir varias veces, incluso oponiendose a la designación del padre José Gómez Izquierdo, de vida impoluta y fallecido con fama de santidad el 2006, solicitado por Leonidas Proaño como su Obispo Auxiliar. En esto Echeverría actuaba siempre apoyándose en el Cardenal Muñoz Vega que por comodidad no quería aparecer en público y así se evitaba todo género de problemas pues era muy cómodo. En 1978 la Santa Sede le confirió el Priorato en el Ecuador y la Gran Cruz de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalem.
En los años 80 la Iglesia Católica ecuatoriana era considerada la más atrasada en Sudamérica junto a la Argentina, posición que aún no la pierde pero dentro de la jerarquía podían dividirse tres tendencias: 1) La Tradicional del Cardenal Muñoz Vega que deseaba conservar las viejas estructuras y temía el cambio. Cuya política acomodaticia con todos los gobiernos democráticos y de facto era conocida como ortodoxa y egoísta. 2) La Desarrollista de Echeverría que se preocupaba por el incremento de bienes e influencias y consecuente superación material para alcanzar logros espirituales. Ambas tendencias usaban a los ricos, las condecoraciones, a figuras de la sociedad y en fin, de cualquier otro medio lícito, para captar el poder. 3) La Renovadora de monseñor Proaño que luchaba por la superación del hombre y el subdesarrollo físico, económico e intelectual del país. Acusada de izquierdizante y hasta de pro comunista y por lo tanto peligrosa para el orden social imperante que dependía en todo de los Estados Unidos, fue combatida esbozadamente por Pablo VI y abiertamente por Juan Pablo II y ha entrado en receso en nuestro país. Muerto Proaño, quedó como portavoz de esta tendencia el inteligente, culto y valeroso Arzobispo de Cuenca, Monseñor Luna Tobar, hoy alejado de esa arquidiócesis por límite de edad.
El Ecuador recibió en 1986 la visita del Papa Juan Pablo II y Guayaquil se vistió de fiesta. Echeverría realizó como siempre una gran labor dando especial importancia al tema mariano. Se inauguró en la ciudadela Entre Ríos ubicada en la vía a Samborondón la Iglesia de Santa Teresita y en La Alborada la de la Virgen de Schestokowa, todo lo cual impresionó gratamente al Pontífice que desde entonces se convirtió en un fervoroso admirador de la obra de Echeverría, a quien consideraba también como el verdadero jefe de la iglesia, dada la ancianidad y falta de gestión del Cardenal.
Pero Echeverría iba a cumplir setenta y cinco años de edad y debía renunciar sin embargo solicitó más tiempo por su buena salud, amplia experiencia y éxito alcanzado. El Papa lo hubiera dejado de no haber intervenido el Cardenal Muñoz Vega que se opuso en gesto insólito, según se dijo, presionado por varios Obispos que deseaban liberarse del liderazgo de Echeverría. Entonces se le envió de Obispo Auxiliar a Juan Larrea Holguín como paso previo para sucederle. Esto no le pareció acertado a Echeverría pues como bien lo expresó a uno de sus íntimos, Guayaquil merecía la venida de un pastor no de un intelectual, dado su desmesurado crecimiento demográfico causa de todos los problemas urbanos (En el primer Censo Nacional realizado en 1950 la ciudad registró 265.000 habitantes y al finalizar los años ochenta había multiplicado su población en diez veces)
Comprendiendo su situación le solicitó al recién llegado la Vicaría de Santa Elena pero como por su proximidad a Guayaquil haría sombra a Larrea, éste se opuso. En eso falleció en 1989 el Obispo de Ibarra, Oswaldo Pérez, dejando la sede vacante, que Echeverría ocupó como Administrador Interino, tras cuarenta años de mando, 20 en Ambato (1949-69) y 20 en Guayaquil (1969-89).
Hasta cierto punto y como ejecutivo moderno que no aceptaba jamás la inactividad, hizo bien en continuar trabajando y obtuvo como siempre en sus nuevas funciones un enorme éxito pues logró la reconstrucción de varias iglesias seriamente afectadas tras un fuerte temblor ocurrido tres años antes, de manera que se ganó la aprobación unánime del país y la satisfacción y el aplauso de sus fieles en Ibarra.
En 1992 celebró la VI Conferencia Episcopal Ecuatoriana. Por esta conferencia, que resultó exitosísima, Echeverría fue llamado “ el otro Proaño” en clara emulación con el célebre Obispo de los indios. El Vicepresidente Alberto Dahik, seguidor del Opus Dei, renovó la Consagración del Ecuador al Corazón Inmaculado de María a pesar que representaba a un Estado laico. El Congreso Nacional y la Municipalidad de Ibarra condecoraron a Echeverría por la conclusión de las obras de la Catedral y la construcción exitosísima de quince Iglesias, pero la Arquidiócesis de Cuenca dejó oír su protesta por la utilización de mensajes tomados del retrogrado movimiento “Tradición, Familia y Propiedad” tales como “María, guardiana de la Fe” esgrimido desde 1989 por ciertos fanáticos en el llamado Jardín del Cajas, donde dizque la Virgen habló en español antiguo a una señorita llamada “la Pachi Talbot” que al casarse en
- dejó de escuchar y ahora es una tranquila madre de familia y no otra pastorcilla de Fátima como Lucia, que en eso querían transformarla algunos políticos vivarachos.
El 30 de Octubre de 1994 sorpresivamente fue designado Cardenal, el tercero del Ecuador, saliendo de un solo golpe de su situación de medianía en Ibarra para convertirse nuevamente en vocero de la iglesia ecuatoriana, derrotando a los otros candidatos: Juan Larrea Holguín Arzobispo de Guayaquil, Julio Terán Dutari, S.J. Rector de la Universidad Católica de Quito quien se perfilaba como el más probable por sus múltiples entronques en Roma y Antonio González Zumárraga a quien le correspondía en derecho por su condición de Arzobispo de Quito y primado de la Iglesia ecuatoriana pero que por su mediocridad (escasa personalidad y suave carácter) hacía un papel deslucido, siendo al mismo tiempo una excelente persona.
Con el nombramiento de Echeverría, elemento inteligente y trabajador, se vislumbraban cambios notables en la Iglesia, que dejaría sus ridiculas campañas anticlasistas que solo la conducían a torpes enfrentamientos con el tribunal de Garantías Constitucionales y la Corte Suprema de Justicia y comenzaría a reconquistar el terreno perdido frente a las sectas; sobre todo en Guayaquil, donde se notaba una falta de acción efectiva. Igualmente, la gente pensaba que el liderazgo del español Antonio Arregui Yarza del Opus Dei en la Confederación Episcopal, iría disminuyendo ostensiblemente, pues acababan de hacerlo Obispo de Ibarra y seguía de bocero de la Iglesia; mas, fue el caso, que Echeverría no quiso o no pudo por su edad frenar tanta intransigencia y las cosas siguieron iguales o peores pues habiéndose llenado las vacantes episcopales con sujetos insignificantes, inofensivos, se vino a dar en la total crisis que aún sacude a la iglesia en el Ecuador.
En 1995 su hermana Carlota Echeverría lanzó su biografía bajo el título de “El Séptimo Hijo.” Finalmente, agotadas sus fuerzas, falleció de ochenta y tres años en Quito. Aún en los últimos meses, ayudado de un hermano franciscano joven que le llevaba del brazo por que casi no podía moverse, concurría a sitios públicos y a las sesiones y demás reuniones de la Conferencia Episcopal, y se dio el lujo de mandar y ordenar movido únicamente por su gran sentido común hasta el final de sus días.
Estatura más que mediana, rostro nativo, gran inteligencia y voluntad. Activísimo y hasta popular. Hizo progresar a sus Diócesis a base de esfuerzo y trabajo.
En lo negativo le agradaba jugar con la magia, hacer pequeñas picardías criollas. Fue el autor de toda la bulla armada en honor a Narcisa de Jesús Martillo Morán, también mencionada como la Violeta de Nobol, cuya calavera fue cubierta con una máscara de cera y mantuvieron mucho tiempo al lado de su templo en Guayaquil, faltando a la verdad al asegurar que se trataba del cuerpo incorrupto de una santa. Después se construyó una cripta en Nobol, erigida en lugar de peregrinación turística propio del folklore religioso del litoral. También alentó la devoción del hermanito Gregorio Hernández, santón venezolano cuyo espíritu según decir popular tiene la costumbre de visitar por las noches a los enfermos que lo solicitan para aplicarles inyecciones curativas y otras pócimas. Igual con el santuario del Divino Niño en Urdesa Norte, con una imagen igual a la que se venera en un suburbio de Bogotá y que es usada por los traficantes de drogas colombianos como icono protector y defensivo, pues se encomiendan a ella para no caer en manos de la policía. El padre Gómez Izquierdo, preguntado sobre el asunto respondió que el Divino Niño no existe y que es Jesús el que se hace presente cuando dos o más personas invocan su nombre.
Bastaba que alguien dijera por periódico que tal o cual virgen lloraba para que fuera al sitio a visitar la imagen y hasta se retrataba junto a los vecinos del sector casi siempre gente humildísima, de tal forma que daba impulso – sin querer queriendo – a toda pueblerina superstición.
En 1987 consiguió del Gobernador del Guayas, Abogado Jaime Nebot Saadi, que retire del salón de honor de dicho edificio un hermosísimo retrato de Vicente Rocafuerte pintado al óleo por Mario Kirby y coloque en su reemplazo un Corazón de Jesús enmarcado en madera coloreada con brillante purpurina, episodio que se dio en decir por parte de algunas mentalidades chatas que simbolizaba el triunfo de la Iglesia sobre el laicismo ecuatoriano. El siguiente Gobernador Rafael Guerrero Valenzuela no se atrevió a tocar dicha imagen religiosa, pero el que llegó después Oswaldo Molestina Zavala si lo hizo, encontrando al devolver el Corazón de Jesús a la Curia que había desaparecido el valioso óleo de Kirby y para llenar el espacio vacío tuvo que mandar a confeccionar un busto en bronce de Rocafuerte sobre una pesada columna de piedra empotrada al piso, difícil de remover.
El Universo, cuando entrevistó al chofer de los arzobispos Echeverría y Larrea, recogió su opinión, en el sentido de que el primero de los nombrados – como buen optimista – siempre estaba contento, riendo y trabajando, de tan buen humor que contagiaba a los demás y que el segundo, por el contrario era un personaje solitario y rígido en todo, especialmente en los horarios y tan cuadrado, que no perdonaba demoras de más de diez minutos.
El padre canadiense Michael Charboneau me ha referido que cierta noche fue a palacio a visitar a Echeverría quien al verle le dijo: Dios le ha mandado, lléveme al Club de la Unión que hay una Gala Benéfica y mi chofer está indispuesto. Llegados al sitio, Michel notó que monseñor calzaba unos cómodos zapatos deportivos de caucho. Ud. no puede subir así, venga le regreso al Palacio para que los cambie. Es que me duelen los pies. No importa, suba monseñor. Tras el cambio, que felizmente fue rápido pues ambos edificios están cercanos, monseñor subió a la Gala debidamente vestido y con solo quince minutos de atraso, lo cual, nadie notó, aunque por supuesto, tampoco se fijaron en los zapatos.