ECHEVERRÍA ELIZONDO PEDRO PABLO

MILITAR.- Nació en Guayaquil en 1866 y fueron sus padres legítimo el Coronel Pedro Pablo Echeverría Palacios, de origen venezolano, de la familia del Libertador Bolívar, que participó en las guerras civiles ecuatorianas. En Diciembre de 1882 amagó con fuerzas del gobierno del dictador Ignacio de Veintemilla la zona de Pujilí y Píllaro, tras un breve enfrentamiento a los revolucionarios del General José María Sarasti, movilizó sus tropas a

Riobamba mas al pasar por el camino de Quero fue mal informado que las fuerzas de Sarasti, que lo ocupaban, se encontraban ebrias, las atacó sin éxito y cuando estaba en retirada le auxilió el gobernador Luis Felipe Ortega quien tampoco pudo resistir el avance revolucionario y terminó por abandonar el campo con fusiles, balas y artillería; y María Elizondo oriunda de Guayaquil.

De escasos dieciséis años sentó plaza de Capitán el 5 de Noviembre de 1882 como Ayudante de su padre, quien era el Jefe de Operaciones del ejército que defendía al General Ignacio de Veintemilla. El joven Echeverría asistió a la defensa del Palacio de Gobierno desde el 24 de Diciembre hasta el 10 de Enero de 1883. Perdida esta causa retomó sus estudios en el Colegio San Vicente del Guayas. En 1884 fue perseguido algunos meses por orden del presidente Caamaño; sin embargo volvió a estudiar y terminó de Bachiller en Humanidades Clásicas. Enseguida ingresó a la Facultad de Jurisprudencia y el 4 de Mayo de 1890 alcanzó el grado de Abogado y Doctor, siendo designado Secretario relator de la Corte Superior de Guayaquil. Por esos años casó con la dama peruana María Luisa Romero a quien conoció durante un viaje a Lima, el matrimonio fue bien avenido, tuvieron tres hijos, un hombre y dos mujeres.

Al estallar la revolución liberal del 5 de Junio de 1895 pasó a Manabí como secretario del Dr. José Luís Tamayo, nombrado Jefe Civil y Militar de esa provincia, pero cuando hizo su arribo de Centroamérica el General Eloy Alfaro, se presentó en Guayaquil y fue designado Jefe de Estado Mayor de la Quinta Compañía bajo las ordenes de Medardo Alfaro. Subió con el ejército a la sierra y combatió en la batalla de Gatazo entre el 14 y el 15 de Agosto de ese año. Poco después entró en Quito, ocupó por corto tiempo la secretaría de la Comandancia de Armas de Pichincha y a finales de año pasó de Jefe Civil y Militar de la Provincia de Bolívar con sede en Guaranda, encontrando un fuerte núcleo de resistencia conservadora que complotaba contra el nuevo gobierno.

El 1 Junio de 1896 comenzó la revolución en el centro y sur de la República. En el Chimborazo se alzó en armas Pedro Ignacio Lizarzaburo y en el Azuay Antonio Vega Muñoz. Pronto se extendieron ambos movimientos subversivos. El día 16 las fuerzas del gobierno fueron derrotadas en el desfiladero de Monjas Corral vecino a

Pangor A la misma hora las guerrillas conservadoras tomaron el punto Cancahuan cercano a Cajabamba. El 18 triunfaron nuevamente en Columbe y el 19 en Tanquis. Cercada Riobamba y próxima a caer en sus manos, lo que hubiera significado la toma en breve tiempo de Quito, Vega resolvió retirarse hacia el sur para atacar Cuenca, dejando solas a las tropas de Lizarzaburo.

Los conservadores de Guaranda asolaban la comarca con sus guerrillas. Echeverría salió a buscarlos y tras un breve tiroteo logró dispersarlos en San Miguel de Chimbo. Entonces siguió hacia la provincia del Chimborazo y reforzó a las fuerzas del gobierno dirigidas por Leonidas Plaza, que el 4 de Julio batieron a los revoltosos conservadores en Quimiag. En esta acción intervino Echeverría como Jefe del batallón 14 de Agosto, luego estaría presente en los combates de Puculpala y Chambo. El 18 de Agosto terminaron las operaciones tras el triunfo liberal de Pedro Concha Torres en Daldal, quedando el centro de la república pacificada.

Felicitado por el Presidente Alfaro, siguió en iguales funciones aunque el Batallón cambió de nombre. Desde Enero de 1897 ocupó la Gobernación de la provincia de Bolívar y al conocer el nuevo brote conservador del 27 de Marzo, esta vez dirigido por Melchor Costales y Pacífico Chiriboga reunidos en el punto Zaguán, pasó a Riobamba, a las ordenes de Flavio Alfaro, Jefe Militar de la plaza, quien le designó Comandante de Arma. Entonces cayó en manos de las autoridades una lista con los nombres de las personas comprometidas que encabezaba el Obispo Arsenio Andrade Landázuri, todos ellos habían erogado diversas sumas de dinero para una revolución.

Con tal motivo la noche del 27 de Abril Echeverría y Flavio Alfaro, decidieron adelantarse a los sucesos y dispusieron que el diocesano guarde prisión en el cuartel del Batallón Guayas No. 60, pero al día siguiente – dada la condición del ilustre anciano de setenta y dos años – Echeverría le envió una misiva cambiando la dura medida por un simple arresto domiciliario hasta recibir nuevas órdenes de Quito.

El Obispo aceptó sin declararse culpable, lo cual fue tomado como un gesto intemperante de su parte y el 30 de Abril Echeverría le hizo sacar del cuartel y poner junto a los otros presos políticos. Al conocer este asunto, Alfaro dispuso que su sobrino Flavio acompañado de Echeverría, visiten corteses y educadamente al prelado y le pidan a nombre del gobierno un compromiso de honor y por escrito de no volver a tomar parte en ninguna otra asonadas, pero lejos de obtener tan fácil respuesta, que hubiera servido para concluir definitivamente este impase, los delegados fueron abochornados con epítetos peyorativos y no era para menos, pues encontraron al Obispo sumamente disgustado después de tres días de encierro en su domicilio.

En un telegrama que circuló en toda la República, Alfaro y Echeverría dieron cuenta al Presidente de esos insultos (radicales ladrones, muñecos de los masones, motivo que les obliga a ser malos, atacantes del dogma católico y por lo tanto enemigos de la religión, etc.) y se alborotó más la cuestión, ya convertida en escándalo de proporciones nacionales.

El 2 de Mayo llegó de Quito la orden de confinamiento del Obispo y de los padres de la comunidad jesuita, que a las cuatro y media de la tarde fueron trasladados al cuartel del batallón Pichincha situado justamente al frente del convento. Al saberse la novedad se arremolinaron los riobambeños, a las seis hubo repiques de campanas y lloros de beatas, quizá por eso o porque en el cuartel no existían las seguridades requeridas para mantener a los dieciséis jesuitas presos, a las ocho de la noche fueron trasladados al cuartel de Caballería.

El 3 de Mayo amaneció sombrío, el pueblo empezó a armarse y comenzaron los disturbios, las autoridades decidieron permitir que doce de los dieciséis jesuitas presos volvieran a sus ocupaciones docentes y cuando todo parecía tranquilo, a las cuatro de la mañana del siguiente día 4 de Mayo, un grupo revolucionario debidamente armado abrió un boquete desde el interior del templo jesuita de San Felipe, a fin de pasar y tomar por sorpresa el vecino cuartel Pichincha, pero fueron descubiertos a tiempo y a las cinco y cuarto de la mañana comenzó el baleo entre militares (los del gobierno y los guerrilleros conservadores) que a las ocho – tras casi tres horas de combate – empezaron a dispersarse. Por el lado del gobierno quedaban once soldados muertos y numerosos heridos, porque la acción fue recia y sangrienta. En tales circunstancias, dado que todavía seguían disparando desde el interior del convento, los soldados continuaron la lucha en dicho lugar, perdiendo la vida los padres jesuitas Emilio Moscoso y José Cifuentes, luego de lo cual ocurrieron escenas sacrilegas en la capilla, que dieron mucho que hablar a la prensa nacional. De allí en adelante se terminó toda resistencia armada contra el nuevo sistema de gobierno y Alfaro pudo mandar en paz. Como dato anecdótico vale mencionar que los dos cabecillas de la revuelta Melchor Costales y Pacífico Chiriboga, al ver perdida la causa guerrillera tuvieron que salir del colegio y esconderse en un depósito contiguo de madera, pero viendo que podían ser apresados, Chiriboga no tuvo empacho en ingresar a un pozo séptico donde quedó parcialmente cubierto de aguas mezcladas con malolientes excrementos pero ni aun así logró escapar porque le encontraron y tras un reconfortante baño permaneció seis meses encerrado y solo en Noviembre del 97 pasó a Guayaquil consiguió pasaporte y salió embarcado para Chile. Sus paisanos riobambeños al conocer lo del pozo séptico sacaron la siguiente coplilla // Alfaro trajo un cañón / que se llama boca negra / en la primera ocasión / curuchupas a la mierda../

En el Congreso se votó una moción por la expulsión de los padres jesuitas que tuvo mayoría de votos, pero merced a la intervención del Diputado José de Lapierre, quien manifestó que los jesuitas de Quito eran inocentes, se dejó sin efecto la expulsión.

Promovido a Inspector General del Ejército del Centro, en 1898 pasó a la subsecretaría de Guerra y Marina, sin intervenir en los combates de Sanacajas, Guangoloma y otros que se dieron en el centro de la República para dominar a las nuevas guerrillas conservadoras del incansable Melchor Costales.

En Febrero de 1900 fue designado Comandante de Armas de la plaza de Ibarra y cuando un ejército de mercenarios colombianos junto a las guerrillas conservadoras del Obispo Pedro Schumacher y de Aparicio Rivadeneira Ponce amagó por la frontera norte poniendo en peligro la paz de la República y el futuro del régimen liberal radical, se trasladó a San Gabriel y a Tulcán como jefe de la División del Norte, en reemplazo del veterano General Rafael Arellano, quien fue llamado a prestar sus servicios en Quito.

Esta campaña fue en extremo importante para la paz y tranquilidad de la República y constituyó el último
esfuerzo de los exilados conservadores en Colombia. Echeverría les enfrentó con éxito y el 22 de Mayo, con solo 1.300 hombres y un parque de municiones insuficientes les batió bizarramente en la plaza central de Tulcán, el 21 de Julio les volvió a repeler en el sitio de Rumichaca y el 6 de Septiembre ocurrió el desbande final y el repaso en la frontera. En esta campaña y a pesar de su juventud, se dio a conocer como militar audaz, valeroso e intrépido, pues fueron acciones asaz difíciles por la incomodidad de los caminos y la altura en que se dieron los combates, resultando un período de paz y tranquilidad al gobierno del General Eloy Alfaro, que llevaba casi cinco años en medio de azarosas revueltas armadas.

El 19 de Octubre, tras ocho meses de continuas maniobras y derrotadas completamente las guerrillas, se reintegró a la Subsecretaría del Ministerio de Guerra en Quito, con su salud debilitada. El Congreso le dio los despachos de Coronel efectivo. El final del año pasó en el desempeño de la Subsecretaría. En Enero obtuvo licencia y fue a residir en su casa de la Magdalena al norte de Quito pues se sentía cansado.

A principios de Mar

zo de 1901 sufrió “un derrame ceroso al cerebro” y falleció inconsciente a las siete de la noche del 7 de ese mes. Solo tenía treinta y cinco años de edad pero sufría de la presión elevada sin saberlo. Al conocerse la noticia en Quito las bandas de los batallones Bolívar, Tungurahua y Diez de Agosto, ejecutaban una magnífica retreta junto a la casa presidencial, pero por orden del General Alfaro suspendieron la música en señal de duelo. El Presidente decretó honras de General de la República para el ilustre fallecido.

Su madre y su viuda trasladaron el cadáver al día siguiente 8 de Mayo, a las 6 de la noche, al interior de la iglesia de la Compañía para su velatorio. Una inmensa muchedumbre habiase agolpado en las calles por donde debía pasar el convoy fúnebre. La brigada de Artillería Bolívar, uniformada de gran parada, guardaba la casa de la Magdalena, en cuyos salones y pasillos esperaban numerosos amigos. El cadáver fue conducido en hombros de sus compañeros de armas a pesar que “aguardaba una carroza fúnebre en negro y oro con su media docena
de caballos, sus grandes penachos de plumas, sus emblemas y sus festones de brocado” de manera que el carro marchó vacío; pero no faltó la nota imprudente y al mismo tiempo irrespetuosa y de pésimo gusto, pues al pasar el cortejo por la Plaza grande las autoridades religiosas lanzaron las campanas al vuelo en señal de alegría, lo cual causó sorpresa y pena entre los deudos, demostrándose una vez más que las diferencias políticas aún no estaban superadas. El incidente dio pie a numerosas reacciones y el entierro se volvió político pues los militares hicieron correr la voz que tomarían desquite.

Dentro del templo de la Compañía la Capilla Ardiente estuvo decorada con sencillez y los servicios fúnebres contaron con grande acompañamiento. El día 9, a las 10 de la mañana, se realizaron sin incidentes , luego salió el cadáver de la Iglesia en hombros de seis compañeros de armas. Una guardia de Zapadores hacía escolta, las bandas militares tocaban la marcha fúnebre, detrás caminaban el Presidente de la República que presidía el duelo con los demás miembros del gobierno, enseguida iban los deudos entre los cuales figuraba la madre, la viuda, sus hermanos, varios primos y los amigos. Finalmente el ejército cerraba el cortejo en sólida formación, pues se temía un nuevo repique que hubiera dado motivo al asalto de la Catedral para apresar a los irrespetuosos campaneros, pero nada de esto sucedió. El cortejo arribó a las doce al Cementerio de San Diego, donde fueron depositados los despojos, tras escucharse las despedidas de los siguientes oradores: El valeroso teniente Coronel Nicolás F. López, a) El manco, por haber perdido el brazo derecho a consecuencia de una herida infectada tras la batalla de Gatazo, quien ocupaba la subsecretaría del Ministerio de Fomento. El Dr. Nicolás R. Vega, Subsecretario del Interior. Miguel Angel Albornoz Tabares, Secretario del Tribunal de Cuentas. Coronel Luís A. Jaramillo, Jefe de Sección del Ministerio de Guerra. Dr. Eloy del Pozo y Capitán Rafael Iturralde, Ayudantes del Ministerio de Guerra. En los cuarteles y oficinas militares se izó la bandera nacional a media asta durante tres días en señal de duelo.

De carácter jovial y sin dobleces, modesto y generoso, se granjeaba el aprecio y simpatía de quienes le
trataban. Su valor a toda prueba en el combate le hacía el ídolo de sus soldados. Al poco tiempo se editó su Corona Fúnebre en 76 págs. y como abogado exitoso en los casos que tomaba a cargo, pues era un raro sujeto intelectualizado y al mismo tiempo activo y bizarro.