DOMÍNGUEZ CAMARGO HERNANDO

POETA.- Nació en Bogotá el 7 de Noviembre de 1606 y fue hijo legítimo de Hernando Domínguez García también conocido como Hernando de Medina por ser nativo y vecino de la villa de Medina de las Torres en España y de Catalina de Camargo y Gamboa, bogotana de familias oriundas de Mompós, fallecido en 1618.

En Mayo del 21 ingresó a la Compañía de Jesús y falleció casi enseguida su madre, de manera que fue huérfano completo. El 23 profesó los votos.

Como la situación económica del Colegio jesuita de Bogotá no era buena, el Provincial de la Orden envió a un grupo de alumnos al Colegio de San Luis de Quito. Allí fue compañero de Antonio Bastidas con quien hizo honda y estrecha amistad y encontró un ambiente propicio al cultivo de las bellas letras dentro del culteranismo, estilo poético y literario que imperaba en América y España. De esta época fue su poema que dedicó “A un Salto por donde se despeña el arroyo de Chillo” y logró el ambicionado título de Doctor.

De regreso a la Nueva Granada vivió en el Colegio de los jesuitas de Cartagena de Indias donde comenzó su obra poética con “Al agasajo con que Cartagena recibe a los que vienen de España” y debió seguirse carteando con su maestro el padre Bastidas S. J. pues el 2 de Mayo de 1652 dedicó al Alférez Alonso de Palma y Nieto su “Invectiva Apologética” escrita en prosa, que con unas composiciones Líricas suyas y unas traducciones de Virgilio aparecerán recopiladas años después por Bastidas. No así el Poema heroico de San Ignacio cuyos retoques finales no los pudo dar.

A finales de 1636 abandonó la Compañía y se trasladó al interior del país, desempeñando su misión sacerdotal en varios sitios como Gachetá, Tocancipá y Paipa. En 1650 trabajaba en Turmequé y en mayo del 57 fue beneficiario de la Catedral de Tunja donde escribió sus poemas “A don Martín de Saavedra y Guzmán” y “A Guatavita.” Domínguez Camargo debió tener algunas contiendas literarias en su tierra pues sus obras fueron desdeñadas y aún zaheridas. En 1658 entregó sus originales al padre Antonio Bastidas, S. J. a quien había conocido junto a Jacinto de Evia cuando Bastidas era profesor de ambos en Quito.

El 18 de Febrero de 1659 testó en dicha ciudad y falleció a los pocos días, siendo enterrado en la Capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, de cincuenta y tres años de edad solamente.

En su testamento dispuso que se construya la capilla del Santísimo en el interior de la Iglesia Catedral de Tunja, que los libros manuscritos que tenía publicables y de estudio así como sus papeles, se dieran al Colegio de la Compañía de Jesús de Tunja, aunque sus poemas ya debían estar en Quito.

Recién en 1666 se imprimió en Madrid su “San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, Poema Heroico” en 9.600 versos dispuestos en 1.117 octavas organizadas en 24 cantos, contenidos en cinco gruesos volúmenes, con algunas octavas intercaladas para mejor lucir. El libro es una biografía del santo y narra en verso su vida, desde el nacimiento, el bautizo, su infancia y juventud, luego viene su conversión y luchas militares en Pamplona, continúa con sus numerosas peregrinaciones, estudios, penitencias y persecuciones, para finalizar en un sexto canto con la fundación de la Compañía de Jesús. Su autor debió terminarlo pero su muerte se interpuso, quebrando su Plan Inicial, demasiado extenso y ambicioso. La influencia de Góngora se muestra notoria en el canto por la proliferación de formas, plasticidad de su lenguaje simbólico en continua metamorfosis, agilidad narrativa y audacia retórica, en sus Soledades, en la fábula de Polifemo y Galatea, y en las frecuentes referencias mitológicas.

Este Poema Heroico apareció por orden de Bastidas que financió su publicación bajo el nombre del editor Antonio Navarro Navarrete que también aparece como autor de la Dedicatoria que en realidad fue escrita por Bastidas. En 1670 circulaba dicho Poema en América con una Nota titulada “Curioso Lector”, dedicado al Padre Basilio Ribera y Fuentes, Provincial de los agustinos de Quito.

La crítica ha sido diversa, mientras algunos autores lo han atacado como Marcelino Menéndez y Pelayo otros lo han defendido al punto que dicen que Domínguez Camargo es el Góngora de Hispanoamérica.

Hernán Rodríguez Castelo a escrito de Domínguez Camargo que es vigoroso y alto poeta y originalísimo, brillante prosista, muy superior a Bastidas” quien también hizo editar en 1676 en Madrid, imprenta de Nicolás Jamares, mercader de libros, en octava mayor, una colección de poesías propias y ajenas, donde incluyó cinco textos de Domínguez Camargo a saber: Soneto a don Martín de Saavedra y Guzmán, el romance a Un salto por donde se despeña el arroyo de Chillo, el romance a la muerte de Adonis, las octavas de Al agasajo con que Cartagena recibe a los que vienen de España y el romance a La Pasión de Cristo. Dicha colección salió con el nombre de “Ramillete de varias flores poéticas, recogidas y cultivadas en los primeros abriles de sus años, por el maestro Jacinto de Evia, natural de la ciudad de Guayaquil, en el Perú,” en 406 págs. y consta dividido en Flores fúnebres. Heroicas, Líricas, Sagradas, Panegíricas, Amorosas y Burlescas, que el editor dedicó a Pedro de Arboleda y Salazar, Gobernador del Obispado de Popayán por ausencia del titular Melchor de Liñán y Cisneros, con las poesías más antiguas escritas en la Audiencia, que indudablemente constituyen el primer trabajo serio de nuestros literatos.

El Ramillete contiene 78 poesías del maestro Antonio de Bastidas y Carranza, 69 de Jacinto de Evia y González de Vera, guayaquileños, 5 de Hernando Domínguez Camargo, 8 de un jesuita desconocido y un Anexo que contiene “La Invectiva apologética” también en verso, de Domínguez Camargo, en apoyo del romance a La Pasión de Cristo y contra quien intente emularlo.

Ese año de 1676 por coincidencia también se editó en Madrid el libro segundo de las genealogías del Nuevo Reino de Granada, escrito por Juan Flores de Ocáriz, donde se incluye una oda de Domínguez Camargo considerada por mucho tiempo como menor, bajo el título de “A Guatavita” pues contiene la vena caricaturesca y satírica del sacerdote, muy diferente al poema a San Ignacio, por ser menos gongorista y más quevediana por conceptista y coloquial.