DESCALZI GALLINAR JULIETA

FEMINISTA.- Nació en Guayaquil, el 23 de Noviembre de 1908 y fue la quinta hija de una larga familia compuesta de ocho hermanos, uno de los cuales falleció niño a causa de meningitis. Hija legítima de Ricardo Descalzi Vignolo (1866-1844) natural de Chiavari, Italia, Oficial de la Marina de Guerra de su país, miembro de una antiquísima familia de la Liguria con casa solariega y escudo, que llegó a Guayaquil en 1890 llamado por su tío Bartolomeo Vignolo, para trabajar en su almacén, entonces el mayor de la ciudad; en 1898 se asoció con González y finalmente puso tienda de ferretería en el malecón No. 1.807/09 y Colón especializada en la importación de efectos marinos (ferretería) Presidente fundador del Club Guayas

de tiro y aviación en 1911, presidente de la Sociedad de Asistencia italiana Garibaldi que presidió en 1912 y del 22 al 26, delegado en el Ecuador de la Liga Navale Italiana y de la Croce Rossa Italiana, de la Cámara de Comercio, de la Sociedad Protectora de la Infancia, del Rotary Club, de la Junta de embellecimiento de Guayaquil, del Fascio italiano del Ecuador, nombrado Cavalieri de la Corona de Italia, casado en 1900 con Julia Gallinar Franco, guayaquileña. Abuelos:    Colombo

Descalzi y María Colomba Vignolo, de la clase alta de la Liguria italiana. Pedro Alzola de Gallinar y Azpeitía, Capitán de Altura y Armador Naval, natural de Luarca en España y Catalina Franco y Pacheco, guayaquileña, hija del General Guillermo Franco Herrera, Jefe Supremo de Guayaquil en 1859 y María Mercedes Pacheco de Saavedra, viuda de Miguel de Rivera y Elizondo, de la primera distinción social de Guayaquil.

Creció en la casa familiar ubicada en la calle de las Industrias (Eloy Alfaro) y Maldonado. En dicho histórico edificio se fundó en 1946 la Concentración de Fuerzas Populares CFP, liderada por el Doctor Carlos Guevara Moreno, esposo de Norma Descalzi Gallinar.

Tuvo unos padres cariñosos y era muy feliz asistiendo a la escuelita de la profesora Julia García Noe donde se educaban las niñas del barrio del Astillero pero a los siete años ingresó al Colegio de la Inmaculada y comenzaron sus problemas pues era una líder por su carácter abierto a toda novedad, y por su espíritu alegre y dicharachero sabía ganarse el efecto de todos al punto que cuando paseaba por el barrio la gente salía a saludarla; las monjas quisieron limitar su personalidad a base de disciplina y orden pero finalmente se dieron por vencidas pensado que con los años le llegaría la seriedad, mas estaban equivocadas y cuando una tarde de 1917 la pillaron cantando en alta voz ante algunas compañeritas la inocente pieza musical argentina denominada “Maldito tango’” que acababa de salir el año anterior y por su letra algo atrevida que introduce el tema del cabaret, la consideraban pecaminosa, la expulsaron ipso facto aunque solo tenía nueve años de edad. // En un bazar feliz yo trabajaba / nunca sentí deseos de bailar, / hasta que un joven que me enamoraba / llevome un día con él para tanguear. / Fue mi obsesión el tango de aquel día / en que mi alma con ansia se rindió / pues al bailar sentí en mi corazón que una dulce ilusión nació. // Era tan suave la armonía / de aquella extraña melodía / que lleno de gozo sentía / mi corazón soñar. / Igual que en pos de una esperanza / que al lograrla todo se alcanza / giraba loca en esa danza / que me enseñaba a amar. // La culpa fue de aquel maldito tango / que mi galán enseñóme a bailar / y que después, hundiéndome en el fango, / me dio a entender que me iba a abandonar, / Mi corazón de pena, adolorido / consuelo y calma buscó en el cabaret, / mas al bailar sentí en el corazón / que aquella mi ilusión, se fue….//

Su padre, caballero europeo al fin, comprendió con pena que en Guayaquil la gente aún estaba muy chúcara (termino que se usaba con los caballos indómitos y con la gente campesina y muy atrasada) y aunque la quería y hasta la prefería entre todos sus hijos, se dio cuenta que era necesario llevarla a estudiar a Italia donde las monjas eran más civilizadas que en el Ecuador y la familia se embarcó para Génova. Poco después ingresó interna al Colegio de las Damas nobles Ursulinas de Rapallo y aprendió que una chica decente no debe esconder jamás sus sentimientos ni sus ideas, que no debería existir diferencias entre los sexos pues la mujer digna es igual al hombre y debe ser respetada… En fin, a través de las Damas Ursulinas que eran semi monjas (algunas habían viudas, otras eran solteras) comprendió que tendría que luchar en una sociedad dominada por hombres pero no se amilanó y emprendió “su lucha personal” por obtener la igualdad de los sexos en una sociedad que como la guayaquileña, recién estaba queriendo salir de un victorianismo obsoleto, donde las damas no daban la mano (no saludaban) a los divorciados y las madres solteras debían ocultar su vergüenza “por haber cometido el pecado de una maternidad sin matrimonio” viviendo una vida entera dentro de su casa, sin salir a la calle más que para oír la misa de las cinco de la mañana – es decir, cuando aún no salía el sol y las sombras eran furtivas, especial para los delincuentes, prostitutas y mujeres de mal vivir o señoras en concubinato.

En Rapallo recibía clases diarias de arte y manualidades, los fines de semana iban a excursiones científicas por los campos lígures y de noche a Conciertos, Exposiciones y Operas cuando era temporada. Las visitas a los Museos, algunos bastante alejados, eran por demás instructivas, pues tenían guías especializadas. I así, casi sin quererlo, se formó un amplio campo cultural que luego le serviría para brillar en sociedad pues también le enseñaron idiomas y normas de educación en la mesa, en los salones y en general, en todo acto de sociedad.

El último año fue externa, su madre había alquilado un cómodo departamento en el corso Assarotti para estar con sus hijas Adalgisa, Gioconda, Norma y Julieta, pues los mayores Yolanda, Ricardo y Julio acompañaban al padre en Guayaquil.

Su vida en Italia se vio matizada por continuos paseos de instrucción y amoríos de estudiantes como el que mantuvo con Oscar Lanatta de la Universidad de Pavía. En otra ocasión, iba rumbosa por una calle y un loco la siguió y le declaró su amor y como fuera cortésmente rechazado quiso ahorcarla y hasta intentó suicidarse con una navaja. La joven Julieta había dado paso a una señorita de belleza deslumbrante, rubia y de gran personalidad y sobre todo de una desenvoltura especial que la hacía reina de todos los sitios que visitaba.

La sociedad de Génova, Chiavari y Rapallo le invitaba a sus fiestas y en 1927 impuso en Rapallo la moda de los pantalones a la usanza de Marlene Dietrich en la película el Angel Azul, pero fue duramente criticada por las autoridades eclesiásticas del lugar. Hoy esa moda se ha generalizado entre las mujeres del mundo occidental y nadie dice nada pero entonces era escandalosa y el día que salió a la calle con pantalones tuvo que refugiarse en una casa de amigas para evitar que la lincharan pues el populacho la persiguió a pedradas.

El 28 regresó a Guayaquil de dieciocho años en compañía de su madre y hermanas. Arribaron en el vapor Virgilio de la Líneas de Navegazione Italiana y en el baile de disfraces del barco ganó el primer premio con un máscara de lentejuelas de gran fantasía y color, y se enamoró de ella el Conde Mario Divani que venía a Chile y de regreso hizo escala en Guayaquil, cambió de aros y solicitó la dote, pero al enterarse Julieta de tamaña petición que en América no se acostumbraba pero si en Europa, devolvió su aro al Conde y terminó el romance, que de otra manera hubiera concluido en matrimonio.

Por esos días solía pasar vacaciones en Salinas en casa de las Tous (Maria y Margarita) que también acababan de llegar de Europa y se reunían con Amalia y Celeste Boloña Bernardi. Grupo de mujeres bellas, elegantes y de gran distinción. Entre semanas asistía al salón Fortich donde impuso por primera vez en el Ecuador la costumbre de fumar cigarrillos en largas boquillas de marfil a lo savour francés. Esto también escandalizada horriblemente a la sociedad provinciana de Guayaquil y algunas señoritas le quitaron el saludo, que luego se lo devolvían a la vuelta de la esquina.

Para los bailes del Club de la Unión era la más solicitada, entonces se bailaba de alta etiqueta, los hombres de frac y las mujeres de vestidos largos, plumas y abanicos. Su carnet de baile era materia de discusiones y peleas pues todos querían sacarla ya que era considerada una gran bailarina, especialmente de tangos. En el tomo 2 de la obra Cine Mudo, ciudad parlante, se cuenta que introdujo el ritmo de fox trot con la canción Esclavo de Amor, el charleston que atrapó de inmediato a la juventud guayaquileña y aunque los pasos se habían originado en los Estados Unidos y pasado a París, de allí siguieron a Italia y por esa vía los trajo Julieta en reemplazo del one step y los pasodobles. El charleston es un baile difícil que exige flexibilidad en las rodillas y tobillos, por eso solamente lo bailaban las personas jóvenes.

Pero lo que más impactó en el Guayaquil de esos años finales de la década de los treinta fueron sus vestidos de baño de dos piezas de caucho que Julieta y su hermana Adalgisa trajeron de Europa y lucieron en las playas de Salinas, la gente hacía cola para verlas y hasta no faltó un viejecito que mandó a pedir sus binoculares a Guayaquil, pues el pobre estaba sometido a una silla de ruedas. Con esos vestidos también se bañaron en las piscinas del American Park y todo Guayaquil asistió a contemplarlas.

Con sus vecinas las Pino Yerovi (la Fila y la Zambita) se iban de picnic a la hacienda de las Rolando en la Isla Santay, a bañarse y a montar a caballo. Las madres las acompañaban como chaperonas. El enamorado de Julieta era Gabriel – Piluco – Pino Icaza, también muy gracioso, a quien se le ocurrió un día hacer de Romeo en la obra de Shakespeare. Con tal fin hizo que Julieta se subiera al balcón de una casita de campo y comenzó a recitar el célebre parlamento que comienza así ¡Oh, Julieta, ven a mis brazos!

Sin pensarlo dos veces Julieta le cayó encima, él quedó con dos costillas rotas y ella con un esguince en el tobillo izquierdo que aún le duele de vez en cuando, sobre todo cuando hay luna llena.

Con la Chacha Plaza Sotomayor recibía clases de recitación porque les entró la novelería de participar en algunas obras teatrales, de aquellas que se representaban en las veladas familiares de casa adentro por el santo de la mamá o por cualquier otra causa. Con tal motivo fue solicitada por Leonor Sáenz de Tejada de Baquerizo Noboa, presidenta del Belén del Huérfano, para actuar en una obra benéfica en el teatro Olmedo. Rafael Pino y Roca acepto dirigirlas y estudiaron “La Malquerida” de Jacinto Benavente, que se estrenó con grandes aplausos.

Tras este primer triunfo lírico decidió hacer un monólogo o algo parecido y estudió el poema “El Suicida” dedicado a Medardo Angel Silva quien recién tenía diez años de fallecido y seguía siendo el comentario de las gentes. El asunto lo guardó en estricto secreto y cuando se abrió el telón del Olmedo y comenzó a recitar, las damas del Belén se horrorizaron y ordenaron que lo bajaran pero Julieta se agachó y dió un paso adelante justo a tiempo y pudo terminar su poesía ante el atronar de la barra de la galería, formada por gente joven, que la reconocían un líder social.

En otra ocasión, en el teatro Edén, siempre para las mismas damas que ya habían olvidado el incidente, cantó “Los ojazos de mi negro” que gustó mucho y no despertó reacciones pero cuando acto seguido salió a bailar charleston con Guillermo Luque Rodhe, que había aprendido danzas modernas con los ballet Rusos de Diagilev en Montecarlo, las damas volvieron a horrorizarse al comprobar que la falda larga que le habían ordenado ponerse, estaba recortada con tijera por la propia Julieta, para sentirse más cómoda y por supuesto, más a la moda, pues mostraba sus rodillas. Algunas señoras se escondían las caras con los abanicos, otras se hacían para atrás de los asientos. Al final, como de costumbre, la barra alta salvó el momento y casi se vino abajo de la emoción. Las señoras lloraban de rabia. Algunas hasta juraron que no caerían en otra de las trampas de Julieta, pero al día siguiente, cuando las felicitaban, lo olvidaban todo.

En 1930 compitió su hermana Adalgisa en el Concurso Nacional para elegir la primera Miss Ecuador y salió electa una de las cuatro Señoritas Guayas con Sara Chacón, Blanche Yoder y mi mamá Maruja Pimentel. Fue la primera ocasión en que la mujer ecuatoriana desfiló en traje de baño en público, alrededor de la piscina Municipal situada en Malecón y Loja. El acontecimiento suscitó los más encontrados criterios pues mientras en Guayaquil deliraba el público al punto de realizar manifestaciones motorizadas por la candidata de su preferencia, en Quito el Dr. Velasco Ibarra que escribía con el seudónimo de Labriollé en El Comercio, comentaba amargamente el asunto del desfile diciendo que iba en contra de las tradiciones de la iglesia católica que reservaba a las mujeres el alto sitial de madres, esposas y amas de casa. Finalizando: la mujer ecuatoriana no es carnicera para exhibir sus carnes…. Mas, a pesar de estas opiniones negativas el Concurso dio la primera gran clarinada feminista del siglo XX y sirvió de trampolín para nuevas conquistas en los siguientes años, por alcanzar la igualdad de los géneros en nuestro país.

En 1931, comenzaron las del Belén del Huérfano a vender abonos para otra función y la gente preguntaba ¿Va a actuar Julieta? Si decían no, no les compraban. Entonces comenzaron a decir si y vendieron en una mañana todo el teatro. ¡Tal su fama!

A final del año su papá Descalzi le permitió que se fuera a visitar Los Angeles donde vivía su prima hermana Isabel Vignolo, viuda multimillonaria y presidente de una de las más grandes fábricas de atún – tuna fish – de los Estados Unidos. Ella no tenía hijos pero criaba a una sobrina bastante feucha llamada Giga Descalzi.

La tía Isabel la puso a aprender inglés en forma intensiva cinco días a la semana. Vivían en una mansión situada en el elegante Wilshere boulevard y una vez a la semana la señora hacía open house para recibir a sus amistades viejas como ella. Este género de vida pronto cansó a Julieta que le solicitó permiso para trabajar enseñando el italiano a las gringas en el Club de Italianos por doscientos dólares al mes, suma no despreciable por entonces, y estuvo varios meses hasta que una tarde que se encontraba con varias amigas tomando té en la acera de un céntrico café, un caballero les pidió que lo aceptaran en la mesa pues había pasado por el lugar y estaba enamorado locamente de Julieta. Era nada menos que Stuard Adkinson, multimillonario joven y Presidente del exclusivo Lake Side Contry Club, pero el romance no prosperó porque él era casado, su esposa estaba en un manicomio y no podía divorciarse por expresa prohibición legal.

En eso su tía le presentó al primo Bob Vignolo, Director de Cine, quien la llevó a trabajar en Hollywood y así fue como sin más experiencia que las reglas elementales de actuación recibidas en Guayaquil de Rafael Pino y Roca, comenzó su carrera de actriz.

Primero trabajó en la película sonora “One day in Spain” con John Mac Krea y Anita Louise, haciendo un pequeño papel de extra, luego fue contratada por el Director Melvin Leroy para el difícil papel de la Emperatriz Josefina en la película Napoleón con Orson Wells. Allí ganó quinientos dólares semanales figurando con el nombre artístico de “Juliet Naldi”.

Un cameramen llamado Nick Morgani la solicitó en matrimonio en 1936, época en que trabajó de dama sureña en el gran baile de gala de la película “Lo que el viento se llevo” con Clark Gable y Vivian Leight. La unión matrimonial duró escasamente un año por la diferencia cultural existente entre ambos.

En 1938 regresó a Guayaquil tras casi diez años en los Estados Unidos y hablando tres idiomas a la perfección: Inglés, italiano y español. Trajo consigo el mejor ajuar de vestidos y pieles que se había visto en la ciudad, adquirido en Hollywood; todos eran modelos exclusivos de las artistas más afamadas. Su regreso fue triunfal, volvieron las vacaciones en Salinas y las fiestas en el hipódromo y el salón Fortich que estaba en toda la moda. Tenía veinte y nueve años y era bella, simpática, de una personalidad cosmopolita, en síntesis mujer de gran mundo.

El 39 conoció en Salinas al Conde Wulf Dietrich, de la Casa de su apellido en Rudenhousen, Baviera, y Comandante de la flota de aviones alemanes SEDTA (Servicios Ecuatorianos de Transportes Aéreos) que hacían viajes a Guayaquil, Quito y Cuenca. El amor fue a primera vista, se casaron y fueron a vivir en Quito, pues también era Agregado Militar de la Embajada alemana en el Ecuador. Cabe mencionar que como el Conde no hablaba español ni Julieta el alemán, se entendían en inglés. Según Julieta era feo pero apuesto y varonil, alto y delgado, de gran personalidad y ojos de fuego. Muy fino y educado, le gustaba hacer regalos sorpresas: Por ejemplo, le pedía que se subiera a la terraza del edifico donde vivían para arrojárselos en paracaídas. Que
un perrito vivo, que un frasco de perfume, cualquier cosa. La gracia consistía en el vuelo rasante que alarmaba enormemente al vecindario, siempre medroso de algún accidente fatal. Pero a ellos no les importaba.

Lamentablemente el Conde tuvo que partir a Alemania llamado por su gobierno, dejando en Quito su automóvil último modelo y sus uniformes y como falleció en 1941 durante un vuelo en Colonia, la Embajada mandó a recoger los uniformes, no así el vehículo, pues estimaron que era de propiedad de su viuda. “Gesto muy noble de esos alemanes”.

Decepcionada del amor – pero no de la vida – regresó a Guayaquil y se retiró a Salinas, donde un mañana de temporada invernal conoció al comerciante y Cónsul General de Suecia Iván Bohman. Julieta estaba en la playa tomando el sol, con un vestido blanco dos piezas, El Cónsul Bohman se sintió inmediatamente atraído y hubo matrimonio.

Instalados en Guayaquil, al principio fueron muy felices, pero las diferencias de caracteres, él sueco y hermético y ella italiana y extrovertida, hizo que la unión terminara en divorcio, con un hijo.

Entonces su hermana Norma se la llevó a vivir con ella en Quito, a una casa alquilaba en la González Suárez, donde Julieta inició una intensa vida de sociedad y desde el 45, a través de la señora Corina del Parral de Velasco Ibarra, quien las invitaba a todas partes, eran infaltables en las recepciones diplomáticas. A fines de año sus cuñados Leonardo Stagg Durkop esposo de Gioconda Descalzi y Carlos Guevara Moreno de Norma Descalzi, ocuparon los Ministerios de Finanzas y de Gobierno respectivamente y cuando arribó de los Estados Unidos el Adjunto Militar Jack Sotham Braden, sobrino del General Braden, y conoció a Julieta en una fiesta, preguntó ¿Who is that beautifull woman? siendo respondido !It is a nazi! ¡I like that woman! Enseguida se hizo presentar y se casaron en New York donde vivía la familia Sotham, emparentada con lo mejor de la sociedad de Connecticut.

Primero se establecieron en Ray, Julieta puso a su hijo Peter Bohman a estudiar en la Piskil Military Academy en Connecticut, hasta que su esposo
el Comandante fue trasladado en 1953 de Agregado Militar a la Embajada americana en La Habana.

Eran los tiempos del dictador Batista, vivían en el exclusivo barrio de la Copa, concurría diariamente al Habana Yacht Club, allí conoció a la mejor sociedad cubana, entre otras a la Marquesa de Montoro(1) a las Núñez de Villavicencio, a las Casa Montalvo, a las Menoscal, a las O’Farril, a las Márquez Sterling, a las de la Torriente, que ahora viven en Miami. Por eso Julieta viajaba en la década de 1990 constantemente a esa ciudad y su llegada ocasionaba grandes recibimientos y fiestas.

El 57 su esposo abandonó el servicio diplomático y pasó a desempeñar una de las Vicepresidencias de la Compañía Remington Rank en New York, pero Julieta prefirió quedarse en Miami. Su esposo le adquirió la casa más lujosa de la Avenida Grenada en Coral Gable y la iba a visitar todos los meses. Peter estudiaba en la Ramson School de Miami. En ocasiones Julieta viajaba a New York y hacía vida deportiva en el West Chester Country Club donde él era socio.

En Miami le sustrajeron sus joyas pero el seguro pagó todo y no hubo perjuicio. Gastaba su tiempo libre en visitar y ayudar a sus amigas cubanas del exilio, eran los primeros tiempos y estaban en situación, por eso la quieren tanto.

El 63 decidió vivir en Rapallo, donde adquirió una casa en la riviera italiana. Estaba nuevamente divorciada. El 65 pasó a Madrid, fue atendida por su amigo Jacobo Moreno, Conde de Santa Marta de Bavio, divorciado de una de sus primas Mercado de Quito. España atravesaba una de las peores épocas de pudibundez y se hacía el vacío social a las divorciadas; su amigo le previno sobre este punto, aconsejándole que dijera – como él – que era viuda, pero Julieta jamás ha consentido con la mentira, ni siquiera con las medias tintas y a la primera dama que le preguntó su estado, se lo dijo.

A los pocos meses regresó a Italia donde vivió algún tiempo pero queriendo acercarse a los suyos hizo un viaje a Guayaquil. Su madre había fallecido en 1950, sus hermanos también, ya no encontró la vieja casa donde fueron tan felices. Se decepcionó al tratar otra vez a la sociedad provinciana de Guayaquil, llena de tonterías, como
eso de reunirse dizque a rezar el rosario cuando la verdad es que pierden su tiempo en inútiles repeticiones, se hartan de golosinas y chismean de todo el mundo. No encontró Opera, ni Conciertos, las exposiciones eran repetitivas. Finalmente volvió a los Estados Unidos y se ubicó en San Francisco, consideraba desde siempre la ciudad más sofisticada de ese país, donde vivió la cultura a plenitud, tratando a personalidades de fama mundial.

Y así, entre San Francisco y Miami estuvo hasta 1970 que decidió regresar de todas maneras a Guayaquil por vivir cerca de su hijo, nuera y nietas. Aquí no ha cambiado sus diarios ejercicios gimnásticos, ni ha dejado un solo día de nadar cien piscinas reglamentarias, para conservar no solamente la esbeltez del cuerpo sino también la buena salud general, pero en los años noventa se trasladó a Buenos Aires donde formó un famoso grupo de sociedad, que alternaba actos culturales y sociales, viviendo en el barrio de Palermo en un elegante departamento con muebles de estilo y numerosas antigüedades.

A fines de los noventa volvió a vivir en Guayaquil. Tenía la costumbre de almorzar y cenar con amigas fuera de casa los fines de semana, de recibir en su departamento del Edificio Rocamar, antes estuvo en el Valdra, ambos en el malecón de la ría pues ama el río y sus cambiantes paisajes, en pequeñas veladas que ella llama “mis cenas”, con música de fondo y amigos y amigas inteligentes y cultos que aman la conversación elevada. A veces ofrece un plato de espaguetis con salsa a la bolognesa abundante parmigiano y vino tinto, quesos y postres. En otras es un jamón con piña y duraznos, arroz con champiñones, petit poises y postre. Siempre varía, nunca se repite y el champán nunca le falta.

(1) Amistad que se ha mantenido a través de los años pues en 1988 Julieta consiguió que Víctor Pino Yerovi escribiera la vida de Albertina O’ Farril y de la Campa, quien estuvo casi treinta años prisionera de la dictadura comunista por haber sido secretaria de su tío el ultimo Ministro de Defensa de Batista. La obra constituyó un best seller en Miami y claro, no pudo ser vendida en Cuba donde toda lectura libre está expresamente prohibida y hasta perseguida, especialmente la anticastrista.

Mas, lo principal es su presencia que agita, pues es piedra de toque en cualquier punto que se trate, teniendo siempre acertadísimas opiniones y por supuesto muy personales. Y cuando las reuniones comienzan a decaer ella pone la nota de humor con sus juegos de prendas inventando las más inverosímiles penitencias para los que pierden. Al punto, que me ha dejado varias veces sorprendido por su inagotable imaginación, por su tremendo poder para que la gente le obedezca ciegamente, para que le

disculpen hasta sus equívocos, pues viniendo de madame Juliet, como le dicen sus íntimos, todo es permitido. Recuerdo hace años que de entrada en un coktail en el Valdra salió disfrazada de Manola con una flor entre los dientes y bailó un zapateado. Acto seguido la concurrencia comenzó a imitarla y se armó la fiesta a todo dar por varias horas; incluso conozco personalidades que en sociedad son incapaces de soltar una alegre carcajada y que a lado de Julieta realizan penitencias como revolcarse inocentemente en la alfombra de su sala a la vista y paciencia de los demás invitados.

Ha pasado por loca, pero así fue también Manuela Saénz y Marietta de Veintemilla, otras mujeres que vivieron fuera de su tiempo, pues toda mujer que impone su estilo merece el reproche de la sociedad, siempre gobernaba por la hipocresía, la gazmoñería y la media voz.

Suyas son estas confesiones:

“He amado mucho pues solo se vive una vida. Creo en la existencia de un Dios que es todo energía y amor, que cuida a sus criaturas hasta cierto punto, pues la libertad se hizo para usarla no para ignorarla por conveniencia, y si volviera a nacer tuviera más hijos pues el que tengo ha sabido llenar mi existencia. Los hijos son la sal de la vida.

No me arrepiento de nada pero hubiera querido estar más tiempo al lado de mi santa madre, toda dulzura para con nosotras, todo amor y comprensión, por eso le he dedicado un poema muy íntimo que se lo rezo en secreto por las noches. Mi padre fue un Cavalieri encantador, con su barba en punta, sus finas maneras, la forma señorial de su proceder siempre y sobre todo por la protección a ultranza que sabía dispensarnos. Ambos hicieron que nuestros caracteres fueran naturales, sin afectaciones ridiculas ni pueblerinas.

He vivido fuera de mi tiempo, muchas cosas que hice de joven y que despertaron tantos reproches ahora serían consideradas unas nonadas. Los tiempos han cambiado, lamentablemente mis casi noventa años limitan todo lo que me falta por hacer. Tengo muchas amistades que visitar, ahora mismo estoy planeando un viaje a Miami donde mis amigas queridas. Ando con bastón para no caerme, no me importa que ahora me digan vieja, lo soy a mi manera por supuesto.

He sido bella, bellísima, jamás nadie ha dicho lo contrario, pero mi mayor belleza era interior, mi trato con los demás sin apocamientos ridículos, ni pudibundeces hipócritas. He fumado, ya no lo hago ahora. He bebido con moderación por el gusto de paladear licores finos y sabrosos, no para emborracharme y si me he casado cuatro veces no más, ha sido con extranjeros, que son diferentes a nosotros los ecuatorianos en casi todo.

Mi familia Descalzi siempre ha hecho historia, mi tatarabuelo consta en los Diccionarios Biográficos de la Argentina como el descubridor del Río Negro en el estuario del Plata, fue un gran navegante al servicio de la Corona de España. Mi primo Ricardo fue escritor famoso en Quito. Yo hubiera podido escribir pero siempre fui una gran deportista, en eso gastaba mis energías.

Les aconsejo a las mujeres del presente y del futuro que no se dejen de sus maridos, que por encima de todo sean libres e independientes pues esa es la única vía digna de llegar a la felicidad.

Quiero vivir mis últimos años antes de cumplir los cien junto a la gente, oyendo conversaciones sabrosas, escuchando opiniones doctas. Adoro las tertulias, el intercambio de ideas de provecho, pues solamente así se aprende. Más sabe el que trata a la gente que el que lee muchos libros.

En los tiempos de la tostada, aya por los años treinta, fui indiscutiblemente la reina de la sociedad guayaquileña. Esa corona nadie me la ha discutido nunca y me da risa pensar que solo la conseguí por ser yo misma, sin tapujos ni falsos prejuicios”.

Yo agrego de mi parte que en los años que llevo haciendo biografías solo he conocido a dos mujeres libres en todo sentido; la Nela Martínez en Quito y Julieta Descalzi en Guayaquil. Las restantes pueden ser muy inteligentes, cultas, artistas, todo lo que se quiera, pero valen por sus maridos o se escudan en ellos para la respetabilidad social. En este contexto no entra Norma Plaza que es docta y valientísima ni Jenny Estrada que es brillante y de iniciativa.

I la entrevista finalizó a las ocho de la noche en el balcón de su departamento. Julieta despachó hace varias horas al chofer para atender a su amigo el cronista como solo ella sabe hacerlo, con elegancia y chic. En un kaftan marroquí original y de seda, planeando nuevas aventuras como la que emprenderá en ocho días a los Estados Unidos, esta jovencita de ochenta y siete años de edad se queja que le falta tiempo para sus actividades de siempre pues ya no puede realizarlas con la prontitud de antes. Pero de todas maneras nado, camino y viajo, me dice desde la puerta, al despedimos. ¡Así es ella!

Cuando cumplió noventa años de edad ofreció un almuerzo a sus amistades en el salón inglés del Club de la Unión. Como de costumbre congregó a jovenes y viejos, pues sus amistades no tenía límites de edad. La reunión se vio agitada por una hermosa composición poética que recitó con gracia y donosura, titulada “Me siento como un cañón” que causó la natural sorpresa de los presentes viniendo de una dama de su edad pero jovencita de espíritu. Todos los invitados nos divertimos con sus dichos y ocurrencia, su hijo Peter y su nueva Eva eran los oferentes del agasajo pero Julieta brilló como siempre, como estrella única, con brillo propio, con sabor de gran dama de sociedad y cuando las luces de las grandes lámparas comenzaron a encenderse y la noche se percibía en el horizonte, madame Julieta seguía circulando entre los grupos, incansablemente, como era desde su juventud. Fue una tarde inolvidable. Falleció en Guayaquil de avanzada edad.