DESCALZI DEL CASTILLO RICARDO

HISTORIADOR DEL TEATRO NACIONAL.- Nació en Riobamba el 22 de septiembre de 1912. Hijo legítimo de Mario Descalzi Vignolo, natural de Chiavari, Italia, que arribó a Guayaquil con dos hermanos y después se instaló en Riobamba donde fundó varios negocios y falleció prematuramente de pulmonía en 1914, y de María Isabel del Castillo Valencia, quiteña.

Huérfano en su más tierna infancia, fue criado al amparo de su tío segundo Nicolás Vélez Valencia y por su madre que se ayudaba cosiendo para mantener a sus hijos. De seis años fue enviado a cursar la primaria como interno del Colegio Santisteban de Guayaquil. A los ocho años escribió su primer cuento. Al finalizar sus estudios fue enviado en 1926 al Mejía de Quito y escribió un periodiquito titulado “Los Viernes” que circulaba los sábados. De esa falta de hogar nació su novela “Panes Ácimos”, se volvió futbolista y rebelde y cambió su temperamento religioso en anarquista, frecuentando la bohemia estudiantil quiteña junto a Benjamín Saa y con sus compañeros José Alfredo Llerena y Arturo Meneses fundó la revista “Surcos” el 28, que sólo circuló hasta el número seis y en la revista Lampadario salió el artículo “La Sandalia del Indio” dando inicio a una serie de novedosas producciones literarias.

Graduado de Bachiller en 1932, se inició en el relato con la publicación de “Ghismondo”, novela en solo 100 págs. con episodios autobiográficos tomados de su vida estudiantil llena de realizaciones.

En 1933 ingresó a la Facultad de Jurisprudencia de la U. Central pero al poco tiempo fue expulsado por molestoso. Entonces viajó a Ambato de vacaciones y fundó el semanario literario “Riscos” que también tuvo corta duración pues sólo aparecieron cuatro números.

El 34, por darle gusto a su madre ingresó a Medicina y estando en el segundo curso el 36 estrenó con la Compañía de Alta Comedia de Marco Barahona, Ernesto Albán, Olimpia y Chavica Gómez, Sergio Araujo y Lastenia Rivadeneira su pieza “Anfiteatro” que consta de tres actos, tuvo magnífica acogida y fue publicada en 1950. Su autor la ha calificado de obra de juventud, de amor apasionado y protesta, expresión de sus sueños rotos por imposibles, debido al ambiente en que se desarrollan. Tiene escenas típicas, diálogos emotivos y casi líricos. El 35 sacó en la Revista de la Universidad un artículo de crítica sobre la novela “En la Ciudad he perdido una novela” de la autoría de su amigo Humberto Salvador.

En 1937 inauguró su columna “Eter, bisturí y gasa” que aparecía en “El Comercio” y en “El Sol” de Quito. El 38 fue Ayudante de Laboratorio Clínico y Radiológico en el Hospital Eugenio Espejo.

El 39 la Compañía de Marco Barahona puso en las tablas “Los Caminos Blancos” en tres actos y el último dividido en dos cuadros, considerada una tragedia en prosa pues trata sobre la ironía de una profesión que en el momento crucial no pudo combatir a la muerte. Obra con diálogos ágiles e intensas caracteres de romanticismo.

El 40 fue electo Secretario de la Sociedad Antituberculosa. El 41 se graduó de Médico y Cirujano y contrajo matrimonio con Olga Salgado Noboa. Tendrán seis hijos y una vida plena de felicidad.

El 42 viajó becado al Instituto de Radium de Bogotá donde aprendió a amar su profesión a través de tres años de continuos y sacrificados estudios de Oncología.

El 45 regresó a Quito y la Compañía Martínez Arrieta estrenó en el teatro Sucre su drama en tres actos “En el horizonte se alzó la niebla”, drama psicológico donde estudió cuatro temperamentos, publicado en 1961 por la Casa de la Cultura.

La obra plantea los problemas del psicoanálisis en el desarrollo de cuatro sujetos a través de sus reacciones intelectuales. Al final, el autor hace una exposición explicativa de las secuencias en el futuro de la pieza expuesta y por eso se ha dicho que podía haber contenido un cuarto acto final con el derrumbe de los ídolos, pero como avergonzar a los personajes ante el público que mira es un síntoma de mal gusto y denota artificiosidad, no muestra la escena final de Vilma, muchacha pintora y de temperamento frívolo y sin prejuicios, que hace de personaje principal en la fiesta nocturna que sirve de escenario a la obra.

En 1947 se afilió a Concentración de Fuerzas Populares, partido populista fundado por su pariente político Carlos Guevara Moreno, fue designado radioterapeuta de la Clínica del Seguro Social y publicó dos estudios sobre cancerología.

El 48 y por su amistad con el Dr. Juan Tanca Marengo fundó la Sociedad de Lucha contra el Cáncer en Quito y editó “Biología del Cáncer” como parte de su cátedra de Anatomía Patológica de la U. Central, pero a consecuencia de su militancia política perdió el empleo en el Seguro y quedó con una deuda de varios miles de sucres a causa del elemento radioactivo importado, que nadie se los abonó ni reconoció.

En 1950 publicó “Portovelo”, drama de masas en doce estampas dentro de un campamento minero, que aún no ha sido estrenado a pesar de que en Venezuela quisieron acoplarle coros y ambientes de masas. En su tiempo se le calificó de “intento serio de denunciar las duras condiciones de vida de un campamento aurífero. Tiene diálogos cortados, ágiles y de mucha vivacidad”.

También escribió el drama psicológico en prosa “Clamor de Sombras” que trata sobre los complejos de Edipo y de Electra que sufren dos hermanos y que se resuelven en un sueño final. Esta obra fue premiada por el Núcleo del Guayas de la CCE y se editó en 1961 en Quito. El planteamiento general trata sobre un hogar deshecho. La sospecha juega un papel importante que obliga a dos hermanos a tomar posiciones diferentes. Los diálogos están elaborados con altura literaria sin caer en el amaneramiento ni en el cromatismo.

Ese mismo año ingresó al cuerpo médico del hospital San Juan de Dios y el 52 viajó a realizar estudios de cancerología en el Instituto Curie de París, volviendo el 53 con nuevas técnicas de la biopsia y del Papanicolau para detectar los cánceres al útero. El 54 fue ascendido a Jefe de Sala, ya por entonces le habían castellanizado su apellido sus amigotes, en Chanzas diciéndole “Doctor Sinzapatu” por Descalzi y como en sus horas de descanso, casi siempre al almuerzo, pintaba hermosas acuarelas en la terraza, fue acusado y tuvo que renunciar al poco tiempo, dándose el caso que en nuestro medio no se aceptara su dualidad de artista y científico.

El 54, con varios amigos y en plan de simple humorada, había escrito en el plazo de tres días una obra cómica del género astracán y de tipo costumbrista, en tres actos, titulada “Un quiteño en New York” con el personaje chagra o quishca capitalino, “que aún no se ha estrenado porque su autor respetuosamente ha creído su deber no profanar la escena”, sin embargo de que la obra tiene partes ágiles y parlamentos elevados con mucha gracia, utiliza numerosos equívocos intencionales y un inglés deformado que vuelve a la pieza chispeante y entretenida, con un tono irónico sobresaliente.

El 57 pasó a Jefe de Radioterapia de Solca en Quito y tuvo la oportunidad de experimentar con pacientes cancerosos a los que inyectaba sus propios sueros sanguíneos debidamente irradiados, obteniendo excelentes resultados y hasta notables mejorías, pero en ninguno de los casos pudo curar.

En 1959 editó “Murmullos de Dios” con ocho cuentos, de los cuales “La Vieja Abadía” es el más notable. De esta obra se ha realizado una tercera edición en 1976 en 140 págs. en la Colección “Novelas Latinoamericanas” de Cepla Editores, Bogotá. La primera edición recibió el Premio Tobar de la Municipalidad de Quito.

El 61, sintiéndose afectado por el radium dejó su profesión para siempre, quizá también porque su vocación por las bellas letras era superior a la medicina.

En esa década pintó al óleo y compuso numerosas canciones. Desde pequeño tocaba piano y órgano y ya jovencito fue autor del pasillo Bruna, del vals Nora y de un Himno. El 62 recibió el Premio Universidad Central por su obra “Saloya”, calificada de la novela del trabajo selvático, pues se desarrolla en las estribaciones occidentales de los Andes donde crece el cedro y la naranjilla.

En 1963 la Casa de la Cultura recogió en un volumen titulado “Teatro” sus dramas “Clamor de Sombras” y “En el horizonte se alzó la niebla” y el gobierno nacional le ofreció el ministerio de Bienestar Social y

Trabajo cuando pactó con C.F.P., pero prefirió viajar a Europa, de cónsul General en Amberes, donde sólo estuvo pocos meses pues fue cancelado por la dictadura de la Junta Militar de Gobierno que presidió el Vicealmirante Ramón Castro Jijón.

Nuevamente en el país y decidido a escribir la Historia Crítica del Teatro Ecuatoriano, tarea inmensa que nadie había intentado, retiróse a la paz del campo y empezó a ordenar sus apuntes; pero, al poco tiempo, fue designado Director de la Escuela de Bellas Artes de Quito Ese año recibió el Premio Universidad de Quito y adaptó para el teatro la novela “Huasipungo” de su amigo Jorge Icaza en seis cuadros pero faltando únicamente ocho días para el estreno, la dictadura prohibió su representación.

La obra es una transcripción del original de Icaza a base de movimiento y diálogos y sus caracteres son de tragedia, de conformidad con el relato, conservando la expresión deformada del habla española del indio, más los modismos del cholo de la serranía ecuatoriana y a pesar que fue un esfuerzo de gran significación nacional aún permanece inédita.

Huasipungo iba a ser representada por los alumnos de los Colegio Normales de la capital de suerte que se convirtió en un espectáculo de masas. Quizá esa fue la razón de su prohibición aunque también debió pesar en el criterio castrense el que Descalzi era considerado un elemento intelectual peligroso por sus supuestos contactos iizquierdizantes. Finalmente su drama apareció impreso en 1981 en 90 págs. bajo el título de “El Huasipungo de Andrés Chiliquinga”.

En 1965 fue designado Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la U. Central. El 66 publicó “Una quimera en París”, paso de comedia en un acto y en prosa que trata de reivindicar el arte pictórico manchado de istmos con el pretexto de dar expansión a una falsa y supuesta libertad individual y artística. Casi es un monólogo, el movimiento y la expresión del personaje femenino le dan vitalidad y fuerza dramática. El diálogo final tiene caracteres de denuncia y se vuelve ágil por el contenido temático presentado.

En 1968 sorprendió al país con la aparición de su libro mayor en dos ediciones al mismo tiempo, una en rústica y otra en papel Biblia, ésta segunda en dos tomos, titulada “Historia Crítica del Teatro

Ecuatoriano” que mereció el Premio Tobar, única en su género y clásica en las letras nacionales, fundamental para el conocimiento del teatro en el Ecuador, testimonio de su amor entrañable por la comedia y el drama nacional, al punto que se convirtió en el hombre símbolo de la actividad teatral en el país. Por eso, con toda justicia, el Diccionario de la Literatura Ecuatoriana de los hermanos Franklyn y Leonardo Barriga López ha mencionado que la Historia Crítica de Descalzi es tan definitiva para la persistencia total del arte de la representación en nuestra Patria, que desde el momento de su publicación se dice “Antes y después de Descalzi” por su minuciosa investigación, sus bien medidas palabras, la suficiente documentación de sus conocimientos, lo bien encaminado de sus juicios y la rara honestidad de su crítica. La obra no ha sido igualada. También comenzó a escribir su columna “Escorzos” en “El Comercio” y fue electo Miembro Titular de al CCE por el arte escénico.

El 72 inició sus investigaciones en el Archivo de las Actas Capitulares de Quito y entró de Jefe de Relaciones Públicas del Banco Central, editando el 74 “¿Qué es el Banco Central?” ensayo serio de difusión y conocimiento.

El 76 fue editorialista del diario “Ultimas Noticias”. El 78 Director de la Biblioteca Nacional y publicó el primer tomo de “La Real Audiencia de Quito, claustro de los Andes” en Barcelona en 444 págs. como una detallada crónica de la ciudad. El segundo tomo apareció el 82 en 412 págs. y el tercero el 87 en 468 págs y continuó escribiendo a base de sus apuntes obtenidos en el archivo del Cabildo y en el Nacional de Historia, pues aspiraba a culminar una obra muy ambiciosa en diez y seis volúmenes, que lamentablemente no pudo terminar pues murió en el empeño, cierto es que había comenzado bastante tarde como historiador de Quito pero su Historia Crítica del teatro ecuatoriano le sitúa entre los grandes escritores ecuatorianos de todos los tiempos y el mejor de todos en materia de teatro.

Tenía por entonces mil slides aproximadamente listos para una “Historia del Arte en el Ecuador”; sin embargo, las labores propias del periodismo consumían la mayor parte de su tiempo. El 85 había ingresado a la Academia Nacional de Historia, especialidad del conocimiento que copó la atención de sus últimos años.

Vivía en su villa y con su esposa gozando de una relativa buena salud, hasta que en noviembre de 1990 enfermó gravemente de las coronarias y al ser internado en una clínica, falleció el jueves 29 y fue enterrado al día siguiente.

Sencillo, comprensible, afable, discreto y de estatura elevada, tez trigueña, cabello, barba en perilla y bigotes blancos. Su erudición saltaba a la vista en una conversación reposada y matizada de vivas y continuas anécdotas. Fácil para reír, lo hacía siempre con espontaneidad. Su columna en “El Comercio” merece ser salvada del olvido.

Fue el Cronista de Quito en sus últimos años de vida y pude tratarle mucho y bien, al punto que hasta me invitaba a compartir su mesa. En un almuerzo en que nos servimos, entre otros platillos, una sabrosísima sopa de quinua, de la que Ricardo era muy devoto por su alto contenido proteínico, comenzó a granizar y tuve que prolongar mi visita hasta las tres y media de la tarde. A la salida, el sol había vuelto a lucir y comprobamos asombrados la cantidad y tamaño del granizo caído pues la calle estaba totalmente cubierta y comenzaba a hacer el frío.

Siempre gozó de fama entre las damas por guapo varón. Hombre asombroso, casi renacentista por su versatilidad, que fue tan basta que le hubiera podido deparar un alto sitial en cualquier sociedad civilizada; mas, en su Patria no le fueron enteramente reconocidos sus múltiples merecimientos de dramaturgo, cronista y sobre todo por ser el mayor crítico del teatro ecuatoriano.