DE LA CUADRA Y VARGAS JOSE

ESCRITOR.- Nació en Guayaquil el 3 de Septiembre de 1903 y fue bautizado como José Vicente. Hijo legítimo y único de Vicente de la Cuadra y Bayas, guayaquileño, empleado público, que falleció a causa de una fulminante neumonía, uno de los últimos vástagos de la noble y numerosa familia vasca de la Cuadra, avecindados durante la colonia en el valle de San Francisco de Baba donde tuvieron heredades, gozaron cargos de Cabildo y realizaron matrimonios ventajosos. Con la independencia en 1 820 perdieron relieve y para el Incendio Grande en

Octubre de 1896, los pocos que aún quedaban se sumieron en el anonimato y la pobreza por la pérdida de sus bienes; y de Ana Victoria Vargas y Jiménez – Arias, nacida en Piura en 1869 durante el exilio de su padre el Coronel liberal y masón José María Vargas Plaza en la segunda tiranía de García Moreno (1)

Don Vicente murió joven y dejando a su hijo en la orfandad, por eso pasó con su madre a vivir en la casa de su abuelo materno que estaba viudo y los protegió. “Buena parte, la mejor acaso de mi infancia dorada, se la comió el tiempo, mientras habitaba yo en un ruinoso caserón de esos que virtualmente ha desplazado ya la construcción moderna”. Niño curioso y soñador “pasaba las horas del bochorno atisbando a través de las grandes chazas constantemente abiertas, el paso del aguatero de esos tiempos y aspirando el olor del cacao de Guayaquil que se secaba al sol en las aceras. Ese olor que permanecía flotando, suspendido en nubes invisibles y circulando por los grandes cuartos solemnes, amplios como naves de iglesia, que opacaban la luz al robarle fulgencias de sus tablas sin pintar”.

Como era la costumbre de esas épocas atendió la primaria con preceptoras y en 1915 su abuelo lo puso a estudiar contabilidad en la escuela del acreditado profesor Marco A. Reinoso, mientras seguía la secundaria en el Colegio Vicente Rocafuerte.

En 1918 editó la revista mensual “Melpómene”, publicación científica y literaria trabajada con Jorge Japhel Matamoros, que sólo apareció tres veces. El 19 salieron sus primeras crónicas y algunos poemas como Decepción, Sangre de Incas y A la pálida, en la revista “Juventud estudiosa”, publicación mensual de arte, ciencia, literatura y actualidades que tuvo aliento modernista y dirigía a medias con Teodoro Alvarado Olea, trabajando en la administración Tomás Mateus, se imprimía en los talleres de la Sociedad Filantrópica del Guayas. Allí apareció su nota necrológica por la muerte de Medardo Ángel Silva y varios artículos cortos como Los Predestinados y La Mujer.

En 1921 se graduó de Bachiller y comenzó la carrera de Jurisprudencia. Burlón y amigo de gastar bromas, a su madrina Leonor Vera de Vera obsequió su retrato falsamente fechado en Hong Kong. Debió ser por esta época que ingresó a la Logia masónica Libertad, con los años, ocuparía la secretaría de la Gran Logia del Ecuador.

En 1923 publicó en la revista “La Ilustración” dos relatos titulados “La Calavera” y “Vencido el obstáculo” con temática romántica y anodina, fue nombrado bibliotecario del Vicente Rocafuerte y publicó su cuento El Desertor en la revista “Germinal” que dirigía con su compañero Colón Serrano. Su cuento Nieta de Libertadores, de ambientación rural y escrito el 23, aparecería al año siguiente en el diario “El Telégrafo”, donde dirigió la página femenina semanal titulada “Para la mujer y el hogar” bajo el pseudónimo de Ruy de Lucanor.

En este período comenzó a beber al término de sus jornadas, acostumbraba bajar del diario con varios compañeros de trabajo, se instalaban en el vecino salón “El Buho” y cantaba canciones del litoral con Humberto Mata Martínez y otros intelectuales.

En 1924 integró con El extraño Paladín un volumen de cuentos titulado “Oro de Sol” que dedicó a Carlos Alberto Flores, su jefe en el periódico. Entonces salieron en la serie Lecturas Breves de la Editorial Mundo Moderno sus cuentos Perlita Lila en 58 págs. y Olga Catalina – como la sobrina del último Zar de Rusia – en 14 págs, “Loto en Flor,” considerados narraciones de orden sentimental con residuos de estilo modernista dentro de una prosa preciosista y una insulsez detestable pues esa era la temática de los escritores de su generación, lectores en gran parte de los escritores románticos del siglo anterior, autores de novelas como “María” y “Cumandá” luego vendría la ruptura hacia un realismo social con los cuentos de Horacio Quiroga y sobre todo Macedonio Fernández, Mariano Azuela, etc. entre los más conocidos.

(1) El Coronel Vargas Plaza fue apresado en Guayaquil tras la fallida revolución del General José de Veintemilla en marzo de 1869 contra la recién proclamada segunda dictadura de García Moreno pero salvó la vida y logró salir al exilio en Piura, donde ingresó a la masonería y contrajo matrimonio con una sola hija. Tras la muerte del tirano regresó a Guayaquil a finales de 1875, realizó vida activa y mantuvo múltiples trabajos, vivió del ejercicio del comercio y enviudó. En 1891 fue Vocal suplente de la Sociedad Liberal que presentó la candidatura presidencial de José María Sáenz, en 1896 perdió su casa durante el Incendio Grande del 5 y 6 de Octubre. Posteriormente la rehizo de un piso alto, ocupando la planta baja con su hija y su nieto a quienes protegió siempre y viviendo de la escasa renta de la planta alta. En Marzo de 1909 el Supremo Consejo Masónico del Perú comisionó al presidente EloyAlfaro para que le confiera el Grado 33 por sus múltiples merecimientos y entre 1910 y el 11 presidió el Supremo Consejo del Grado 33 del rito escocés antiguo y aceptado para la República del Ecuador. La saga familiar le servirá a su nieto José de la Cuadra, para componer los primeros tres capítulos de su novela “Los monos enloquecidos,” borradas las frontera que separa en el realismo, a la leyenda y exageraciones, de la historia.

Al producirse la revolución juliana el 25, que significó un cambio brusco

y necesario hacia la solución de los problemas sociales en el Ecuador, sus ideas se fueron tornando socialistas, fundó la Universidad Popular con cursos gratuitos para las clases pobres, pero no tuvo éxito. El 26 presidió el Centro Universitario filial de Guayaquil y con motivo del Congreso de los Centros, viajó a Cuenca, fue electo Presidente de la Federación Sur de Estudiantes Universitarios del Ecuador, conoció a la joven de sociedad Inés Núñez del Arco Andrade y quiso fundar la Universidad Popular del Ecuador, pero también fracasó en el intento.

En 1927 se graduó de Licenciado, sustentó su tesis sobre “El Matrimonio en el Derecho Civil” e incorporado al gremio puso estudio a medias con el Dr. Pedro Pablo Pin Moreno en la Avenida 9 de Octubre 228, altos de la Botica la Fe, frente a la Plaza Rocafuerte. Después se cambiaron a Pichincha e Illingworth esquina donde se les unió el recién graduado lojano Angel Felicísimo Rojas. Nunca fueron prósperos abogados como se ha dicho ni gozó de fama en la profesión, pues su interés primordial siempre estuvo en el campo de las bellas letras.

Ese año colaboró en la revista “Savia” de Luís Gerardo Gallegos y José María Aspiazu con algunos cuentos tales como Maruja, rosa, fruta y canción, también sacó parte de una página galante dedicada a Victoria María Roggiero Benites y un ensayo evocativo de una visita realizada a Cuenca, y en la revista “Voluntad” apareció otra colaboración suya.

El 24 de Marzo de 1928 contrajo matrimonio con su novia Inés y como había fallecido su abuelo fue apadrinado por el Dr. Leopoldo Izquieta Pérez, amigo de familia. La boda fue solemne, el novio lució de frac y se brindó una recepción a los invitados. Entonces fue designado Profesor agregado de Moral y de Gramática en el Vicente Rocafuerte y arrendó un departamento en Junín 421 y Chimborazo.

El matrimonio tuvo sus altas y bajas. Los dos primeros hijos: Jaime y Guillermo murieron entre 1930 y el 31 de causas naturales. El mayor fue prematuro, el segundo enfermó de fiebres altas y convulsiones. La tercera, Ana Tula, en recuerdo a su abuela Gertrudis, no tuvo problemas. La cuarta fue bautizada como Olga

Catalina (2) pero se arrepintió porque la heroína tenía mala suerte en el cuento y por eso quiso cambiarle de nombre por Olga Violeta, pero ya era muy tarde pues había sido bautizada en Cuenca, donde estaba su esposa pasando vacaciones. Al poco tiempo enfermó de neumonía. Cuando llegó el Dr. Juan Tanca Marengo estaba gravísima y sin embargo dijo “El primero murió pero ésta no se me va”, se instaló en la cabecera de la enferma y la salvó. Luego nació Juan.

En 1929 envió a los Juegos Florales del Belén del Huérfano, bajo el seudónimo de “Ortuño Zamudio”, su cuento Sueño de una noche de Navidad, que obtuvo el Segundo Premio y fue publicado al año siguiente. De la Cuadra protestó airadamente en una revista contra el Juez del concurso Víctor Manuel Rendón Pérez quien prefirió a un discípulo suyo “autor de una rimas malas”.

1930 fue crucial en su carrera literaria pues coincidió que José Gabriel Pino Roca y Modesto Chávez Franco editaron con motivo del Centenario de la fundación de la República sus “Leyendas y Tradiciones” y das “Crónicas del Guayaquil Antiguo” respectivamente, que influyeron notablemente en de la Cuadra, quien desde entonces tomó conciencia de sus raíces hispanas y comenzó a planificar su novela “Los Monos enloquecidos”, iniciada en 1931 con fuertes reminiscencias ancestrales por ser ficción que emula la biografía novelada, género tan admirado por de la Cuadra.

También recibió iguales influencias Alfredo Pareja Diez – Canseco, quien elaboró el plan de “Don Balón de Baba”; obra también bellísima, pero olvidada injustamente de la crítica literaria a pesar que su autor trató de crear un Don Quijote criollo aunque solo logró un esperpento, caricatura psicológica de J. Federico Intriago, eterno candidato a la presidencia de la República del Ecuador.

Ese año publicó “El amor que dormía” en 84 págs, colección de seis relatos románticos breves, “dignos de salvarse del naufragio total del olvido”, escritos desde hacía siete años. Uno de ellos, titulado Madrecita falsa, obtuvo Medalla de Oro en el Concurso Literario de la Municipalidad de Guayaquil.

También fue importante 1930 porque desde entonces la literatura ecuatoriana sufrió un cambio pues partiendo del naturalismo pasó al realismo social de denuncia, sobre todo en la costa, con la publicación de una colección de cuentos titulada “Los que se van”, obra de tres jóvenes escritores guayaquileños – Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert – que llamó la atención por los nuevos modos empleados: sexo y violencia, para relatar temas nacionales. De la Cuadra era el mayor en edad, técnica y experiencia de todos, y ya visitaba la buhardilla de Gallegos Lara y a menudo acostumbraba reunirse con ellos para orientarles en literatura.

Mas, el mérito de haber tratado los temas montubios en la nueva forma tremendista por primera ocasión le corresponde a los tres jovenes mencionados y sobre todo al ideólogo del grupo: Gallegos Lara, quien había madurado políticamente, alejado del liberalismo tradicional y decadente en el que todavía se encontraban de la Cuadra y Pareja Diez Canseco, para discurrir a través de un discurso netamente marxista. Lamentablemente esta nueva narrativa fue rechazada de plano por las clases cultas y debió transcurrir catorce años para que pudiera ser aceptada por todos, esto sucedió al triunfar la revolución populista del 28 de Mayo de 1944 en Guayaquil, que incorporó nuevas figuras en el panorama político nacional y cultural a través de la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana un año después, donde estas figuras jugaron un papel protagónico en el panorama del pensamiento nacional.

En 1931 se sumó al nuevo realismo social con un volumen titulado “Repisas” en 134 págs. conteniendo narraciones breves dividas en cuatro secciones: 1) Del Iluso dominio, 2) Para un suave, acaso triste, sonreír, 3) Con perfume viejo, y 4) Las pequeñas tragedias.

(2) Doña Inés había viajado a Cuenca a visitar a su madre Gertrudis Andrade Chiriboga, cariñosamente llamada Tula, pero con el trajín del viaje en tren se le adelantó el parto y la niña nació quince días antes de lo previsto. “Cuando mi papá mandó un telegrama diciendo que no me pongan Olga Catalina sino Olga Violeta, yo ya estaba inscrita.” El pensó que el nombre no era conveniente porque la heroína en el cuento atravesó grandes apuros.

En la glosa del título que sirve de introducción a “Repisas” manifiesta que desde niño quiso “colmar las repisas del armario vacío, fue sueño mío de muchas noches y obsesión de muchos días”, armario que – por otra parte – estuvo siempre en su hogar debidamente cerrado y que al abrir un día, encontró que no estaba lleno como lo había imaginado en sus fantasías.

Hernán Rodríguez Castelo ha manifestado que de la Cuadra se muestra en “Repisas” con una prosa más asentada y más madura, que prometía mucho para el futuro. “Repisas” es una selección de veintiún relatos dentro de la línea y crudeza del nuevo estilo, destacando el cuento “Chumbote” por su tremendismo, donde su autor se presenta como un perfecto narrador de pequeñas tragedias, que domina su arte de contar historias menores en las que actúan seres cándidos, buenos y malos al mismo tiempo y por ello antihéroes, todo esto dicho en un tono subjetivo, casi confidencial, que le fue siempre tan peculiar y que al mismo tiempo era tan conforme con su manera de ser. Joaquín Gallegos Lara, en cambio, no gustó de “Repisas” excepto de sus dos últimos cuentos y en carta a Nela Martínez Espinosa dice de Pepe de la Cuadra lo siguiente: Le tengo una gran amistad y mucha gratitud porque es todo un hombre generoso.

En todo caso, con “Repisas” arriba plenamente al mundo montubio donde los límites entre mito y realidad son superados por una lógica que trasladada al texto descompone el hilo de la acción y abandona la narración lineal. Por ello se ha dicho que de la Cuadra pulveriza a un Guayaquil higienizado para sumergirse en el humus de lo popular, tanto en lo citadino como en lo campesino.

¿Cómo fue ese arribo? Lo cuenta Pedro Jorge Vera de la siguiente manera: Una noche de 1924 llegó Pepe a Daule donde estaba residiendo temporalmente por la salud de mi madre y a las cinco de la mañana me sacó de la cama para que lo acompañara a recorrer la pequeña población. Lo vi acercarse a pescadores, a campesinos, a gente del común, a preguntarles cosas cuya importancia yo – niño de diez años – no podía entender. Era una de sus formas de penetración en el mundo montubio, que ya lo apasionaba

Ese año también le publicaron cuatro cuentos en la revista literaria “Novelas y Cuentos” que se editaba en Madrid y redactó una novela que quedaría trunca a su muerte: “Los monos enloquecidos” con referencias a las creencias y leyendas que aún trasmitía oralmente la colectividad montubia y que se anuncia con fórmulas, suposiciones y vigentes recuerdos.

En 1932 ocupó el Vicerrectorado del Vicente Rocafuerte y sacó “Horno” en 211 págs. con nuevos cuentos, obras maestras en su género, destacando Banda de Pueblo, cuento largo, de limpio y bello estilo sustantivo, que sin estridencias cala hondo en el vivir del pueblo a través de un conjunto de músicos trashumantes y La Tigra convertido en un clásico ecuatoriano por ser la visión de un mundo mítico montubio fuera de todo espacio y tiempo, precursor de otras novelas en este mismo género.

Hay que aclarar que el cuento La Tigra solo apareció en la segunda edición de “Horno” publicada en 1940 lo que hace suponer que fue escrito después de 1932. El Director Camilo Luzuriaga realizó en 1989 un film sobre dicho cuento y alcanzó enorme éxito por la belleza y plasticidad de sus imágenes, porque se desliza sobre un suave y misterioso color dorado y por la excelente actuación de las actrices que protagonizan a las tres hermanas Rugel.

En 1933 colaboró con varias biografías más bien literarias en la revista “Semana Gráfica” que editaba El Telégrafo y a través de la revista “Hontanar” de Loja discutió con el gran crítico peruano Luís Alberto Sánchez, quien había opinado sobre la literatura del grupo Guayaquil. Ese año aparecieron en la “Revista Americana” de Buenos Aires varios de sus ensayos sobre “Iniciación de la novelística ecuatoriana”, “Advenimiento literario del montubio” y “¿Feismo y Realismo?” mientras en la revista “Claridad” de dicha capital salió un artículo suyo sobre la poesía de Gonzalo Escudero Moscoso. Ya era un personaje en el mundo de las letras naciones, de manera que durante un viaje a Quito fue agasajado por amigos e intelectuales.

En 1934 Rodolfo Baquerizo Moreno lo llevó de secretario a la Gobernación del Guayas. Entonces dio a la imprenta sus biografías coleccionadas en un volumen bajo el título de “Doce Siluetas” en octavo y 151 págs. con semblanzas de escritores y artistas, que constituyen ensayos críticos (Augusto Arias, Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, Alfredo Pareja Diez- Canseco, Abel Romeo Castillo, Jorge Carrera Andrade, Víctor M. Mideros, Gustavo Bueno, Carmita Palacios, Gemania Paz y Miño y Wenceslao Pareja) apreciándose su generoso y exigente afán de estimular.

En esos momentos sorprendió a la critica nacional con su obra maestra “Los Sangurimas” novela corta y montubia en 173 págs. aparecida en la editorial Cenit en Madrid. Esa fue su obra preferida por ser la de mayor madurez intelectual y el punto más alto de su lírica de manera, calificado de “el más trascendental y hermoso de todos los libros que se hayan escrito sobre el tema del montubio, saga familiar, tragedia griega en ambiente montubio y el punto más alto del realismo social ecuatoriano entre los años 30 y 40, obra de testimonio y mito, donde a través de la leyenda se compaginan la fantasía, el ensueño y la imaginación. La segunda edición data de 1939.

“Los Sangurimas” es una “singular aleación de elementos imaginados con material derivado de referencias fabulosas transmitidas oralmente, referencias que de la Cuadra tuvo que seleccionar, estructurar y forjar artísticamente antes de incorporarlas al cuerpo narrativo de su creación y ponerlas a servir una función estética.

En 1935 fue designado Profesor de la Universidad de Guayaquil y comenzó a enseñar Economía Política, después daría clases de Derecho Administrativo, Derecho Político y Ciencia de Hacienda. Ese año comenzó a escribir la novela “Palo e balsa o vida y milagros de Máximo Gómez, ladrón de ganado”, que parece que también dejó inconclusa. Los tres primeros capítulos fueron publicados ese año en la revista América, grupo al que había entrado en Quito, el cuarto apareció más tarde en el Boletín de la Biblioteca Nacional.

El 36 ingresó como socio al aristocrático Club de la Unión y en Octubre de ese año participó en el montaje de una Exposición realizada por la Asociación Ecuatoriana de Bellas Artes, Ciencias y Letras Alere Flamma en un local situado en el boulevard frente al Palacio de la Zona Militar, a la que concurrió inesperadamente el dictador Federico Páez sin ser invitado. Los miembros izquierdistas de Alere Flamma protestaron y se fueron a formar la “Sociedad de Artistas y Escritores Independientes” núcleo del Guayas, del que surgiría el 45 la Casa de la Cultura Ecuatoriana en Guayaquil, quedando de la Cuadra y otros miembros con ideología de centro derecha en Alere Flamma, cuyo director fundador el escultor Enrico Pacciani tenía fama de fascista por un busto del Duce Mussolini que había regalado a la Sociedad de Beneficencia italiana Garibaldi. Entonces se murmuró, pero no se pudo comprobar, que el odiado dictador Páez había visitado la Exposición por un comentario inocente escuchado a de la Cuadra, aunque otros dijeron que no, porque estando la Exposición frente al Palacio de la Zona Militar en el boulevard 9 de Octubre, bien pudo el dictador interesarse en ella sin necesidad de escuchar ningún comentario, pues la tenía prácticamente a la vista.

En 1937 publicó en la editorial Imán de Buenos Aires un trabajo de presentación, más que un ensayo, titulado “El montubio ecuatoriano”, en solo 92 págs. y sin embargo constituye el trabajo más completo que se ha realizado sobre el tema del montubio ecuatoriano. Nuevamente ocupó la Secretaria de la Gobernación del Guayas, en esta ocasión con el Coronel Jorge Quintana, que a los pocos meses fue designado Ministro de Gobierno del dictador Alberto Enríquez Gallo y viajó a Quito llevándole de Secretario. Después pasaría Quintana con un cargo consular a Francia y cuando en Enero del 38 el dictador Enríquez ascendió a Luís Bossano Paredes a Ministro de Relaciones Exteriores, de la Cuadra ocupó la Secretaría General de la Administración con rango de Ministro, cargo que el dictador creó especialmente para él pues le había llegado a estimar mucho, igualmente le nombró miembro de la Comisión revisora de legislación creada un mes antes.

El escritor Jorge Reyes ha indicado que de la Cuadra asistía al desarrollo político del país con una cierta despreocupación muy suya y Alejandro Camón Aguirre escribió en la revista Diners que hacía el día noche y la noche día, pues se levantaba casi siempre a las doce de mañana y para colmos chuchaque, que trabajaba de tarde y la mayor parte de las noches las dedicaba a la bohemia de tragos o lo que es lo mismo, a farrear; sin embargo, fue tanto el aprecio en que le tuvo Enríquez Gallo, que pocas semanas antes de entregar el poder, en Julio de 1938, lo mandó a viajar por Sudamérica como Visitador de Consulados en Perú, Bolivia, Chile y Argentina y Cónsul General del Ecuador en Buenos Aires pues consideraba que su condición de ilustre escritor merecía el privilegio de conocer mundos y tratar personalidades.

Poco antes de ausentarse editó “Guasintón” en 163 págs. colección de catorce cuentos, dos crónicas y seis reseñas que apareció bajo el nombre de uno de ellos, con prólogo de Isaac Barrera. Es la historia de un lagarto montubio y revela un agudo sentido de penetración y análisis hacia un ser no humano.

Para poder viajar al sur tuvo que vender la antigua casa del abuelo, solo así cubrió el costo de movilización de los suyos y partió dejando a su madre encargada donde sus suegros. A causa de la bebida ya trabajaba poquísimo y casi no producía, a veces se ponía bravo por eso.

En Buenos Aires realizó una intensa vida social e intelectual frecuentando los círculos literarios. Se hizo conocer, colaboró en varias revistas y hasta obtuvo una ventajosa propuesta de trabajo, pero su esposa no quiso que acepte y regresaron en 1940 a Guayaquil, alquilando un departamento en el primer piso alto de una casa de madera ubicada en Rocafuerte y Padre Aguirre. Ella comenzó a trabajar haciendo sombreros de paño, técnica que había aprendido durante un curso en Buenos Aires.

José de la Cuadra fue siempre un excelente padre, amaba a sus hijos y jugaba con ellos. Con su esposa se llevó bien aunque era galante y enamorador con las damas, exitoso y hasta solicitado por ellas, dejó una hija fuera de matrimonio de la misma edad que su hija mayor. Doña Inés nunca le fue celosa. El era exigente en su casa y gustaba que lo atendiera y mimara. “Hablaba suavecito -calmado en apariencia- y en público soltaba las más grandes barbaridades de comentario y agresión”. Rotundo con las gentes, no tenía términos medios. En cuanto a comidas, gustaba de los platillos criollos y los sábados bebía con amigos en el salón Gutiérrez o en reuniones literarias. Desde 1936, pocos meses antes de su viaje a Quito, estaba alcoholizado. El Dr. Armando Pareja Coronel le había advertido el daño que le producían tales excesos pero él no le hacía caso. Por eso a su mujer le había dicho: “Si alguna vez me enfermo no me lleves a la Clínica Guayaquil, no vaya a ser que me rete Armando”.

Investigaba documentos y hasta hacía genealogías pues tenia el sano orgullo de los hombres de honor. Gozaba con la naturaleza y amaba los viajes por los grandes ríos del Litoral. Su comadre Margarita -mujer de un Mayoral de hacienda- le hacia las veces de agente judicial y conseguidora de clientes. Por eso se movilizaba río arriba a Daule y sus comarcas y aún más allá, hasta Colimes, Santa Lucia, Los Tintos y Balzar y libreta en mano anotaba casos y personajes montubios que luego recogía desde su hamaca colocada en el marco de una puerta – de las llamadas roncadoras – y dictaba sus cuentos, escogiendo morosamente cada palabra hasta encontrar la precisa. Su esposa era la encargada de tomar nota en un libro grande con páginas en papel periódico, que él pasaba en limpio y corregía al día siguiente utilizando una pequeña máquina de escribir portátil, de letras cursivas, y así salían sus cuentos.

Poco tiempo después fue designado Juez Primero del Crimen y reinició su vida anterior con trabajos, producciones y bohemia. Una noche extravió los manuscritos de su novela “Los Monos enloquecidos” mientras la leía a un grupo de intelectuales amigos y por más que trató de encontrarla después, no le fue posible. Por ese tiempo también se dedicó a recopilar documentos para escribir la biografía de Eloy Alfaro, empeño que compartió con Pareja Diez – Canseco.

Por esos días llegó a sus manos la monumental obra genealógica de Pedro Robles y Chambers sobre las familias coloniales de Guayaquil editada a finales del 38. Allí figuran los de la Cuadra con capítulo aparte y escudo nobiliario. El impacto que ocasionó en el escritor fue inmediato, mandó a confeccionar un anillo de oro con el escudo, que usaría desde entonces en el dedo pequeño de la mano derecha. Igualmente un Escudo a colores dibujado en cartulina, que lució en la sala de su departamento.

Para el carnaval del 41 no salió de casa, el domingo, lunes y martes permaneció jugando con sus hijos con bombas y baldes de agua. El miércoles de ceniza se despertó mareado por que había bebido mucho alcohol puro comprado en botellitas vacías de coca cola en una tienda de los bajos y como eran las seis de la mañana volvió a acostarse. Sentía un desasosiego, el médico que fue llamado diagnosticó que eran los nervios y le receló un sedante, aunque posiblemente tenía subida la presión arterial. Todo el día pasó intranquilo y a eso de las ocho de la noche se levantó de la silla donde estaba reposando y tomándose la cabeza gritó “Qué dolor de cabeza. Madre mía, no me lleves por mis hijos”.

Cuando su esposa lo fue a auxiliar ya estaba caído sobre la silla sin poder pronunciar palabra y con la mitad del cuerpo paralizado por una masiva hemorragia cerebral. Conducido en ambulancia a la Clínica Alcívar fue asilado de inmediato y atendido de urgencia por su estado de gravedad. A eso de la una de la madrugada lo visitó el Dr. Adolfo Astudillo, Vicario de la Diócesis y amigo de su casa, que le gritó: “Doctor de la Cuadra ¿Se arrepiente de sus pecados?” y como no obtuvo respuesta agregó “Haga un gesto si me oye” y al moribundo le corrieron dos lágrimas por las mejillas ante el asombro de los presentes. Tres horas después, siendo las cuatro de la madrugada, falleció sin recobrar el conocimiento, de solo treinta y seis años de edad. El calendario marcaba el día jueves 27 de Febrero. El viernes en la tarde fue enterrado de smoking y con gran acompañamiento. En su oración en el camposanto Enrique Gil Gilbert dijo “Eramos cinco como un puño” refiriéndose al grupo de Guayaquil, frase que no era nueva porque había sido acuñada por los cinco escritores fundadores del diario “El Guante” muchos años atrás, cuando cada uno había adoptado como pseudónimo el nombre de un hueso de los dedos. No dejó bienes materiales ni ahorros a no ser unas posesiones en el campo amparadas con títulos (una en Daular y otra en Los Tintos)

A la mañana siguiente al entierro la viuda solo tenía cuarenta centavos como todo capital. I su madre, después de la venta de la casa familiar había quedado sin ninguna protección económica. Toda una tragedia, pero la posesión en Los Tintos se logró vender y con ese dinero se trasladaron a casa de una tía en Cuenca, quien les prestó una bodega para que guardaran sus cosas, pero había tenido goteras y se malograron, perdiendo entre otras pertenencias un álbum grande, de tapas color azul, con recortes de prensa. El Club de la Unión de Guayaquil emitió un acuerdo de condolencia que le fue entregado a la viuda, pues José de la Cuadra desde hacía quince años antes, era socio activo.

Durante una exposición de pintura realizada en 1942 Joaquín Gallegos Lara llamó aparte a la viuda y le refirió que él tenía el manuscrito de “Los Monos enloquecidos” y le pidió autorización para concluir el texto que había quedado a medias. Ella se la negó y en 1948 fue a visitar a la madre de Gallegos y retiró los pliegos, que se publicaron tal cual habían quedado.

En esta novela inconclusa de la Cuadra “se adelantó al exponer e interpretar – no con poca ironía – las manías de los grupos hegemónicos guayaquileños que niegan y desdeñan su cualidad mestiza y/o mulata, apuntando así a una fundamental escisión y crisis de identidad. “Crisis que años después también fue puesta en evidencia en

Quito por Jorge Icaza en su novela El Chulla Romero y Flores cuando dice “El chulla es ese personaje que trata de ser alguien despreciando lo que es y por eso da con lo grotesco y da con la tragedia”.

En 1957 su esposa Inesita se trasladó a Quito y luego de ocho meses de constantes idas y venidas a la Casa de la Cultura obtuvo que se editen las obras completas de su esposo prologadas por Alfredo Pareja Diez Canseco, con notas de Jorge Enrique Adoum, en 980 págs. e Indice, sin embargo se negó a dar datos y anécdotas de vida para preservar la buena memoria de su esposo. El 2002 la Municipalidad de Guayaquil realizó una reedición de las Obras Completas de José de la Cuadra (1958) en edición de lujo y suprimió las Notas de Jorge Enrique Adoum, lo que a criterio de Miguel Donoso Pareja constituye un atentado cultural

En 1971 el escritor chileno Fernando Alegría, ante el triunfo del realismo mágico con “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez, recomendó a los devotos de los Buendía que den una mirada a los Sangurima.

En 1976 Humberto E. Robles, profesor de la Northwest University de Evanston, Illinois, editó en la misma CCE “Testimonio y tendencia mítica en la obra de José de la Cuadra” en 264 págs. hasta ahora considerado el mejor y más completo estudio crítico realizado sobre su obra.

En 1989 Camilo Luzuriaga realizó un estupendo film sobreel cuento “La Tigra” abordando el mito de la mujer indómita, matriarca que reina sobre sus dos hermanas menores hasta que la policía invade su fundo. Lo mejor del film es la fotografía hermosísima. El film, de ochenta minutos de duración, triunfó en el XXX Festival fílmico de Cartagena y en el II Encuentro de Cineastas andinos.

De la Cuadra no fue un novelista en el extenso sentido de la palabra pues sus creaciones de largo aliento como “Los Sangurimas” y “Palo e Balsa” le delatan como un cuentista avezado de una literatura oral, anecdótica y ancestral, rica en cuadros, episodios y hasta montajes como bien lo ha manifestado su crítico Robles, donde lo importante es narrar un acontecimiento curioso o una hazaña insólita y casi siempre mítica de la realidad montubia, que confronta una forma de vida violenta, dramática e impresionante.

“Su obra pasó de un interés en la leyenda y el mito provenientes de fuentes librescas a un interés en lo fabuloso y mito poético constatado en la realidad inmediata, no solo como práctica narrativa sino también para denunciar una intolerable situación social.

De estatura mediana, tez trigueña, pelo y bigotes negros y suaves, ojos café y juguetones que le bailaban de pura inteligencia y simpatía.

Nunca amargado, siempre noble, leal y cordial diletante. Bondadoso, humano y hasta infantil en el trato con los suyos. Disciplinado para componer su obra, exigente consigo mismo, creyendo siempre que el hacer literario era la más importante faena de su vida y por eso mismo útil al país. Su recuerdo, agigantado con el paso de los años se mantiene vivo en las nuevas generaciones.

Los hijos del escritor pasaron a residir en casa de una tía materna en Cuenca. Su viuda casó años más tarde con N. González Yépes, natural de esa ciudad, con quien fue muy feliz, pero no hubo descendencia.

Juntos administraron durante varios años la residencial Malo ubicada en Guayaquil, en la calle Vélez al llegar a Boyacá, propiedad de su amiga y paisana la dentista Florencia Bravo Malo. Inesita siempre fue solidaria con su suegra a quien mantenía consigo viviendo en la residencial y eran tan pobres que algunas noches solo tenían dinero para adquirir un cigarro, del que fumaban los tres.

Tuve la suerte de entrevistarla varias veces y me contó muchas anécdotas, algunas impublicables, relacionadas con las infidelidades que tuvo que soportar, pero lo hacía sencillamente, sin ningún rencor, pues siempre fue una mujer de mucho temple, gran admiradora de su primer marido y de una bondad admirable.

Durante los últimos años de su vida libró una constante lucha contra la pobreza, casi miseria diría yo, pues alquilaba un departamento esquinero en el primer piso de una casa de cemento ubicada en Víctor Manuel Rendón y Escobedo, donde subarrendaba cuartos. Había solamente un servicio higiénico para todos, cocinaba dentro del dormitorio en un pequeño reverbero pero no se quejaba ni solicitaba ayuda a sus familiares, porque tenía el carácter estoico.

El dinero que le pagó la Casa de la

Cultura por los derechos de autor de las obras completas de su esposo lo entregó a un cuñado para que éste realice cierto negocio, con el resultado de que se perdió en pocas semanas a causa de la negligencia del pariente.

Pienso que fue rica en recuerdos y que su mayor bien siempre constituyó la memoria de su ilustre primer esposo. En cuanto a los hijos de la Cuadra , las dos mayores le mencionan como persona de carácter fuerte, que gustaba del tango y la música nacional, vestía de blanco y caminaba despacio.

Que cada día que regresaba a su casa tras la jornada matinal, se ponía pijama, almorzaba y se hacía acompañar de su gato, animalito a quien quería y acariciaba mucho. I cuando ocurrió su deceso, el animalito se situó debajo del féretro, dejó de comer y murió a poco. Su esposa tomaba apuntes y el escritor los pasaba en limpio por las noches, en una maquinita de escribir portátil y de letras manuscritas.Cuando se balaceaba en la hamaca pensaba las palabras. Estaba su cuaderno ahí, en espera de encontrar el justo término, el bautismal, el lapidario, y por eso obtuvo expresiones como aquella del final de “Washington.” Dejó proyectados unos cuentos de las Islas Galápagos y finalizar su novela “Los monos enloquecidos”.