CZARNINSKY ALFREDO

COMERCIANTE- Nació el 31 de agosto de 1917 en la población de Prostken, ubicada en la Prusia oriental alemana y fueron sus padres legítimos Jacob Czarninsky (1885 – 1942) comerciante en Prostken y Johanna Sidemann, (1890 – 1972) de religión judía.

“Al declararse la primera Guerra Mundial en 1914 mi padre fue obligado a presentarse en el ejército alemán en cuarenta y ocho horas y tuvo que abandonar a su joven esposa y a su hijo mayor entonces muy niño. Mi madre y hermano debieron salir
inmediatamente a Breslau porque los rusos entraban quemándolo todo (1) El 15 volvió mi padre a Prostken y no encontró ninguna casa, el pueblito había sido totalmente bombardeado por los rusos. Los parientes de Berlín le dijeron que regrese con su mujer e hijo a vivir en dicha capital pero él se puso necio y contestó: Aquí me quedo. Rehizo su casa, puso la tienda y le fue muy bien, entretanto nací yo y luego mi hermana.

Cursó la primaria en Prostken y la secundaria en un Liceo de Berlín, viviendo con afectuosos parientes pero desde 1933 empezó a ser menospreciado por sus compañeros de clase, algunos de los cuales dejaron hasta de saludarle sin motivo aparente. Un día el Director le mandó a llamar y mirándole con cierta pena le dijo “Es mejor que se retire Ud. del Colegio” y comprendiendo la tragedia de vivir en el nazismo dejó de concurrir a clases y se dedicó a la profesión de vendedor en una tienda de artículos varios.

“Papá tenía un buen comercio, de todo vendía en Prostken, pero comprendió que no existía futuro para los judíos y con parte de sus ahorros ayudó a un amigo judío polaco a viajar a Costa Rica, quien tramitó mi documentación y me la hizo llegar en pocas semanas. Viajé en un buque carguero de nacionalidad inglesa. En San José de Costa Rica me informaron que tenía que salir del país en ocho días a menos que pagara una suma equivalente a veinte dólares, en cuyo caso me podían prorrogar la estadía casi indefinidamente. Yo era muy orgulloso en ese tiempo y decidí no vivir en un país donde tenía que comprar mi estadía. El consulado del Ecuador me extendió la visa y arribé al puerto de la Libertad, donde tomé un autoferro y llegué a Guayaquil a las dos de la mañana. Me llevaron al hotel Ritz en el boulevard pero estaba lleno, otros dos hoteles igual, así es que terminé en una modesta residencial del malecón y Sucre”.

(1) En 1917 no existía Polonia y la frontera alemana oeste daba con Rusia, enemiga de las potencias centrales formadas por Alemania y Austria-Hungría.

Me dormí enseguida porque estaba agotado por el largo viaje y a la mañana siguiente me di cuenta que era una residencial de prostitutas, tomé la maleta y me fui a caminar aunque no conocía a nadie y solo tenía veinte años. En la avenida 9 de Octubre entre García Avilés y Boyacá vivía en una planta baja un matrimonio alemán que arrendaba cuartos a huéspedes. Allí me refugié por algún tiempo.” Gobernaba en calidad de dictador el General Alberto Enríquez Gallo y yo tenía 19 años de edad.

“Tres días después fui presentado al barón Weber, un elegante aristócrata europeo casado con María Luisa Calero Briones, hija de don Evangelista, propietario de la fábrica de calzado más importante y moderna del país. Invitado a Riobamba, admiré la fábrica que me agradó y acepté el trabajo pero vi que el clima demasiado frío y la población muy pobre y pequeña no iban conmigo, así es que me regresé, solo estuve un mes en Riobamba.”

Con el pequeño capital ahorrado adquirí cintas y cordones y me puse a venderlos, un señor me permitiría después colocar una vitrina en el zaguán de su casa.

“Vecino al departamento donde alquilaba un cuarto había un saloncito pintado de rosado, con mesas y sillas de madera igualmente pintadas de ese color, donde se vendían cakes, tortas y helados hechos a mano, batiendo la crema y el jugo de frutas en un balde metálico rodeado de un cubo de madera con hielo y sal. Su propietario era un alemán llamado Paul Haus, quien me sacó dinero por asociarse conmigo, pero al día siguiente se fue y no le he vuelto a ver más. Desesperado y sin saber qué hacer me dirigí donde la esposa de un Dr. Cohen amigo mío. Ella me oyó y dijo: No te preocupes Alfredo, yo te mando un librito con recetas. Enseguida me envió un cuaderno con recetas de una fábrica de productos alimenticios cuya marca no recuerdo, pero eso sirvió para que tomara confianza pues con el cuaderno, la ayuda de la Sra. de Cohen y un pastelero nacional que contraté de improviso, me puse a probar cakes y helados hasta que con el paso de los días comenzaron a salirme bien.

“El negocio se transformó en un éxito y poco a poco empecé a vender bastante. Era dueño de casa uno de los gerentes de La Previsora quien se asoció conmigo, pero un día me dijo que quería que yo viajara a Panamá a traer ropa interior de mujer y medias nylon que por la guerra eran carísimas. Yo me negué y rompí la sociedad. Tuve que solicitar prestado el dinero para pagar su aporte y comenzó a cobrar sus arriendos desde entonces”.

Hablaba inglés y alemán. El primer idioma lo había aprendido en el bachillerato y el segundo era su lengua nativa. No hablaba judío ni hebreo, tampoco español. Cuando arribó al Ecuador casi no podía trabajar por desconocer enteramente el español pero sin profesores logró aprenderlo en menos de un año, leyendo periódicos con la ayuda de un pequeño diccionario. Eso lo hacía después de cerrar el Salón a las doce de la noche y sabiendo que tenía que levantarse a las cinco de la mañana para ir al Mercado Central.

En 1938 se nacionalizó ecuatoriano desencantado por los criminales sucesos que estaban acaeciendo en Alemania y con sus primeras ganancias envió las Visas ecuatorianas y el dinero de los pasajes a sus padres y hermanos, pero el Cónsul los hizo concurrir varias veces a su despacho para ver si les sacaba algo, negándoles en cada ocasión que tuviera los documentos, hasta que finalmente hubo que darle.

“Mis padres arribaron con mis hermanos y tomaron un departamento cercano al boulevard”. Entonces decidió aumentar la pastelería – ventas de cakes y helados – con la venta de comidas preparadas y servidas, lo que se dice un restaurant.

“Contraté un cocinero nacional y lo llevé a la casa de mi madre a que aprendiera sus sabrosas recetas, sobre todo el pescado a la vinagreta de sabor agridulce que fue un sonado éxito en Guayaquil. Otro platillo famoso fue el de los huevos hervidos a la rusa, cuyas claras se cortaban en dos para sacar la yema, que mezclada con salsa de tomate servía de relleno y se presentaban sobre una hoja de lechuga. El Rosado se especializó en almuerzos, cenas y banquetes, servía los desayunos desde las ocho de la mañana: café con leche, tostadas y mantequilla. A veces la gente solicitaba un huevo, un jugo o algo más, queso casi siempre. En las cenas tenía que competir con salones más grandes pero a todos les fue ganando, al Fortich y al Roxy, donde también se bailaba. El Rosado era más privado y su cocina diferente por el toque internacional. Mis padres vivieron en Guayaquil sus últimos años y están enterrados en el Cementerio de Extranjeros, al lado del General”.

En el Salón Rosado se celebraron banquetes hasta para treinta personas. Como anécdota su nieta Yael cuenta que la noche que su abuelo inauguró el restaurant faltó el cocinero y su abuelo Alfredo optó por preparar lo único que sabía hacer: arroz con pollo. En cierta ocasión se brindó un banquete a treinta invitados que pidieron diferentes platos. Uno de ellos sacó las cuentas y fue a felicitar al propietario por la exactitud de las cifras. El señor había sido contador. “Siempre fui bueno en matemáticas pero mi especialidad es ejercitar el control del personal y el servicio”.

Como siempre fue un hombre sencillo y afectuoso pronto tuvo numerosos amigos. El Primer Oficial Jacob Rijsaijk von Wigerden, de la Real Compañía Holandesa de Vapores, que hacía frecuentes viajes de Buenaventura a San Cristóbal y Guayaquil, cada vez que venía al puerto le iba a visitar al Salón, que su dueño no cerraba para quedarse conversando hasta las dos de la madrugada con él, sobre los peligros de una guerra que se cernía cada vez más sobre Europa. El holandés temía por su Patria, Alfredo por la persecución contra los judíos.

También hizo buenas amistades entre los artistas e intelectuales, sobre todo con los llamados Independientes, entre los que recuerda con especial cariño a Enrique Gil y Alba Calderón, a su hermano Antonio Gil y a la Dra. Manuelita Yuen Chong a quien consideraba una mujer excepcional. A los Drs. Eduardo Alcívar Elizalde y Abel Gilbert Pontón que le trataron con devoción y destreza.

“El Salón Rosado era un sitio tranquilo y social. Una tarde entraron cinco chicas guapas, elegantes y perfumadas y pidieron helados y cakes. Al poco rato cayeron cinco chicos de sociedad y solicitaron colas y ginger ale. De improviso sacaron una botella de wisky y se pusieron a beber. Me di cuenta y les mandé a decir con el mesero que no se podía beber licor en el interior de mi salón, pero se rieron, no hicieron caso y siguieron brindando entre ellos. Entonces mandé a ver a un policía quien se los llevó detenidos. Fui a donde los familiares y les expliqué mis razones, me entendieron tan bien que cuando salieron al día siguiente, los mandaron a disculparse conmigo”.

El 13 de mayo de 1942, siendo aproximadamente las nueve de la noche, estaba listo para ir al cine, cuando sintió un mareo y sin saber qué era porque en Europa no existen los temblores, se asomó a la ventana y vio que todo el público del salón Rosado salía corriendo hacia la media calle y “bajando apresuradamente las escaleras hicimos lo mismo. El terremoto fue largo y violentísimo pero felizmente no se cayó el edificio. Cuando subimos al departamento que ocupábamos en el primer piso, encontramos nuestros objetos de vidrio rotos en el suelo. Fue una gran decepción, pero dimos gracias a Dios por estar con vida”.

Desde ese año viajó semanalmente en ferrocarril a Salinas a vender cakes y tortas en la Base Naval norteamericana y hasta realizó un contrato grande, de exclusividad, que duró varios años y
le dio excelentes ganancias. También comenzó a cotizar semanalmente en el partido Comunista sumándose a la lucha contra el Nazi-Fascismo (2)

Su horario de trabajo era muy apretado. Se levantaba a las 5 y 30 de la mañana, iba al Mercado Central a las 6 con dos o tres cargadores, regresaba a pie hasta que pudo adquirir un vehículo. A las 8 abría el salón con desayunos. Desde las 12 estaban listos los almuerzos y desde las 7 las cenas. A todas horas había atención de colas, jugos, helados y cakes. Cerraba a las 12 de la noche. De esta época es una anécdota reveladora pues empezó a sufrir de dolores en una de sus piernas. Un médico amigo, el Dr. Julian Hirtch, le examinó con mucha detención y no encontrando el origen de la dolencia ojeó un libro de medicina y terminó por confesar que no sabía de qué se trataba. Intrigado y más adolorido visitó días después al Dr. Alcívar, quien ya había fundado su Clínica en el barrio Villamil, que tras nuevos exámenes le dijo !Váyase a su casa, lávese bien la pierna y acuéstese a dormir pues está muy cansado! El remedio resultó de inmediato, había tenido un agotamiento general por sobredosis de actividad que le provocaba ese dolor reflejo.

El Salón Rosado se había convertido en el centro de reunión de numerosas personas entre ellos el Coronel Aurelio Carrera Calvo, Primer Jefe del Cuerpo de Bomberos, quien tenía la costumbre de fugar de su oficina dos o tres veces al día para tomarse un tinto. Eran sus momentos de conversación con sus numerosos amigos porque gozaba de popularidad en la ciudad, pero al sonar la sirena avisando incendio salía corriendo al cumplimiento del deber y por supuesto se iba sin pagar la cuenta, así es que los mozos estaban advertidos que cuando se requiere concurrir al llamado del deber, no hay café que espere. Alfredo estaba de acuerdo con ello y perdía el valor del tinto con cada incendio.

En el Salón se realizaban recepciones de postín. Viendo su álbum de fotografías antiguas encuentro una cena ofrecida por el directorio y el personal docente de la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso a Augusto Alvarado Olea con motivo de su nombramiento de Presidente de dicha institución. El Menú es como sigue: Cocktail. Huevos a la rusa. Consomé de aves. Corvina con salsa vinagreta.

Pollo a la española. Postre. Café. Vinos blanco y tinto. Le pregunté por qué tanta comida y me contestó que así era antes, que la gente acostumbraba servirse cinco platos aunque en pequeñas porciones. Una entrada, una sopa, un plato intermedio, un plato fuerte y el postre.

Veo otra fotografía con una muy elegante esquela y leo: Almuerzo a nuestro buen amigo Ing. Jorge Alzamora Vela, para gozar una vez más de su grata compañía antes de ausentarse de esta ciudad, a la cual ha servido con mucho interés y cariño. f) Ing. Alejandro E. Rendón Henri y Mercedes Campos de Rendón.- Guayaquil, 29 de Abril de 1943. La foto muestra al sonreído agasajado con sus gentiles oferentes y una docena de amigos de ambos sexos.

Para la revolución del 28 de mayo de 1944 el baleo se generalizó pero fue más intenso en las cercanías del cuartel de los carabineros donde hoy se levanta el edificio de la Comisión de Tránsito. “Cerré el Salón a eso de las once de la noche y subí al departamento pero me acosté intranquilo. A la mañana siguiente, lunes 29, asomado a la ventana vi a un joven con el fusil al hombro que caminaba solo por la mitad del boulevard. Era un ex empleado del Salón al que había despedido días atrás por una leve indisciplina. El chico me vio y se rio de buena gana, me aplaudió y saludó. Se sentía todo un héroe y estaba aprendiendo en la dura escuela de la vida. Yo aplaudí también, se alejó hacia la Zona Militar con paso marcial pues hacía guardia y custodiaba el orden. Jamás he podido olvidar la escena. Después el chico creció y ha sido un hombre de bien. Ni él ni yo hemos olvidado que la disciplina es todo en la vida”.

El 10 de enero de 1947 contrajo matrimonio con Ruth Baier, venida a Guayaquil con sus padres y dos hermanos, matrimonio feliz que duro “hasta la muerte”.

En 1947 volvió a sentir un fuerte dolor en la pierna derecha y como pensó que se trataría de otro cansancio trató de guardar reposo pero el dolor no se fue y tuvo que concurrir a la Clínica Guayaquil, donde el Dr. Abel Gilbert le operó de apendicitis con excelentes resultados.

Ya gozaba de una regular fortuna
amasada con sudor, esfuerzo, constancia y sacrificio y sin desperdiciar el centavo, pero no era un hombre codicioso ni mucho menos. El ahorro era su política sin ignorar las necesidades ajenas. Al célebre profesor de inglés Sr. Winter, judío alemán pobre y cultísimo ayudó en sus últimos tiempos porque era viudo y no tenía parentela. A Herman Mayer Blum le dio amplio crédito en comestibles para que instalara su pensión en Playas. También cultivaba amistades valiosas como la del Dr. Joaquín Litz propietario del Colegio Internacional en los años cuarenta, la de Charles Wasserman defensor de los judíos en el Ecuador. Trataba a Simón Nurnberg con almacén en la esquina de Aguirre y Pichincha y a su cuñado el Dr. Carol Geiger, notable abogado rumano que terminó de ejecutivo en la Intendencia de Compañías, así como a Johnny Felman quizá su más cercano amigo. Capítulo aparte fueron sus relaciones siempre cordiales con la Curia y los Obispos Heredia, Mosquera y Echeverría a quienes solía ayudar en sus obras pastorales; pues, desde su arribo a Guayaquil, se presentó como un joven judío de veinte años de edad, sin esconder jamás su religión ni mantener disputas con nadie.

A principio de los años cincuenta importó chocolates Suchard y Motta y caramelos “Perugina” de Italia. Por entonces compró una casita en la ciudadela Victoria de Playas donde solía pasar buenos ratos en unión de los suyos, ya habían nacido sus tres hijos llamados Johnny, Danny y Vivian, que le dieron diez nietos.

“Años después instalé un Salón frente al Rosado con todos los adelantos y lujos pero no resultó y terminé vendiéndolo a Jacobo Ratinof, que también lo entregó. Con nombre cambiado funcionó largo tiempo, fue de Martín Costa Colominas y por eso se llamó “El Costa”.

(2) El Movimiento antinazi fue fundado en el Ecuador por el ciudadano francés Raymond Meriguet y designó delegados en todo el país, tomándoles de las filas comunistas en su mayor parte. Eran los tiempos en que los aliados: Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia luchaban contra Alemania, Italia y Japón, que formaban las fuerzas denominadas del Eje.

En 1958 viajó a los Estados Unidos para asistir a un seminario sobre la nueva modalidad de comercio a través del sistema de autoservicio o lo que hoy se llama los Supermercados, que estaba dando grandes utilidades en ciudades como New York. De regreso adquirió un edificio situado al frente del Salón Rosado, vendió los mostradores y adquirió perchas y cajas registradoras, iniciando el primero de los Almacenes de Auto servicio con horno y panadería

incluidos, que funcionó en el Ecuador “y me he esmerado en la vida por prestar siempre un servicio más eficiente y mejor, aumentando la clientela, considerándoles mis amigos.

I cuando salió la ley que disponía que toda empresa con más de catorce empleados debía tener un comisariato, ideó la venta con tarjetas para facilitar a las empresas la concesión de este servicio obligatorio. “De allí en adelante ha crecido el número de locales de Mi Comisariato cubriendo amplios sectores de Guayaquil, Duran, La Libertad”. También importó toda clase de licores y productos alimenticios y desde los años sesenta produjo las conservas Superba.

En los años ochenta el estado de Israel le confirió la categoría de Cónsul General en Guayaquil, realizando una gran labor de acercamiento social y cultural.

En los noventa comenzó a decaer físicamente tras una aparatosa caída mientras hacía gimnasia en el interior de su domicilio. Repuesto solamente a medias, sufría de lagunas mentales, especialmente con los nombres de las personas, pues esa fue la zona de su cerebro que quedó más expuesta.

Le visité varias veces en su domicilio en Marzo del noventa y tres para tomarle apuntes sobre su vida, que me han servido para este esbozo rápido de una biografía. Aún estaba lúcido en sus recuerdos. Después desmejoró notablemente y necesitó ayuda para caminar, pero insistía en visitar los locales de los Supermercados y hasta daba indicaciones cuando lo estimaba oportuno. En varias ocasiones le encontré y charlamos, finalmente ya no salió. Su esposa Ruth y su hijo Jhonny, que le sucedió en el Consulado General de Israel, le auxiliaban en todo haciéndole compañía, hasta su fallecimiento en agosto del 2003, cuando iba a cumplir ochenta y siete años de edad.

La empresa Mi Comisariato había crecido hasta convertirse en una de las primeras del país por el volumen de sus transacciones anuales y en modelo dentro de su especialidad. La Oficina central en el boulevard es un hervidero de gente que entra y sale pero solamente en la parte contable y gerencial. ¿Cómo será la parte laboral ubicada sobre la calle Vélez donde se contrata al personal? Me figuro un negocio pujante, competitivo, moderno y exacto, producto del trabajo y la visión de un ejecutivo excepcional que llegó pobre y desvalido y honestamente había triunfado en el país.

Filántropo sin ostentación, en 1992 donó el dinero necesario para la reinauguración del edificio del Museo Municipal, incluyendo la adquisición de la pintura, la iluminación, la aireación y adecuación de las obras y la fiesta.

Cuando le visité en su departamento del boulevard me confesó “He trabajado mucho y he conocido gran cantidad de gente que es mi amiga. Actualmente no pasa un día sin que se me acerque alguien aparentemente desconocido y me cuente que hemos sido amigos en alguna época. El otro día se me acercó un gringo y me dijo: Oiga, yo le construí el primer horno de pan que Ud. tuvo en el Ecuador y era verdad, solo que yo lo había olvidado.

Ese es mi mejor legado a mis hijos, dejarles muchos amigos y conocidos a través de más de cincuenta años de vida”.

Fue un hombre de memoria prodigiosa pues sabía el nombre de todos sus colaboradores, hablaba con ellos, era muy humano.