CUERO Y CAIZEDO JOSE

OBISPO DE QUITO.- Nació en Cali y fue bautizado el 12 de Septiembre de 1735. Fueron sus padres legítimos Fernando de Cuero y Pérez de la Riva natural de Zelaya, Valle de Carríedo, en las montañas de Burgos, España; y Bernabela de Cayzedo y Jiménez, caleña. Fue el segundo de seis hermanos.

Muy joven pasó a estudiar al Seminario que los jesuitas tenían en Popayán y el 27 de Diciembre de 1756 obtuvo el grado de Bachiller siendo rector el Padre Tomás Larraín. El 2 de Julio de 1758 – último año del rectorado del padre Larraín – ascendió a Maestro.

Para optar el grado de Maestro los postulantes picaban tres veces en cada cántaro de Lógica, Física y Metafísica y de las nueve cuestiones que les salían escogían dos para responder a ellas.

Durante el rectorado del Padre José Escobedo el 5 de Mayo de 1762 logró el Doctorado. Mientras tanto habla sido ordenado en Popayán. Era considerado uno de los más cultos sacerdotes del virreinato, pasó a Quito y prontamente fue ascendido a Canónigo Penitenciario de esa Catedral. Tenía solamente veinte y siete años.

En 1764 regresó a Popayán y alcanzó sucesivamente las dignidades de Canónigo Tesorero, y Maestrescuela. En 1767 fue Deán y dedicaba gran parte de su tiempo a leer diversas cátedras.

En 1789 vivía nuevamente en Quito como Canónigo Penitenciario y al reunirse en una sola las Universidades de San Gregorio Magno y Santo Tomás de Aquino, salió electo Rector el Dr. Nicolás Carrión, que por su condición de seglar tuvo que presentar la renuncia ante la oposición de varios eclesiásticos que creían que debía ser uno de ellos el nombrado. Entonces se designó interinamente a Cuero y Cayzedo como segundo Rector pues la Iglesia dominaba completamente la vida universitaria. En 1791 fue reemplazado por el Arcediano de la Catedral de Quito, Pedro Gómez Medina.

En 1793 fue invitado por Espejo a integrar la célebre Sociedad Escuela de la Concordia fundada para propagar las nuevas ideas de la Ilustración en la presidencia de Quito. El 26 de Marzo de 1794 obtuvo Real Ejecutoria de Hidalguía de la Cancillería de Granada. En 1799 fue preconizado por el Papa Pio VII para ocupar el obispado de Cuenca en reemplazo del Dr. José Camón y Marfil, trasladado a Trujillo en el norte del Perú. Se consagró en Popayán y posesionó en Quito a través de su apoderado el Dr. Tomás Landívar y Centeno. Su permanencia en Cuenca duró hasta 1802 que fue cambiado a la sede episcopal de Quito.

En 1803 organizó las Juntas de Vacuna y mostró empeño para que continuaran los Cursos de medicina en el Seminario y en la Universidad, abandonados desde 1767 por la expulsión de los jesuitas. También leyó la cátedra de Prima de Sagrados Cánones.

Para la revolución del 10 de Agosto de 1809 fue designado Vicepresidente de la Junta Soberana de Gobierno. Se hallaba descansando en su quinta de Pomasqui, le repugnaba aceptar el cargo y no quiso aceptarlo sin consultar al Cabildo eclesiástico, formado en su mayoría por Canónigos
viejos y realistas como Rodríguez de Soto, Batallas, Sotomayor Unda, que le aconsejaron realizar un Juramento In Pectore – secreto – cuyo original quedó debidamente guardado para constancia, donde se acordaba obediencia al Rey y al mismo tiempo le concedían autorización para conformar la Junta. Por esta felonía la historia ha Juzgado como traidores a los Canónigos y al mismo Obispo, que se prestó para tamaña doblez.

Cuero y Cayzedo tenía setenta y cuatro años pero gozaba de buena salud y no debió actuar como felón. Posesionado finalmente en sus funciones comenzó a complotar en secreto. Mientras tanto asistía con el Cabildo eclesiástico y las comunidades al pronunciamiento en la Sala Capitular de San Agustín y al Juramento Solemne en la Catedral, despertando el fervor patriótico del pueblo y demostrando fehacientemente que la revolución y la Junta eran justas.

Mas la situación política se volvió inestable para la revolución y el Presidente de la Audiencia, Manuel Urríes, Conde Ruiz de Castilla, fue invitado a reasumir sus antiguas funciones. El 4 de Diciembre firmó una Capitulación o Acuerdo de no perseguir a los implicados ni tomar retaliaciones para salvaguardar la paz y el orden de la región. Al principio los Próceres no fueron molestados pero el Fiscal Tomás de Aréchaga pronto violó los acuerdos y lanzó acusaciones. El Obispo envió un Informe a Bogotá con su familiar el Dr. Manuel José Cayzedo, a quien ordenó exponer la verdad de los hechos.

En Abril de 1810 Aréchaga terminó su Vista Fiscal y le acusó de ser reo de traición; pues, a su criterio, su presencia en los actos públicos de la fenecida Junta constituía un valiosísimo apoyo moral a la revolución. Aréchaga pretendía ignorar el fuero y privilegio del Obispo a ser juzgado únicamente por el Rey. El 6 de Marzo Cuero volvió a defenderse en un segundo Informe al Virrey condenando el movimiento del 10 de Agosto anterior “por criminal” pero clamando para que se restaure la tranquilidad en la población, agobiada con la prisión de los principales implicados así como por las amenazas, persecuciones, confiscaciones, etc. que la mantenían en vilo. En otro párrafo se quejó amargamente de la persecución de Aréchaga a la Iglesia de Jesucristo (sic.)

(1) Efectivamente, se publicó en la Gaceta del 16 de Octubre de 1819.

Mientras tanto los próceres seguían

detenidos en el Cuartel Real de Lima y a la 1 y 45 de la tarde del 2 de Agosto el pueblo de Quito trató de liberarles, circunstancia aprovechada por los soldados pardos del Regimiento Real de Lima para victimarlos cobardemente. El Obispo se hallaba en su Palacio y empezó a escuchar los disparos que poco después se fueron generalizando en todos los sectores de la ciudad, convertida en campo de guerrillas. Las autoridades, asustadas por el giro de los acontecimientos, enviaron a buscarle con el Oidor Supernumerario Ignacio Tenorio, para que saliera con otros miembros del clero a tranquilizar a la gente que andaba por las calles clamando venganza.

El Obispo tomó el crucifijo de una mesa y fue a la Casa de la Audiencia (actual Palacio presidencial) acompañado de su Vicario Provisor y de dos clérigos, encontrando al Presidente y demás autoridades llenas de pavor. Estas le suplicaron ayuda y volvió a salir, pero al llegar a la calle de la Compañía, un soldado, desde una de las ventanas del cuartel, les gritó: “Ya estamos bien porque los presos todos, menos el Dr. Castelo, ya murieron”. Oír eso el Obispo y sus acompañantes y prorrumpir en sollozos fue todo uno y desde ese momento, posiblemente ante la gravedad del crimen, debieron convertirse a la causa de la independencia. I siguieron recorriendo las calles acompañados desde Santo Domingo por los religiosos de esa Orden y encontraron en todas partes gente indignada que quería sacrificarse y morir por la Patria.

El Obispo trataba de calmarlos y cuando a golpe de seis de la tarde regresaba del centro, al pasar por el frente de la casa del Coronel Juan Salinas, descubrió con horror que se había levantado una horca a sugerencia de Pedro Calisto y Muñoz, para colgar los cadáveres de los presos asesinados en el Cuartel, como signo de infamia. La horca fue quitada poco después por intersección del Obispo, no sin antes hacer desfilar por bajo de ella a la viuda de Salinas, quien iba detenida y llevaba en sus brazos a una de sus hijitas, niña de pecho.

Por el resto de la noche siguió la violencia y los soldados del batallón de pardos del Real de Lima se dedicaron a la ingrata y criminal tarea de saquear tiendas y casas, robando todo cuanto encontraban en metálico.

Al amanecer del 3 de Agosto se conoció que en las inmediaciones se estaba formando una multitud de aproximadamente quinientos jinetes, que armados de lanzas y espadas invadirían Quito. Las autoridades se agitaron y volvieron a solicitar la intervención del Obispo, quien hizo convocar a Cabildo abierto la tarde del 4 para discutir la solución.

A dicha reunión se hizo representar por su Vicario Provisor, quien hizo salir de la reunión al Fiscal Aréchaga por ser uno de los elementos ingratos para el heroico pueblo de Quito, se consiguió que todo quedara perdonado, desde la revolución hasta la matanza y el saqueo, que las tropas y su odiado Jefe Manuel de Arredondo y Mioño abandonaran esa capital, lo que sucedió recién el 18 de dicho mes, fecha en que volvieron a Guayaquil llevándose tres cientos mil pesos oro en las alforjas, producto de sus atracos, robos y correrías. También se consiguió la formación de un batallón de milicianos, y la de una nueva Junta Superior de Gobierno con la participación del Obispo, que en la práctica vino a ser una mera prolongación de la anterior, pues fue formada por las mismas personas, excepto, claro está, los próceres que habían sido asesinados el 2 de Agosto.

El día 26 las autoridades quisieron conformar una Junta Especial para romper el Acuerdo pero el Obispo se opuso. Así las cosas, se supo el arribo del Comisionado del Consejo de Regencia de España, Coronel Carlos Montúfar y Larrea, quien entró en Quito y formó la II Junta Soberana, que presidió el Conde Ruiz de Castilla sin mando alguno. Quizá por eso actuó solamente hasta el 11 de Octubre de 1811, sustituyéndole el Obispo, quien también actuó sin dejarse sentir, “porque los cargos públicos no eran mayormente de su agrado y la política repugnaba a las altas miras espirituales de su ministerio”(sic.)

En la sesión del 11 de Diciembre de 1810 Cuero y Cayzedo solicitó a los asistentes que se resuelva si reconocerían al Consejo de la Regencia o debía entenderse que en lo sucesivo la Junta reasumía el ejercicio de la soberanía, pronunciándose por la independencia la mayor parte de los miembros, recomendando al mismo tiempo la federación con las provincias granadinas, pero esta II Junta pronto se dividió en dos bandos aparentemente irreconciliables, los
unos apoyaban a los Montúfar y los otros al Marqués de Villa Orellana, José Sánchez de Orellana y Camón.

El 8 de Noviembre de 1812, tras una cruenta campaña militar de varios meses y la derrota patriota en Mocha, los realistas entraron en Quito y pusieron en la presidencia de la Audiencia al General Toribio Montes. Numerosos quiteños habían huido hacia el norte, previendo nuevas matanzas. El Obispo se ocultó en la hacienda “El Empedradillo”, en las selvas de Malbucho, a las márgenes del río Chota, cerca de las estribaciones de la cordillera occidental, tras renunciar la Presidencia que fue asumida por Guillermo Valdivieso.

Montes le mandó salir para que se presente a responder cargos. La comunicación fue entregada al Coronel José Sámano, que se valió del Dr. Salvador Flor, Juez Eclesiástico de Ibarra, para que se la hiciera llegar al Presbítero Antonio de Erazo y Rosero, quien ubicó al prelado.

El Obispo no quiso salir y Montes le inició juicio y se dirigió al Cabildo eclesiástico para que toque a sede vacante, acusando a Cuero y Cayzedo de haber abandonado su Diócesis, presidir la Junta Revolucionaria y abrogarse el Vice Patronato Real.

El Deán de la catedral fue designado para Provisor Vicario, pero en Junio de 1813 consintió el Obispo en regresar y aunque al principio no le perturbaron, finalmente Montes decidió confiscar sus bienes y enviarlo detenido a España (1)

Primero lo llevaron al Perú. En Lima debía seguir viaje con Antonio Mariño y demás próceres, mas, un viaje tan largo y por caminos intrincados, con el sobresalto propio de quien ignora su suerte y sin tener recursos para subsistencia y curación, le fue fatal. El Arzobispo de Lima, Bartolomé María de las Heras, le llevó a habitar en su Palacio, prodigándole todo género de cuidados, donde murió de neumonía el 10 de Diciembre de 1815 de ochenta años de edad y fue sepultado en esa Catedral. La noticia recién se conoció en Quito el 22 de Enero de 1816, por oficio que dirigió Montes a los Canónigos.

(1) En 1813 Juan José Guerrero y Matheu, Alcalde Ordinario de Cabildo, formó el inventario de los bienes del Obispo Cuero y Cayzedo. Entre sus bienes estaba la librería de 334 volúmenes. El Cabildo Eclesiástico publicó el anatema contra los que mantuvieren ocultos dinero y alhajas. La Priora del Convento de monjas del Carmen entregó la Mitra cubierta de piedras preciosas, pectorales, cadenas, anillos, todo de gran valor, como se estilaba antaño en los prelados. Cuero y Cayzedo quedó en la más absoluta miseria hasta su muerte en Lima dos años después.

Al momento de su fallecimiento estaba pobre de solemnidad, sin siquiera tener los medios necesarios para sus curaciones.