CORRAL Y BANDERAS NICANOR

RELIGIOSO.- Nació en Cuenca el 17 de julio de 1837 en el hogar de Juan de Dios del Corral y Zavala, comerciante y vecino de la parroquia quiteña de San Blas, casado en Quito en 1823 con María Mercedes Banderas Guerrero con quien pasó al año siguiente a Cuenca donde formaron uno de los hogares más cultos y religiosos, crisol de formación cinco prestigiosos hijos, de los cuales tres fueron sacerdotes: los doctores Nicanor, Pío Vicente y Adolfo Corral y Banderas y dos abogados.

Desde muy niño dio muestras de piedad y hasta de heroísmo pues de escasos trece años reunía a sus amiguitos de los barrios de San Cristóbal y San Blas y les enseñaba la doctrina cristiana llenándoles de fervor y con ellos fundó “La Sociedad de la Agonía” para asistir moribundos y dar sepultura a los muertos pobres, esto lo hacía en unión de su hermano Nicanor. “Causaba admiración ver como los niños y jóvenes capitaneados por Nicanor Corral pasaban por las calles llevando en sus hombros los cadáveres que ellos mismos habían amortajado”. El Obispo Miguel León diría después: “jamás he visto a joven alguno que haya pisado las vanas preocupaciones del mundo como supo hacerlo en temprana edad Nicanor Corral”.

Siguiendo los pasos de su hermano mayor ingresó al Seminario donde por sus dotes naturales llegó a ser escogido por el Obispo Remigio Estévez de Toral quien le dijo: “Yo quiero que tu hagas reinar la piedad en mi Seminario” y lo designó Regente y Prefecto de Piedad, cumpliendo tan a la perfección sus obligaciones que muchos años después aún lo recordaban sus antiguos alumnos. En Julio de 1862 celebró su primera misa en San Juan, pequeña población a orillas del río Gualaceo.

En 1865 fue llamado a Riobamba por el Obispo Ignacio Ordóñez para ocupar el curato de la Parroquia de Cicalpa y de allí pasó en 1868 a Licto, en 1871 a Punín y en 1874 a Cajabamba. En todos esos pueblos restauró las iglesias, organizó las escuelas parroquiales, visitó los anejos y con ternura y unción se dedicó al servicio de sus feligreses indígenas.

En 1871 y durante la gran sublevación de Fernando Daquilema en Cacha, subió a un caballo y avanzó hacia el anejo de San Francisco que era el centro de la insurrección, allí tomó la palabra pero un indígena le dio un garrotazo en la cabeza y la abrió, enseguida se acercaron muchos indígenas levantados y le dieron soberana paliza, abandonándole. En dicha ocasión los indios mataron horriblemente a todos excepto a Corral, a quien sólo golpearon hasta dejarlo inconsciente, perdonándole la vida por ser “excelente persona.” Los indígenas quemaron catorce casas en Punín, entre ellas la cárcel y Corral fue asistido por una indígena en su choza y allí recibió las primeras curaciones. Es fama que fue el único blanco que sobrevivió en esos contornos, desde entonces creció su fama de hombre recto y bondadoso, justo y caritativo, sobre todo con los pobres, a quienes siempre ayudó con cariñosa unción.

En 1874 asistió al Concilio Provincial Quitense y fue presentado al Presidente García Moreno que en Diciembre lo premió con una silla del Coro catedralicio de Guayaquil, designándole Prebendado Menor.

Ya en el Puerto Principal empezó a tener actitudes poco ortodoxas pues siendo Canónigo, no se avergonzaba de subir a una mula y salir a la sabana a reunir numerosos niños de los llamados “cholitos sabaneros” y debajo de un árbol cualquiera los adoctrinaba con palabras propias para esa edad y como era un orador nato y sabía darse mañas para distraer a cada auditorio, llegaba a conmoverlos. Los niños se retiraban profundamente impresionados y aguardando con ansias la siguiente reunión que nunca se hacía esperar. Así le nació la idea de fundar una Capilla al lado del actual Manicomio y una Iglesia en el despampado que hoy es el barrio de la Victoria, donde tantas horas invertía en hablar de Dios.

A principios de 1879 monseñor Carlos Alberto Marriott le nombró Cura Párroco Interino de la Catedral y tomó posesión el 13 de febrero, pero en el primer sermón cometió la imprudencia de dejarse llevar por su “inagotable cotorrería” y de los temas sagrados pasó a los profanos y zamarreó al gobierno del Presidente Ignacio de Veintemilla; la primera autoridad del Guayas se enteró y el 24 de ese mes, a sólo doce días de la posesión de Corral, fue obligado a embarcarse a Panamá en el pailebot “Payta” junto a su hermano Pío Vicente Corral y allí estuvieron algún tiempo. Después pasó a Chile y al Perú y en Lima fue Capellán de las Monjas del Buen Pastor.

En 1881 volvió a Guayaquil porque después de todo “su crimen no había sido de marca mayor”, pero se tuvo que quedar calladito. En agosto partió a Roma y cumplió ante la Santa Sede una delicada misión, luego siguió a Tierra Santa.

A su regreso trajo de Palestina una rarisima fotografía suya donde aparece vestido de arabe o mejor dicho disfrazado con aquel “raro” atuendo fue Capellán del Manicomio y se ganó la simpatía de los internados presentándose ante ellos como “uno más entre vosotros”; pero, a la larga, sus ideas se alteraron pues el mucho trato con locos como que desquicia al más cuerdo.

El 8 de Noviembre de 1883 con los Canónigos Carlos Alberto Marriott y Saavedra y José María de Santistevan Plaza pasan una Carta de Petición al Cabildo, manifestando que desean levantar un templo en la parte oeste de la ciudad y que han elegido un terreno que delimita por el norte con la calle de la Aduana (hoy Ballén) al sur con Municipalidad (hoy Diez de Agosto) al este la Calle Quito y la plaza de la Victoria al oeste la calle Machala. Que el terreno mide 105 mtrs. de norte a sur y 60 de este a oeste y solicitan su donación pues ya tienen la aprobación de la Autoridad Eclesiástica Diocesana. La Comisión Municipal de Terrenos indica que el solar existe en el plano de Teodoro Wolf aprobado oficialmente por el Concejo, que el solar mide seis mil trescientos metros cuadrados, avaluado a veinte centavos de sucre cada metro. La Municipalidad solicitó el correspondiente permiso al Congreso Nacional y en Agosto del 90 se sancionó con el Ejecútese, quedando perfeccionado el título de propiedad del templo del Purísimo Corazón de María, nombre oficial de la iglesia que el pueblo conoce como de la Victoria, aunque en esos primeros tiempos no pasó de ser más que una humilde capillita

En diciembre de 1886 editó el

Semanario religioso científico y literario “La vida” con el Dr. Luis Antonio Chacón en 16 págs. a dos columnas, del que sólo aparecieron seis números, allí escribió ¿De qué trata un periodista religioso, de lo que eleva el corazón y necesita el alma, la paz, la moral y la virtud. En 1890 vivía pobremente en la calle de la Aduana No. 158.

Mientras tanto no desmayaba en solicitar limosnas para la edificación de su Capilla y salía todos los sábados a recorrer la ciudad con el propósito de solicitar las limosnas de los fieles con aquella frase suya “Señorcito – o patroncito – una limosna para mi templo del Purísimo Corazón de María” y es fama que obtuvo la cantidad de cien mil sucres hasta su muerte ocurrida en 1903 que aplicó para la iglesia y la casa rectoral.

Pero no se piense que sólo era bueno para catecismo y capillas, también dedicaba parte de su tiempo al fomento de la educación. En 1891 formó un Seminario con un grupo de estudiantes que lo seguían como a profeta y con ellos inauguró dos escuelitas, la del Belén para niños y la de la Aurora para niñas, que abrió sus puertas en 1893; y cuando se llevó a los Seminaristas a estudiar a Daule, tuvo que dejar profesores al frente de ellas. La de niños funcionaba en un solar vacío de la Sociedad Filantrópica del Guayas en 9 de Octubre y Chanduy y la de niñas frente al Estero Salado era regentada por las hermanas de la Caridad.

De esa época fue su inagotable vena folklórica, sus temas permanentes y hasta mandó a imprimir un pintoresco afiche que repartía como hoja volante, con su retrato de cuerpo entero. En su mano izquierda sostiene una carterita para guardar las limosnas y la derecha en actitud de solicitar dinero para la construcción de la Capilla del Purísimo Corazón de María.

Sobre esto se cuenta que en cierta ocasión se metió en una panadería a pedir limosnas y fue recibido con un rotundo NO, entonces el padre se plantó firme y dijo: “El no es para mí y ¿Qué para la Virgen?” desarmando al panadero que terminó por reírse y chacotear con Corral hasta que finalmente le entregó una buena limosna. De todos esos esfuerzos nació el templo del Purísimo Corazón de María y el barrio de la Victoria que pronto fue habitado por familias conocidas y se incorporó a la ciudad.

La transformación liberal ocurrida el 5 de Junio de 1895 no le complicó la vida; sin embargo el 16 de Noviembre mandó bajar de la torre del templo del Corazón de María el pabellón azul y blanco que entonces representaba al partido liberal, produciéndose un tumulto entre los feligreses y la intervención del Intendente Eduardo Hidalgo Arbeláez, pero el día 19 dio una explicación y se superó el impase. En abril de 1896 volvió a sermonear de política durante una misa en la Catedral, fue conducido al vapor “Imperial” y salió desterrado a Panamá pero al enterarse el presidente Eloy Alfaro de este suceso ordenó desde Quito que lo regresen para evitar que sablee en el istmo a los panameños – como que lo conocía bien – y así volvió Corral en noviembre, siendo aclamado en el barrio y tal como lo había pensado Alfaro trajo numerosas limosnas que aplicó para la terminación de la Iglesia, que inauguró personalmente y en medio del general entusiasmo de la nación que había seguido con curiosidad sus esfuerzos.

Para entonces ya disponía de cuatro sacerdotes a los que dirigía en una sociedad o especie de congregación religiosa que llamó del Purísimo Corazón de María y fundó otra escuelita que llamó del Sinaí por su destierro y el del pueblo judío. Sus últimos tiempos empleó en servir esa parroquia y robustecer a su incipiente comunidad religiosa.

En 1903 viajó al Salitre en misión pastoral y a su regreso se sintió mal y falleció posiblemente del corazón, el viernes 23 de octubre, de escasos sesenta y seis años de edad. La ciudad entera se conmovió porque había muerto el “Apóstol de Guayaquil” y se le tributaron honores de santo y hasta los liberalotes de entonces asistieron a sus honores fúnebres que fueron solemnísimos y “en medio de un numeroso concurso de sacerdotes y fieles de todas las condiciones sociales. Jamás se había visto en Guayaquil entierro en que los acompañantes guardasen mayor compostura y manifestarse mayor devoción”. Todos decían: “Ha muerto un santo” aunque viéndolo bien fue nada más y nada menos que un espíritu generoso y elevado, un sacerdote altruista, sencillo y moderno, que veía en el prójimo a Dios y se sacrificaba por los niños y los menos favorecidos.

Pocas semanas más tarde, el 1 de Diciembre, monseñor Federico González Suarez, tras dirigir los ejercicios espirituales del clero guayaquileño y antes de emprender un viaje a Roma, erigió la Parroquia eclesiástica del Purísimo Corazón de María, designando como primer Párroco al padre José Félix Roussilhe, quien laboró allí hasta el 25 de Noviembre de 1925.

Al mismo tiempo terminó con la “Sociedad de Sacerdotes del Purísimo Corazón de María”, única congregación religiosa guayaquileña en lo que va de más de cuatro siglos y medio que lleva de vida esta ciudad. ¿Por qué lo hizo González Suárez? El no acostumbraba explicarse, había semanas enteras que ni hablaba, recogido y ensimismado en sus pensamientos, por eso sólo lo que quiso decir dejó escrito para que se publicara después de su muerte.

El 5 de Mayo de 1934 el Arzobispo Carlos María de la Torre Nieto, en su calidad de Administrador Apostólico de la Diócesis de Guayaquil, entregó la Parroquia a la Orden de los Carmelitas descalzos, de la provincia de Burgos en España, que habían arribado al Ecuador huyendo de la Guerra Civil española, quienes llamaron a la parroquia con el nombre de Nuestra Señora del Carmen y como encontraron al primitivo templo de madera levantado por Corral en estado de vetustez, lo hicieron derribar y en su lugar construyeron el actual, que es de cemento armado.

Los restos de monseñor Corral y Banderas fueron sepultados en el Cementerio General, mas el 19 de enero de 1907 se exhumaron y colocaron en un sencillo túmulo en el interior de su Iglesia. I no está demás indicar que nunca perdió su acento fuertemente serrano ni sus modismos azuayos, adquiridos en su infancia y mocedad, lo cual le hacía doblemente simpático a los oídos guayaquileños, pues se le reconocía un esforzado santo varón al servicio de Dios, la virgen y el prójimo.