CORNEJO Y ASTORGA MANUEL

POLITICO.- Nació en Quito y se bautizó en el Sagrario el 6 de Febrero de 1849. Hijo legítimo del Dr. Rafael Cornejo y Herrera, Abogado liberal que se inició en El Quiteño Libre, miembro de la Sociedad Filotécnica, en 1843 con García Moreno y José Modesto Espinosa quisieron asesinar al presidente Flores. Congresista opositor. Concejal de Quito, hombre notable por su cultura pues poseía una de las mejores bibliotecas privadas de la capital, falleció de escasos treinta y nueve años en 1855, dejando a sus numerosos hijos en la orfandad y en la pobreza, y de Josefa Astorga Salvador, quiteños.

Creció bajo el amparo social y económico de su abuelo paterno Manuel Cornejo Ribera, liberal y discípulo del Coronel Francisco Hall, fundador del Partido Nacional y mártir de la tiranía floreana.

A principio de Enero de 1869 formó parte de la sociedad secreta del anillo formada para derrocar al presidente Javier Espinosa y con tal fin asistió a varias reuniones en casa de García Moreno que había sido muy amigo de su padre.

El día 17 de Enero se produjo el golpe, García Moreno recorrió !os cuarteles y mandó que salieran a las calles las bandas de música para alegrar el ambiente. Le acompañaban varios individuos entre ellos el joven Manuel Cornejo. Se intimidó al presidente Espinosa para que quedara encerrado en su casa so pena de destierro y confiscación de sus bienes, se enviaron escoltas a las casas de algunos liberales donde estaban reunidos algunos caballeros de honor pero varios de ellos lograron escapar. Juan Montalvo y Mariano Mestanza se refugiaron en la Legación de Colombia, fueron aprehendidos el anciano Dr. Manuel Angulo, el Canónigo Nicolás Rivadeneira, Javier Sáenz, los sacerdotes Borja y Herrera y todos los que se hallaban en casa del Dr. Pedro José Ceballos Salvador (El Coronel Víctor Proaño, Juan Nepomuceno Navarro, los Dres. Aparicio Ortega y Alejandro Cárdenas) Antes del amanecer se reunió una Junta y firmó con su hermano Rafael Cornejo el Acta de Pronunciamiento a favor de García Moreno.

En 1872 estuvo en la Universidad y se hizo conocido por tener guardada una colección de escritos antiguos encontrados en la biblioteca de su padre, que había leído con detenimiento y se relacionaban con la historia del país.

Roberto Andrade ha escrito que Cornejo era un joven bien presentado de solo veinte y tres años de edad, de ingenio agudo y carácter festivo. Su madre había vuelto a casar con el Dr. Nicolás Espinosa – unos de los prohombres de la democracia ecuatoriana – y al ocurrir el fallecimiento de éste último, entró a administrar los bienes de la familia pues los hijos del Dr. Espinosa se hallaban residiendo en Lima y como dichas rentas no le daban suficiente holgura para la vida, se dedicó al comercio.

Su carácter, mejor dicho, su falta de carácter, le había complicado la existencia pues aunque moraba en la casa de su madre, convivía con la joven Eufemia Rubio, de clase media baja, quien esperaba un hijo suyo que nació en Diciembre de 1875.

Ese año siguió frecuentando la amistad de García Moreno pero habiendo leído el folleto “La Dictadura Perpetua” de Juan Montalvo se enfervorizó por la doctrina liberal, profundizó sus conocimientos en las raíces históricas del país y en su destino democrático, le dio por ser librepensador a la moda de autores franceses tales como los Enciclopedistas, Voltaire, Volney y Diderot al punto de creer en un cristianismo puro, como había emanado de su autor, rechazando con pena las imposturas posteriores. Quizá en todo ello influyera el recuerdo de su padre liberal, el ejemplo de su padrastro demócrata y las enseñanzas prácticas de su abuelo radical. Entonces comprendió el horror de la dictadura teocrática que estaba viviendo el país y el egoísmo autocrático y enfermizo de García Moreno, quien no soportaba la presencia de iguales sino de inferiores y trataba a todos con un cierto desprecio, casi con desdén. Para colmos, se había hecho reelegir por seis años más y su tiranía parecía no tener fin.

Posiblemente el dictador sabía que Cornejo solo era un joven y lo soportaba por el recuerdo a la amistad con su padre y por cuanto le distraía su amena conversación. Cornejo solía hablar de corrillo en corrillo con el chiste y la risa en los labios como la generalidad de los jóvenes de su tiempo, conocidos con el nombre de Chullas.

Casi alto y bien presentado, de familias conocidas y su forma de ser hacía rabiar o reír según las circunstancias; unos le querían, otros le admiraban y no faltaban los serios y circunspectos que hasta le tenían tirria, como sucedió con Gabriel Moncayo, que no le soportó una tarde en su casa y lo echó, irritado de sus bromas. Suave en su trato con los demás, hablaba con voz bajita e indudablemente era un joven chispeante que estimaba necesario derrocar a García Moreno pero no matarlo y unas tres semanas antes del crimen, sus amigos Abelardo Moncayo y Roberto Andrade lo llevaron de visita a casa del Dr. Manuel Polanco y Carrión, conocido abogado quiteño, para que hablara con su hermano el General José Antonio Polanco sobre los preparativos del hecho, donde parece que se dejó convencer pues sin la muerte del tirano no era posible llegar a ninguna revolución y como además le aseguraron que el Batallón de Artillería estaba comprometido y que la muerte no parecería asesinato sino como una de las tantas que ocurrirían durante la revuelta, terminó por aceptar.

En eso arribó de Guatemala un sujeto de apellido Cortés, quien cometió la ligereza de expresarse contra el régimen y fue conminado a abandonar inmediatamente el país; intercedió Cornejo por él pidiéndole a García Moreno que le diera tiempo para que arreglara sus asuntos, pero el dictador no aceptó porque era inflexible en sus resoluciones y raramente las cambiaba, dada la dureza de su carácter. También se ha indicador que Cortés era masón y tenía algo que ver en el complot, pero nunca se lo ha probado, de suerte que tal afirmación no tiene asidero lógico ni histórico.

El día jueves 5 de Agosto acompañó a García Moreno a la casa de su suegra y allí ocurrió la siguiente anécdota que revela claramente el carácter autocrático del déspota y la gracia oportuna de Cornejo. Iba García Moreno por la acera acompañado de sus Edecanes Jorge Villavicencío y Francisco Xavier Martínez y junto a Villavicencio caminaba Cornejo. Como García Moreno apurara el paso y se adelantase, Villavicencio quedó en el centro y Cornejo comentó jovialmente “Vamos de edecanes de Villavicencio”.

Durante la mañana del 6 de Agosto salió a la calle con sombrero de copa que después cambió por uno más modesto de paja, quizás para no llamar la atención. Luego, en vista que no aparecía la víctima, entró nerviosamente a presenciar los solemnes exámenes de las niñas del Colegio de los Sagrados Corazones; después de las doce, habiendo salido de su casa García Moreno acompañado de su mujer y el Edecán Pallares, con destino a la vivienda de su suegra, lo siguió con el resto de los complotados, esperando que bajara. Cornejo se situó en la nevería de Villagómez y sus cómplices en la cantina del hotel Bolívar. A la una y media de la tarde, hora del crimen, lo siguieron al palacio y allí fue donde intervino activamente pues a raíz de recibir García Moreno el primer machetazo de Rayo, sorprendido y aterrado, solo atinó a fijar sus ojos en Cornejo, como pidiéndole que interviniera en su ayuda, pero éste, lejos de hacerlo le descargó un tiro de revólver que no se sabe si le hirió o pasó cerca, permaneciendo en el lugar durante los restantes minutos que duró el atentado. Posteriormente bajó a la calle donde dio de taconazos a la víctima y luego siguió en su fuga a Rayo, pero se desvió hacia la esquina contraria de la plaza, donde vivía el ministro del Perú; allí encontró al Dr. Manuel Polanco quien le preguntó: ¿Qué hay?, – le mataron- fue la respuesta, acto seguido gritó: “Viva la libertad”, pero nadie le hizo eco y entonces, comprendiendo que no había estallado la anunciada revolución, se precipitó por el Palacio Arzobispal al interior de la tienda de Amadeo Rivadeneira, en el momento en que éste la estaba cerrando y asustado se subió al altillo de ella. Momentos después bajó y se fue a instancias del propietario, desengañado de que el Comandante Francisco Sánchez del batallón de Artillería hubiera incumplido con su ofrecimiento revolucionario.

Siguió a Santa Bárbara y su madre no quiso recibirlo, quizá para que tuviera la oportunidad de huir y ocultarse en algún lugar más seguro. Sus hermanos y hermanas tampoco quisieron tenerlo. Una de ellas, Mariana, que vivía en el barrio de La Loma, acera norte del inicio de la calle Rocafuerte, casada con el comerciante colombiano Rafael Orrantia Benites, aceptó tenerlo aunque por poco tiempo, pero Orrantia le trató muy mal recriminándole su comportamiento. Por eso tuvo que disfrazarse de albañil y sin zapatos, con el rostro y los pies enlodados para que no se notara su blancura, se dirigió por caminos apartados a una hacienda situada al pié del Antisana en los páramos de Pasochoa, donde permaneció varios días alimentándose frugalmente con queso y coles crudas, en la mayor de las necesidades y como a las dos semanas decidió escribir a su madre pidiéndole ayuda a través del doméstico Gabriel Hidalgo, quien llegó a la casa de la señora de Cornejo, que encontró deshabitada, y como la conocía por dentro, entró en busca de la ropa que requería el fugitivo, circunstancias en que fue apresado por la policía y sometido al tormento confesó el sitio donde estaba escondido su amo, prestándose para llevarlos personalmente.

El 17 de Agosto se realizó la prisión del fugitivo, que entró en Quito el día 19, a caballo y con las manos atadas a la espalda, en medio de gran muchedumbre. El Fiscal Darío Capelo le ordenó que delatare a sus cómplices y fue respondido “Un caballero no delata a nadie, no soy un canalla”, entonces le sometieron a duros interrogatorios y hasta le engañaron con el cuento de que si confesaba todo se libraría del patíbulo.

Cornejo aún no creía que Polanco trataba de librarse de culpa y solo pensaba en la traición de Sánchez, a
quien acusaba de todos sus males por no haber iniciado la revolución, sin comprender que éste último, a su vez, solamente había sido el instrumento propicio de su Jefe el Ministro de Guerra Francisco X. Salazar.

Por eso durante los primeros días de su prisión sólo inculpó a Sánchez, después lo carearon con Polanco y se sacó en claro que éste había sido el mentalizador de todo.

El Juicio verbal del Consejo de Guerra comenzó en la noche del 24 y duró dos días. Cornejo había pedido que lo defendieran sus amigos los Drs. Ramón Aguirre y José Rafael Arízaga, pero como ambos y otras ochenta personas conocidas de la capital, se hallaban detenidas, so pretexto de presunta culpabilidad, prácticamente no hubo quien le defendiera.

Gran cantidad de público había colmado la sala y a pesar de las difíciles circunstancias no perdió su humor, cuéntase que al mencionar un testigo haber visto a un joven alto, de sombrero negro, que subía precipitadamente las gradas del Palacio momentos antes del crimen, refiriéndose a uno de los conjurados, Cornejo se volvió hacia la barra y riéndose, señaló al abogado conservador Manuel Solano de la Sala, allí presente, quien efectivamente era joven, alto y tenía un sombrero negro en la mano y le gritó: “Fuiste tú, cholo, niégalo”, ocasionándole una sorpresa y un susto gigante, mientras la concurrencia festejaba al acusado, que aún jugándose la vida y con los brazos esposados, tenía fuerzas para hacer gracias y bromas de tan grueso calibre.

Varios autores, entre ellos el Dr. Fernando Jurado Noboa, han opinado que Cornejo mantenía su buen humor confiando en el indulto que esperaba recibir del Ministro de Guerra Francisco X. Salazar y de las simpatías que gozaba en el pueblo; sin embargo fue sentenciado a muerte rápidamente el 26 de Agosto y la noticia se divulgó sin que el Ministro moviera un dedo. Numerosas matronas escribieron un Manifiesto pidiéndole la conmutación de la pena. Su madre, sabiendo que lo fusilarían al día siguiente, acudió a Salazar para que intercediera ante el Presidente encargado Francisco Javier León, pero éste le contestó: “Mejor es que muera ahora, porque después será un bandido”.

Desde su prisión en el Cuartel de Artillería Cornejo le escribió a la una
y media de la madrugada del viernes 27, cuando solo le faltaban cuatro horas para morir: “Mamita querida de mi alma. En este momento…. quiero dirigirle estas últimas palabras de consuelo. No puede Ud. calcular el modo prodigioso con que Dios ha tocado mi corazón. Estoy gustoso y resuelto, ansioso de que llegue el momento de ir a conocer a Dios, que a un hombre encenegado en los vicios y olvidado de él tanto tiempo, lo ha llamado a su gloria. Diga Ud. a mis hermanos que pregunten a los bondadosos padres Guardián Bernardino Damaré y Baltazar Moner de San Francisco, que han venido a consolarme de parte de Dios. ¡Qué resignación y contento he manifestado en toda la noche, desde el momento en que recibí la sagrada hostia! Díganles así mismo que acordándose de mí también se han de convertir y han de tener una vida virtuosa! ¡Oh, cuan consoladora es la religión en estos minutos! Me desesperaba al principio creyendo que Ud. se arruinaría en su fortuna; mas, ya ahora nada temo. Dios la guardará, si a un malvado no ha desamparado Dios, con más razón a los que practican la virtud. No llore, dé gracias a Dios, él ha vuelto los ojos hacia nosotros. Adiós, la espero en el cielo!” Esta carta revela cuanto había disminuido su voluntad, al calificarse malvado.

A las seis de la mañana lo condujeron a la Plaza Mayor y en el mismo sitio donde había sido asesinado García Moreno, lo hicieron arrodillar de espaldas, juntas las manos y levantadas al cielo, recibió por la espalda los ocho disparos de la escolta. Su cadáver fue recogido por familiares y llevado al cementerio de San Diego donde le sepultaron.

“Ninguno más amistoso, más relacionado con todo el mundo, más risueño y franco que Manuel Cornejo Astorga, ni jugaba, ni bebía, ni tenía otros vicios, hasta su misma consagración al estudio de los anales de la Patria sirve para considerarlo un ciudadano ejemplar”.

Estatura más que mediana, tez blanca, pelo crespo y rubio, ojos negros, usaba bigote pequeño, hablaba en voz baja, fue uno de los máximos exponentes de la gracia y el salero de su tiempo pero tuvo la desgracia de vivir los últimos años de la tiranía garciana que todo lo ensombreció.