CORDERO PALACIOS OCTAVIO

ESCRITOR E INVENTOR.- Nadó el 3 de Mayo de l870 accidentalmente en la choza de la indígena Petrona Trastajo, vecina del anejo de Santa Rosa, hoy Parroquia Octavio Cordero Palacios, así llamada en su honor, mientras su madre se trasladaba de la hacienda “Surampalte” a la iglesia del anejo, para asistir a la misa dominical. Fué hijo legítimo de Vicente Cordero Crespo, poeta y autor del drama en verso “Don Lucas”, escribano en Cuenca en 1889, periodista conservador y redactor de “El Criterio” en 1895 y de Rosa Palacios Alvear; cuencanos.

En 1877 inició su instrucción en el Cañar. En 1879 pasó a la escuela “San José” de los hermanos cristianos de Cuenca y allí terminó la primaria; después ingresó al Colegio de San Luis, siguiendo el bachillerato en Humanidades Clásicas y aprendió griego y latín, también leía y entendía en inglés y francés pero no los hablaba. Igualmente participó en las sesiones literarias de “El Liceo de la Juventud” y de “El Ateneo de San Luís” en 1886.

En los apuntes autobiográficos que quedaron a su muerte escribió: “En mi primera juventud fueron las letras mis estudios preferidos, especialmente las letras clásicas”.

En Junio de 1890 y con motivo de la distribución anual de premios del Colegio estrenó su drama en tres actos y en verso titulado “Gazul”, cuya acción transcurre en Persia y a fines de la primera cruzada, entre exóticas, patéticas, tiernas y fantásticas escenas, donde se aprecia la influencia del padre Julio Matovelle, fundador y Director del Liceo y autor de “Un drama en las catacumbas” cuya trama también se desarrolla en lejanas comarcas, en la Roma imperial. El entusiasmo con que el público cuencano acogió esta representación obligó a su autor a publicarla por entregas en 1891 en la Revista de la Universidad del Azuay y el producto de las entradas lo dedicó a pagar parte de la impresión de las Obras Completas de Fray Vicente Solano.

Para entonces puso en las tablas su segunda obra “Los Hijos de Atahualpa” y en 1892 el drama “Los Borrachos”, que Manuel J. Calle calificó de obra “sin pies ni cabeza”, en consideración a la inexperiencia del joven dramaturgo Cordero, que quizá por eso no perseveró en esta actividad intelectual prefiriendo las traducciones y así compuso “Rapsodias Clásicas” de los poetas Virgilio y Horacio, sobre todo de éste último, del que también tradujo su “Arts Poética” en hermosos versos castellanos. Entre sus poemas personales de esta época el de mejor acabado ritmo es “El sueño” y por eso figura en varias antologías y florilegios; también tradujo del francés y del inglés conservándose una magnífica versión de “El Cuervo” de Edgar Allam Poe.

Mientras tanto había seguido estudios de Jurisprudencia en la Universidad de Cuenca y se graduó de Doctor, incorporándose a la Corte Superior del Azuay como abogado.

En 1892 ocupó la presidencia de la “Academia Jurídico Literaria” y en 1895 la del “Círculo Juvenil Católico”. En 1896 se dedicó a la política formando parte de la redacción de los periódicos conservadores “El Ciudadano” y “El Derecho” en plena agitación revolucionaria contra el régimen del presidente Eloy Alfaro y sostuvo airadas campañas, soliviantando a los cuencanos a oponer la resistencia armada contra el régimen liberal que acababa de instaurarse en el país. Igualmente peleó con los escritores liberales José Peralta y Manuel Benigno Cueva. Al primero zahirió con un curioso anagrama “La peste Roja” y al segundo acusó de ser “Jefe de Perros”. En “Hemeroteca Azuaya”, Alfonso Andrade Chiriboga se sorprenderá de estas actuaciones, diciendo: “los que conocimos a Octavio Cordero Palacios no podemos figurarnos que haya sido capaz de crear o dar colaboración a un periódico de combate como el Derecho”. Por ello después de la toma de Cuenca por las fuerzas Liberales, tuvo que esconderse varios meses en la hacienda de su familia.

En 1898 lanzó una hoja volante con otros cuencanos, aclarando que a pesar de ser miembros activos de “la Unión Católica” no habían participado en la crítica al Obispo de Cuenca, Miguel León Garrido y al Clero, a quien se acusaba falsamente de ser colaboracionistas con el gobierno liberal radical.

En 1900 fue designado profesor de Literatura y luego de Filosofía en el “Benigno Malo”. En 1902 construyó una computadora mecánica que denominó “Clave Poligráfíca o Metaglota”. La máquina media 50 x 30 cmtrs. y cabía dentro de una maleta. Consistía en una caja accionada por un manubrio y se alimentaba grabando previamente los vocabularios que se quería traducir. Las operaciones no podían ser más fáciles. Se marcaba la palabra deseada, ajustando la clave idiomática y entonces aparecía en una regla graduada, la misma palabra pero escrita en el idioma deseado y a pesar de la enorme utilidad de este invento su autor no pudo sacarle provecho económico y la Metaglota permaneció arrinconada como cosa curiosa hasta que se destruyó. Solo después de ocurrida su muerte, su primo hermano el Dr. Humberto Cordero, construyó un nuevo modelo que se exhibió en Quito el día Viernes 10 de Enero de 1936, en presencia del Jefe Supremo Ing. Federico Páez Lemus, de los Ministros de Estado, de tres expertos nombrados por el

Ministerio de Comercio, de numerosos representantes de la prensa capitalina y hasta de altas personalidades especialmente invitadas. La exhibición fue todo un éxito y se calificó a la Metaglota de “maravilloso Diccionario Mecánico”; pero éste no fue su único invento, porque también dejó un “Abaco perfeccionado que sacaba hasta raíz cuadrada” y un texto de “Trigonometría en Verso” y de haber conocido los principios que informan a la moderna Cibernética, a no dudarlo que hubiera construido una computadora Lástima que esto no ocurrió por el atraso y estrechez del medio ecuatoriano.

A principio de siglo contrajo matrimonio con su tía segunda Victoria Crespo Astudillo, con numerosa sucesión. En 1909 levantó un plano de Azogues, dibujado a mano por Humberto M. Cordero ese año sonre piel de cordero, igual al elaborado por Belisario Pacheco. La ciudad era pequeña pero el trabajo resultó un hito por su perfección en las distancias y medidas y por su bella presentación.

En 1910 y durante el conflicto armado con el Perú fue incorporado a las Reservas con el grado de Sargento Mayor del ejército y lo nombraron Jefe de Ingenieros de la primera División del Sur. Con tal motivo levantó la Carta topográfica – militar de la frontera austral del país, dictó las cátedras de planimetría, altimetría y trazado de vías de comunicación y construcción de puentes y calzadas de la Universidad de Cuenca.

En 1915 sostuvo una ardua discusión académica con el Arzobispo González Suarez y fundó la revista “Misceláneas Históricas del Azuay”, de corta duración. “En su cuarto de trabajo, en la profusión desordenada de libros, revistas, papeles, mapamundis y tablas logarítmicas, tenía su vasta biblioteca. Allí estaba en su mundo, entre aquellas cuatro paredes de empobrecido lucimiento, y fueron floreciendo sus admirables páginas impregnadas de emotivo y plácido lirismo, de rica y documentada historia, de fervorosa dación de ciencia”, a la par que se agudizaba su pobreza, que él aceptó con resignación.

Para 1916 sus discípulos “acatando una especial autorización del Consejo Superior de Instrucción Pública”, formaron un Tribunal especial que le otorgó el título de Ingeniero.

Entonces editó “Vida de Abdón Calderón” que dividió en veinte capítulos y salió electo Senador por el Azuay, asistiendo al Congreso hasta 1918. Al mismo tiempo era inspector del ferrocarril Sibambe – Cuenca que se hallaba en una de sus etapas más difíciles e introdujo varias reformas al trazado de su vía, disminuyendo considerablemente el recorrido.

En 1918 fue designado Ministro Juez de la Corte Superior de Justicia, allí permaneció diez años dedicado a la aplicación de las leyes y “recogiendo numerosas relaciones oídas en las veladas familiares y agregando los propios recuerdos, formó una corta pero vistosa galería de cuadros que publicó en diversos diarios de Cuenca, en la que el fondo real de los hechos no está desvirtuado si no embellecido por la fantasía. “Su labor como tradicionista lo ubicó junto a sus coterráneos Manuel J. Calle y Juan Iñiguez Veintimilla en la composición de temas nacionales o de sabor regional, pero la Municipalidad de Cuenca no lo designó su Cronista, en cambio el “Centro de Estudios de Cuenca” lo recibió en su seno y en 1922 dio a la luz pública “De Potencia a Potencia”, ensayo histórico sobre la pugna sostenida entre el Gobernador del Azuay Manuel Vega y el Presidente García Moreno.

En 1922 dio a la luz “El arte poético de Horacio” en 8 págs. traducción suya de la epístola de Horacio a los Pisones en verso exámetro castellano. En 1923 y con motivo del Concurso promovido por la Municipalidad de esa ciudad editó “El Quichua y el Cañari”, estudio filiológico sobre ambos idiomas, con un Diccionario Cañari – Castellano, Castellano – Cañari, premiado con “La Palma de Oro”.

En 1924 publicó incompleto su trabajo sobre la muerte de Don Juan Seniergues. Ya había dado a la luz pública los siguientes ensayos: “Don José Antonio Vallejo, su primera gobernación entre 1777 y 1784”, “El Azuay Histórico”, “Pro Tomebamba”, “Crónicas Documentadas para la Historia de Cuenca” en un volumen de 400 páginas y anunció que saldrían dos volúmenes más pero no logró publicarlos, quiza a causa de su estrechez.

En 1925 fué designado “Mantenedor de la Fiesta de la Lira” y cumplió dicha misión por espacio de varios años. En 1929 desarrolló el tema “La Poesía de Ciencia”, en magnífico discurso que se recordó por mucho tiempo y aunque lo ignoraba, venía siendo atacado por la cirrosis que minaba su organismo a ojos vista, a punto que su delgadez era proverbial; con todo, el día 13 de Mayo de 1930 dictó una conferencia en la sesión solemne con que la Universidad de Cuenca conmemoró el Centenario de la creación de la República, subiendo al estrado sin papeles y hablando a lo largo de tres horas, “discurriendo con fluidez y amenidad tal, que los concurrentes casi perdieron la noción del tiempo” y aún veinte y ocho años después el historiador Victor Manuel Albornoz se admiraba de esa hazaña intelectual casi sin parangón en nuestra vida nacional; pero, desde aquel día fué decayendo su salud rápidamente y tuvo que acostarse a morir, no sin recomendar a sus hijos lo siguiente: “Si hay una piedra para mi sepulcro, si hay una piedra, no se grabe allí mi nombre, sinó esta estrofa” // “Si hiere….hiere….y hiere de Dios la augusta mano / ¿Qué hacer? ¡Caer por la tierra, hundir la frente en ella / y recibir silente centella tras centella / el fuego todo y la ira del rayo soberano!” // y avisó que fallecería el día 17 de Diciembre a los cien años justo de la muerte del Libertador y así ocurrió, porqué expiró a las seis y media de la tarde de esa memorable fecha, despidiéndose de los suyos y entonando las notas del Himno Nacional. ¡Que bella muerte!

De temperamento nervioso. Una tarde, estando de juez, comenzó a llover copiosamente con rayos y truenos. Como pasaba por allí Valentín Alvarado, conocido suyo, lo llamó para que no se moje y conversando se enteró que el padre y un hermano menor de Alvarado habían muerto en diferentes épocas electrocutados por rayos. Entonces Cordero le dijo: “Me hace el favor de salir inmediatamente porque su compañía no me conviene y lo empujó a la calle, a pesar del fuerte aguacero que seguía cayendo. ¡Así era de exagerado!

Cuando joven había tenido una delicada complexión y de adulto su figura era la de un viejo castellano que fue amarillándose hasta adquirir una palidez de marfil. Cejas y bigotes blancos, pelo corto, ojos hundidos y luminosos. Gustaba del sombrero alón y terciaba su capa española a la usanza de los viejos caballeros cuencanos de principios de siglo. Más que tímido, fué intimista, amigo de las interioridades y de la selección. Recatado y de alma bondadosa y sencillo dado a las especulaciones, pero muy poco práctico, particularidad que se le nota en sus libros, porque algunos no fueron acabados.