CONCHA PIEDRAHITA ULADISLAO

COMERCIANTE.-Nació en Buga, Valle del Cauca, Nueva Granada, actual República de Colombia, en 1823. Fueron sus padres legítimos Ignacio Concha Grafe, empadronado como noble en el censo de Popayán y Teresa de Piedrahita Racines, naturales de Popayán y Buga, respectivamente. Fue el mayor de una larga familia compuesta de ocho hermanos.

Niñez pobre con un padre no muy responsable pero divertido pues tenía un ingenio proverbial y simpatía sin límites. Viviendo en una gran casa colonial que había sido de su bisabuelo materno el español José Racines y Arce y terminó en poder de su tío abuelo el Presbítero Fernando Racines y Fernández de Ribera, sacerdote inquieto, revolucionario y liberal, que le enseñó las primeras letras y las cuatro reglas. En esa casa mandaban las mujeres: Teresa y Margarita Piedrahita Racines: La primera, mujer de Ignacio Concha y madre de nuestro biografiado, de temple superior, muy enamorada de su marido, a quien idolatraba, generosa en extremo y en varias ocasiones partió lo poco que tenia con el vecindario desvalido; por eso cuando fallecío su cadáver fue acompañado al cementerio por las señoras de Buga, en gesto Inusual, dadas las costumbres de la época.

En 1840 el tío Racines se vio envuelto en la revolución contra el Presidente Márquez y descubierto el movimiento tuvo que huir a Guayaquil, donde se encontraba su sobrino el Dr. Ignacio de Piedrahita Racines, quien gozaba de una excelente situación económica, política y social. El Joven Uladislao decidió seguirle para abrirse campo en el exterior. Buga era una ciudad demasiado tranquila que no ofrecía posibilidades y Concha había sacado el corazón dispuesto a la aventura.

Una vez en Guayaquil trabajó para la firma “Caamaño Hnos.” en las bodegas de cacao que tenían en el malecón, haciendo de todo, desde escogedor hasta guardián. Dos años después pasó a la “Casa Luzarraga” y en 1843 pidió que lo mandaran de comprador a Manabí, donde conoció las posibilidades comerciales de esa provincia y viajó por primera ocasión a Esmeraldas, maravillándose de sus bellísimas playas, ríos caudalosos y selvas vírgenes. En 1845 la situación política nacional y una prolongada sequía perjudicó al comercio manabita y Concha se estableció definitivamente en Esmeraldas, con tienda en el malecón, con su dinero ahorrado, habilitando unas viejas barracas de madera y caña, pero un formidable incendio dio todo al traste y tuvo que regresar a Manta, donde siguió hasta 1850, en ésta ocasión como agente de la “Casa Luzarraga”.

Un año más tarde, en 1851 volvió a Esmeraldas, rehizo las barracas y con unos ahorros que nuevamente había podido formar adquirió la hacienda ganadera “La Victoria” que sembró de cacao. En 1852 volvió a perder su negocio por otro incendio y fue designado Vice Cónsul de la Nueva Granada en Esmeraldas. Entonces, merced a su crédito nacional y al buen nombre que había sabido ganar en el exterior, pues desde 1849 era consignatario de la casa comercial “Aaron C. Degener” de New York, que le envió nuevas mercaderías, logró salir adelante.

En 1853 donó una suma considerable de dinero para la construcción de la nueva iglesia. El 56 nació su hija Victoria. El 57 Alejandrino, entre el 58 y el 59 tuvo a Sara y a Julio César, pues tenía la mirada viva, audacia para enamorar y excelente figura. Delgado, de estatura más bien mediana, rostro blanco, ojos plomizos y fulgurantes, pelo cano desde la Juventud, nariz recta y bien formada y una forma de tratar a las personas que conquistaba, especialmente a las damas.

En 1862 comenzó a tener familia con Delfina Torres Vda. de Vargas, con quien contrajo matrimonio cinco años más tarde el 12 de Julio de 1867, ante el Vicario Manuel de J. Zuñiga, siendo padrinos Ricardo Silva y Mercedes Castro.

En Abril del 67 había conferido poder a su madre, ante el Alcalde Segundo Cantonal, Manuel Valdés, para negociar una suma de pesos que tenía entregada a José María Cabal. Poco después extendió poder a los señores Camacho Roldan de Bogotá a que le cobren sus sueldos al gobierno neogranadino, atrasados desde el 52. El 5 de Mayo de 1868, con su hermano Ismael donó los derechos y acciones en la sucesión de su madre, por partes iguales, en favor de sus tres hermanas: Serafina de Quintero, Carmen de González y María Josefa de Bueno.

Ese año fue especial pues también testó ante Miguel A. López, Escribano Público, constituyendo de albaceas de sus hijos menores a sus dos yernos Rafael Valdés y Tomás Gaztelú.

Aparte de sus almacenes o barracas del malecón tenia entregado tabaco a consignación en el extranjero, a través de José Antonio Flor y era su dependiente principal Jacinto Nevares.

El 13 de Diciembre de 1872 declaró como el total de sus bienes la cantidad de 82.956 pesos y 4 reales y que su cónyuge tenía 29.947 pesos y 78 centavos. Sus bienes propios estaban representados por la hacienda Victoria en el distrito de Esmeraldas, los terrenos de Timbre y Tatica, otro urbano ubicado entre el segundo y tercer estero, el de Viche, las barracas del malecón con sus bodegas, los documentos de los peones de la Victoria y los terrenos Delfina y Concepción rematados a Pedro Pablo Frías, mercadería variada, documentos de terceros en su cartera, cuentas corrientes en sus libros, importe de consignaciones, quince acciones del Banco Hipotecario de Guayaquil y aproximadamente ochocientas cabezas de ganado. Su cónyuge tenia un solar en la calle de la Escuela frente a la casa de Rafael Valdés y la casa grande que seguía a continuación, con frente a la esquina de la plaza.

En 1874 mandó a educar a su hijo Clemente a Londres, donde permaneció hasta 1880 que regresó justo a tiempo para intervenir en las luchas contra la dictadura de Veintemilla, donde perdió la vida.

En 1877 empezó a sentir ciertos malestares y decidió viajar a tratarse a Guayaquil. Hospedado en la casa de su hija Victoria de Valdés, resultó que tenía una apostema amebiana en el hígado, reacia a los tratamientos de raíz del Brasil, que se fue complicando con pulmonía y acabó con su vida el 29 de Diciembre, a la edad de cincuenta y cuatro años, cuando aún podía ser útil a la sociedad y a los suyos.

Fue sepultado al día siguiente en la Iglesia de San Agustín, que se quemó para el Incendio del Carmen en 1902. Entonces sus hijas quisieron rescatar los restos pero solo hallaron la caja de zinc con sus iniciales U.C. porque se habían carbonizado durante el flagelo.

Fue un excelente ciudadano que apoyaba con dinero y persona a sus compatriotas en desgracia cuando arribaban a Esmeraldas. A unos conseguía trabajo y a otros les facilitaba dinero para el pasaje a Guayaquil, ciudad de más amplios horizontes.

Dispuso que sus hijos pasaran a educarse en Europa y sus hijas fueran internadas en el Colegio de Los Sagrados Corazones de Guayaquil. Su viuda prefirió trasladarse a vivir al puerto para cumplir con ese último deseo y evitarles el internado a las chicas.

Exitoso con el bello sexo, empresario que logró acumular una gran fortuna con sus negocios y preparó a los suyos para la realización de grandes empresas.