COLOMA SILVA ALBERTO

PINTOR.- Nació en la casa de su abuelo el Dr. Rafael Arjona – Silva en la Flores y Montúfar (Quito) el 8 de Agosto de 1898 y fue hijo legítimo del Dr. Alejandro Coloma Baquero, abogado y político conservador, natural de Guaranda donde heredó varias propiedades agrícolas, luego Ministro Juez de la Corte Suprema de Justicia y de Alejandrina Arjona – Silva, quiteña.

Fue el mayor de una familia de recursos acomodados compuesta de siete hermanos que crecieron felices en la casa paterna de la plazuela Andrade Marín. Estudió la primaria en el pensionado del Dr. Pedro Pablo Borja Yerovi descollando como dibujante pues desde siempre le había gustado garabatear cuadernos con hermosas composiciones ya que esto era innato en él y durante la secundaria asistió al Colegio San Gabriel de los jesuítas.

Graduado de Bachiller y llevado por su afición ingresó en 1916 a la Escuela de Bellas Artes y recibió la influencia del profesor Luigi Casadío. Era un joven inteligente, serio y agradable, que no gustaba de la bohemia, hablaba poco, querido en sociedad por su porte respetuoso, fino y educado y por una innata elegancia en el vestir.

En 1920 presentó a la Exposición del Centenario de la independencia de Guayaquil un torso de hombre que logró el Primer Premio consistente en dos mil dólares, con los cuales emprendió el 21 viaje a Europa. Primero estuvo en París varios meses, después pasó a Madrid y en 1922 obtuvo una beca del Rey Alfonso XIII para los Cursos de pintura y escultura en la Academia de San Fernando, donde se mantuvo hasta el 25 que cedió su beca a un compatriota pobre y pasó a la Escuela especial de Pintura, Escultura y Grabado dirigida por los grandes pintores Julio Romero de Torres y Manuel Benedito al tiempo que en Madrid los grupos culturales vivían una fina bohemia a través de las tertulias de Ramón del Valle Inclán, Azorín, Jacinto Benavente, así como las del Ateneo donde conoció a varios jóvenes intelectualizados y prometedores, tales como Federico García Lorca, los hermanos Antonio y Manuel Machado, a Juan Ramón Jiménez y a Salvador Dalí entre otros.

El 26 logró el Primer Premio en Estética, galardón que discernía anualmente la Academia Real de Granada y consistía en una temporada en el palacio de la Alhambra, entonces trató al músico y maestro Manuel de Falla. En Diciembre presentó en el Salón de Otoño de Lisboa el cuadro “La Gitana con la rosa” dentro de un expresionismo vigoroso que singularizó esta primera etapa de su arte.

Entre el 27 y el 36 radicó en París ganándose la vida con retratos pues tenía gran facilidad para captar la figura humana como centro de sus creaciones y también comenzó a utilizar colores planos y sobrios dentro de una simplicidad que no carece de fuerza y atracción. El 28 expuso en la Galería Zark de París diversos paisajes urbanos. El 35 su amigo el Presidente Velasco Ibarra le inició en la carrera diplomática donde se mantuvo hasta el 41 que volvió a Quito huyendo de los horrores de la II Guerra Mundial.

Su regreso fue aparatoso y sin embargo le sirvió de mucho en su arte; pues, instalado en el convento de San Francisco gracias a la generosa acogida que recibió de esos padres, pintó temas y retratos religiosos que testimoniaron su maestría y causaron el asombro de la época como “Nuestra señora de Quito” imitativa de aquellas tallas coloniales de Legarda tan llenas de movimiento, luz y color y el “Retrato del padre Diego”, anciano español que según opinión de Hernán Rodríguez Castelo, le representa ensimismado, extático los ojos, ascético y casi duro el rostro, pero dueño de gravedad y paz. Acabado con veladuras de pasta seca contra un abigarrado fondo quiteño. Ambas obras se encuentran actualmente en el Museo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. También es de esa época el retrato de su amigo el gran poeta Alfredo Gangotena, hoy en poder de los descendientes de Leonidas Plaza Lasso.

El 44 presidió la Asociación de Pintores y organizó varios Concursos, también figuró en el primer directorio que tuvo la Casa de la Cultura Ecuatoriana representando a las Artes Plásticas. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial el 45 volvió a París y contrajo matrimonio con Florence Nolthier, francesa inteligente y solidaria aunque muy menor a él. La pareja no tuvo hijos y en razón de las misiones diplomáticas de Coloma Silva vivieron en diversas ciudades del mundo tales como Roma, Otawa, New York, de allí que su arte se tornó cosmopolita y con tanta naturalidad pintaba saltimbanquis a lo Picasso como motivos netamente ecuatorianos.

El 51 se presentó en la I Bienal Iberoamericana de Arte celebrada en Madrid, conjugando color y composición en sus retratos y demás obras. Ese año regresó a la Cancillería en Quito y fue premiado en el V Salón de Pintura de la Casa de la Cultura. El 52 dirigió las obras de readecuación del Teatro Nacional Sucre conservando los elementos originales y despojando todo lo superpuesto.

Su arte se había ido liberando progresivamente de los rigores formales de la figura con el redescubrimiento del paisaje apoyado en esquemas geométricos, el apogeo del colorismo y la plenitud luminosa de la luz (planos de color y equilibrios de formas) Cierta mañana, mientras pintaba en una acera de París un paisaje urbano, dos colegiales atinaron a pasar y tras observar por algunos minutos el trabajo, se alejaron opinando que el edificio era feo pero el cuadro hermoso. Elogio que satisfizo grandemente al artista porque revelaba la magia de su paleta para recrear de hermosura el mundo deslucido y circundante.

El 54 expuso en la Galería André Weil de París. El Museo de Arte Moderno de esa capital compró una de sus obras titulada “Paisaje de Capri”. Fue el cuarto pintor latinoamericano en merecer dicho honor. El 55, mientras se desempeñaba como Ministro Consejero en Roma, ganó el Premio del Concurso “Paisaje italiano visto por los artistas extranjeros”.

El 58 expuso en el Centro Ecuatoriano Norteamericano de Quito. El 59 se presentó en una Muestra Colectiva en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, con Eduardo Kingman, José Enrique Guerrero y Luis Moscoso Vega, utilizando planos fauvistas formados por colores limpios, puros y luminosos y volúmenes geométricos de origen cubista. El Crítico Jorge Diez calificó sus paisajes capitalinos como verdaderos redescubrimientos de Quito.

De allí en adelante, dedicado al constructivismo, residió en su casa de Montparnase en París. Pintaba y leía mucho. Manejaba su automóvil y se conservaba fuerte, bien es verdad que siempre había sido de salud robusta y en lo físico de estatura mediana, contextura delgada, ojos café claros y pelo castaño obscuro.

A principios de Abril de 1976 fue aquejado de una neumonía, se repuso y regresó a su casa, pero en la mañana del 20 de Abril, mientras realizaba el boceto de un cuadro que pensaba titular “Venecia”, falleció repentinamente de un paro cardiaco. Tenía casi setenta y ocho años de edad. En 1982 se realizó una Muestra retrospectiva muy completa de lo suyo en el Museo Camilo Egas y el 83 en el de la Casa de la Cultura de

Quito. Carmen Rosa Ponce escribió un hermoso Catálogo para la primera.

Su viuda le sobrevivió hasta Octubre del 98 que falleció trágicamente en unión de su hermana en un accidente nocturno de tránsito, mientras se trasladaban de París a Paux, donde ambas tenían una hermosa finca vacacional. Por testamento había dispuesto que las obras de su esposo pasaran en custodia al Museo de la Casa de la Cultura en Quito, para lo cual designó albacea a su abogado de París.

Generacionalmente y por el desarrollo de su vida artística más bien cosmopolita se le vincula en la plástica ecuatoriana a Manuel Rendón Seminario y a Luis Cordero Crespo, conservando cada uno de estos creadores los rasgos de sus propios estilos.