CRONISTA.- Debió nacer hacia 1670 aproximadamente, con calidad de Cacique e Indio principal de Imbabura.
Su instrucción fue superior puesto que fue ladino, que sabía hablar y escribir correctamente en castellano. De mediana edad se dio a la tarea científica de descifrar los Quipus y aprender las tradiciones heredadas de sus mayores, todo lo cual le sirvió para componer una “Historia de las guerras civiles de Atahualpa con su hermano Huáscar” que contenía entre otros datos interesantísimos, las genealogías reales de los señores principales de Quito llamados Shyris; pero un Corregidor ignorantísimo se apoderó de la obra y la hizo quemar públicamente, para escarmiento de los demás indígenas que quedaron curados del “feo vicio de las letras”.
De todo esto se quejó con mucha justicia a la Audiencia nuestro buen don Jacinto y hasta obtuvo que dicho alto tribunal le diera permiso para volver a escribir otro libro igual al anterior, como efectivamente lo ejecutó con presteza, antes que se le olvidaran los datos que aún retenía en su memoria. El nuevo manuscrito quedó terminado en 1.708 y era un volumen en cuarto, que en el siglo XVIII pasó a las manos del padre Juan de Velasco y Pérez Petroche, que lo tuvo entre sus más estimados tesoros bibliográficos.
Cuando en 1767 ocurrió el extrañamiento de los jesuitas de América, Velasco vivía en el Colegio y convento de Popayán y parece que pudo sacar, sino todas, algunas de sus pertenencias, por medio de personas amigas que se las hicieron llegar a Faenza, donde las recibió; porque en el inventario de los bienes dejados por los jesuitas en dicho convento no consta ningún libro como de su propiedad.
Velasco escribió en su destierro la Historia del Reino de Quito cuyo original envió al secretario del Rey para que disponga la publicación, lamentablemente su salud estaba muy deteriorada y falleció antes de ver el trabajo en la imprenta.
La genealogía de los Shyris fue tomada por Velasco de la que traía el libro de Collahuaso, a quien los españoles de Ibarra encarcelaron y vejaron “porque se había metido en cosas que no convenían a un indio”.
De Collahuaso también se sabe que fue poeta en su idioma vernáculo el quichua y que escribió un poema titulado “La Muerte de Atahualpa” o “Atahualpa Huañuy”. Se ignora la fecha y el año de su muerte.
Rucu cuscungu Atum huacaipi Jatum pacaipi Huañui huacaihuan Huacacurcami; Urpi huahuapas Janac yurapi Llaqui llaquilla Huacacurcami. Puyu puyulla Uiracuchami, curita nishpa Jundarircami.
Inca yayata Japicuchishpa, Siripayashpa Huañuchircami. Puma shunguhuan, Atuc maquihuan, Llamata shina Tucuchircami. Runduc urmashpa, Itlapantashpa,
Inti yaicushpa Tutayarcami. Amauta cuna Mancharicushpa Causac runahuan Pamparircami. Imashinata Mana llaquisha Ñuca llactapi Shucta ricushpa. Turi cunalla Tandanacuchun, Yahuar pampapi
Huacanacushum.
Inca yayalla,
Yanac pachapi Ñuca llaquilla Ricungui yari.
Caita yuyashpa Mana huañuni,
Shungu Ilugshishpa En un corpulento guabo
un viejo cáramo está con el lloro de los muertos llorando en la soledad; y la tierna tortolilla, en otro árbol más allá, lamentando tristemente le acompaña en su pesar.
“Como nieblas vi los blancos en muchedumbre llegar, y oro más oro queriendo se aumentaban más y más.
Al venerado padre inca con una astucia falaz cogiéronle, y ya rendido le dieron muerte fatal.
¡Corazón de león cruel, manos de lobo voraz, como a indefenso cordero, le acabasteis sin piedad!
Reventaba el trueno entonces,
Granizo caía asaz, y el sol entrando en ocaso, reinaba la oscuridad.
Al mirar los sacerdotes tan espantosa maldad, con los hombres que aún vivían se enterraron de pesar.
¿Y por qué no he de sentir?
¿Y por qué no he de llorar si solamente extranjeros en mi tierra habitan ya? iAy! Venid, hermanos míos, juntemos nuestro pesar, y en ese llano de sangre lloremos nuestra orfandad, y vos, inca, padre mío, que el alto mundo habitáis, estas lágrimas de duelo no olvidéis allá jamás.
¡Ay! No muero recordando tan funesta adversidad ¡Y vivo cuando desgarra mi corazón el pesar!
En 1918 Jacinto Jijón y Caamaño solicitó en un Examen Crítico que no se siguiera enseñando en los colegios y escuelas de la República la versión de Velasco sobre la existencia del reino de Quito y sus señores naturales los Shiris pues los descubrimientos de la arqueología lo negaban.
Posteriormente en “Antropología prehispánica del Ecuador” defendió la memoria de Velasco indicando que fue un sacerdote de buena fe, escrupuloso, pero crédulo, que debió ser víctima de un engaño, de manera que Collahuaso pasó a ser el único autor de dicha supuesta superchería, es decir, de la existencia de un mítico Reino de Quito.
Diferente posición asumió Pío Jaramillo Alvarado quien defendió la tesis de Velasco manifestando que todos los pueblos de la antigüedad tienen sus mitos y leyendas, así llamadas porque son anteriores al conocimiento de la escritura, lo que no significa que por ello sean forzosamente falsas.
En todo caso el llamado Reino de Quito bien pudo ser una confederación de las tribus del norte de los andes de la actual república del Ecuador, transformándose la polémica suscitada con carácter histórico en una simple discusión semántica.