COLIMES : Las llamadas del muerto

SUCEDIÓ EN COLIMES
LAS LLAMADAS DEL MUERTO

Desde que Pepe de la Cuadra escribiera su delicioso cuento corto “Colimes jótel”, había tenido deseos de visitar tan folklórica población, pero diversas situaciones y no pocos trabajos me habían desviado de esa ruta en mis viajes por el interior de la provincia; así es que cuando Juan José, Pedro, Joaquín y Fernando me invitó a visitar Colimes, acepte encantado pues íbamos a estar varios días por esos contornos, gozando de las aventuras que nos prometían sus campos siempre verdes y esos ríos con aguas cristalinas que invitan al baño. 

Llegamos a Colimes y nos alojamos en casa de unos amigos hacendados que estaban pasando vacaciones en Guayaquil. Allí teníamos a nuestra disposición las pocas comodidades que se dan las gentes campiranas, así como los servicios de una vieja criada que cuidaba la casa y nos daba de comer. Por supuesto que todo era montubio, desde el suculento desayuno con bolón de verde y chicharrón, café puro y hasta muchines. Un banquetazo. 

Al día siguiente viajamos a caballo hasta la hacienda de un pariente que nos recibió con enormes muestras de agrado. Allí estuvimos hasta tarde y al regresar a la casa de Colimes, la señora que nos cuidaba nos informó que a eso de las seis, un desconocido había preguntado desde la puerta por nosotros y como le había indicado que regresaríamos, él había prometido volver. ¿Quién sería tan extraño personaje? 

Esa noche esperamos en vano y por más que preguntamos en el vecindario, nadie  supo dar razón. Nuestra ama de llaves, por su parte, se acostó a dormir a las siete sin dar mayores explicaciones. 

A eso de las once se oyó un leve toque en la puerta de calle seguido de tres toquecitos leves. Salimos a ver quién era pero no encontramos a nadie. Sólo la oscuridad  y la calle desierta. 

Un cierto miedecillo se fue apoderando de mi persona pero no quise quedar como flojo ante mi amigo. Él, por su puesto, tampoco comentó lo raro del asunto y nos fuimos a dormir a nuestros cuartos. A eso de la una de la mañana desperté con sobresalto y oí claramente que tocaban con insistencia en la puerta de calle. Cuando salí a ver quien era, Juan José ya estaba en el callejón con una lámpara en una mano y una pistola en la otra, pero tampoco encontramos a nadie y ya no pudimos dormir, nos amanecimos en vela, casi sin hablar, porque algo raro había flotando en el ambiente. 

Esa mañana decidimos regresar a Guayaquil, la señora de la casa dijo no haber sentido nada y hasta se mostró burlona al escuchar  nuestra aventura. Eso es porque son calzonudos!.

Al bajar las cosas para irnos, un empleado de la tienda del frente nos preguntó la razón de tan acelerado regreso. Se la contamos, porque era un buen joven, servicial y amable, que se demostraba obsecuente con todos. Él nos oyó muy serio y pasó a referirnos que en Colimes era famoso el visitante nocturno que no se dejaba ver, porque sólo tocaba la puerta para obligar a que la abran, pero desaparecía de improviso y nadie podía decir quién era. Con esta explicación estuvimos de vuelta en Guayaquil. Meses después nos enteramos que el abuelo de nuestro casero había muerto asesinado en la calle cuando tocaba la puerta de su morada, por un desconocido que le voló la cabeza de un certero machetazo. Desde entonces oían en Colimes las insistentes llamadas de él, para que le abran, antes de que volvieran a matarlo. La historia se repetía siempre y se seguirá repitiendo hasta el infinito, mientras siga en pie la casa donde nos hospedamos en Colimes.