POLITICO.- Nació en Agosto de 1910 en una casa ubicada en 9 de Octubre entre Boyacá y García Avilés. Hijo legítimo de Octavio A. Coello Serrano, natural de Machala, venido de ocho años a Guayaquil, tarjador del muelle, corresponsal del interior donde “Casinelli Hnos”, Jefe de Vía Pública, Administrador de Propiedades de la Caja de Seguro, etc., y de Rafaela Serrano López, nacida en Babahoyo donde el padre de ella, el Teniente Coronel José Luis Serrano había sido designado Jefe de Zona Militar.
La familia era de pobres recursos y aprendió a leer a los cuatro años con su abuelo Agusto Coello Murgueitio, escritor y periodista. Cursó la primaria en la escuela Fiscal “Pedro Carbo” cuyo Director era el poeta Gonzalo Llona Marchena y terminó de sólo diez años, no pudiendo ingresar al Colegio Nacional Vicente Rocafuerte por carecer de la edad legal, así es que tuvo que repasar dos años en las escuelas Municipales “Manuel María Valverde” del profesor Oswaldo Barroso y Fiscal “Simón Bolívar” del profesor Miguel Arévalo. Mientras tanto vivía con sus padres y abuelos paternos, leía mucho, sobre todo novelas de Alejandro Dumas, Julio Verne y Emilio Salgari y una Historia Sagrada. Cuando empezó a leer la Biblia su bisabuela Elena Murgueitio le aconsejó no hacerlo porque decía que era prohibido por la Iglesia en el año 1921.
En 1923 entró a la segunda sección del primer curso del Rocafuerte. “Los niños de familias pudientes estaban en la primera sección” posiblemente para no ocasionar odiosas comparaciones en un mismo paralelo.
Siempre se destacó como muy bien estudiante aunque de conducta inquieta. En la Sabatina anual de fin de curso su actuación mereció elogios y al año siguiente primó la cordura entre los profesoresd y los clasificaron por estatura.
En 1928 su familia se mudó a una casa del español Suárez Bango ubicada en Quito y Clemente Ballén; se graduó de Bachiller con las máximas calificaciones y como en la Universidad solo existían las Facultades de Jurisprudencia y Medicina, optó por la primera; sin embargo, hubiera preferido estudiar matemáticas y ser astrónomo o ingeniero, pero la estrechez del medio y la poquedad de sus recursos lo impidieron. En el primer año ingresó al grupo denominado “Fracción Universitaria de Izquierda” que comandaba Jorge Mejía Cedeño en lucha contra el pésimo sistema docente y la mentalidad retrógrada de algunos maestros. A esta fracción se sumaron Carlos Guevara Moreno, Alfredo Vera Vera, Leonidas Avilés Robinson y otros. Al poco tiempo cuestionaron al profesor de Filosofía del Derecho porque en clase se limitaban a leer el antiguo texto de “Vanni” sin explicarlo. El profesor se fue pero en Octubre fueron expulsados cinco años por orden del Consejo Universitario. El Rector Luis Felipe Cornejo Gómez que firmó tan burda disposición pero quien tenía influencia decisiva era el
Vicerector Carlos Alberto Arroyo del Río. La pena se hizo pública, dejaron de darles trabajo y las gentes rehuían su trato.
Entonces se dedicó por entero a profundizar sus conocimientos en la teoría marxista, en 1929 fundó una fracción del Partido Comunista en Guayaquil contando con la ayuda de varios de sus compañeros de lucha. Mientras tanto el doctor Ricardo Paredes, dirigente de Vanguardia Socialista con sede en Quito, había viajado a Rusia y afilió a ese partido a la III Internacional. Así fue como se inició el Comunismo oficialmente en el Ecuador.
Poco tiempo después el grupo comunista de Guayaquil fue expulsado por el dirigente Enrique Terán Vaca, miembro de la directiva capitalina; pero los del Guayas contestaron con la misma forma y se inició el cisma entre los grupos de estas dos ciudades.
Para subsistir vendía libros a domicilio que le llegaban de una editorial española. Su padre se oponía a este género de vida y ambicionaba para él una situación estable y digna y como no se ponían de acuerdo lo declaró como inexistente para la familia. Lanzado de la casa, su compañero de partido Domingo Cevallos lo hizo ayudante de máquinas de una lancha a través del río Pula, que hacía la carrera hasta Vinces. Dormía en una hamaca de la lancha, su ropa de trabajo era un mameluco de obrero – overol azul – y como no tenía otra, así andaba por la ciudad asombrando a sus antiguos profesores y compañeros que usaban temos.
En cambio, quienes le conocían o sabían de qué familia era, se escandalizaban de sus atuendos obreriles pues calzaba alpargatas, se cubría con gorra, ceñía su cuerpo con bufanda al par que vestía en mangas de camisa.
Su vida en el partido tampoco era simple; dirigía a varios compañeros, publicaba manifiestos y hojas volantes, reclutaba obreros, sesionaban en diversos Sindicatos y casas particulares, muchas veces en la clandestinidad porque se los consideraba peligrosos agitadores y el Intendente de Policía Coronel Nicolás Santos los perseguía sistemáticamente, obligándoles a presentarse diariamente a su despacho a eso de las diez de la mañana.
La extrema izquierda ecuatoriana estaba muy dividida. En Milagro mandaba Neptalí Pacheco León, jefe de una serie de Sindicatos y organizaciones campesinas. En Quito ordenaba Ricardo Paredes como ya se ha dicho. En Guayaquil los radicales estaban con el grupo de Coello, Vera y compañía que así era como los llamaban, y los moderados con Ermel Quevedo y Manuel Donoso Armas pues la nueva generación de comunistas que estaría formada por Pedro Saad, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert entre otros, dada su juventud, aún no asumía posiciones políticas.
En 1932 colaboró esporádicamente en “El Telégrafo” y contrajo matrimonio, pero la difícil vida política y la extrema pobreza malograron la unión. En Agosto visitó el Ecuador el Diputado Nacional de Uruguay por el partido comunista Eugenio Gómez y convocó a una Conferencia de Unificación. La fracción radical de Guayaquil estaba integrada por Coello Serrano, José Joaquín Silva, Alfredo Vera, Humberto Mata Martínez, Humberto del Pino, Oswaldo Castro Intriago y Jorge Mejía Cedeño y tenían por nombre oficial “Ala Bolchevique Ecuatoriana” ABE, después se les uniría Pedro Saad. Fruto de esta conferencia de Unificación fue la formación de un comité Único para el país formado por Ricardo Paredes, Rafael Coello Serrano y por un obrero de nombre Julio Viten Gamboa, que luego llegaría a ser arqueólogo trabajando como ayudante al lado de Emilio Estrada Icaza.
En 1936 hubo graves problemas dentro del comunismo y Coello Serrano renunció a su militancia en el partido. En 1937 entró a trabajar a la oficina de Carlos Neira Alvear con ciento ochenta sucres mensuales y reingresó a la Universidad después de cumplir su expulsión de cinco años. La familia se alegró mucho de esta decisión y a fines de año renunció al empleo para preparar la materia de Derecho Civil; poco después Julio Mata Martínez lo llevó de Secretario a la Oficina Municipal de Higiene. Entre 1938 y 1940 colaboró con artículos políticos en el vespertino “La Prensa”.
En 1939 contrajo matrimonio con Olga Romero Valencia, nacida en Milagro e hija de un pequeño terrateniente en esa zona, a quien había conocido como recogedora de cacao durante sus visitas a los sindicatos de ese sector. Ella fue una mujer inteligente, trabajadora y discreta, una verdadera dama que le dio estabilidad en la vida y supo criar a siete hijos y en un ambiente modesto y feliz.
Desde 1940 al 43 fue Gerente de la
Compañía Radiodifusora del Ecuador CRE con quinientos sucres mensuales y organizaron un programa titulado “La Corte Suprema de Arte” que dió a conocer a numerosos artistas nacionales. Ese programa y otros más pusieron al CRE en un lugar notable de sintonía de la ciudad.
En 1942 se graduó de Abogado y Doctor en Jurisprudencia, recibió el Premio Contenta y su tesis versó sobre “Los Efectos de las Obligaciones”, publicada en 1946 en dos tomos de 242 y 161 páginas, en la editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Entonces se dijo que más que una simple tesis estudiantil era una obra de consulta para estudiantes, abogados y jueces, algo verdaderamente inusual en un profesional de escasos años y casi ninguna experiencia.
En 1945 el doctor Rafael Mendoza Avilés organizó al “mendocismo” como agrupación política nacida al amparo de su gestión en la presidencia del Concejo de Guayaquil y con esta base fundó la “Unión Popular Republicana” UPR bautizada Uperra por el periodista Heleodoro Avilés Minuche a) Anular. Guevara Moreno era Ministro de Gobierno del presidente Velasco Ibarra y le ofreció todo su apoyo a Mendoza. Para la Asamblea Constituyente de 1946 Mendoza encabezó la lista Uperrista de Diputados por el Guayas y Coello Serrano formó parte de ella, saliendo electos. En la Asamblea Coello dirigió al bloque que obtuvo la reelección presidencial de Velasco por 35 votos a 10 del candidato conservador Manuel Elicio Flor Torres. En la misma Asamblea Coello perdió la elección para Contralor de la República y miembro del Consejo de Estado frente al conservador Gustavo Arboleda Mancheno por 23 votos a 22 en tercera votación.
Caído Velasco Ibarra en 1947 Guevara Moreno regresó de su embajada en Santiago de Chile y se estableció en Guayaquil fundando la revista “Comentarios del Momento” que se imprimía en un taller de Escobedo entre Luque y Aguirre. Allí escribió con Coello Serrano y otros partidarios suyos por cuatro años e hicieron franca y abierta oposición al gobierno del Presidente Galo Plaza criticando sus relaciones con el gobierno de los Estados Unidos, especialmente los créditos otorgados por el Banco de Exportación e Importacipón EXIMBAN de ese país pues “dichos créditos constituían una tenaza creada por el gobierno de los Estados Unidos para presionar a los países pequeños”
En 1949 figuró entre los fundadores de un nuevo partido llamado “Concentración de Fuerzas Populares.” CFP pronto Guevara Moreno logró captar a las mayorías pobres del país con discursos incendiarios denunciando los atracos y las desigualdades Momento fue la primera publicación que atacó a la clase media ecuatoriana, cuyo poder descansaba en el dinero y las influencias familiares. Coello Serrano se transformó en el portavoz de las nuevas teorías cefepistas pronunciándose por la necesidad de que el desarrollo ecuatoriano debía hacerse mediante la aplicación de una planificación central. “El Partido del pueblo, l única agrupación política con un programa definido, considera que el problema básico de la nación es el económico. I que en este órden, deben adoptarse las medidas más severas… La economía del país esta enferma y resentida de la ingerencia parasitaria de tantos grandes especuladores que se llaman magnates de la banca, grandes negociantes de influencias y otros zánganos de la producción social conectados a las esferas oficiales. Precisa primero una drástica purga, una especie de aplicación de DDT oficial y luego una severa readaptación sobre la base de un Plan Unico de la vida económica ecuatoriana.
Por eso se ha dicho que en esa revista se insultó a la clase media en forma antes no conocida y con una virulencia que no se ha vuelto a repetir, yque le atrajo la animadversión de mucha gente. Mas, al mismo tiempo, Momento, dedicaba sus página a asuntos de gran seriedad y fondo, revisando nuestra política nacional es aspectos de tanto interés como el territorial. El Protocolo de Río de Janeiro es el instrumento que se encargó de reconocer la mayor mutilación sufrida por el Ecuador en toda su historia. La Convernción de los Estados Americanos reunida en la capital brasileña para protestar contra la agresión japonesa a la base militar de Pearl Harbor fue para el Ecuador como una reunión de brujas de aquelarre, en cuya paila infernal de intereses creados para la supervivencia del más fuerte, se sacrificaron los legítimos derechos del más débil.
Fue el triunfo de una situación de hecho y de consumación. Con un procedimiento de forzada legalidad, de un atropello que favoreció la codicia del enemigo tradicional del sur.érp eñ pueblo palpita siempre al ansia de redención. Que piensen sus enemigos de fuera y dentro que en cada verdadero ecuatoriano alienta indstructible el espíritu indomable de un Rumiñahuy, un Calicuchima, un Quisquis, mezclado en proporciones rugientes con el alma aventurera española. Piensen y tiemblen, que la hora de ese pueblo aún no ha sonado. Por todo ello, Coello Serrano fue justamente calificado como el ideólogo del populismo-
El 15 de Julio de 1950 y con la ayuda de la Policía Guevara se insurreccionó en Guayaquil contra el gobierno del presidente Galo Plaza Lasso. En la madrugada tomó el edificio de la Gobernación de la provincia pero fue detenido por el General Enrique Calle y otros militares leales. Por este hecho, algunos políticos y entre ellos Coello Serrano, guardaron un año de prisión. Durante su prisión la revista “Comentarios del momento” continuó apareciendo regularmente cada semana, trabajada por Norma Descalzi de Guevara y Olga Romero de Coello.
En 1951 salió libre, encabezó la lista cefepista, fue electo Diputado por el Guayas y con sobreseimiento a su favor pudo concurrir al Congreso donde obtuvo un Decreto de Amnistía a favor de los restantes presos políticos, defendió la tesis del fraude perpetrado por los partidarios de Rafael Guerrero Valenzuela en las parroquias rurales de Guayaquil que perjudicó a Mendoza durante las elecciones para Alcalde y presentó un proyecto de destitución del Presidente Galo Plaza Lasso que no obtuvo mayoría.
En la campaña presidencial del 52 el CFP y Coello apoyaron a Velasco, que triunfó ampliamente. Guevara Moreno se posesionó en la Alcaldía de Guayaquil y fue poder, al tiempo que Coello Serrano desarrollaba su capacidad de teórico y difusor de un pensamiento orientado a realzar el papel de los sectores populares en la vida nacional pues las masas suburbanas debido al auge bananero se incrementaban dia a dia con la venida a la ciudad de gran cantidad de trabajadores paupérrimos de la sierra, desdeñando a los sectores medios y esbozando una política de marcada tendencia nacional antiimperialista.
El 53 fue electo Presidente del Instituto Nacional de Previsión, siendo Ministro de Previsión el doctor Roberto Nevárez Vásquez, antiguo militante comunista. En esas funciones adquirió en catorce millones de sucres los terrenos de la hacienda “La Saiba” en Guayaquil, propiedad de la familia Parra Velasco para crear un barrio obrero, la compra constituyó un excelente negocio para el estado ya que el precio pagado resultó a la larga una insignificancia. El Congreso lo interpeló y sus numerosos enemigos le desacreditaron. Al año siguiente renunció al asumir el Ministerio de Gobierno el doctor Camilo Ponce, quien dió a la política gobiernista un vuelco hacia la derecha.
En 1954 salió electo Consejero Provincial del Guayas, Guevara temía la creciente popularidad de Coello y trató de impedir su ascenso a la presidencia de ese organismo, ordenando a los consejeros Cefepista que voten a favor de Amalio Puga, a quien no le correspondía tal posición por no haber encabezado la lista. Entonces Carlos Luis Pérez Sánchez y Coello Serrano se retiraron de ese partido y votaron a favor de Alejandro Teodoro Ponce Luque que salió Presidente del Provincial. Así terminó su carrera política en la CFP y en el Ecuador.
Dedicado por entero a su profesión y como abogado de Conaca, empresa constructora propiedad de su amigo Leonardo Stagg Durkop pasó los primeros meses. Vivía en su casa de cemento ubicada atrás del edificio del Seguro Social y entre el 1955 y el 58 publicó la revista “Verdad” en imprenta propia adquirida con un préstamo en el Banco Nacional de Fomento. Ese último año la devolvió al Banco y empezó a practicar inglés con un testigo de Jehová de nacionalidad canadiense que tuvo la gentileza de visitarlo durante varios meses hasta que lo convenció de la verdad de su credo fundamentalista, basado en el llamado antiguo testamento, que contiene una cantidad inmensa de monsergas y mentiras así como la teoría milenarista tomada de Jansenio. Finalmente terminó por entregarse totalmente y hasta se bautizó por inmersión en Octubre de 1959 en el río Milagro, como miembro de esa nueva religión.
Desde entonces se dedicó a dirigir a sus “hermanos” y a formar parte del grupo de Ancianos o directores de “The Jehova Witneses” y como siempre había sido un eufórico hiperactivo tomó este nuevo rumbo a tiempo completo y con la vehemencia que solía poner en todos sus actos, por eso diría después “luego de estudiar a fondo la Filosofía del Marxismo – Leninismo, materialista y atea que niega la existencia de Dios, los encontré incompatibles con la evidencia del Creador del universo que brinda fuerza dentro de nosotros mismos. La conclusión lógica era rechazar tal ideología” pero se le fue la mano – opino yo – porque terminó fanatizándose, al punto que solo hablaba de religión.
A principios de la década de los años sesenta su amigo el Rector de la U. Antonio Parra Velasco le ofreció una cátedra en la recién creada Escuela de Sociología. Allí le ocurrió una anécdota regocijante cuando al referirse al funcionamiento de la Organización de Naciones Unidas ONU expresó que los países más fuertes obedecían los mandatos del demonio. Terminada la clase algunos de sus alumnos le pidieron explicaciones recibiendo como única respuesta “Me ratifico en lo dicho”.
En 1971 fue designado Registrador de la Propiedad del Cantón Milagro. Dos años después ascendió a Ministro Juez de la Corte Superior de Babahoyo, luego presidió dicho organismo y en 1976 pasó a Ministro Juez de la Superior de Guayaquil en la recién creada IV Sala con doce mil sucres mensuales y gastos de representación. En 1978 no fue reelecto por antiguas odiosidades políticas, volvió a su profesión y manejó la cartera vencida del Banco Industrial y Comercial que mantuvo por algunos años. Entre 1983 y el 85 escribió los domingos para el diario “Expreso” sobre asuntos filosóficos pero terminando siempre en alguna conclusión bíblica, luego se jubiló.
El 15 de mayo de 1992 su señora sufrió una caída bajando las escaleras posteriores que daban hacia el patio a fin de poner en funcionamiento la bomba de agua y se astilló el brazo, con las primeras curaciones en la clínica salió a su casa y parece que el verla así, vendada y con dolores, dado que siempre se había mostrado ella solidaria con él, le provocó un infarto, pues sufrió una descomposición estomacal y aunque se acostó sin otra molestia no amaneció con vida, de donde se desprende que falleció en la madrugada del sábado 16 de mayo, de ochenta y un años de edad.
De estatura más que mediana, delgado, piel canela clara, ojos negros y pelo gris, aparentaba mucho menos edad de la que tenía. Lúcido, activo, diligente y de temperamento nervioso. Buen escritor y mejor polemista, hombre de amplia cultura y de una inteligencia fuera de lo común, fue calificado en su tiempo del Tribuno del pueblo, luego se desvió a una secta que maneja unas teorías intrascendentes.
Copio a continuación lo siguiente: Revista Despertad, numero del 8 de Abril de 1982 (edición en español),
Págs. 16-20. Titulo: Mi esfuerzo por hallar justicia social. Como lo relató Rafael Coello Serrano.
¡JUSTICIA para todos! ¿Es ésta una ilusión social? Mi búsqueda de esta meta difícil de alcanzar resultó en que fuera encarcelado en diez ocasiones, en que abrazara el comunismo y luego lo abandonara, en que fuera de viviendas de una sola habitación en la miseria a misiones diplomáticas ante gobiernos extranjeros. Me tomó cincuenta años, pero encontré la respuesta.
Nací en Guayaquil, Ecuador, en agosto de 1910. Nuestro humilde hogar albergaba a una familia grande, que incluía a mi abuelo, un periodista, sobre cuyas “rodillas” me eduqué. Mi padre pasaba todo su tiempo libre con sus amigos. Los hombres -parientes, vecinos o visitantes- se jactaban de estar contra la iglesia y de ser librepensadores; las mujeres hablaban de Dios y Jesús.
Aun entonces pude percibir la gran diferencia entre los modos de vivir de las personas. Lo característico de la comunidad en general eran los pies descalzos y las diferentes viviendas de una sola habitación. Las pocas personas privilegiadas desde el punto de vista material financiaban sus residencias europeas con las riquezas que obtenían del cultivo y la venta del cacao, mientras que los obreros descalzos ponían a secar las “semillas de oro” en las calles abrasadas por el sol.
Durante aquel tiempo la gente de Guayaquil sufrió muchísimo ya que epidemias de fiebre amarilla y peste bubónica azotaban frecuentemente la región. La malaria y la tuberculosis eran algo común. Yo era un joven delgado y enfermizo, de modo que mis amigos y maestros pensaban que yo moriría a temprana edad. Pero cobré gran gusto por la vida, el cual conservo hasta hoy.
Un luchador contra la injusticia social. En la escuela secundaria sentí la presión de la injusticia social, pues sufrí varios reveses por no tener un apellido aristocrático. Entonces comenzó mi deseo de ser un luchador contra la injusticia social.
Aprendí acerca de la triste historia del hombre que incluía guerras sangrientas, divisiones religiosas, las Cruzadas y la Inquisición, que culminaron con el estallido de la primera guerra mundial, y que acontecieron principalmente en la cristiandad. La mayoría de la raza humana vivía en una miseria horrorosa. Los obreros, los campesinos humildes y las personas pobres en general eran poco menos que parias bajo el yugo de los acaudalados. Los países subdesarrollados eran los almacenes que proveían la materia prima a las naciones industrializadas, que se desarrollaban y prosperaban mientras nosotros continuábamos en nuestra sencillez primitiva. Por todos lados se escuchaba el clamor: “¡Injusticia social!”
Aunque me apasionaba la matemática, la física y la astronomía, cuando completé mis estudios en la escuela secundaria me matriculé en la escuela universitaria de derecho porque era la que estaba más disponible. Pero la universidad adolecía de muchos defectos. A los estudiantes que ejercían influencia desde el punto de vista social y económico se les daba trato especial. Además, los métodos de enseñanza eran atrasados.
Recuerdo a cierto profesor cuyo método de enseñanza consistía simplemente en sentarse a su escritorio y hacernos leer en voz alta material sobre la filosofía de la legislación. Un día decidimos pedir que se nos diera la oportunidad de discutir el material puesto que ya lo habíamos leído de antemano. ¿Quién fue el portavoz de la clase? Yo.
La clase comenzó más o menos de esta manera: “Doctor, Señor, quisiéramos pedirle que no nos haga leer en voz alta este papel, puesto que ya . . . “ “¡Silencio!,” gritó él. “Yo soy el que decide qué método de instrucción se usa aquí”.
“Solo le estamos pidiendo . . . “ “¡Salga de esta clase!”
“No tengo que irme,” le contesté.
El maestro, airado, respondió: “Uno de nosotros dos está de más aquí.” “¡No soy yo quien sobra aquí!,” le respondí, y recibí una salva de aplausos.
El profesor se fue y no volvió. Y así comenzó nuestra lucha. Cinco meses más tarde, se expulsó de la universidad a dieciséis estudiantes y se nos negó el derecho de ingresar en la universidad de Quito y también en la de Cuenca. Un grupo de obreros y trabajadores agrícolas formaron una facción para respaldarnos. Unos cuantos meses más tarde, cuando tenía tan solo diecinueve años de edad, me hallé preso.
En aquel entonces era prohibido llevar a cabo actividades religiosas dentro
de la prisión. Aun así, un domingo un clérigo católico romano se presentó para celebrar misa. Nosotros los prisioneros políticos incitamos a los demás a que protestaran, y en medio del alboroto se quemaron medallas y estatuas religiosas. El alcaide de la cárcel hizo que sacaran a rastras de la celda a uno de los que había protestado, que lo desnudaran de la cintura para arriba enfrente de nuestras celdas y que lo azotaran despiadadamente. Se nos advirtió que si llegaban a los periódicos noticias sobre lo que había sucedido, se nos castigaría a nosotros también. Al día siguiente los principales periódicos de Guayaquil publicaban la noticia. Se nos puso incomunicados. Sin embargo, tal fue la reacción de las personas de la ciudad que se despidió al alcaide de la prisión. Entonces se nos libertó uno por uno. Pero, por ser yo el más obstinado, fui el último en ser libertado.
Me hago comunista
Entonces decidí unirme al comunismo. Pensé: “Aquí puedo pelear contra la injusticia social.” Estudié en sus detalles las enseñanzas de Marx, Engels y Lenin, y organicé el primer grupo comunista del Ecuador que operara abiertamente. Pero en aquel entonces, el ser comunista significaba ser un paria. Mi familia me echó de la casa, y rehusó hablarme. Trabajé de engrasador en una lancha que viajaba por el río y también de ayudante de mecánico. Muchas veces pasé hambre.
Por siete años, desde 1929 a 1936, nosotros, los comunistas, sostuvimos luchas enconadas contra los socialistas, contra la policía montada y contra otros grupos que afirmaban ser comunistas pero que eran moderados. El jefe de la policía montada era el padre de un amigo mío. Con frecuencia se me invitaba a su casa a cenar. El me dijo: “Coellito, aquí en mi casa tú eres como un hijo; pero si te atrapo en las manifestaciones en la calle, te azotaré como a cualquier otro rebelde”.
Yo le respondí: “Gracias, Capitán, y por la misma razón, si ustedes nos atacan, nosotros los apedrearemos también.” Y resultó que una noche, por poco lo matan cuando lo derribaron de su caballo durante una pedrea. Eso sucedió durante una manifestación en la que yo no participé.
A medida que estudiaba las doctrinas de Marx, hallaba muchas contradicciones y que no se daba respuesta a muchas preguntas. Por ejemplo, el Manifiesto Comunista, escrito por Marx y Engels, es una tesis sobre la “dictadura del proletariado.”
Al mismo tiempo, Lenin dijo que el Estado, compuesto del “ejército, la policía, las cárceles,” es un “garrote” para oprimir al proletariado. Engels dijo: “La naturaleza física es materia en movimiento.” Pero, ¿cómo se mueve? ¿Hacia dónde se mueve? ¿Hay orden en el movimiento? El comunismo no explica estos asuntos. Con el tiempo llegué a la conclusión de que el comunismo no tenía la solución a la injusticia social.
Un año más tarde se disolvió mi primer matrimonio. Había durado cuatro años y nos habían nacido dos hijas. En 1939, tres años después de haberme separado del comunismo, conocí a Olga, quien actualmente es mi esposa. Ella era una sincera maestra de escuela y una católica fervorosa cuyas creencias yo respetaba. Juntos hemos tenido siete hijos.
Injusticia por todos lados Cuando reanudé los estudios, la universidad local había cambiado. Había muchos maestros excelentes que me hicieron estudiar más arduamente. Además, ahora deseaba triunfar en mis estudios. Lo logré.
En 1942, me gradué de doctor en derecho. Para entonces ya había llegado a comprender que la ley escrita, que por lo general es razonable, es una cosa, pero la aplicación de la misma es algo bastante diferente. Las personas en puestos encumbrados, que tenían dinero y ejercían influencia, podían, mediante sobornos insidiosos, cambiar los fallos de la mayoría de los jueces. Si uno de los “poderosos” se veía envuelto en algún fraude público craso, se decía que todo había sido un “error” o una operación financiera mal calculada. Pero si un ciudadano común robaba dinero para comprar comida (que no deja de ser robo) iba directamente a la cárcel. Como abogado, me visualizaba como ayudante de los pobres.
En 1944 estalló en Guayaquil una violenta conmoción política que se extendió rápidamente por todo el país. De repente hallé que mi vida estaba en peligro. A pesar de que me había separado de mis previas actividades izquierdistas, había quienes temían que yo luchara otra vez por quitarles sus puestos de influencia. Ellos afirmaron que había un “enemigo del pueblo” en medio de ellos. Los vecinos me advirtieron lo que se estaba tramando, de modo que, para mi propia protección, decidí entrar nuevamente en la arena política.
Durante esta insurrección quedé
horrorizado al ver cómo, por el “bien” del pueblo, hasta personas inocentes fueron víctimas de atrocidades, persecuciones,
torturas y linchamientos. Líderes oportunistas alcanzaron el éxito en nombre del “pueblo” para, desde sus posiciones, enriquecerse a costa del público. ¿Resultó en justicia social la insurrección de 1944? ¡De ninguna manera!
Esta vez, al hallarme en la arena política, experimenté contrastes notables en mi vida. En 1946, serví de representante oficial del gobierno de mi país en la inauguración del presidente de México. En la inmensa recepción que se celebró, observé a miles de invitados internacionales desplegando sus elegantes galas: oficiales militares soviéticos con el pecho cubierto de medallas; mariscales británicos; generales estadounidenses; estrellas famosas de cine. Esa misma noche la temperatura en la Ciudad de México descendió muy por debajo del punto de congelación. La mañana siguiente, la policía recogió docenas de cadáveres… personas malnutridas que habían muerto, víctimas del tiempo inclemente. Puesto que se habían visto obligadas a dormir a la intemperie, habían muerto por exposición al frío. Lo que vi aquella noche memorable dejó en mí una aversión saludable a aquel modo de vida.
Durante 1950 y 1951, bajo el gobierno de un presidente “democrático,” pasé un año en la cárcel. En aquel entonces era yo un representante parlamentario, pero se me privó de inmunidad parlamentaria. Se me mantuvo incomunicado por seis días, se me negaron mis derechos legales y por poco me linchan. ¿Por qué? Porque formaba parte de un grupo de políticos que activamente se oponían a la democracia de terratenientes millonarios en cuyas propiedades los indígenas vivían en la más inhumana miseria.
Mientras estuve detenido comencé a pensar que solo Dios podía traer justicia social. Entonces un misionero de los testigos de Jehová, Albert Hoffman, me visitó en la cárcel y me dejó el libro “Sea Dios veraz.” Este no habría de ser un incidente sin importancia, pues Albert y yo habríamos de encontrarnos nuevamente.
Más tarde, en 1953, mientras trabajaba estrechamente con el presidente de la República, se me envió como embajador a una reunión del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas. En esa ocasión observé cómo otro delegado se oponía sistemáticamente a cualquier medida que pudiera favorecer a las regiones subdesarrolladas de Latinoamérica. ¿Se podía hallar justicia social en escala internacional? En absoluto, ni siquiera en las Naciones Unidas… que, según parecía, estaban unidas mayormente bajo el yugo opresivo de las grandes potencias.
Recuerdo que un día el presidente del Ecuador me dijo: “Dr. Coello, usted ha sido un verdadero luchador. Le hace falta algo para completar su notable carrera; un toque de oro, digamos, el pan de oro puro de la vida de un diplomático por unos cuantos años.”
Le respondí: “Es un verdadero honor, Sr. Presidente, pero inmerecido, y por tal razón declino la oferta. Declino la oferta precisamente porque soy un luchador. No estoy hecho para la vida suave de un diplomático. Prefiero estar con las masas, compartiendo con ellas su destino. Muchas gracias.” Así, rehusé.
Recordé haber leído un pasaje de la Biblia en el que decía que Jesús se compadeció al ver a las muchedumbres, a la gente, como ovejas abandonadas que no tenían pastor. (Mateo 9:36) Las pocas personas privilegiadas continuaban alimentándose a expensas de las masas de desheredados. Yo continuaba buscando la solución a esta injusticia.
Buscando con mayor empeño En 1956 me separé de toda actividad política. ¿Por qué? Porque dos años antes había sido el blanco de un fiero ataque de parte de todos los partidos políticos del país. La Administración del Seguro Social del Ecuador, de la cual yo era el presidente, había adquirido un terreno de casi 1.800.000 metros cuadrados de extensión, al extremadamente bajo precio de 12 sucres (cerca de 40 centavos, E.U.A.) por metro cuadrado, para dividirlo en parcelas y establecer viviendas de bajo costo. ¡Mis enemigos políticos me acusaron de haber recibido personalmente de los vendedores, como dinero extra, 14 millones de sucres! Se me pintó en falsos colores como un gran villano.
En este momento decidí pelear por medio de publicar un semanario que llamé Verdad. Después que apareció el primer número de éste, mis enemigos se callaron y yo mismo quedé sorprendido. ¿Por qué? Porque comencé a decir la verdad sin ambigüedades y sin difamación.
Sin embargo, se pusieron trabas legales sobre la imprenta, que había adquirido a crédito, y sobre mi casa, la que había hipotecado por medio del seguro social. Mis enemigos querían arruinarme. Pero fracasaron. Estaba convencido de que la justicia solamente podría venir de lo alto.
Persuadí a mi familia a leer la Biblia conmigo una hora cada semana. Nos conmovían las palabras y obras de Jesús, aunque había muchas cosas en la Biblia que deseaba explicar a mis hijos y no podía. Sin embargo, entendimos claramente que la verdadera justicia solamente podría venir de Dios.
Cierta mañana de octubre de 1958, un hombre de apariencia bondadosa tocó a mi puerta. ¡Albert Hoffman estaba buscándome de nuevo! Comprendí que era a él a quien había estado esperando sin darme cuenta de ello. Comenzamos a estudiar la Biblia con la ayuda del libro “Esto significa vida eterna.”
Comencé a descubrir que la Biblia es un profundo océano de dichos de vida, una dádiva amorosa de nuestro tierno Creador. Me impresionaron pasajes como éste de Juan 3:16: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.” ¡Vida eterna! ¡Y vida perfecta, con verdadera justicia para todos!
Predicador de justicia En 1959, después de un año de estudiar la Biblia con Albert, dediqué mi vida a Jehová Dios. Desde entonces he usado la Biblia, junto con mis propias experiencias en la vida, para tratar de ayudar a otras personas a entender que la verdadera justicia viene solamente de Jehová Dios.
He tenido el privilegio de hablar de la justicia de Jehová a hombres de toda condición social, desde ex presidentes de la república hasta obreros muy humildes. Algunos han podido ver, a la luz de la Biblia, qué es la justicia verdadera. Otros no han escuchado.
No obstante, mi mayor felicidad ha sido el ayudar a mi esposa e hijos, y verlos dedicar su vida a Jehová.
Por fin pude cambiar mi punto de vista limitado. Había aprendido que la verdadera justicia provendría solamente de Jehová Dios. Solo él puede ver lo que hay en el corazón de los hombres y eliminar el egoísmo, que es la causa de la injusticia social. El ha prometido un sistema totalmente nuevo para esta Tierra
bajo la dirección de un gobierno celestial, el cual gobernará de manera completamente imparcial. ¡Cuánto me alegró el aprender que pronto, en ese nuevo orden, cada persona cultivará su propio huerto y recogerá el fruto de éste y que edificará su propia casa y vivirá en ella! Todos se sentirán motivados por inclinaciones de generosidad y no por un egoísmo sórdido.-Compare con Isaías 65:21, 23.
Experiencias y felicidad Ya que soy Doctor en Jurisprudencia, fui nombrado, hace siete años, para servir de juez del Tribunal de Apelación. Siempre procuré dictar fallos basados en la ley y la justicia. Durante mi judicatura pude darme aún mayor cuenta del gran abismo que existe entre la justicia del hombre y la verdadera justicia de Jehová. En 1980 me retiré.
Aunque vivimos en la imperfección y todavía no disfrutamos de verdadera justicia social, he visto por experiencia que, aun en la actualidad, entre los testigos de Jehová se practica la justicia social a grado sobresaliente. Cualquier indicio de segregación social, racial o económica es muy raro entre ellos.
En agosto de 1981, cumplí setenta y un años de edad. Aunque me mantengo muy ocupado, hay momentos en que me es muy placentero dar rienda suelta a mis pensamientos y soñar con las cosas que Jehová ha prometido. Visualizo escenas donde me veo en el Nuevo Orden, reunido con mis antepasados que han resucitado, compartiendo amorosamente las verdades de la Biblia con mi abuelo, tal como él me enseñó durante mi juventud. También, anhelo las oportunidades que habrá entonces para aprender de la grandeza de Jehová y con otros alabarlo unidamente para siempre como el Dios de amor y de justicia.
El final de este artículo revela cuan apocada estaba la voluntad del Dr. Coello Serrano, que de antiguo luchador por la justicia social se había transformado en un beato, desertando de la intensa lucha política para entregarse mansamente a un ideal religioso mágico y por tanto contrario a toda lógica y por ende irrealizable.