CHIRIBOGA : Las víctimas del Oleoducto

SUCEDIO EN CHIRIBOGA
LAS VICTIMAS DEL OLEODUCTO

Cuando se estaba construyendo en Chiriboga el Oleoducto que conduce nuestro petróleo desde Lago Agrio hasta Balao,  sucedió que Juan Nagua quedó sin trabajo en la hacienda. “Chunga” y fue contratado como obrero de obra para el tendido de las cañerías. Nagua era un hombre joven y robusto y ya andaban en los treinta años pero no tenía familia. Su rostro marcado por las viruelas y los soles interandinos era curtido y oscuro, pero una eterna sonrisa enmarcaba su fisonomía, dándole toques agradables. Pronto se hizo estimar de sus patronos y le encomendaron funciones de mayor responsabilidad. Tenía que treparse a los barrancos y dirigir a otros obreros del campamento, pasó a ser una especie de capataz en uno de los grupos y así estuvo más de un mes. 

Un lunes de mañana que salía a sus 1abores llovía torrencialmente y hasta había tempestad. Nagua no había caminado ni cien metros cuando fue alcanzado por un rayo. Su muerte debió ser instantánea pues lo carbonizado de su cuerpo anunciaba a ojos vista que el accidente fue de los más graves que le pueden suceder a un ser humano. El entierro se realizó sin contratiempos, todos concurrieron muy apesadumbrados pues el difunto se había hecho estimar y no tenía enemigos. 

Desde entonces dicen en Chiriboga que cuando empieza la lluvia, esa pertinaz llovizna de páramo que cuela hasta el tuétano, se escuchan ruidos extraños en el sitio donde Nagua pereció, ubicado en los extramuros del pueblo, pues allí arrendaba una casita con varios de sus compañeros.

Los ruidos no cesan sino cuando la garúa termina. El año pasado me contaba Calixto Pozo, otro trabajador, que es tanto el crujir de las paredes de calicanto que parecería que la casita fuera a derrumbarse o hubiera ocurrido un terremoto. Algunas personas de los contornos que ya conocen estos raros fenómenos los atribuyen a efectos psíquicos de alguna persona viva, pero otros opinan que son fuerzas espirituales que han quedado a consecuencia de la violencia del rayo y de la velocidad (fracciones de segundos) conque se produjo la muerte. Lo cierto es que los ruidos sólo comienzan o se originan con las lluvias. 

Este caso se vino a sumar al ocurrido hace pocos días en otro sector del oleoducto con Santiago Pantaleón, jornalero a destajo, quien el día que ocurrió el terremoto había salido de su casa a trabajar y no regresó. En la prensa de la capital se ha publicado que su esposa sintió durante el flagelo la presencia de él, junto a ella, como si los uniera algo sobrenatural. “Fue una impresión muy rápida y penosa, inenarrable, que yo atribuía a la desesperación que me embargaba al ver temblar la tierra, pero ahora comprendo que fue el adiós, el último saludo de mi marido”. Caso de telepatía no fue pues en la telepatía la imagen del moribundo se traslada a cientos o miles de kilómetros y las personas pueden presenciar cómo se reintegra por escasos segundos, a veces hasta con sonidos, en otras no. Tampoco es un caso de fuerza que mueva objetos, rompa u ocasione vibraciones o sonidos. Simplemente es un hálito, algo imperceptible para los demás, que solo es posible sentir por breves instantes, pero al mismo tiempo se comprende su significado y queda una impresión dolorosa. Así son, a veces, las despedidas de los seres queridos.