SUCEDIO EN CAJABAMBA
LA NERVIOSILLA
Aunque el frío cuela por las noches, en las escasas pulperías de Cajabamba aún se teje a esas horas la historieta que voy a narrar, la preferida en esos contornos por sus ribetes cursis. Resulta que hace ya más de veinte años vivía al lado de la pulpería principal de la población doña Martina Grijalva, vecina de Ibarra y adinerada prestamista, quien tenía una hija de no más de treinta años y sumamente nerviosa, que de todo hacía melindres, sobrepasando la dosis cuando trataba de sus noviazgos, frustrados, que según ella eran muy numerosos en Ibarra, porque daba la casualidad que cuanto novio le había salido ella lo espantaba con buenas maneras y mejores costumbres y modales y los muy bandidos, viendo que nada podían sacar, terminaban retirándose avergonzados.
“Así soy yo” – recalcaba María Agripina – que ese era el nombre de la hija de doña Martina “Dura con los hombres y por eso me hago respetar, no me importa quedarme solterona siempre y cuando muera virgen, doncella mejor dicho, porque virgen suena feo debido a que ese adjetivo sólo se le da a la Madre de Dios.” I la retahíla de declaraciones ridículas de nuestra solterona seguiría de no ser porque los pocos curiosos que la escuchaban tomaban cada cual su portante, prefiriendo irse a pasar frío en otra tienda y no servir de bobos oyentes de relatos tan cursis.
Y llegó el día en que doña Martina murió y ya Agripina llegaba a los cuarenta y siempre soltera, porque como también recalcaba: “Más vale solterona que mal casada, que para desvestir borrachos prefiero vestir santos, que la compañía mala atrae tristezas y la soledad con Dios el cielo y sus gracias, que el camino de rosas lleva al infierno y el de espinas a la gloria, porque fea con plata no sufre y guapa sin ella vive triste, etc, etc.
Tantos menjurjes dichos con aspavientos, risitas, ojitos entornados y patatús en el suelo, la llenaban de nerviosismo y no era raro oírla quejarse justamente de eso, de ser muy nerviosa y de no poder dormir por las noches, pues insomnios tras insomnios le quitaba la paz y la tranquilidad, al punto que rezaba entre dos y tres rosarios con todas sus letanías y misterios, “desde los gozosos hasta los escabrosos”, terciaban los solteros del pueblo, ya que la tenían fichada como histérica por falta de compañía varonil; más en el entierro de su mamá, donde todos pensaban que iba a desmayarse la niña Agripina, ella se comportó muy bien y hasta contestaba los pésames con “mucha afectación y decencia”, sin dar su brazo a torcer ante los hombres que respetuosamente iban a solidarizarse con ella en tan lamentables circunstancias con el abrazo de costumbre, que ella rechazaba pero todo fue bueno y estuvo bien hasta que se llevaron el cadáver al cementerio y se quedó la Agripina sola con varias vecinas mujeres como solía llamarlas y volvió a la normalidad, porque como cascada nerviosilla inició uno de sus más largos discursos: “Imagínese que yo iba a abrazar a los que me daban sus pésames, habráse visto tamaña lisura, atroz sinvergüencería. De lejitos nomás, que se habrán creído los muy hipócritas, venirme a abrazar, cuando ellos saben que una es doncella y no acepta confianzas y peor manoseos, no señor, conmigo no va eso, así no es la cosa, fui educada a la antigua y quiera Dios que me conserve pura, por eso los rechazaba con cortesía, ustedes saben, cortesía no quita la valentía y valiente es la que camina con paso firme por la senda del señor, que nací niña y moriré niñísima……………. y hubiera continuado de no ser porque las cansadas vecinas se levantaron de golpe y empezaron a despedirse una a una, pretextando diversas ocupaciones, aunque hubieran podido quedarse algún rato más de no ser por la tan larga y ridícula conversación.
Esa noche Agripina se puso más nerviosa que de costumbre y no es que estuviera sola porque una prima llegada de Riobamba la estaba acompañando, sino porque empezó a sentir la soledad sin compañía alguna y quiso gritar pero no pudo, quiso rezar pero ninguna oración salía de sus labios y así se estuvo en su cama, sobresentada, mirando fijamente la pared del frente, oyendo pausadamente las horas en el reloj de péndulo del vestíbulo y pensando que ya nada tenia que hacer en ese pueblo, donde “había gastado sus mejores veinte años de juventud infructuosa”.
Muy a las cinco de la mañana tomó su manta y se fue a Riobamba dejándole una notita a su prima en la que había escrito: “Adiós, me voy a vivir, mueran los discursos, Agripina. Posdata: Cierra la casa”.Desde entonces no se la ha vuelto a ver, ni a la una ni a la otra y la casa permanece cerrada. La prima sigue en Riobamba, pero Agripina viajó a Guayaquil donde dicen que se dedicó a la prostitución, pero en silencio.