BUCAY : El sueño que trajo felicidad

SUCEDIÓ EN BUCAY
EL SUEÑO QUE TRAJO FELICIDAD

Por los años 20 se puso de moda que las familias invernaran en Riobamba donde hacía un clima espléndido, para que los niños raquíticos recobraran sus fuerzas y volvieran a Guayaquil gorditos y chapudos. Muchas madres de familia cifraban sus esperanzas en esta clase de viajes, sobre todo aquellas que sufrían al pensar que alguno pudiera estar palúdico o tuberculoso y les vivían aguaitando las caras para detectar el menor síntoma de estas mortíferas enfermedades. 

Los Pazmiño habían planeado viajar en febrero pero diversas circunstancias fueron retrasando el viaje hasta que a mediados del mes se tomó la resolución final y todos embarcaron en el autocarril directo. La familia se componía del padre y la madre, personas de mediana edad y escasos recursos pero muy alegres y de tres niños de no más de quince años. El viaje fue sin tropiezos hasta Bucay, donde hubo que esperar que pase el tren que había salido por la mañana de Riobamba y en esa espera se encontraban cuando doña Rosita de Pazmiño se sintió mal y tuvo que sentarse para no caer al suelo desmayada. Tenía el pulso acelerado y una ardentía en la frente, empezó a sudar frío y se llenó de temblores. Todo un cuadro clínico, informó el médico de la estación, equivocando el diagnóstico, pues dijo que era paludismo o algo por el estilo. De todas maneras la enferma no podía quedarse en el pueblo donde no había más asistencia que la brindada por el dicho galeno y fue subida en hombros porque ya no podía pararse. Unos kilómetros más allá tuvo un súbito y fuerte dolor y falleció de contado, ante la sorpresa  de los presentes, que no atinaron a actuar dada la rapidez conque se sucedieron los acontecimientos.  

Los niños lloraban y el padre estaba como aturdido. Los pasajeros resolvieron dar la orden de regreso y el cadáver fue bajado en la estación de Bucay. Posiblemente debió ser un infarto – opinó el galeno – como queriendo dar con la verdad de las cosas, pero ya era tarde para rebatirlo. El esposo y los niños se alojaron en casa del jefe de la estación y al día siguiente la sepultaron en el cementerio de Bucay, en la vera de un robusto eucalipto. 

En Durán, numerosos parientes los fueron a recibir a la estación, comprendiendo que cuando no hay dinero suficiente no se puede entrar en mayores gastos de entierro; además, la Sanidad se había opuesto al traslado de los restos por razones de higiene. I pasaron los años. El viudo volvió a contraer nupcias y a la novia se le ocurrió la peregrina idea de pasar la luna de miel en Riobamba. De mala gana el novio aceptó pues la sola idea de repetir el viaje le traía recuerdos. Ya los chicos estaban casados y eran independientes, pero la impresión de la muerte de su primera esposa en Bucay no estaba olvidada. 

Realizados los esponsales  viajaron en tren y al llegar a Bucay Rafael Pazmiño sintió una gran nostalgia. Quería visitar el cementerio y se lo expreso a la novia. Así que bajaron del autocarril y tomaron un cuartito en el único hotel. Y como a eso de las tres de la tarde se encaminaron al cementerio que encontraron aún abierto y sobre el césped natural de los contornos divisaron la tumba anhelada, pero el eucalipto ya no estaba, había sido cortado y en su lugar retoñaba un hijuelo. 

Un ramito de violetas que cortaron en el camino fue puesto sobre la fria loza. La hora no era propicia pues acababan de dar las cuatro, negros nubarrones avisaban tormenta y un frío se colaba por los huesos, cosa poco usual en Bucay donde las temperaturas son primaverales. 

De regreso, no hablaron, ella respetaba los recuerdos de su esposo y él se sentía deprimido. Esa noche se acostaron en paz y poco después él comenzó a soñar que estaba en un lugar, desierto y oscuro y que  encontraba a su primera esposa, a quien vio como había sido siempre, alegre y bonita, se abrazaban y caminaban por entre las sombras, contentos y en silencio. Luego el sueño se fue desdibujando, ya no se veían y quedó solo, pero una gran tranquilidad y una paz infinita fue embargándole y despertó casi contento y creyendo encontrarla a su lado, cuando todo había sido un simple sueño, pero tan bonito, que lo hubiera preferido a la realidad. Desde entonces supo que su esposa estaba bien aunque en algún lugar lejano y que desde allí le miraba con cariño, y fue feliz.